La historia de la tragedia de Siegfried Ziemrincz suena sencilla:
no recuerda lo que comió y bebió la noche del martes 17 de
Junio de 1627. Alcoholizado, sufre una amnesia habitual y
comprensible, pero lamentablemente imperdonable. Porque
esa noche, después de comer y beber voluptuosamente en la
cantina luego de haber cenado en forma en su casa, Siegfried,
ya dormido, produjo un gas único, tanto por su composición
química como por su cantidad. Lo cierto es que la sábana de
lino, enroscada a su cuerpo por las tumultuosas pesadillas
que lo asolaban después del banquete, se infló hasta adqui-
rir un par de metros de diámetro, momento en el cual el
cuerpo de Ziemrincz se elevó a una respetable altura del
suelo y comenzó a flotar a través de la casa. Su mujer realiza-
ba las rutinas pesadas de la mañana: ordeñar a los animales,
hornear el pan, servir la mesa, despertar a los cuatro críos
y a su marido, asearlos y demás, cuando vio pasar a vuelo
lento a Siegfried por el comedor, momento en el cual, al
parecer, emitió un grito de espanto. El grito despertó al
flotante marido, que tardó sin embargo un rato en darse
cuenta de lo que estaba pasando. Ése es el momento de la
tragedia, ya que el rollizo volador no podía recordar la com-
binación de líquidos y sólidos que había ingerido la noche an-
terior y cuya fórmula intriga hasta hoy a no pocos ingenieros
aeronáuticos.
El resto de la historia es el mero transcurso de lo inevitable.
Los chicos, asustadísimos, salen corriendo de la casa y dejan
la puerta abierta. El señor Ziemrincz, ante el rostro demudado
de su paralizada esposa, sale flotando y dando pequeñas bra-
zadas de pecho y de espalda, alternativamente, rumbo al pue-
blo. Tal vez para pedir ayuda. Tal vez para alguna otra cosa.
¿Qué pasó en el camino? Es difícil saberlo, no tanto suponerlo.
Se había alzado un fuerte viento norte esa mañana, que desem-
bocó en una gran tormenta que recorrió buena parte del terri-
torio que en ese entonces se conocía como la Gran Renardia.
Siegfried nunca fue encontrado. Jirones de la sábana de lino aparecieron flameando colgados de una veleta a cientos de kilómetros de distancia. Los restos desmenuzados de un cal-
zón se encontraron enroscados en las aspas del motor de una
barca de pesca en el mar de Splitsia.
Muchos Renardios se pusieron a dieta.
Pero es un hecho también que, a partir del vuelo de Siegfried Ziemrincz, proliferaron en esa zona las primeras escuelas de aviación de Europa.
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