sábado, 18 de febrero de 2012

TUNDRA

TUNDRA       
                                Compuesto siguiendo el recorrido de la canción
                                                'And then so clear', de Brian Eno, en el disco lla-
                                                mado 'Another Day on Earth'.


¡Qué pasos desparejos! Tundra. Aquí, aquí estamos.
Nunca pierdas el trineo en la tundra: es que resulta fácil
perderlo. Todo se pierde. El sonido se pierde. Los estabi-
lizadores se pierden constantemente.
La lluvia, ¿por qué me atraviesa la cabeza? Tengo que sa-
carme de la lluvia, antes de que me transforme en ella.
Finalmente, delgada ruta de dos manos. ¡Dos manos!
Entonces, ¿voy en esta dirección o en aquella? Ésta, ya
está. No se ve dónde empieza, donde termina. Ruta o tun-
dra. Las voces que aparecen en mi cabeza, ¿quién las pone
desde tan lejos? No se ve a nadie. Mi mirada se extiende
hasta casi abandonar mis ojos. Es que si me distrajera un
poco más... ya no habría más que esa mirada, yéndose a lo
más lejos y no pudiendo volver. Voces que se vuelcan de
un vaso demasiado lleno y me vuelven más flotante. Sus in-
tenciones, ¿qué me habían enseñado acerca de la intenciones
en general? Tundra mental. Lluvia. Vasos llenos que derraman
lo que sobra ¿en dónde? en el cuerpo. ¿Qué pasa, no hay más
afuera? Los brazos se estiran casi tocando el asfalto.
Tengo la ruta. Sólo encuentro una rueda. Una sola. Y peque-
ña, del tamaño de 1 ciruela. Podría haber encontrado, ¿otro 
día? una rueda grande, de como 2 metros de diámetro y mu-
darme por la ruta, esquivando camiones gigantes en veloci-
dad. Pero no se ha visto uno solo de esos camiones que se di-
ce recorren de continuo estas distancias. A nadie. No he visto 
otra cosa que la distancia, ¡esa lluvia atravesándome la cabe-
za! 
Ruedo.
Ruedo en el silencio salvo por el viento, salvo por el murmullo
de las voces que no hablan, pero musitan como una melodía
muy menguada, que sigue fielmente el sonido prínceps de la
ruedita. La conductora. Nuestra ruedita esperanza.
Rodamos toda la mañana, rodamos por la tarde. Cuando llega
la noche, las estrellas de la tundra. Dormimos sobre la ruedita,
para no perderla. Hace rato que no llueve, ningún camión, ni
siquiera una liebre.
Por la mañana, nos ponemos en movimiento. La rueda, por el
esfuerzo, se vuelve una pelota. Es un poco más ajena, ahora
que la rueda... Seguiremos aunque las nubes corren carreras y
las más oscuras parecen dominar rápidamente a las otras, las
nuestras, las blancas. Pronto el cielo les pertenece a las nubes
de guerra. La ruta es eterna. Rodamos todo el día, hasta la no-
che, con el frío la rueda ha vuelto a su forma. Temía, temía-
mos, que se aplastara del todo. La desgracia tiene más facili-
dades, al menos desde nuestro punto de vista.
Una vez una luz ha enfilado, pero antes de llegar hasta noso-
tros, se desvió hacia un camino menor en la tundra.
La soledad, sí, pero tememos las fronteras. No disponemos de
nada que pueda satisfacer a una frontera. Nada que mostrar,
que entregar, que probar. Nada, nada.
Hay que pensar en andar sin llegar a ninguna parte.
Mi sombra flota a unos metros y me sigue, o yo a ella.
No tiene, no necesita rueda.
Ah, qué calma, nos queda el resto del día y de los días, el
resto al parecer interminable de la ruta. Y desrecorrer, también.
Ruedita, no te gastes, no te ablandes, no te pierdas.
"¿De quién son las voces?", me preguntaban. Acá estoy más
cerca de saberlo. Vienen de la parte de abajo de la tundra, de
los bordes lejanos de la ruta, de los chillidos de la rueda, de
la sombra que flota a nuestro lado.
Ahora sin embargo se dirigen a mí de otra manera.
A veces pienso seriamente regresar a la tundra. ¿Buscar el
trineo? No se me había ocurrido. El aire parece querer revelarle
algo a mi mirada. La tundra te ablanda. Ablandó a mi trineo.
Te saca la parte de las intenciones. El trineo, encajado, renun-
ció al deslizamiento, para siempre, convencido, probablemente.
La ruta te da un silencioso mensaje. Un espejismo-mensaje, la
verdad. "Debes seguir andando". Pero, ¿encontraré algo? No
se trata de eso: la nieve es la nieve, el cielo estrellado es el
cielo estrellado, la tundra, la ruta. "¿Para qué habría algo más?"
Si ando, soy mi camino; si me detengo, la rueda se pone inquie-
ta bajo mis pies.
Con la mirada en punto cero, doy 3 o 4 empujones de arranque
y luego subo ambos pies a la ruedita. Ahí vamos, tal vez, casi
seguro, sin allá.





2 comentarios:

Carmen Troncoso Baeza dijo...

Muy lindo!

Robert Rivas dijo...

¡Gracias! La próxima vez que ruede por la Tundra, recordaré tu comentario.