domingo, 29 de mayo de 2011

VISITA

Como más nos gusta: la visita inesperada.
Entramos en comitiva, nadie sabe todavía quién lleva el
mando de nosotros. Ni lo sabrán nunca.
Caen algunos objetos, nos gustan los temblores, las impresiones.
Llevamos grandes sellos en tintas vivas. Enseguida desenvolve-
mos nuestras insignias, nos cubrimos de blasones.
El efecto es perentorio.
En el fondo del salón, alguien, muy distraído en la tarea, canta
muy bajo, pero en el silencio helado que producimos, se lo
escucha como si cantase a gritos. Él mismo se sobresalta de tal
modo que, por tándems ordenados y muy breve y amenazado-
ramente, nos reímos.
Siempre pescamos cosas extrañas en esos talleres.
Gimnastas, practicando entre inmensas vitrinas de cristal den-
tro de las cuales luchan gusanos de seda con crisálidas de gue-
rra contra colonias de hormigas drogadas con malba.
Bestias dragando un brazo de mar. Enviados, dictando consig-
nas a un ritmo endemoniado a escribientes que raspan intermi-
nables telas de lino. Hombres-estatua, vertedores de lava en
los tanques de combustible de los vehículos destinados  a las
profundidades de la tierra.
Los hemos visitado a todos. Suya es siempre la sorpresa.
Nuestros címbalos: infalibles.
Nuestra entrada en formaciones móviles y cambiantes.
Nuestros uniformes convergentes.
El pase de órdenes, límpidas, tajantes, irrefutables.
Entramos a esos talleres: ¡REVISIÓN!
Talleres de siembrarieles, de constructores de flotas, de pianos
de dos pisos, de serpentarios, de fabricantes de molinos, de mi
radores de nubes, de deglutidoras de nieve...
¡REVISIÓN!
Y en todas partes recibidos con reverencias, con atenciones.
En todas partes gente temblorosa, ojos llenos de miedo.
Embalsamadores de langostas, hamacadores maquillados, tri-
turadores de sal...

Tomamos el té con gesto adusto. Muy estudiado.
Hemos venido a examinar y no saben qué.
Y no saben quién, tampoco.
Pedimos los "papeles oficiales" que sabemos que no tienen.
Exigimos los contrasellos, cuya existencia desconocen.
Sorpresa. Orden y sorpresa. Címbalos, cambio brusco de las
formaciones, nueva circulación de órdenes, de gritos bien cor-
tados, breves, imperiosos, que se detienen de golpe, exigiendo
respuesta inmediata e imposible.
Raspamos la fina capa racional de todos ellos.
Saludamos con gesto totalmente amenazante al retirarnos.
Por un momento que se estira hasta lo eterno, guardamos to-
tal inmovilidad y silencio.
La visita termina. Cerrando la formación nos convertimos en
una lanza que emerge de las costillas del taller examinado.
Nadie sabe de dónde diablos venimos ni a dónde diablos nos
vamos. Ni que sanción pendiente queda.
Ni cuando regresaríamos.

Y sin embargo, nada de esto les extraña de veras.
Nos consta: a más tardar al día siguiente recobran la línea.
Rápido, muy rápido, cicatriza la piel racional de sus existen-
cias.
No se habla del asunto, nadie parece haber visto ni oído nada.
¡Qué capacidad de pactar con cualquier cosa tiene el humano!
En el fondo del taller ya ese tipo canturrea.
En las inmensas vitrinas de cristal, los encrisalados gusanos de
seda prosiguen su lucha con las hormigas enmalbadas.

sábado, 28 de mayo de 2011

LA TRAGEDIA DE ZIEMRINCZ

La historia de la tragedia de Siegfried Ziemrincz suena sencilla:
no recuerda lo que comió y bebió la noche del martes 17 de
Junio de 1627. Alcoholizado, sufre una amnesia habitual y
comprensible, pero lamentablemente imperdonable. Porque
esa noche, después de comer y beber voluptuosamente en la
cantina luego de haber cenado en forma en su casa, Siegfried,
ya dormido, produjo un gas único, tanto por su composición
química como por su cantidad. Lo cierto es que la sábana de
lino, enroscada a su cuerpo por las tumultuosas pesadillas
que lo asolaban después del banquete, se infló hasta adqui-
rir un par de metros de diámetro, momento en el cual el
cuerpo de Ziemrincz se elevó a una respetable altura del
suelo y comenzó a flotar a través de la casa. Su mujer realiza-
ba las rutinas pesadas de la mañana: ordeñar a los animales,
hornear el pan, servir la mesa, despertar a los cuatro críos
y a su marido, asearlos y demás, cuando vio pasar a vuelo
lento a Siegfried por el comedor, momento en el cual, al
parecer, emitió un grito de espanto. El grito despertó al
flotante marido, que tardó sin embargo un rato en darse
cuenta de lo que estaba pasando. Ése es el momento de la
tragedia, ya que el rollizo volador no podía recordar la com-
binación de líquidos y sólidos que había ingerido la noche an-
terior y cuya fórmula intriga hasta hoy a no pocos ingenieros
aeronáuticos.
El resto de la historia es el mero transcurso de lo inevitable.
Los chicos, asustadísimos, salen corriendo de la casa y dejan
la puerta abierta. El señor Ziemrincz, ante el rostro demudado
de su paralizada esposa, sale flotando y dando pequeñas bra-
zadas de pecho y de espalda, alternativamente, rumbo al pue-
blo. Tal vez para pedir ayuda. Tal vez para alguna otra cosa.
¿Qué pasó en el camino? Es difícil saberlo, no tanto suponerlo.
Se había alzado un fuerte viento norte esa mañana, que desem-
bocó en una gran tormenta que recorrió buena parte del terri-
torio que en ese entonces se conocía como la Gran Renardia.
Siegfried nunca fue encontrado. Jirones de la sábana de lino aparecieron flameando colgados de una veleta a cientos de kilómetros de distancia. Los restos desmenuzados de un cal-
zón se encontraron enroscados en las aspas del motor de una
barca de pesca en el mar de Splitsia.
Muchos Renardios se pusieron a dieta.
Pero es un hecho también que, a partir del vuelo de Siegfried Ziemrincz, proliferaron en esa zona las primeras escuelas de aviación de Europa.

viernes, 27 de mayo de 2011

MINUCIAS

la luna apagada
sale al patio               descalza
como una flor            pálida de frío
cuando para la lluvia


temblequeante
ausencia de la luna
en la gota que avanza



el tono
 de la lágrima
   que rueda
     por la piel
      hasta el labio


otra lágrima
  espera
    ya asomada
      y vibra
        con la voz


húmedos labios
                                           minucioso temblor

LA OTRA NOCHE


LA OTRA NOCHE

La otra noche tuve un sueño que esperaba, sin saberlo.
Entre la masa de sustancia soñante, verdadera sustancia
negra del espacio, y la minucia de los sueños adversos y
mezquinos -sin mencionar las persecuciones fatigantes y
repetidas- apareció este sueño-recorrida por la Catedral
de Cracovia y el adyacente Castillo Real. No era de noche
todavía y sin embargo estaba iluminado el "Wawel perdido",
en la antiquísima capilla enterrada como si se hubiesen des-
pertado sus guardianes y hasta había movimientos en la ha-
bitación de la Reina Jadwiga, al pie de la torre. Es un estu-
pendo vehículo el sueño, ya que no produce ruidos que alerten
lo soñado y al momento siguiente estábamos en la basílica
benedictina que llaman el Tyniec, que cuelga desde piedra
de tiza, para mejor ver el Vístula.
Y eso no fue nada, ya que casi en el mismo momento y en
el mismo encanto que nos producía la llegada del rocío noc-
turno sobre las violetas púrpuras y negras, nos encontrábamos
ante la Madona Negra del monasterio de Jasna Gora, en la co-
lina, y atravesábamos sin dificultad en nuestro vehículo de sue-
ño los cuatro grandes portales, mientras el cielo se cubría de
incontables estrellas.
Lo notable es que a la mañana siguiente el cielo apareció enca-
potado, y habíamos dejado en alguna parte nuestro vehículo del
sueño y caminábamos por el cercano campo de Birkenau, en-
tre matorrales y pedregullo. Había empezado a hacer mucho
frío cuando atravesamos casi en línea recta el Oswiecim I y
aún a pie las alambradas se abrían a nuestro paso; llovía con
llamativa intensidad cuando pudimos, por fin, después de an-
dar durante un tiempo inmensurable a los tumbos por terrenos
anegados, salir del Oswiecim III.
Alguien de rostro conocido se acercó a recibirnos, pero cuando
estuvo enfrente nuestro nos dimos cuenta de que la lluvia le
había borrado la cara.
Lo que quedaba de los bosques bebía ávidamente a la vez de la tierra y de la lluvia.
Bajo las bóvedas de los cielos, un instante antes de despertar,
dejaron de soñar todos los idiomas del cuerpo.

domingo, 22 de mayo de 2011

UN CATALOGO DE SENSACIONES



Armando estos "catálogos", me siento un pescador de perlas.



Un instante. Una impresión. Punzante como un dolor. Es el
instante en que Kristine piensa: He cometido el error más
garrafal de mi vida. Y se siente como un escarabajo de mu-
chas patas al que le han seccionado la médula espinal; con
tantas patas, la parálisis parece multiplicarse.
Joyce Carol OATES. En "La hembra de nuestra especie".

En una región completamente extraña, siempre resulta de-
primente, al principio, saber que pasarán semanas antes de
retornar a lo familiar; pero transcurridos los primeros días
(aguantarse y esperar que pasen) uno construye lo familiar
en el propio corazón de lo extraño.
Graham GREENE. En busca de un personaje.

Uno de los prodigios del opio es cambiar instantáneamente
una habitación desconocida en una habitación tan familiar,
tan llena de recuerdos, que uno cree haberla ocupado siem-
pre.
Jean COCTEAU. Cit. en 'Hoteles literarios', de N. de Saint
Phalle.

Bajíos y arrecifes memorizados como versos de salmos.
Y esa sensación de que "exactamente aquí estamos" que hay
       que conservar, como cuando uno lleva un recipiente
       colmado del que no debe verterse ni una gota.
Tomas TRANSTRÖMER. El cielo a medio hacer.

me tiré de cabeza y la impresión de frío hizo que me sintiera
dentro de mi propio cuerpo: me di cuenta de que mi piel era 
la frontera entre el mundo y yo.
Alexander HEMON. La cuestión de Bruno.

Son horas sin sueño, pero no horas de insomnio; no son ho-
ras de escasez, sino de abundancia. La combinación de anhe-
los, recuerdos, miedos y deseos se organiza en laberintos en
los que el enfermo se pierde y se descubre y se vuelve a per-
der. Son horas en las que todo es posible, tanto lo bueno como
lo malo.
Todo eso va desvaneciéndose a medida que el enfermo mejo-
ra. Pero si la enfermedad ha durado lo bastante, la habitación
queda impregnada, y el convaleciente, aunque ya no tenga
fiebre, sigue perdido en el laberinto.
Bernard SCHLINK. El lector.

Cuando se miran las mejillas de la Señorita Benjamenta, no se
desea seguir viviendo, porque se tiene la sensación de que la
vida ha de ser un tropel de despreciables vulgaridades.
Robert WALSER. Jakob von Gunten.(Un libro maravilloso)

Era como si me hubiera peleado -¿pero con quién?- y espera-
se que mi contrario dijera lo que sería correcto - ¿pero quién?
Nadine GORDIMER. El último mundo burgués.

Sentir que el Deseo se aparta de la propia carne es como ob-
servar al cuerpo que se aparta del alma para desaparecer.
Guido CERONETTI. El silencio del cuerpo.

El aire matinal repartió sus cartas con sellos incandescentes.
La nieve iluminó y todos los pesares se alivianaron: un kilo
    pesaba apenas setecientos gramos.
Tomas TRANSTRÖMER. Deshielo a mediodía.

un corazón tan liviano como el mío
volviendo tarde a casa, ha pasado
bajo mi ventana, silbando un aria -un fragmento de canción-
¿Balada? ¿Ritornello de la calle? Pero a mi irritado oído
dulcísimo narcótico...
Emily DICKINSON. Cit. por G. Bufalino, 'El malpensante'.

Tan sola
y sin embargo tu nombre canta en mí
tu risa brilla en la noche
tus caricias se quedan conmigo
pero tú, tú vives en otro país.
Maria WINE. Antología.

¿Vuelve a doler la infancia en esta escena?
Mark STRAND. En T. López Mills, 'Traslaciones'.

Por ejemplo, si leía un libro que me interesaba, lo leía con
un vivo placer, pero el placer mismo está bajo un cristal, po-
día verlo, apreciarlo, pero no saborearlo.
Maurice BLANCHOT. La sentencia de muerte.

¿o es que el veneno ya es totalmente necesario para que yo 
pueda abrir mi tercera dimensión? De hecho, me siento como
si pudiera absorberme a mí mismo en una sola y profunda chu-
pada de un cigarrillo, hasta el fondo, como si saltara hacia 
atrás, atravesando una puerta dorada.
Heimito von DODERER. En H. Rausching, "1945. El año de
la catástrofe". 

Oigo la nieve
rompiendo los bambúes.
La noche, negra.
BUSON. En 'Haikus inmortales'.

Mientras miraba el jardín en calma tuvo la impresión de que
por primera vez desde su infancia veía claramente los obje-
tos. De pronto la vida estaba allí; ella no la miraba a través
de la ventana, estaba dentro. La dignidad que nacía de sen-
tirse parte de su poder y de su grandeza le era familiar, pero
hacía muchos años que no la sentía.
Paul BOWLES. El cielo protector.

A menudo me rompo todavía la cabeza al comenzar, pero 
con todo, los colores se siguen como por sí mismos, y al
tomar un color como punto de partida, me viene claramen-
te al espíritu lo que debe ser quitado y cómo se puede llegar
a poner allí vida...
Vincent VAN GOGH. Cartas a su hermano Théo.

y sintiendo pasar por él grandes trenes de una materia miste-
riosa.
Henri MICHAUX. Poemas (Fabril: versión insuperada de los
poemas del genio belga-francés)

Imposibilidad de escribir una sola línea. El bienestar que me
embargaba ayer, sentado en el parque Chotek, y hoy en la
Karlsplatz, con Ante el mar abierto, de Strindberg. El bien-
estar de hoy en mi cuarto. Vacío como un caracol en la pla-
ya, que espera que un pie lo aplaste.
Franz KAFKA. Diarios.

Sin embargo, hay quienes entre nosotros, y hago todo lo po-
sible por incluirte entre esos pocos elegidos, para los que la
más ordinaria de las existencias cotidianas participa de esa
sensación contradictoria que conocemos como vergüenza.
Para estos seres todo, todo está erotizado.
John HAWKES. Travestía.

La guerra me masticaba sin atención, como un caballo sa-
ciado mastica el heno, y me dejaba caer de su boca.
Víktor SHKLOVSKI. La tercera fábrica.

Sobre el fondo azul del cielo, el ramo de tulipanes bajo la luz
estival hizo que pensara en Matisse, que acababa de sufrir una
muerte prematura a los ochenta años de edad, e incluso de pé-
talos amarillos caídos en torno al jarrón parecían obedecer al
pincel del maestro. Lady L. tenía la sensación de que la natura-
leza empezaba a ahogarse.
Romain GARY. Lady L.

pero, tenía el presentimiento de que una traición invisible se
estaba fraguando, uno de esos actos desgarradores de los que
nadie sabe nada, que empiezan en la oscuridad y terminan en
el silencio, y contra los cuales la desgracia ignorada no pue-
de defenderse.
Maurice BLANCHOT. La sentencia de muerte.

Ay, endemoniado éter... una droga del todo corporal. La men-
te se encoge aterrada, incapaz de comunicar con la columna
vertebral. Las manos aletean disparatadamente, incapaces de
sacar dinero del bolsillo... de la boca brota una risa balbucien-
te y silbidos... siempre sonriendo.
Hunter THOMPSON. Miedo y asco en Las Vegas.

Y tramada de música la cabeza
se hace ligera y vacía, como de encaje.
Valerio MAGRELLI. Vetas y naturalezas.

Basta un exiguo pensamiento que vuele en el aire, que se
vuelva nuestro, y si no se lo atrapa nos sentimos aún más
solos.
Fleur JAEGGY. Los hermosos años del castigo.

Desde allí, la tierra iluminada por los hombres resultaba más hermosa que los cielos. Las calles, que parecías sórdidas bajo 
la descarnada e intensa luz del día, ahora fluían como ríos de diamantes y rubíes, con miles de vehículos circulando en uno 
y otro sentido. El paisaje evocaba una mezcla de júbilo y el
agridulce dolor de la soledad. Me sentía, ciertamente, el olvi-
dado de Dios.
Edward BUNKER. No hay bestia tan feroz.

La vergüenza me ha parecido siempre más vergonzosa expre-
sada en árabe. Y mi propia vergüenza se me ha quedado atra-
vesada en la garganta, hechma! ¿Es la rzón por la que escribo? 
En el anverso de la tapa de mi cuaderno he anotado estas pala-
bras de Jean Genet: Escribir es el último recurso cuando se ha traicionado.
Paul SMAÏL. Vivir me mata.

sentí como si ella siempre hubiera querido
escaparse y ahora se hubiera escapado.
Entonces se transformó,
despacio, en una cosa de hueso,
que marcaba el lugar donde ella había estado.
Sharon OLDS. La materia de este mundo. Se refiere a su
madre.

Volvimos a aminorar,
y cuando los frenos se ciñeron con fuerza, abundó
una sensación de caída, como una lluvia de flechas lanzadas
donde ya no las vemos, que en algún lugar se hacen lluvia.
Philip LARKIN. Las bodas de Pentecostés.

Había infinidad de bailes similares, cada escuela organiza-
ba el suyo, y se rumoreaba que algunas chicas tenían un ves-
tido distinto para cada uno. Para las chicas educadas como
nosotras, mantenidas en una ignorancia pueril, aquellas ca-
lurosas noches de diciembre equivalían a la matanza de los
inocentes.
Helen GARNER. Historias reales. (Magnífico libro)

Aun le queda al individuo
acordarse de todo lo que no ha hecho;
de camino, por ejemplo, a la farmacia
en la palpitante quietud.
Serguei GANDLEVSKI. En M. Ignatieva, "La hora de Ru-
sia. Poesía contemporánea.

El lago, sin embargo, pervive en mí por el tacto, que siento
todavía, en los pies entorpecidos por los patines; tras un gi-
ro por el hielo advertían de nuevo el entarimado y, tamba-
leándose, irrumpían con estruendo en una caseta donde ha-
bía una candente estufa de hierro. Cerca estaba el banco, 
donde se volcía a sentir el peso de los pies antes de decidir-
se a desatarlos. Luego que el muslo descansaba al soslayo
sobre la rodilla y se aflojaban los patines, parecía que nos
crecían alas en ambos pies, y arrastrando nuestros pasos so-
bre el suelo helado, salíamos al descubierto. Desde la isla,
la música me acompañaba durante un rato en mi camino a
casa.
Walter BENJAMIN. Infancia en Berlín hacia 1900.

El filósofo adentro tuyo dice:
El mundo es una idea hermosa.
Charles SIMIC.

-Cuando me encuentro entre literatos, artistas, gente del gé-
nero... tengo siempre la impresión de hallarme entre... into-
xiqués.
-Pero si Ud. estuviera con un gran artista, un gran poeta,
jamás pensaría eso, al contrario: todos los demás le parece-
rían envenenados.
Marina TSVIETÁIEVA. El poeta y su tiempo.

la repugnancia: el cuerpo empieza e existir en la medida en
que siente repugnancia, rechazo. Desea, sin embargo devorar
lo que le asquea y explota este gusto por lo que disgusta, ex-
poniéndose así al vértigo (el vértigo es lo que nunca acaba:
desconecta el sentido, lo deja para más tarde).
Roland BARTHES, Lo obvio y lo obtuso.

Tenía intención de empezar una nueva vida maravillosa. Li-
gar en las discotecas, correr por las mañanas junto al Vístula,
disfrutar del aire fresco, vivir aventuras, sentirse exultante.
Y, finalmente, encontrar al amor de su vida y envejecer junto
a ella en una casita cubierta de parras en las inmediaciones 
del parque Piszczele, para así poder llegar a la plaza Mayor
dando un breve paseo, sentarse en alguna de las cafeterías
y tomarse un café.
Zygmunt MILOSZEWSKI. La mitad de la verdad.

Para alguien quien, como yo, pasó su infancia en un inter-
nado, la vista de un dormitorio como este es casi insopor-
table [se trata de la foto de un dormitorio de hospital].
Me pongo a mirarla una y otra vez y me invade la extraña
sensación de que todo es irremediable, igual que entonces.
Rudy KOUSBROEK. El secreto del pasado.

desde el atentado es muy raro que al sentir o pensar una cosa
no sienta o piense de inmediato la contraria. El espacio cerra-
do del hospital dio lugar a una especie de dialéctica desenfre-
nada, espontánea, que le ha sobrevivido y desbarata toda lí-
nea de horizonte.
Philippe LANCON. El colgajo.

Ay, el delirante alivio de la delación, de la deslealtad.
Helen GARNER. La habitación de invitados.

Y sin embargo sentía que, por más que vilipendiara y se bur-
lara de la imagen de ella, su furia era también una forma de
homenaje. Se había ido del aula con desdén no del todo since-
ro, sintiendo que tal vez el secreto de su raza residía tras esos
ojos oscuros sobre los cuales unas largas pestañas arrojaban
una rápida sombra.
James JOYCE. Retrato del artista adolescente.


El viento de una tormenta soplaba por las mosquiteras y
algunas veces hacía que la puerta del dormitorio se cerrara
de un portazo-. No me gusta que las puertas se cierren con
portazos -susurró-. Me hace pensar que alguien está loco.
Lorrie MOORE. Pájaros de América.

Contigo, decía, junto a ti sé quién soy...
Claudio MAGRIS. Así que usted comprenderá.

El agua dócil nos envuelve.
Henri MICHAUX. A distance (versión del francés de G.
Fernández Fe).

Siento que voy a oscuras, sin un propósito ni un sentido hacia
la oscuridad misma. Aunque suene algo paradójico ahora me
siento capaz de revisar mi vida entera con una profunda calma.
Creo que llegaré a conseguir todo lo que quiera, todo. De lo
único que no estoy seguro es de si siempre me alegraré de ha-
cerlo.
Max BECKMAN. Escritos, diarios y discursos.

Cuando no había luna y las nubes oscurecían las estrellas.
Cuando el agua era negra, muy negra. Se adentraba en el
mar sin dudarlo, excitada, con el corazón latiéndole a toda
velocidad. Era como encontrarse con un amante. No, era
más parecido a encontrarse con un amante de lo que encon-
trarse con un amante podría serlo nunca.
Kathryn HARRISON. Los pies de la concubina.

Las ideas musicales me persiguen: es una verdadera tortura.
No puedo desembarazarme de ellas... Si es un Allegro el que
me persigue, mi pulso se acelera y no puedo conciliar el sue-
ño. Si es un Adagio, siento que mi pulso se vuelve lento...
Soy verdaderamente un clavecín viviente... A menudo me
vienen a la mente ideas en virtud de las cuales mi arte podría
ser llevado mucho más lejos de donde está, pero mis fuerzas
físicas no me permiten realizarlas...
Joseph HAYDN. Cit. por Eugenio Trías, en "Drama e identi-
dad"

Cuando al ya anciano Carlos II, último Habsburgo en el 
trono español, le enseñaron la nueva fuente de Diana en los 
jardines de La Granja, comentó sombrío: "Me ha costado 
tres millones y sólo me ha entretenido tres minutos".
Hans M. ENZENSBERGER. En "Zigzag"

En mi cuarto, el mundo me parece incomprensible;
Pero cuando camino compruebo que consiste en tres o cua-
tro montes y una nube.
Wallave STEVENS. En "Poemas".

En un cuarto de baño helado
estás tú desnudo y con alas negras.
El agua no quiere correr. El mundo no quiere girar.
La ventana no se puede abrir. Y el 
que está ahí se parece sólo un poco a ti.
Henrik NORDBRANDT. 3 X Nordbrandt.

tú, el origen de cada neurosis y ansia que me tortura
y por ello te agradezco por la edad pasada presente y futura
Attilio BERTOLUCCI. Cit. por Juana Bignozzi en Diario de
Poesía, N° 46.

Si no recuerdo mal, en ese barrio andaba yo siempre con la
guardia alta. El otro día, pasé por casualidad. Noté una sen-
sación muy rara. No la sensación de que hubiera pasado el
tiempo, sino de que otro yo, un gemelo, rondaba por las
inmediaciones; que no había envejecido y seguía viviendo
en los mínimos detalles, y hasta el final de los tiempos, lo
que viví aquí durante una temporada muy breve.
Patrick MODIANO. La hierba de las noches.

Y en ocasiones, cuando se quedaba tumbado el tiempo sufi-
ciente, tenía la sensación de que la tierra bajo su espalda se
elevaba y descendía con suavidad, y en esos momentos sa-
bía que las montañas respiraban.
Robert SEETHALER. Toda una vida.

Tengo miedo
a tocar el encrespado pelo de tu cabeza-
Monstruo amado por lo que eres,
Hasta que el tiempo que nos entierra, yazga desnudo.
Robert LOWELL. Antología (Visor)

Tumbado en la oscuridad con un leve y extraño sabor a du-
razno de un huerto fantasma en la boca. Pensó que si vivía
lo suficiente el mundo se perdería por fin del todo. Como
el agonizante mundo que habitan los ciegos nuevos, todo 
él disolviéndose lentamente de la memoria.
Cormac McCARTHY. La carretera.

Lo que sabía era ese tipo de cosas que crecen en tu interior
como un árbol, que se despliegan en el cerebro, que empu-
jan en los dedos por debajo de las uñas.
Lorrie MOORE. Como la vida misma.

Me sentía como si hubiera realizado un largo viaje y, trans-
curridos muchos años, hubiera regresado de pronto al come-
dor con la cabeza ardiendo para degustar un bocado más.
Knud ROMER. Quien parpadea teme a la muerte.

Tengo sin cesar "el corazón pesado"
Roland BARTHES. Diario de duelo.

"La sensación de que los deportes son el opio del pueblo.", 
"La sensación de no estar a la altura del paisaje."
Joan DIDION. Sur Oeste.

Lanzó un suspiro como si hubiera estado aguantando la respi-
ración más de lo que podía resistir. Tenía las fosas nasales
completamente libres. La acción de gracias del superviviente, 
la gratitud disolvente y femenina del que se siente salvado le iluminaba todos los folículos internos. 
Denis JOHNSON. Ángeles derrotados.

Ay, endemoniado éter... una droga del todo corporal. La mente 
se encoge aterrada, incapaz de comunicar con la columna verte-
bral. Las manos aletean disparatadamente, incapaces de sacar 
dinero del bolsillo... de la boca brota una risa balbuciente y sil-
bidos... siempre sonriendo.
Hunter S. THOMPSON. Miedo y asco en Las Vegas.

Escasas las noches de luna que me agradan.
Yorgos SEFERIS. Poesía completa.

y la mente abolida
náufraga por el viento
Samuel BECKETT. Obra poética completa.

París me parece maravilloso ahora, aunque un poco dema-
siado rico.(...) la vida en París, me digo, que es exactamen-
te como estar en un gran trasatlántico.
James SALTER. Juego y distracción.

don Rómulo en su estancia en Barcelona -y digo estancia
y no exilio porque un latinoamericano jamás está exiliado
en España-
Roberto BOLAÑO. Entre paréntesis.

... y Pauline cada vez le sujetaba la mano ahí más rato, tan-
to que, la última noche, se había puesto tensa y había solta-
do un largo y ronco gemido mientras le mordía el hombro.
Albert se había subido al taxi como un hombre cargado de
explosivos.
Pierre LEMAITRE. Nos vemos allá arriba.

Tampoco me gusta recordar los domingos de nuestra época
universitaria, también en ellos reinaban, inútilmente recha-
zados por nosotros, los días de la semana... nos dominaban
como una enfermedad mortal...
Thomas BERNHARD. Relatos.

El vapor navega río arriba para encontrarse con Kurtz; es
"como volver a los más remotos principios del mundo."
V.S. NAIPAUL. Acerca del relato de Conrad que fue luego
el tema de "Apocalipsis Now", en "El regreso de Eva Perón".

Los días nos traen tanta maravilla que ya nada nos mara-
villa.
Abü TAMMAM (Ár., s. IX) En "La poesía árabe clásica".

La escena de abajo era tan extraordinariamente clara que pa-
recía que cada uno de los objetos formara parte de su con-
ciencia.
Malcolm LOWRY. Piedra infernal.

Cetarti se ponía las zapatillas y miraba la foto, él y su her-
mano con esa expresión grave en la cara. No parecía una
foto, que es el registro congelado de algo que puede estar
moviéndose. Era más como la filmación de algo que está
quieto, tan quieto que parece una foto, hasta que algo en
el cuadro cambia de posición; la hoja de una planta movi-
da por la brisa, una mosca que se cruza frente a la cámara.
Carlos BUSQUED. Bajo este sol tremendo.

La paz de los jardines y las dulces luces de las ventanas
provocaban una ola de ternura en su corazón inquieto. El
ruido de los otros niños que jugaban le irritaba y sus voces
estúpidas le hacían sentir, más agudamente que en el Clon-
gowes que él era distinto de los demás.
James JOYCE. Retrato del artista adolescente. [Clongowes
es el colegio al que fue Joyce entre 1888 y 1891.]

(Con las fresas grandes, casi enteras en almíbar). Me volvía
blando. Pensaba en lo blando. Me debilitaba. No sé cómo
explicarme: la blandura se introducía en mí; mi saliva pare-
cía dilatarse y diría que mi sangre se condensaba, que tam-
bién ella se convertía en saliva.
Félicien MARCEAU. Carne y cuero.

Entrar a Bombay desde el aeropuerto da la sensación de co-
nocer un gran cuerpo penetrándolo por el esfínter, ya que 
no hay duda de que el largo itinerario que me llevará al
centro de Bombay, que se encuentra en la periferia, tiene
que ver con el ano y los genitales de la ciudad.
Giorgio MANGANELLI. Experimento con la India.

Todo aquello que yo existía, yo lo he visto al mirarte a ti.
Y he estado en todas partes estando contigo. Es algo que
no seré capaz de explicar nunca a nadie.
Alessandro BARICCO. Tierras de cristal.

volver al ridículo de hablar de mí conmigo mismo. Casi
me avergüenzo de ser feliz viendo las tormentas desde el
puerto.
VOLTAIRE. Memorias.

Me apena decir que siento en mí señales de que si hubie-
ra nacido en España algunos (...) siglos atrás, habría sido
un excelente inquisidor.
Fernando PESSOA. Papeles personales.

J. cree que le encantan como a uno le pueden fascinar Siena
o Venecia, como si la capacidad de establecer una conexión
familiar con otra cultura fuera un reflejo de se propia impor-
tancia.
Justin CARTWRIGHT. El dinero de los demás.

Los blues de recoger los pedazos. Estoy triste todo el tiem-
po. Los blues de recoger los pedazos, no puedo ordenar los
pedazos. Los blues de recoger los pedazos, pero el rompe-
cabezas no es mío.
John CHEEVER. Diarios.

ese "alivio cobarde" que sucede a todas las separaciones
Frédéric BEIGBEDER. 13,99 euros.

Es como si las palabras fueran demasiado grandes, dijo él.
Como si no acabaran de tener cabida en mí.
Torgny LINDGREN. Agua y otros cuentos.

Cuando las flores morían anualmente y yo era una niña, so-
lía leer Flowers of North America [Flores de Norteamérica]
del doctor Hitchcock. Esto mitigaba su ausencia, asegurán-
dome que vivían.
Emily DICKINSON. En G.F. Whicher: E.D. su vida y su
poesía.

Hablaba con infinita ternura de las pequeñas cosas de la vi-
da de un barco -cómo debe cerrarse la sentina, por ejemplo-
o de los viejos diarios de abordo. Pero siempre, en todo lo
que decía se podía sentir que una sola cosa le preocupaba
verdaderamente: el amor por el mar. "¿Cómo explicarlo?-
preguntaba, como si se preguntara a sí mismo- En cuanto 
nos encontramos en el mar, nos embarga una gran nostal-
gia por la tierra firme, pero apenas anclamos en algún
puerto, no hacemos más que buscar la forma de hacernos
a la mar."
Giórgos SEFERIS. El sentimiento de eternidad.

Ella se sirvió un poco más de vino, que salió gorgoteando
de la botella. Arrancó un trozo de corteza de pan y se metió
en la boca la blanda miga, presa de ese agotamiento, esa tré-
mula sensación que sigue a un fuerte llanto. Como una calle
de Londres después de que pase el camión de la limpieza:
oscura, mojada, limpia.
Maggie O'FARRELL. Instrucciones para una ola de calor.
 
En todos los demás sitios donde ha vivido, ha dado su presencia
por sentada. Aquí, en el norte, sobre todo desde que está solo,
no se encuentra lo suficientemente creíble.
K. HARRISON (un personaje de "La mujer de nieve")

del fondo de la calle
vienen
han venido
rectas
esas nubes
tan rectas
que era imposible
imposible que la calle
no las estuviera dirigiendo
imposible
Jacques ROUBAUD. Cuarenta poemas. 

La noche era oscura como boca de lobo. La expresión le pa-
reció a Pereda una estupidez. Probablemente las noches euro-
peas fueran oscuras como boca de lobo, no las noches ameri-
canas, que más bien eran oscuras como el vacío, un sitio sin
agarraderos, un lugar aéreo, pura intemperie, ya fuera por
arriba o por abajo.
Roberto BOLAÑO. El gaucho insufrible.

Era la clase de malestar que había sentido una vez cuando
era niño y corrí para mostrarle a mi madre un pichón de pe-
tirrojo que había encontrado entre los arbustos, y antes de
llegar me caí, con el peso sobre la mano donde llevaba el ave.
Fue una repulsión ciega, intensa y desbordante, llena de terri-
ble fascinación. Por algún motivo insondable, el horror extre-
mo es atractivo.
Elliott CHAZE. Mi ángel tiene alas negras.

Esta noche me he quedado leyendo los Siete sobre Tebas,
hasta el final. Especialmente el final. Cómo serena y descan-
sa este poema. Y sabes que ni los alemanes ni los italianos ni
los búlgaros pueden arrebatártelo o destruirlo. Aunque tú te
sientas temporal, sabes que esto no es temporal, sabes que lo
que hay de ti ahí dentro no es temporal.
Giorgos SEFERIS. Diario. [Esta entrada es del 1° de marzo
de 1941.]

A Louise Colet, en febrero de 1852: "Por eso amo el arte.
En él lo sacias todo, en él lo cumples todo; eres a la vez su
rey y su pueblo, activo y pasivo, víctima y sacerdote."
Pierre MICHON. Cuerpos del rey. (Se refiere a Flaubert)

las palabras rusas que acababa de oír penetraron en un 
compartimiento ignoto de su espíritu. Cayeron sobre sus
recuerdos como una lluvia largo tiempo esperada sobre
campos sedientos.
Joseph ROTH. A diestra y siniestra.

Tengo la posibilidad de cambiar toda la iluminación con
una manivela minúscula. De la casa de Goethe puedo hacer
la Ópera de Londres.
W. BENJAMIN (bajo los efectos del Haschisch)

Todo parecía haber sido abandonado en mitad de una acción,
desatendido, como si precisamente allí, en aquel lugar, se hu-
biera agotado la energía del mundo.
Andrzej STASIUK. De camino a Babadag.

Le parecía que ese frío repentino había destruido todo el orden
y la concordia, que la propia naturaleza sentía miedo y por ello
las tinieblas vespertinas se espesaban con mayor velocidad de
lo habitual.
Antón CHÉJOV. Cuentos.

Sólo me quedaba respirar, respirar lo más profundo posible.
Y me sentí listo para introducir en mis pulmones todo el
aire, poco a poco. 
En esos segundos en que llenaba mis pulmones de aire, sen.
tí que Sebastiâo me tomaba de la mano.
Sebastiâo tiene fuerza, pensé, y fui soltando el aire, despa-
cio, muy despacito, hasta el final.
Joao Gilberto NOLL. Hotel Atlántico.

eran seres humildes, pensaban que la historia sucedía a su
alrededor, no dentro de ellas.
Michael ONDAATJE. Divisadero.


Hace meses, vivía en un estado de ánimo para el que no
existe ningún nombre, ni en ruso ni en alemán, probable-
mente tampoco en ningún idioma del mundo; un estado
entre la resignación y la espera. Me imagino que los muer-
tos, cuando ya han abandonado la vida terrena y aún no
han comenzado la otra, pasan en algún momento por esta
situación.
J. ROTH. (Un persnj de "Fuga sin fin")

La plaza estaba completamente desierta. Era el mes del ra-
madán y los creyentes aguardaban a que se encendieran las
luces de los alminares. En el silencio y la penumbra, cuando
no hay nadie alrededor, al hombre le suele parecer que al-
guien lo ha dejado sin alma.
M. JERGOVIC. Los Karivan.

Parecía perdido en el espacio entre dos pensamientos
A. MILLER. Los optimistas.

Dentro de mi cabeza hay un balcón roto desde el que me
caigo de bruces cuando hablo.
Amy HEMPEL. Cuentos completos.

notó cómo la maraña de pensamientos desesperados que
envolvía su corazón como una nube negra se desvanecía
en el aire de la montaña hasta que ya no quedó nada más
que la pura tristeza.
Robert SEETHALER. Toda una vida.

Después de un día demasiado caluroso, cuando por fin se
podía respirar con alivio un poco de aire más fresco que na-
cía junto a lso viejos estanques del barrio gitano, una suave
brisa que llegaba a intervalos casi rítmicos, en gamas musi-
cales, justo detrás de la calle Kerti.
A. KUSNIEWICZ. El rey de las dos Sicilias.


Todo lo que decía hacía que me entendiese mejor a mí mis-
mo, o me ponía un arma en la mano, y su amargura me gol-
peaba como un repentino rayo de sol que llevara precisión
y definición al brumoso optimismo que yo había traído de
casa.
H. BRODKEY. Primer amor y otros pesares.

La verdad era que al mirar desde el púlpito, domingo tras
domingo, a su feligresía, el padre Joliffe pensaba algunas ve-
ces que Dios no era mucho más que un pasatiempo; que 
aquellas personas eran practicantes como otros son colombó-
filos o coleccionan estampillas, gente apacible y algo excén-
trica que al final se aferraban a algo.
A. BENNETT. La ceremonia del masaje.

Y ahora esa voz extrañamente aguda iba abriéndome una
herida tras otra, como si en la vida de una persona no hu-
biera nada más agradable que el recuerdo de los tormentos
que comporta el hacerse hombre.
M. KRÜGER. ¿Qué hacer? ¿Porqué Pequín? ¿Por qué pre-
cisamente yo?

Como si el mundo estuviera escrito en una lengua extran-
jera. Podía sentir la verdad flotando en la periferia de su
conciencia, pero se encontraba fuera de su alcance.
Blake CROUCH. Wayward Pines. El paraíso.

Instante raro, en el que una sensación del pasado vuelve al
presente, se le superpone. Como cuando hacemos el amor
y todos los hombres pasados y el que está ahí se convierten
en uno solo.
Annie ERNAUX. La vida exterior.

Nada puede escapar a la vista del herrero Kruk. Su mente
no hace distinciones, como si se encontrara en un tiempo
originario, en el que los sustantivos, verbos y adjetivos aún
estuvieran firmemente amarrados a los objetos, aconteci-
mientos y atributos; un tiempo en el que la lengua no fuera
más que el reflejo del mundo en el espejo, en el que convi-
viera con este en pleno concierto.
Andrzej STASIUK. El mundo detrás de Dulka.

Yo aprendo a ver. No sé porqué todo penetra en mí más
profundamente y no se queda allí donde antes siempre tenía
fin y desaparecía. Tengo un lugar en mí interior que yo no co-
nocía. Ahora todo acaba allí. No sé lo que allí ocurre.
R.M. RILKE. Los cuadernos de M.L. Brigge.

A veces me siento como un lunático que exhuma fosas co-
munes en busca de algo que no sabe qué es.
S. MARAI

La sospecha de que mis instintos extraños e ingobernables
posiblemente me dominarían antes de que yo tuviera opor-
tunidad de ser rico.
H. THOMPSON


Unas serpientes de lluvia le bajaban por las costillas como
si fueran de aceite refrigerado.
S. WRIGHT


Compartir una botella de vino blanco
con una mujer desnuda
a la mitad del día.
J. UPDIKE


Un poquito de morfina, como dijo el médico, "para echar
un sueñecito de lo más agradable". El único problema era 
despertar, nadar hacia la superficie del oscuro lago del
sueño. Volver a respirar.
K. HARRISON

Mi -dije-, creo que vamos a la deriva. Mientras creemos que
estamos quietos, mientras descansamos y hablamos y estam-
mos en algún sitio, sin movernos, vamos a la deriva.
-Sí- dijo como si lo supiera desde hace tiempo...
M. FRISCH. Mi o el viaje.

Estás solo pronto será de día
Los lecheros hacen tintinear sus bidones en las calles
G. APOLLINAIRE. Poetas franceses contemporáneos.

¡Qué difícil es a veces dormirse! Me digo: por fin me duer-
mo. La sensación de dormirme se me escapa. Si se me esca-
pa, en efecto, me duermo. Pero, ¿si subsiste...? No puedo
dormirme y debo aceptar: la sensación que tenía me engañó.
Georges BATAILLE. La oscuridad no miente.


Me siento igual a Mlle. Seguin, la cual no quería colgar los
cuadros en su nuevo piso porque "la Vida no es más que un
soplo, querida Dolly".
K. MANSFIELD

Lo oscuro atenúa el murmullo del arroyo
G. TRAKL

Estaba desconectado, completamente desconectado; estar
desconectado de los vivos quiere decir algo así como ser
"extraterritorial". Yo era un "extraterritorial" entre los vivos.
J. ROTH

y respiraba
a través del ojo de una aguja
W.G. SEBALD

En la madrugada del día 16 (entre las 2 y las 5 horas), gran
agitación mental, ideas filosóficas excelentes e importantes,
que completan parte de mi sistema. Físicamente indispues-
to, flatulencia.
Fernando PESSOA. Escritos autobiográficos.

La sensación de estar atado y al mismo tiempo, la otra, la
sensación de que si me liberara sería peor.
Franz KAFKA

Hay un maravilloso pasaje de Stendhal que dice "Soy un hom-
bre pequeño de piernas cortas y las mujeres me consideran un
poco cómico, pero he marchado a Moscú y he vuelto. Lo que
yo he vivido no lo vivirá ningún otro hombre".
G. STEINER

Me asomo por la ventana y me lava el aire frío, aire que pare-
ce que nadie ha respirado todavía.
J. SALTER

Mirándolo, Litovski sintió que su corazón se vaciaba de re-
pente, como si le sacaran toda la sangre.
K. HARRISON

infancia, suave se extinguen los pasos frente al negro vallado,
largas campanas del atardecer.
G. TRAKL

Las piezas enemigas apuntaban al gasómetro. Giraban alrede-
dor, tanteaban con la indecisión de un ciego que busca un po-
mo de puerta. Ese peligro acababa por poner los nervios de
punta.
J. COCTEAU. Cartas a la madre.

Me invadió la ternura, la funesta ternura masculina.
J. ROTH

Me pareció muy triste verte salir solo con tus zapatos nue-
vos.
Zelda FITZGERALD. Carta a su esposo, febrero de 1932.

No puedo recordar ninguna época en la que no fuera cons-
ciente de la fragilidad de mi madre. En parte, eso me ha con-
vencido de su incomparable valor, porque sólo las mejores
tazas se rompen fácilmente.
Kathryn HARRISON

como si constantemente tuviese la sangre hirviendo en un
recipiente puesto sobre un hornillo interior.
C. NOOTEBOOM

Él dijo: ¿No es agradable estudiar mientras pasan aladas las
estaciones?
CONFUCIO (Versión E. Pound)

Otros escritores tienen un punto de partida, algo a lo que a-
garrarse (...) Se apoyan en el dialecto, o en la tradición, o en
la historia, o en los prejuicios del momento; se aprovechan 
de alguna atadura o convicción de su época - o de la inexis-
tencia de estas- que puedan denostar o alabar. Pero en
cualquier caso saben algo con lo que empezar, mientras
que yo no. Yo he tenido impresiones, sensaciones, en mi
época (...) Y todo se ha desvanecido.
Joseph CONRAD. Carta a Garnett.

De los indios que están afuera en la oscuridad sólo se puede
ver los dedos con los que se aferran a la baranda de la gale-
ría. Largo tiempo miré fijamente en dirección de los rostros
en lo negro de la noche, hasta que los dedos se desprendieron
muy cuidadosamente de la baranda y se esfumaron en la os-
curidad.
W. HERZOG

Nunca hubiera creído que con esta falta de claridad en los
objetivos, más aún, sin aspiración ninguna a una carrera de
funcionario, alguien pudiera sentir tan clara y serenamente
como yo me siento en general. ¡Qué sensación ver redon-
dearse y adquirir plenitud a esa hermosa pelota de nuestro
propio mundo!
Federico NIETZSCHE.

Areteo de Capodocia, en el siglo 1°, ya había advertido que
"algunos hombres piensan que están hechos de vidrio y tienen
miedo de romperse".
J. ALLOUCH

En su habitación de L'Hermitage la ventana estaba entornada
y se oía el golpeteo regular de las pelotas de tenis y las ex-
clamaciones lejanas de los jugadores. Si aún existían afables y
tranquilizadores imbéciles vestidos de blanco que lanzaban
pelotas por encima de una red, eso quería decir que la tierra
seguía girando y que teníamos unas cuantas horas de respiro.
Patrick MODIANO. Villa Triste.

Uno puede amontonar en casa los libros, y mirarlos. Y, sin
embargo, sigue dándole a la noria. Lo mismo que se acos-
tumbra uno a tomar té o café por las mañanas -el té es me-
jor-, pasa con la escritura. Se vuelve uno adicto. Es también
una droga.
Thomas BERNHARD. En K. Hofmann, "Conversaciones
con T.B.".

La sensación: un sentido sofocado que estalla
entre pasiones sutiles como el cri de un grillo,
que arde en la amplitud de las curvas del que escucha,
que hurga en las cosquillas de su incompletud
la inútil vergüenza y su saciedad difícil.
A. CARRERA

otras se quedan tiesas, temblando, con un llanto
ronco y escandaloso, como si en su interior aún perviviera
una niña muda e idiota, despertada
por esa muestra de amabilidad
P. LARKIN (acerca de las mujeres frente al curandero evan-
gelista).

Le consta que eso no es nunca así, que no funciona nunca
así, que la inspiración no existe, que únicamente se compone 
de un teclado.
J. ECHENOZ (Acerca de Ravel)

Y aquí viene lo peor. No existe la más remota posibilidad
de que me levante de esta silla, sería incapaz de dar un pa-
so, lo único que puedo hacer es tipear... la sangre me circu-
la por el cuerpo a frenética velocidad. Pero no se siente
ningún bombeo, sólo la intensidad de su circulación... La
velocidad interior... y el rumor, ese murmullo sin sonido,
ese vibrato, y todo es cada vez más deslumbrante. El pun-
to rojo que tiene cada una de las teclas de esta máquina de
escribir parece hecho de sangre arterial, palpitan y titilan+
como si tuvieran vida propia.
Hunter S. THOMPSON. ('Mescalito')

Cuando las luces se apagan otra vez y el último rollo empieza
a dar saltos en el tambor del proyector, tantos desgarradores
glorias y aleluyas han traspasado a Bigelow que éste ya sólo
piensa en abrazar esa voz, en meterle la lengua hasta palpar
el lugar de donde proviene.
K. HARRISON ('La mujer de nieve')

Es la influencia propia del bosque. Hace que todo nos parezca
conocido, perdido hace tiempo, como un trozo de canción ol-
vidada que se desliza por la superficie del agua.
Jack KEROUAC. ('Los vagabundos del Dharma.')

busco una nube o la cresta de una ola que golpea la playa a
medianoche. Eso, para mí, es tiempo que sale del agua.
J. BRODSKY. Marca de agua.

Alzó una mano y se presionó el pecho. El dolor irradió hacia
afuera, como las olas en un estanque. Esme se incorporó, se
miró en el espejo y se vio la cara, sonrojada y sorprendida.
Maggie O'FARRELL.La extraña desaparición de Esme Le-
nnox")

el proceso es el siguiente: primero convierto mis sentimientos
en una serie de símbolos de álgebra, y el lector los vuelve a
convertir en impresiones subjetivas.
W.H. AUDEN

No, no era el diablo; mi pequeña sirvienta estaba en mis bra-
zos.
-Desde hace mucho tiempo, desde hace mucho tiempo -dijo-,
te deseaba.
Y fue el puente de la gran noche. La luna subió de nuevo al
cielo. Hoffmann se recluyó en su cueva, todos los hoteleros
ocuparon su lugar, sólo existió el amor: Eloísa con abrigo,
Abelardo con tiara, Cleopatra contra el áspid, todas las len-
guas de la sombra, todas las estrellas de la locura.
Antonin ARTAUD

El viento continuo de la navegación, de un sabor salobre, le
proporcionaba una ligera ebriedad, como si respirase dentro
de una más amplia, excitante respiración.
Giani STUPARICH. La isla.

Oyó que ella pronunciaba su nombre. No dijo nada. Se que-
dó allí tendido mientras empequeñecía, cada vez más, hasta
desvanecerse. La habitación se convirtió en una ventana, en
una fachada, en un grupo de edificios, de plazas, de barrios,
y al final en toda Roma... su éxtasis estaba más allá de toda
comprensión. Los tejados de las grandes catedrales refulgían
bajo el aire invernal.
J. SALTER

Lo sé, y me lo recuerdan sin cesar los movimientos patéticos
de las artes, el objeto de mi espera no es la paz, sino el in-
menso delirio del universo con el que se mezcla el latido de
mi corazón- y del cual me pide que forme parte.
G. BATAILLE

La vista del pintor no es un lente,
tiembla al rozar la luz.
R. LOWELL

Nadie que me acompañe
en este trance:
Anochecer en otoño.
BASHO

Superficial, sin el escollo de la reflexión, su cháchara tintinea-
ba sobre los vacuos lechos de la vulgaridad y la trivialidad. ¡Pe-
ro cuanta hermosura! Una vez en sus brazos me sentía a salvo
para siempre, ya nada podía sucederme.
L. DURRELL

tan incapaz de ser blando como la electricidad
H. MICHAUX

lo que podrían llamar narcisismo pero ella llamaría: gusto de
ser...
C. LISPECTOR

tiene que haber otra vida, aquí y ahora
V. WOOLF


Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera,
lo que habría significado
ser alguien completamente diferente.
W. SZYMBORSKA

Porque hemos dormido, ¡sí! hemos dormido, ¡ah! ¡sobre qué
plumón de espanto!
M. BLANCHARD

Oh! No entendéis nada,
ni tampoco existís,
yo me encuentro solo para morir.
R. DAUMAL

Con cada paso, con cada movimiento de mi pie puedo sentir
cómo la tierra se abre, tengo que alejar mis pies. En cada paso
siento que la tierra se filtra y se eleva a través de mi cuerpo...
J. MEKAS

Ya en el siglo X Firdusi consideraba que todo había sido di-
cho- En su Libro de los Reyes escribe: "Cualquier cosa que
yo diga ya fue dicha antes de mí, se han recogido ya todos los
frutos del árbol de la ciencia."
R. KAPUSCINSKI

Soy como una granada de alto potencial explosivo, colocada
sobre un prado. Hasta ahora no ha habido un cañón apropia-
do para hacerme explotar.
S. WITKIEWICZ. Insaciabilidad.

Tú te alejas y apenas sigues siendo tú.
No obstante, en mi delirio de enfermo febril,
son innumerables tus esencias.
K. KRAUS

Pese a la buena opinión que tenía de mi persona, nunca tuve
la menor confianza en mí mismo.
CASANOVA

Aquel que sueña se mezcla con el aire
Georges SCHEHADÉ. Poesías.

Nervio a modo de amorosa lámpara apagada al fin del día
Yo duermo
R. DESNOS

Xanthippe, cantando con su lira,
con susurrantes ojos
prende fuego mi alma.
¿Pero cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?
Todo es incierto.
Excepto que mi alma está ardiendo.
PHILODEMOS

Habíamos salido a dar una vuelta por el paseo marítimo.
Acababa de lloviznar y el mar parecía saciado y perezoso.
Pankaj MISHRA. Los románticos.

La risa del africano. ¿En qué lugar de Europa se puede oír
tanta risa, como entre estos trabajadores leprosos? Pero lo
contrario también es verdad: la profunda sensación de deses-
peranza que uno advierte en ellos cuando se sienten enfermos
o desgraciados. (Recuerdo algo muy similar entre mis portea-
dores, en Liberia y mis mozos, en Sierra Leona.) La vida es 
un momento. Así ven ellos la eternidad.
Graham GREENE. En busca de un personaje.

Soy una sensación sin persona correspondiente,
una abstracción de autoconsciencia sin de qué,
salvo lo necesario para sentir consciencia...
Fernando PESSOA

Lechinski dice que esa sensación de "eternidad" que le invade
a uno en África se debe a la ausencia de cambios de estación.
Cees NOOTEBOOM

sintió algo así como un destello de esperanza, pero no por
nada en particular, quizá tan sólo por la misma esperanza.
Malcolm LOWRY

La frecuente sensación de ser mi propio empleado.
Peter HANDKE

Hablar... jugar un póker... Ah, échame para atrás de todo eso,
sueño, de un golpe seco, como alguien de quien nos deshace-
mos.
Henri MICHAUX

Lo que seguía aferrado a su recuerdo era el aura de frío que
exhalaba el cadáver: la crisálida de otro mundo que sus labios
habían alcanzado a rozar.
Tomás Eloy MARTINEZ. La mano del amo.

Mi entusiasmo por los coños no había disminuido, incluso
me parecía que aquél era uno de mis rasgos plenamente hu-
manos, reconocibles; en cuanto al resto ya no estaba muy se-
guro.
Michel HOUELLEBECQ. Plataforma.

Este cielo siempre me recordaba a un túnel. Sentía que nun-
ca podría ponerme de pie.
Eric McCORMACK. Paradise Motel.

Creo que antes del primer sorbo me impregnaba de nes a
través de la mucosa nasal y de los alvéolos pulmonares, sen-
sibles como retinas a los fotones ósmicos que emanaba de la
copa.
Mircea CARTARESCU. El ojo castaño de nuestro amor.

dejad dormir al agua fría en el fondo de su sueño
Robert DESNOS

Extraña sensación, la de estar en una cama y ser transportado
a través de la noche.
A. POLGAR

¿podría decir como Hipólita que esas pasiones son tan gran-
des que si no vendría a salvarnos algo nos estallaría la piel?
Marcelo PERCIA. Sujeto fabulado II. Figuras.

Era la misma sensación que se nota cuando nos quedamos
mucho rato mirando una ventana con luz: una sensación de
presencia y de ausencia a la vez. Detrás de los cristales, la
habitación está vacía, pero alguien se ha dejado encendida
la lámpara. Para mí no hubo nunca ni presente ni pasado.
Todo se confunde, como en esa habitación vacía donde lu-
ce una lámpara todas las noches.
Patrick MODIANO. La hierba de las noches.

Aquellos que, después de una zambullida, encuentran erótica
la sensación del agua rodando de sus oídos.
Michael ONDAATJE

Después de los sesenta años pasa el hombre del verbo ser al
verbo estar.
Adolfo BIOY CASARES.

tú estás leyendo poemas en voz alta, y yo los percibo como
sin palabras, como si penetraran en mí sin la ayuda de las pa-
labras.
A. LUNDKVIST (en coma)

El techo y las paredes crujían con el calor, y se me ocurrió
la idea de que se me podía incendiar el pelo de la cabeza, co-
mo a San Julián en su ruta por el desierto.
W.G. SEBALD. Austerlitz.

Tenía la sensación de que su cerebro, de formación endé-
mica, no funcionaba con la libertad y rapidez habituales, 
sino enfundado en unos gruesos e incómodos guantes de
lana que no le permitían aferrar ni comprender muy bien
los interrogantes que iban surgiendo velozmente.
Franz WERFEL. Una letra femenina azul pálido.

Ese incidente del dedo en la boca del sacerdote me había
hecho bien, era distinto, sin embargo (pensaba), meter el dedo
en la boca de un cadáver que en la de un hombre vivo, tenía
la sensación de que mis alucinaciones se hubiesen introducido
en el mundo real.
W. GOMBROWICZ

Por más alto que subamos y más bajo que bajemos, nunca sa-
limos de nuestras sensaciones.
CONDILLAC. Cit. por F. Pessoa, 'Libro del desasosiego'.

La velocidad, por ejemplo, de los caballos, ya sea vista, ya 
experimentada, es decir, cuando nos transportan (...), es gra-
tísima en sí misma por la vivacidad, la energía, la fuerza, la
vida de esa sensación. Despierta realmente una casi idea de
infinito, eleva el alma, la fortalece...
Giacomo LEOPARDI. Cit. por I. Calvino, '6 propuestas para
el próximo milenio'.

En nuestro jardín estaban todas las flores del mundo, y, a ve-
ces, cuando tenía sed, después de un chaparrón, lamía las go-
tas de lluvia sobre las hojas del jazmín. No puedo mostrarte
el lugar porque lo destruyeron, y, ahora, sólo está aquí. (Se
tocó la frente).
Jean RHYS. Ancho mar de los Sargazos.

Hay días en que la belleza temerosa de esta ciudad parece des-
velarse: en las jornadas tersas, por ejemplo, de viento, cuando
una brisa que precede al viento garbino barre las calles crepi-
tando como una vela tensa.
Antonio TABUCCHI. La línea del horizonte.

Al bajar por la calle de Rennes yo mordía en mi pan tan emo-
cionado que me parecía desgarrar mi corazón.
Max JACOB

El ansia de pertenencia y de sentido parece imposible de erradi-
car.
Edward BUNKER. No hay bestia tan feroz.

Y a veces la única razón de que no te dominase el pánico era
que no tenías suficiente energía.
Michael HERR (en guerra)

El hombre que envejece cree tener todavía grandes energías
eróticas que consumir, y las señales sólo se las envía, enga-
ñándole, una próstata irritada que ha empezado a desgastarse.
Guido CERONETTI. El silencio del cuerpo.

¿Conoce la historia del hombre que se despierta y descubre
que se ha convertido en un escarabajo? Yo era el escarabajo
que se despertaba y veía la posibilidad de ser un hombre.
Julian BARNES. Hablando del asunto.

Esta incertidumbre es terrible; espero que durará.
Oscar WILDE

La sensación de tener en medio del cuerpo un ovillo donde
se enrollan rápidamente innumerables hilos que provienen
de la superficie del mismo.
Franz KAFKA

Los niños arrancan las nueces
de las ramas, las cascan entre dos piedras.
Yo me unto las manos de ácido verde,
gozo el aire del fondo de los árboles.
Leonardo SINISGALLI

Es agradable asistir a las tempestades en una pecera, siempre
que uno se halle de este lado del vidrio.
Alfred JARRY

he pescado con las yemas de tus dedos tulipanes de lo negro
E. VAN RUYSBREK

En aquel silencio ha tenido la sensación de moverse como
un pez atrapado en las redes, su cuerpo ha hecho un movimien-
to incontrolado y con la mano ha derribado una tacita de café
vacía sobre la mesa.
Antonio TABUCCHI

El aburrimiento de los niños es pura desesperación. General-
mente, se dice, se divierten con poco, y nos preguntamos qué
es ese poco.
Fleur JAEGGY. Los hermosos años del castigo.

Hacia las 6 de la tarde me quedo medio dormido sobre la cama.
La ventana está abierta de par en par sobre el final, más claro,
de un día gris. Entonces, siento una euforia flotante; todo es lí-
quido, aéreo, bebible, (me bebo el aire, el tiempo, el jardín).
Roland BARTHES

La inmensidad del mundo me hacía sentirme profundamente
sola. El mundo es tan enorme que la gente se pierde en él.
Existen demasiadas ideas, personas y cosas, existen demasia-
das direcciones a las que ir. Empezaba a creer que la importan-
cia de apasionarse por algo radica en que la pasión reduce el
mundo a unas dimensiones más manejables.
Susan ORLEAN

Eres más extraño para mí que el frío de la luna sobre el frío
del mar.
Oscar Lubicz W. MILOSZ

Alma se tiene a veces.
Nadie la posee sin pausa
y para siempre.
Wiszlawa SZYMBORSKA

Aquel verano,

aquellas palabras escritas en el bullicio
del verano.
Arturo CARRERA


Ante mí se extienden largas perspectivas, "distancia" es el 
lema del escenario; a veces siento tener la cuarta dimensión
a mi alcance.
Isak DINESEN (al soñar)


En cuanto a la naturaleza, por todas partes veo mis cuadros.
G. ONSLOW-FORD

Me he pasado el día caminando. Al anochecer, en el autobús,
mirando la luna nueva, sensación de que me trasladaban, jun-
to con otros seres de las aguas, a un acuario.
Giorgos SEFERIS


Así aspiramos la flor:
hondamente -¡hasta perder el sentido!
Marina TSVIETAIEVA

Tengo la sensación de que vendrá algo que volverá a despertar
todo un poco a la vida.
Thomas BERNHARD. Extinción.

En mi corazón había una tempestad, como de banderas desple-
gadas.
Erich STADLER

Bernanos definió así el aburrimiento: "una desesperación abor-
tada..." (la fermentación de un cristianismo descompuesto).
Michel TOURNIER

EL ROCÍO ILUMINADO
La tierra tiembla
de placer
bajo un sol
de violencias
gentiles.
Giuseppe UNGARETTI

Sin que me diera cuenta, el coche se había puesto en movimien-
to. Me invadió la sensación de estar navegando en una bañera
metálica por un lago de mercurio.
Haruki MURAKAMI. La caza del carnero.

El padre sonrió. Llegó a la conclusión de que estaban bien.
Mis chicos son tan buenos como esta lluvia. Sonrió a las si-
luetas de la cabeza de ambos, porque sabía que estaban
vueltas hacia él, y tuvo la impresión de que jamás volvería
a sentirse no mejor, sino a sentir más que lo que sentía en
aquel preciso instante.
Amy HEMPEL. Cuentos completos.(Maravillosa Amy Hem-
pel)

Le daba la impresión de estar acechando a alguien a la llega-
da de un tren, a alguien a quien intenta uno reconocer entre
los viajeros que le pasan por delante. Cada vez son menos.
Allá atrás, hay quienes se han retrasado y aún se están bajan-
do del último vagón; y no ha perdido uno del todo la esperan-
za.
Patrick MODIANO. El horizonte.

Me estremecí, pues aún no he advertido que no existo.
LANZA del VASTO

¿Qué importa haber mirado tantas cosas?
No obstante dice mucho quien dice la palabra
anochecer, la voz de donde fluyen pena
y sentido cual fluye la miel del panal hueco.
Hugo von HOFFMANNSTHAL

La brisa me hará gozar
las flores de otro jardín.
Fernando PESSOA

EL ENCUENTRO
Mientras ellos hablaban de la Nueva Moral
los ojos de ella me exploraban.
Y cuando me levanté para marcharme
sus dedos eran como la fibra
de una servilleta japonesa de papel.
Ezra POUND

Por ejemplo, si leía un libro que me interesaba, lo leía con
un vivo placer, pero el placer mismo estaba bajo un cristal,
podía verlo, apreciarlo, pero no saborearlo.
Maurice BLANCHOT

Oigo la nieve
rompiendo los bambúes.
La noche, negra.
BUSON

Recuerdo que, siendo soldados, cuando nos anunciaban una
parada breve, de apenas unos minutos, después de una mar-
cha de varias horas, no nos quitábamos las mochilas sino
que seguíamos cargando con ellas con una desgracia fiel
hasta el tormento, como quien carga con un enemigo con
el que se ha aliado para siempre.
Joseph ROTH

Uno de los prodigios del opio es cambiar instantáneamente
una habitación desconocida en una habitación tan familiar,
tan llena de recuerdos, que uno cree haberla ocupado siempre.
Jean COCTEAU. Opio.

Me tiré de cabeza y la impresión de frío hizo que me sintiera
dentro de mi propio cuerpo: me dí cuenta de que mi piel era
la frontera entre el mundo y yo.
Alexander HEMON

La risa del africano. ¿En qué lugar de Europa se puede oír
tanta risa, como entre estos trabajadores leprosos? Pero lo
contrario también es verdad: la profunda sensación de deses-
peranza que uno advierte en ellos cuando se sienten enfermos
o desgraciados. (Recuerdo algo muy similar entre mis portea-
dores, en Liberia y mis mozos, en Sierra Leona.) La vida es
un momento. Así ven ellos la eternidad.
Graham GREENE. Viaje a la felicidad.

un corazón tan liviano como el mío
volviendo tarde a casa, ha pasado
bajo mi ventana, silbando un aria-
un fragmento de canción-
¿Balada? ¿Ritornello de la calle?
Pero a mi irritado oído
dulcísimo narcótico...
Emily DICKINSON

Entre estos alerces y pinos,
bajo el armiño de estas montañas
me hubiera resultado menos insoportable
la infamia de la existencia
Vladimir NABOKOV

Yo vi cual es la primera observación que conmueve el ins-
tinto del pintor. Cómo concibe de repente y como encuentra
lo visible cuando empieza a verlo. Al ser notada, la naturaleza
se abre, dócil, en un relato, y en este estado la llevan como
dormida, despaciosamente a la tela.
Boris PASTERNAK

Yo sueño con ese país donde la angustia
es un poco de aire
Georges SCHEHADÉ. Poesías.

Mi corazón sereno:
flor de durazno que arrastra la corriente.
LI PO

Dejemos que la barca nos conduzca
¡Vamos a ninguna parte!
SU TUNG-P'O

Pese a todo ello, por la mañana nos levantamos en la paz
del agotamiento. Declaró que no tenía dolores. Guardamos
sus escasas pertenencias en la bolsa de tela, que me cargué
al hombro antes de tomar la mía. Fuimos en taxi al aeropuer-
to, facturamos el equipaje y tomamos un café allí, junto a una
mampara de cristal. En el cielo, la brisa peinaba las nubes altas
y erráticas de la primavera.
HELEN GARNER. The spare room.

A veces, me quedo solo, sentado en un banco del parque pú-
blico, hasta muy entrada la noche. Las farolas están encendi-
das, la luz eléctrica llueve, alucinante, entre las hojas de los
árboles, como un líquido que abrasase.
Robert WALSER. Jakov von Gunten.

La erudición de este hombre [Alberto Magno, 1193-1280] sus-
citó admiración, pero también aquella desazón contenida que
provoca un saber que ofrece a los hombres más de lo que pue-
den soportar.
Otto BÖHMER. Diccionario de Sofía.

Nadie, sin embargo, puede negar que en el fondo de su ser
se siente consolado cuando alguien que no es él está expues-
to al peligro. En el gesto amistoso de ofrecer la bebida a un
condenado hay, además de una inmensa bondad, también un
ápice de gratitud por la disposición de que tú le sirves a él y
no él a ti.
Boris PAHOR. Necrópolis,

la impresión de estar en un tren nocturno, detenido en una
ciudad en la que todos duermen
Annie ERNAUX. Diario del afuera.

La hamaca pequeña
está vacía... en silencio
mira la luna alta sobre los rebollos
...el agua del río fluye hacia los rápidos
-¿fluye?... las hojas caminan con el viento:
toda la selva se mueve,
También tu canoa
se mece en el río.
Sólo tú estás inmóvil
bajo la gran Piedra Negra.
Y yo que creía que todas las cosas
vivían sólo por tí...
ANONIMO. Indios PIAROA (Alto Orinoco)
En Claudio Magris. Utopía y desencanto. Comenta Ma-
gris: 'El poeta piaroa, que tras la desaparición de una perso-
na amada ha oído el susurro de las hojas y ha visto fluir el
agua como si nada hubiera sucedido, ha captado para siem-
pre un estupor indecible, el dolor de que el universo conti-
núe como antes, alejándose del que muere, la cruel infideli-
dad e indiferencia de todo sobrevivir.'

yo me sentía semejante a esos tiranos recluidos en su silen-
cio y de los que dicen que un miligramo de verdad, de liber-
tad, de transparencia, bastará para matarlos...
Bernard-Henry LEVY. Enemigos públicos (con Michel
Houellebecq)

empezaba a estar algo bebida y a ver el mundo a través de la
copa, anestesiada toda percepción, como un incendio enfria-
do por el cristal del televisor.
J. ECHENOZ. Rubias peligrosas.

más tarde noté que era exactamente la misma sensación que
experimentaba en el momento de hacer el amor: como si un
animal lento se estirara a todo lo largo de mi cuerpo.
Félicien MARCEAU. Carne y cuero.

estas aguas mudas, estas piedras taciturnas, este cielo lumino-
so, todo el decorado de la Ciudad encantada donde la negra
góndola que me lleva parece indicar, por su forma funeraria,
que uno ha muerto para el resto del mundo.
H. de REGNIER

El último Tiziano, en efecto, pinta cada vez más con las ma-
nos: "Con un trazo de los dedos introducía un color sombrío
en un ángulo, para intensificarlo, junto con un trazo rojizo,
casi como una gota de sangre".
P. SOLLERS (cita a Aretino)

recorrer el mundo como una nube que temiera llegar tarde a
una tormenta
Enrique VILA-MATAS (al hablar de Valery Larbaud)

Yo busco un ser para invadir
Henri MICHAUX. Poemas.

Yo debí ser un par de garfios mellados
Que barrenase el fondo de mares silenciosos.
T.S. ELIOT

tu más tenue mirada fácilmente me abre
aunque yo me haya cerrado como los dedos de la mano
E.E. CUMMINGS

Mientras mis ojos recorren la pradera
siento el verano en la primavera
Indios CHIPPEWA

No me libero muy pronto de la impresión que le hice a una
mujer
K. KRAUS. Aforismos.

Un transatlántico de silencio se desliza por mi corazón
J. BARON

La vida real se ha posesionado demasiado de mí
S. WITKIEWICZ. Insaciablidad.

El agua está pensativa en el cielo gris
y la charla de las lavanderas
ocultas entre los bambúes
gira y vuela levemente
sobre el agua sin una arruga.
Los sauces silenciosos se miran en el lago.
WANG WEI

Después de Civitavecchia, el cielo se aclara. Me doy cuenta
de repente de que corro el riesgo de perderme en este vaga-
bundeo perpetuo. Ya no tengo guarida, quiero decir que ya no
tengo en ninguna parte una casa mía, un "universo" mío, en
contacto directo, pero secreto, con los recuerdos que consti-
tuirán "mi historia".
M. ELIADE. Fragmentos de diarios.

En nuestro jardín estaban todas las flores del mundo y, a ve-
ces, cuando tenía sed, después de un chaparrón, lamía las
gotas de lluvia sobre las flores del jazmín. No puedo mostrar-
te el lugar porque lo destruyeron y ahora, sólo está aquí. (Se
tocó la frente)...
J. RHYS. Ancho Mar de los Sargazos.

Los pobres ahorcados quedan lívidos; sin sangre. A uno lo
bajaron del árbol, lo pusieron en el suelo. Y lo toqué. Nadie
entiende lo que es un sentido.
Jacobo FIJMAN. Viaje hacia la otra realidad.

Janet, Janet, ¿te acuerdas? Un aeroplano volaba alto, oíamos
su motor a intervalos. era un punto minúsculo en el resplandor
del sol. ¿Y el viento aquel día? Esas ráfagas sibilantes que so-
plaban sobre nosostros...
Malcolm LOWRY . Ultramarina.


Era como si me hubiese peleado -¿pero con quién?- y espera-
se que mi contrario dijera lo que sería correcto -¿pero quién?
Nadine GORDIMER

Que calma alrededor, sin embargo. La gente
se hacía confidencias junto a la barra.
¡Ah, qué pequeño es uno, qué de rodillas está uno
ciertas noches al sentiros tan cercanas, olas inmensas!
Valery LARBAUD

Murió mi padre. Al responder a uno de los pésames, hice un
borrón en la carta. La envié con el borrón... sin más, como
para decir que en un momento tan trágico tales manchas ca-
recen de importancia. Todavía me avergüenzo al recordarlo.
Me limito a propósito a tales minucias. ¡Pero qué poder tienen,
cuando, pasados treinta años, me avergüenzo todavía de ellas!
Witold GOMBROWICZ

El miedo es el que hace girar al mundo y no el amor. El
amor sólo reproduce la especie, pero no es tan importante
como el miedo, que conocemos antes y no nos abandona
nunca.
Paul BOWLES

En esta habitación las luces también tenían tonalidades rojas;
y tenía un algo de secreto; callada, como el lugar donde uno
se amaga cuando juega a las escondidas.
Me senté en la cama y escuché, luego me estiré. La cama era
blanda; la almohada estaba fría como el hielo. Me sentía como
si hubiera salido de mí misma, como en un sueño.
Jean RHYS. Viaje a la oscuridad.

¡Nunca enteramente en paz sino siempre un poco de ella,
siempre el deseo de ella!
Fernando PESSOA

Y sin cesar no saber
algo importante
Wiszlawa SZYMOBORSKA. Instante.

Pues precisamente ahí, en la sensación, es donde comienza la
dificultad del lenguaje; no es fácil expresar una sensación: re-
cordad esa célebre escena de Knock en la que la vieja campe-
sina, abrumada por el médico implacable para que diga lo que
siente, duda y se embrolla entre "Me hace cosquillas" y "Me
hace rasquillas". Toda sensación, si se quiere respetar su viva-
cidad y su acuidad induce a la afasia.
Roland BARTHES

El lago, sin embargo, pervive en mí por el tacto, que siento
todavía, en los pies entorpecidos por los patines; tras un giro
por el hielo advertían de nuevo el entarimado y, tambaleándo-
se, irrumpían con estruendo en una caseta donde había una
candente estufa de hierro. Luego que el muslo descansaba al
soslayo sobre la rodilla y se aflojaban los patines, parecía que
nos crecían alas en ambos pies, y arrastrando nuestros pasos
sobre el suelo helado, salíamos al descubierto. Desde la isla,
la música me acompañaba durante un rato en mi camino a
casa.
Walter BENJAMIN. Infancia en Berlín.

Además, Tisserand me lo dijo el otro día (había bebido): "Ten-
go la impresión de ser un muslo de pollo envuelto en celofán
en el estante de un supermercado".
Michel HOUELLEBECQ. Ampliación del campo de batalla.

Pues ¿acaso alguien hace planes de suicidio tomando el sol?
El montón de polvo debajo de la cama, las sábanas sucias ja-
más lavadas, eso es lo que nos empuja a cometer el acto fatal.
Elizabeth SMART. En Grand Central Station me senté y
lloré.

si interrumpía la lectura, nunca dejaba de sentirse como una
persona a la que la ropa le quedaba demasiado grande.
Walter BENJAMIN. Historias desde la soledad.

he sentido vergüenza y rabia prácticamente desde que nací,
y estoy acostumbrado a mantener con el mundo esas dos re-
laciones oblicuas.
Russell BANKS. Aflicción.


"Lo sagrado es propiamente lo tremendo (das Entsetzliche)".
A lo que sigue esta frase enigmática: "Pero lo tremendo per-
manece escondido en la dulzura del leve abrazo".
R. CALASSO (hablando de Heidegger)


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