lunes, 21 de agosto de 2017

ADMIRABLE RODRIGO REY ROSA




 Muchas veces me siento tentado de rendirles homenaje a
los escritores que me producen admiración. He notado, por-
que a través de los años algunas cosas se van notando solas,
que es 'casi constantemente frecuente' que dicha admiración
se produzca cuando coinciden el plano de la valoración lite-
raria junto a la empatía que me genera el autor en cuestión.
Menciono al pasar algunos de esos casos, de los cuales Kaf-
ka y Pessoa son los más notorios. Pero también me ocurre 
con W.G. Sebald, con Joseph Roth, con Paul Bowles, con
Viktor Shklovski. Simpatía podría reemplazar a 'empatía' sin
ningún empacho. Personas que me gustaría conocer, frecuen-
tar, mirar y escuchar desde la mesa más cercana del café, aun-
que sea. Me ocurrió con Rey Rosa cuando leí Cárcel de árbo-
les hace unos cuantos años. Estoy seguro de que fue su proxi-
midad con Bowles la que me condujo a su lectura, ya que el
americano radicado en Tánger había hablado elogiosamente
de su escritura. El mismo Rey Rosa cuenta cómo y por qué se
produjo ese encuentro en Marruecos siendo él muy joven, en
uno de los artículos que componen La cola del dragón. Esa
transfusión de identificaciones, sin embargo, no podía resul-
tar decisiva: faltaba la escritura del propio guatemalteco.
 Y ésta fue llegando con el correr de los años, pero ahora 
irrumpió gracias a la sucesión de libros suyos que se publica-
ron recientemente.



 A eso habría que agregarle tanto las entrevistas que leí en la
red como las filmadas, en las que aparece un hombre cuyo
estilo tiene tanto que ver con la textura de sus relatos y no-
velas.
 No hago otra cosa que invitar a su lectura.




 Con esta acotación: creo que hay algo de su escritura que tie-
ne que ver con el maestro americano, con las diferencias pro-
pias -y fuertes- de quien nació en un país tan extremo en cuan-
to a la violencia política interna como Guatemala. Durante
muchos años puso distancia con esa violencia que muy bien
pudo haberlo devorado, para regresar a su país una vez que la
dictadura del general Efraín Ríos Montt hubo perdido su fuer-
za monstruosa. Rodrigo Rey Rosa ha viajado mucho, perma-
neciendo en esos lugares, muchas veces exóticos, durante bas-
tante tiempo. Es frecuente que en sus novelas aparezca un 
latinoamericano como personaje sumergido en un mundo le-
jano. Puede ser un colombiano, como en La orilla africana
un mexicano, como en Fábula asiática, él mismo en El tren a 
Travancore. 
 ¿Cómo no asociarlo con tres de las novelas de Bowles cuan-
do menos: El cielo protector, Déjala que caiga y La tierra ca-
liente? Sólo que en el caso de éste, se trata siempre de ameri-
canos en tierras exóticas y peligrosas.
 Sin embargo Rey Rosa ha logrado un estilo totalmente pro-
pio, aún con esa impronta del personaje cuya identidad sufre
transformaciones fundamentales en esos contextos de cultu-
ras 'fuertes' y ajenas. Un personaje, el suyo, que pasa casi co-
mo una sombra por sus relatos. Esa ductilidad, esa manera de
ser leve aún en situaciones extremas, es algo que caracteriza a
este gran escritor.



 Otra diferencia que me gustaría señalar es que las novelas y
cuentos de Paul Bowles tienen un desarrollo más clásico, en
el que el final es un verdadero final, generalmente trágico.
Sus personajes van entrando en un vértigo progresivo e inex-
orable.
 Cuando parece que las historias de Rey Rosa apuntan en esa
dirección, el autor tuerce sutilmente las circunstancias, evi-
tando lo que parece inevitable. Los suyos son finales abiertos,
como, podría decirse, los tiene la vida. Suelen dejar hebras
sueltas, posibilidades diversas en lugar de un final finalizado.
 Me encanta la modestia de sus brevísimas introducciones a
Imitación de Guatemala ("Releerse a sí mismo no es necesa-
riamente una experiencia agradable, aunque puede ser instruc-
tiva." "Se hace lo que se puede y con lo que se tiene a mano."
"El cojo bueno, escrita en 1995, es un experimento quizá fa-
llido (la influencia o el impulso cinematográfico es demasia-
do evidente: los párrafos hacen las veces de trozos de celuloi-
de, que se han yuxtapuesto como en un montaje). Supongo
que podría salvarla -al menos afectivamente- la extraña tesis
del perdón que guarda y que se esboza apenas.") y a Tres no-
velas exóticas. Que, debo decir, son los libros suyos que más 
me gustaron.
 Finalmente, es necesario agregar que hay una suerte de núcleo
en la obra del guatemalteco, ese monstruoso período que va de
1960 a 1996, de guerra interna, con tremendos genocidios pade-
cidos por los descendientes de los mayas. Ese ineludible está en 
el corazón de varios libros de Rey Rosa, con su manera sutil,
con su ligero desentendimiento de la cuestión política, a la vez
que con el horror y el peligro que lo caracterizan. 




 "Tal vez sería conveniente hablar de los últimos libros de
Rey Rosa, el libro sobre la India y su última novela, una jo-
ya de escasas páginas, que arroja una mirada distinta sobre
la novela negra, género en el que todos se atreven y del que
muy pocos salen bien librados. Decir que Rey Rosa es el es-
critor más riguroso de mi generación y al mismo tiempo el
más transparente, el que mejor teje sus historias y el más lu-
minoso de todos, no es decir nada nuevo." Roberto Bolaño,
en Entre paréntesis.


 Hay en Rey Rosa un sutilísimo manejo de la violencia que
forma el núcleo de su obra. Y eso que resulta muy difícil
mantenerse sutil cuando se habla de los kaibiles, una tropa
de élite, en realidad de los más despiadados asesinos de la
tierra, que formara el régimen militar en su país y que luego
se exportara a los cárteles de México.
 Es esa delicadeza sostenida en medio de las situaciones más
irracionales y violentas la que creo caracteriza, lo vuelvo a se-
ñalar, a Rodrigo Rey Rosa.
 Y la que suscita, entre muchas otras cosas, mi extrema valo-
ración.
 Ah, y un detalle más: en varias ocasiones, así, tangencialmen-
te, menciona a la Argentina. En varias entrevistas se refiere a Borges como un iniciador, tanto de su carácter de lector como
de su escritura. Y, cosa rara, todos sus personajes hablan de 
'vos', como si el escritor mismo fuese argentino.








domingo, 13 de agosto de 2017

EL EXTRAÑO CLEMENTE RÉBORA




 VOZ DESDE UN MIRADOR MUERTO

 Un cuerpo aplastado a pulpa
 Resurgiendo con ondas de cara
 Desde el hedor del aire arrancado con los dientes.
 La tierra un fraude.
 Cableado-de-furia no he de llorar.
 Eso es para aquellos que pueden, y para el lodazal.
 Pero si regresas
 Un hombre de la guerra
 No andes contándole a aquellos que no saben:
 No andes contando esta cosa donde sea que hombre
 Y vida estén aún hablándose.
 Pero agarra a la mujer
 Una noche, después de una vorágine de besos,
 Si es que regresas;
 Y sisea en su oído que nada en este mundo
 Redimirá lo que se ha perdido
 De nosotros, lo putrefacto de este lugar.
 Aferra con fuerza su corazón hasta casi ahogarla;
 Y si ella te ama, lo sabrás a través de la vida
 Mucho después, o nunca jamás. 

Clemente RÉBORA nació en Milán en 1885, en una fami-
lia genovesa laica. Fue oficial en el frente nor-oriental du-
rante la Primera Guerra Mundial. Resultó gravemente heri-
do por metralla, y fue hospitalizado por "fuerte trauma ner-
vioso" y diagnosticado (sic) como "una manía por lo eterno".
Parece ser que a ciertos poetas le tocan diagnósticos poéticos.
Luego de la guerra y de una larga crisis espiritual, se convir-
tió en sacerdote en 1936. Algunos señalan que en un verso
de los años 20, anticipaba esa conversión:
 "Dall'imagine tesa
 Vigilo l'istante
 Con imminenza d'attesa..."
 Es uno de los grandes poetas italianos del Novecento, y po-
dríamos decir, de toda la historia literaria italiana.
 Murió en Stesa en 1957.



 FUENTE

 MPT. Centres of Cataclysm. Bloodaxe Books, 2016.
 La versión en inglés es de Cristina Viti.

Versión del inglés: Robert R. Rivas (c)

martes, 8 de agosto de 2017

UN CATÁLOGO DE IMÁGENES




 Que las palabras puedan suscitar imágenes es algo de lo
mucho que damos por sentado, pero cuyo proceso mental 
es de una gran complejidad. ¡Tamaña traducción! Lo inte-
resante de este proceso es, según me parece, que se pueden
crear imágenes, además de representarlas. En otras palabras
-nuevamente palabras- que se pueden generar imágenes que
nunca han existido, además de reproducir lo mejor posible
las que sí existen. Con lo cual la cuestión de la existencia
se amplifica notoriamente. De hecho ("hechos y no pala-
bras"), la reproducción verbal o escrita de las imágenes
'reales' suele resultar bastante aburrida. ¿Cómo no preferir
la imagen 'real' a la descriptiva? Razón suficiente para desba-
ratar la locura del 'realismo socialista', por ejemplo. El arte
de la palabra en este caso produce justamente una realidad
nueva, una porción de realidad que se agrega al núcleo en
expansión de Lo Real. En un procedimiento de traducción
también gigantesco, las artes visuales recorren otro camino:
a través de una imagen que hasta entonces no existía, crean
una forma de nombrar sin palabras, aportan un lenguaje a
lo que permanecía silencioso, opaco, invisible. 
 Ambos idiomas sólo adquieren sentido si se enlazan a las
emociones humanas. Ese otro misterio que podríamos ca-
tegorizar como tan importante como el paso del tiempo.
 "Misterio" y "paso del tiempo", lo habrán notado al leerlas,
son sólo palabras, cuyo puente con algo  al cual se refieren
nos parece -otra vez- evidente sin serlo en modo alguno.
 Por otra parte, un catálogo como este no pasa de ser un
muestrario casi ridículo de lecturas y preferencias. Una pe-
queña muestra. Subrayados de muchos años sucesivos que 
se vuelven públicos en este momento.


 En alguna parte del mundo, al pie de un terraplén,
 un desertor parlamenta con centinelas que no
 comprenden su manera de hablar
 Robert DESNOS. Poesía francesa contemporánea.

¿Está él acaso matando el tiempo? Allá en la calle,
dos policías a caballo trotan en medio de la lluvia de abril
para comprobar las violaciones de los parquímetros-
sus impermeables amarillos como forsitias.
Robert LOWELL. Antología.

 Leysin. Nieve y nubes en el valle hasta las cumbres. Por
encima de este mar inmóvil y algodonoso, los grajos como
gaviotas negras vuelan en bandada, recibiendo sobre sus
alas la llovizna de nieve.
 Albert CAMUS. Carnets.

Los grandes amantes están en el infierno, dice el poeta. In-
cluso ahora, mucho después, no puedo destruir las imáge-
nes. Perdurarán en mi interior como las ansias de un adicto.
Sólo necesito oír ciertas palabras, ver algunos gestos, y mis
pensamientos se derrumban. Me desprecio por pensar en e-
lla. Aunque estuviese muerta, yo sentiría lo mismo. Su exis-
tencia oscurece mi vida.
James SALTER. Juego y distracción.

Esta mañana he visto un Sassetta maravilloso, casi surrealista,
con un santo (?) volando. Los caballos de Uccello. Ahora que
sé que Gabrielle d'Estrées fue la amante más querida de Enri-
que IV, esa imagen tan graciosa es aún mejor: el desnudo con
su hermana pellizcándole una teta.
Lucia BERLIN. Una nueva vida.

AYER POR LA MAÑANA
Con fuerza soplaba el viento en el viento.
El cielo azuleaba en el cielo.
Aparecía el sol en el sol.
El mar arreciaba en el mar.
Peter HANDKE. Vivir sin poesía.

la basílica de la Estrela que era tan blanca como el meren-
gue, mejor dicho, era un merengue contra el cielo de Lis-
boa, tan barroca y elaborada como un encaje de puntilla.
Antonio TABUCCHI. Para Isabel. Un mandala.

pero allí cerca había una de esas hileras de tiendecitas que 
caben en una mano, detrás de la que se ve al propietario acu-
rrucado, como una gallinita en su caponera.
Pier Paolo PASOLINI. El olor de la India.

 ...en el delirio, en el ensueño, en la demencia, la intensidad
de las imágenes es absolutamente comparable a las de las
sensaciones
 Macedonio FERNÁNDEZ. Citado por Germán García, en
"Macedonio Fernández, la escritura en objeto".

 El nombre, con su cuerno, abre un camino en el sueño y
el hombre camina por ese sendero. Un sendero tembloroso.
Siempre crudo.
Roberto BOLAÑO. Putas asesinas.

Tiene que apelar a todo su repertorio de imágenes relajantes,
especialmente una, de cuyo origen no tiene ni idea: una silla
vacía en mitad de una carretera, una simple silla de madera, 
del tipo que uno esperaría encontrar en la cocina; y sin em-
bargo plantada allí, sola, sin mesa ni lámpara ni ocupante,
en mitad de una carretera recta y asfaltada, una carretera a
ninguna parte
Kathryn HARRISON. La mujer de nieve.

Hundiéndose en un inquieto sueño, sueña cautelosamente
con la mano gigantesca que descendía del cielo
como la falda de una morrena, cuyos dedos estaban llenos
    de anillos de bisutería
en los que podía discernirse cualquier acontecimiento
     que hubiera ocurrido en el universo.
John ASHBERY. Secretos chinos.

Un largo camino bordeado por una doble hilera de barcas
atraviesa la tela, y en una de sus duelas circulares se ven , con
un fragmento de azul en lugar de agua, las tres cuartas partes
de la luna ligeramente amarilla.
Paul CLAUDEL. En T. López Mills: Traslaciones. Poetas tra-
dutores 1939-1959. 

Es el tipo de mujer que conoce cincuenta maneras de poner-
se un pañuelo era una de las primeras cosas que nos contaste
sobre ella.
Sigrid NUNEZ. El amigo.

Vi Stalker de Tarkovski y hay una escena de esa imagen...
de un pájaro volando en una habitación de arena. Y llevo so-
ñándolo toda la vida o, probablemente, desde antes de cum-
plir diez años. He dejado de tener ese sueño desde que vi la
película, pero realmente me flipó que otra persona no sé có-
mo empleara la misma imagen y la metiera en una película. 
De verdad me conformó mi relación con el cine: la idea de 
que el cine es lo inconsciente.
Jim JARMUSCH. Lo dice un personaje de su film "Los lí-
mites del control", hablando de su propia experiencia (de
JJ) en Cambridge en los años 80.

emanaba cierta desolación, como esos personajes de Disney
mal dibujados de las calesitas de barrio.
Carlos BUSQUED. Bajo este sol tremendo (¡Un libro formi-
dable!)

Luego, vi a los niños correr alrededor del fuego,
sus caras demoníacas en las llamas.
Charles SIMIC. El mundo no se acaba.

 Imagina que te acercas a un espejo. En él se forma una ima-
gen: tu nariz, tos ojos, tu boca, tu traje. Eres tú, deberías ser
tú. Sin embargo hay algo en el reflejo, algo que no es el ver-
de de los ojos, ni el dibujo de los labios, ni el corte del traje,
algo que te hace decir bruscamente: han puesto a otro en el
espejo en lugar de mi reflejo.
Jean Paul SARTRE. Cit. por Bernard-Henry LEVY, en "El
siglo de Sartre". Dice que esta idea le surgió al filósofo fran-
cés al notar el parecido inquietante de las dos orillas del Gran
Canal, en Venecia.

Los ásteres azules están poblados de antómidos. Una Vanes-
sa atalanta pasó rozándolos. Luego se lo tomó con calma pa-
ra que yo pudiera admirarla; merece la pena, porque los hilos
rojos se le desprenden de la delicada estructura.
Ernst JÜNGER. Pasados los setenta V. Diarios 1991-96.

vimos una fotografía -bandadas de estorninos estallando en
el cielo crepuscular desde las zelkovas japonesas, en un pe-
queño cabo que avanzaba mar adentro-
Kenzaburo OÉ. ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!

Contemplando una célebre fotografía de Freud anciano, Reich-
gran lector de fisonomías- leyó en ella una única cosa: la deses-
peración.
Cit. por R. Calasso, en 'Los cuarenta y nueve escalones'.

La mirada sigue los caminos que se le han reservado en la
obra.
Paul KLEE. 


todo el largo camino de lloviznas desde Portrane sobre la
costa Donabate tristes cisnes de Turvey Swords
pedaleando según tres proporciones como en una sonata
Samuel BECKETT. Obra poética completa.

Bob se llevó a los más pequeños al estanque, todos ellos con
su red. Justo al anochecer, los niños empezaron a sacar peces
a la superficie, unos peces diminutos que saltaban como si
fuesen dólares de plata lanzados al aire.
Amy HEMPEL. Cuentos completos. [¡Y magníficos!]


Pero cuando la estrella de la mañana se alzó para anunciar
su luz sobre la faz de la tierra y, por detrás, la Aurora, de
peplo de azafrán, se extendió sobre las aguas, en ese mo-
mento la pira se fue apagando y su llama cesó. Entonces
los vientos emprendieron el camino de regreso a su hogar
por el mar de Tracia, que rugía al encresparse lleno de fu-
ria.
HOMERO. La Ilíada

Mi madre era, claro que sí, una auténtica tanagra: más
bien pequeña, perfectamente torneada, con fino talle y
largas piernas. El azar había querido que esos hombres
al verla por primera vez, evocaran una estatuilla de mu-
jer alejandrina que data de hace más de un milenio.
Teresa CREMISI. La triunfante.

 como rosas en un banco de hielo
 Jean COCTEAU. Thomas el impostor

monedas de plata y cobre danzaban en el río
Derek WALCOTT. El reino del caimito.

Pensé en Londres desplegándose al sol,
sus distritos postales apretados como campos de trigo
Philip LARKIN. Las bodas de Pentecostés.


Acercaba mi oído a su boca. Bebía sus pequeñas palabras.
Raymond RADIGUET. El diablo en el cuerpo.

Mi mente salta como un gorrión
En la lluvia
Charles SIMIC. Hotel Insomnio.

 Sólo innumerables cadáveres de sandalias difuntas. Un ta-
piz de sandalias.
Víctor SEGALEN. Viaje al País de lo Real. (Un viaje por la
China Central, en 1914.)

 Mirábamos la luna redonda y un montón de lucesitas 
zambullidas en la coloreada noche como el alcohol verde
 Giorgos SEFERIS. 6 noches en la Acrópolis.

Por la mañana la roca calcárea de Paestum es gris; a medio-
día, de color miel; a la puesta del sol, escarlata. La toco y 
noto el calor del cuerpo humano. Verdes lagartijas corren
por ella como escalofríos.
Zbigniew HERBERT. Un bárbaro en el jardín.

Junto al/ estanque, un castor roe/ un árbol. Esos dientes, 
tan/ filosos. El camino serpentea/ colina abajo hasta llegar
acá/ después se aleja serpenteando.
James SCHUYLER. Una ciudad blanca.

Salen las estrellas y sigue el juego de la luz. No es que la
luz se vaya; del cielo cae una penumbra que todo lo cubre
y oscurece la luz. La penumbra cae sobre todas las cosas.
En el aire frío, el ladrido de la perra parece provenir de un
barril. Estrellas brillantes, luces de hogar, fogatas de basu-
ra.
John CHEEVER. Diarios.

Aquella muchacha que bajaba por la escalera de un edificio
destruido de la Karjaportinkatu, saltando con ligereza los
peldaños rotos cual acróbata sobre la escala de cuerda de un
trapecio; el rostro de aquella niña tras los cristales de una
ventana, en la fachada de una casa de la Repolankatu cuyo
interior había volado una bomba de gran calibre. Y aquella
mujer que ponía lenta y amorosamente la mesa en la sala de
una casita de Linnankatu, sala de la que solo quedaban en
pie dos paredes.
Curzio MALAPARTE. El Volga nace en Europa.

hoyos como de seda que se cerraban silenciosamente a su 
paso como ojos
Cormac McCARTHY. La carretera.

Manzanas, enrojecidas por el beso del sol del Sur, con un
brillante esmalte, como si las hubieran limpiado con la fra-
nela más fina.
Joseph ROTH. Primavera de café.

 el invierno tiene en Inglaterra el aspecto incoloro y hu-
meante de una freiduría de pescado.
 V.S. PRITCHETT. Cit. por Martin Amis en "Visitando a
Mrs. Nabokov".

LAS MANZANAS
¿Y que pensar 
De esas manzanas amarillas?
Ayer, asombraban, de esperar así, desnudas
Después de la caída de las hojas.

Hoy fascinan
De cómo sus hombros
Están,modestamente, subrayados
Por un ribete de nieve.
Yves BONNEFOY. La gran nevada. En Diario de Poesía 23,
1992.

La ciudad parece una red de pistas de aterrizaje, centena-
res de pistas intrincadas, rectas, parpadeantes, un juego de
palillos luminosos.
Marie DARRIEUSSECQ. Respirando bajo el agua.

leyendo a Ilse Aichinger, por encima de Groenlandia; las
nubes, por encima de la tierra, que empieza ya a oscurecer,
en forma de surcos de un campo de labor, el mar helado,
con la oscuridad polar
Peter HANDKE. Ayer, de camino.

Tres líneas tatuadas.
Dos cuerpos en una cama.
Un hombre andando por la vía.
Una lluvia de porcelana azul y blanca.
La bocina de un gramófono.
El ojo húmedo y negro de una foca.
Rendijas de luz entre los tablones alabeados.
Dios exhalando nubes de gansos.
Un sifón de cobre.
Una columna de mercurio.
Cada hora colgando como una piel de sus manos morenas.

Tomadas en conjunto, colocadas una sobre otra, todas estas
imágenes formarán un libro de mapas.
Los contornos de una vida.
Kathryn HARRISON. La mujer de nieve.

Por el espejo retrovisor vi de pronto
el cuerpo de la catedral de Beauvais;
las grandes cosas habitan por un momento
en las pequeñas.
Adam ZAGAJEWSKI. En Tedi López Mills (compiladora).
Traslaciones. Poetas traductores 1939-1959. (Es el poema
completo).

Blanca, la neblina se eleva y baja por la cumbre de la mon-
                                                   taña
    Los árboles ondulan en los ríos del viento
                     Levántanse las nubes
    como una ola, un enorme remolino alza la bruma
      sobre los abundantes helechos exquisitamente mecidos
                             al borde de un precipicio verde
todo vislumbrado a través del cristal y parteluz en la lluvia
                               del valle.
Allen GINSBERG. En la gran antología poética llamada
"Traslaciones. Poetas traductores 1939-1959." Compiladora:

Tedi López Mills. La versión al castellano del poema de
Ginsberg (del cual publicamos sólo un fragmento), es de A-
diana González Mateos.

Desde ayer el tren se hace inmenso
porque mañana te marchas.
Nikíforos BRETTACOS. En 'Antología de la poesía grie-
ga del siglo XX'.

 colgaban los pensamientos como banderas bajo la lluvia
 Marnix GIJSEN. Poesía belga contemporánea.

 las escaleras descendían al césped
 Jean RHYS. Sonríe, por favor.

¿O con el río Tsni,
cubierto por un velo blanco, blanco?
Osip MANDELSTAM. Cuadernos de Voronezh.

Las luces del puerto aparecieron abajo, deformadas, mo-
viéndose en el agua tranquila. Las casas se volvieron más
destartaladas, las calles más oscuras. Al entrar en el barrio
árabe, el tranvía, siempre lleno, describió una amplia cur-
va cerrada y se detuvo: era el final del recorrido.
Paul BOWLES. El cielo protector. (También éstas son las
últimas palabras de ese libro maravilloso)

 Es una rinconada de la calle. Los sacerdotes se precipitan
en ella como el vino en el embudo. Llevan vendas que su-
jetan sus sombreros recogidos por las manos. Todos pade-
cen dolor de muelas.
 Max JACOB. El cubilete de dados.

 Urracas devoran orugas de primavera.
 Alberto LAISECA. La mujer en la muralla.

 Una imagen literaria destruye las imágenes perezosas de
la percepción. La imaginación literaria desimagina para
mejor reimaginar.
 Gaston BACHELARD (¿Fuente?)

Todavía creo ver el espectáculo de los obreros polacos de-
senvolviendo el pan de hogaza y el tocino. Con un cuchillo,
cortan pedazos de uno y otro y los engullen en inmensos bo-
cados que mastican ruidosamente. Nosotros, pobres diablos
hambrientos, seguimos sus gestos con la mirada. Tienen
que notarlo por fuerza, pero hacen como si no fuera con
ellos. Para ellos, no existimos. No pertenecemos a la misma
especie. Somos pensionistas de un zoo en el que está prohibi-
do dar de comer a los animales.
Paul STEINBERG. Crónicas del mundo oscuro.

Con todo, seguía sin poder dar crédito a mis ojos: los árbo-
les de un verde dorado, la anciana de paseo con su pequinés, 
los niños que salían de una casa corriendo hacia el buzón de
la esquina, sus gritos como molinillos suspendidos en el ai-
re otoñal.
Amitav GHOSH. Líneas de sombra.

El coche llega, masticando la gravilla recién peinada.
Justin CARTWRIGHT. El dinero de los demás.

Su alma se desvanecía poco a poco mientras oía derramarse
la nieve débilmente sobre todo el universo, como a la llegada
de la última hora a todos los vivos y los muertos.
James JOYCE. Dublineses.

Con botas de 7 estrellas ven por la noche
y envuelto en amor acércate a mi carpa.
Las lunas se elevarán de las polvorientas cajas del cielo.
Descansaremos de nuestro amor como dos fieras raras
en las altas cañas donde termina el mundo.
Else LÁSKER-SCHÜLLER; Cit. por F. Grunfeld en "Pro-
fetas malditos".

Lluvia pálida sobre el puerto que se desvanecía
y sobre la iglesia tamaño caracol mojada por el mar
Dylan THOMAS. Poemas.

EL RELÁMPAGO
Hálito que trae lívidas imágenes
por las ventanas de la casa
de par en par abiertas al gemido
de árboles inolvidables, seres terrestres
engrandecidos por los halos
de árboles de luz celeste.
Fiama HASSE PAIS BRANDAO. Portugal: la mirada cer-
cana.

-Prométeme que nunca 
vas a morirte -dije.

Por la puerta entreabierta del Unión
vimos bajar la noche.

Ascuas recuerdo:
flotaban en lo azul.
Beatriz VIGNOLI. En Diario de Poesía, N° 59. (Es el poe-
ma completo. Falta el título: "Plaza St. Exúpery".)

Camina despacio, porque caminas sobre mis sueños.
William Butler YEATS. Cit. por Henry Bauchau, en "El
bulevar periférico".

 En la autopista, a la altura de las torres de Marcouville,
un gato aplastado, como sellado en el asfalto.
Annie ERNAUX. Diario del afuera.

Conservaba una fotografía en blanco y negro enmarcada,
tomada en las cataratas del Niágara: tres personas diminu-
tas con gafas, muy parecidas, con impermeables de hule,
con aire de desdicha y desconcierto, posando en la pasare-
la de una embarcación (The maid of the mists [La doncella
de las nieblas], sé hoy que se llamaba, porque también yo
he embarcado en ella) que hacía trayectos hasta las rugien-
tes aguas de las cataratas.
Richard FORD. Canadá.

 y el cielo es de un azul que te obliga a mirarlo en busca del
oro de los ángeles, el aire, claro pero no completamente cla-
ro, porque hay una humedad tenue, finísima, y es tan deli-
cioso observar a través de ella (o casi mirarla directamente)
que a uno le dan ganas de frotársela por la piel, un aire cuyo
grosor tiene la capacidad de volver palpables los espacios:
en mañanas como estas nada parece estar mal.
Harry MATHEWS. Veinte lineas por día. (Una joya)

¡Ah, hoguera de madera muerta sobre el hielo
(¡Oh, flama de un instante, corazón ávido de olvido...!)
Oscar L.W. MILOSZ. La bruma y otros elementos.

El lago
las orillas
absortas.
Johannes BOBROWSKI. En Hora de Poesía 94-6.

Un perro viejo pierde su pelaje de cara
al invierno, sobre un sofá tapizado.
Pasada medianoche, en una cocina iluminada,
un hombre y una mujer comen sopa, callados.
Marcin KUREK. (n. 1970) Poesía a contragolpe.

Muchas veces se había imaginado la escena del funcionario pú-
blico o de la policía que los encontraba muertos. Miran alrede-
dor maravillándose del orden y de la limpieza de la casa. "Por-
que los viejos no siempre son limpios", soñaba con decirle al
funcionario público que la había encontrado muerta. Y por ello
siempre tenía a punto su propia ropa y la del marido. Y habría
dedicado una sonrisa de satisfacción a los cumplidos del funcio-
nario público. No podía esconder su propia satisfacción. Un ha-
lago de parte de aquellos señores brutales, que con tanta frecuen-
cia tienen que ver con homicidios, no podía sino complacerla.
Fleur JAEGGY. El temor del cielo.

Una laguna brilla
como un brazalete
agitado en una danza.
Wallace STEVENS. Poemas de W.S. Versión A. Girri.

A la lámpara se le rompe el corazón de luz.
Ingeborg BACHMANN. Id O.

Para la solitaria mujer de pelo castaño rojizo que estaba es-
cribiendo cartas en su mesa del vagón restaurante, la loco-
motora se parecía al caballo de un cortejo fúnebre, con la
diferencia de que en tal caso los blancos penachos de va-
por habrían sido respetuosamente negros.
Kathryn HARRISON. Los pies de la concubina.

Lo que imaginamos nos influye. Louise lo comprendía
ahora. No se quedaba quieto en la cabeza. Se metía en el
corazón y en nuestras palabras, alteraba las cosas que ha-
bíamos esperado que dieran consuelo. Imaginar nos deja-
ba al desnudo. Nos llevaba a la tumba, contaba nuestros
bienes y nos indicaba quién lloraría, quién registraría 
nuestros armarios para llevarse lo que quisiera.
Tess GALLAGHER. El amante de los caballos.

Primavera: el viento turba al río pero el cielo es impertur-
bable.
SU-TUNG P'O. En O. Paz. "Versiones y diversiones", tam-
bién.

 La luna emerge tras las rocas, y la ciudad blanca se vuelve
aún más blanca, las piedras compiten con la luna por ver 
quién brilla más, y en dulce armonía fluyen el Ródano y el
Saona, uno con prisa, el otro con parsimonia, ambos rumbo
a la misma meta, la unión tanto tiempo deseada, y abrazan
la ciudad blanca como si fuese un tesoro, para nunca más
soltarla.
Joseph ROTH. Las ciudades blancas. (La experiencia más 
plena de alegría de este escritor extraordinario).

Ella sonrió su sonrisa lejana. Significa que el universo no
tiene confines, contestó.
Antonio TABUCCHI. Para Isabel. Un mandala.

Me helaré hasta el cielo,
las estrellas como peces se congelarán en mí
y en el hielo transparente
se estremecerá el remolino del mundo.
Frantisek HRUBIN. En Cormorán y Delfín, N° 26.

 Abro la escotilla: la luna ha inundado el lago.
 Marineros y pájaros acuáticos sueñan el mismo sueño.
 SU TUNG PO (1037-1101). En Octavio Paz: "Versiones
y diversiones".

 Hay jardines que ya no tienen país 
 Y están solos con el agua
 Georges SCHEHADÉ. Poesías.

 Paisajes como cubrirse con una manta la cabeza.
 Henri MICHAUX. Ecuador.

 y el sol de octubre,
 como en verano,
 en el hombro de la colina.
 Dylan THOMAS. Poema de octubre.

 como la lluvia y las abejas en la luz
 Oscar L. MILOSZ. Poemas.

 El pulso del estanque late
 Michel DELGUY. Antología de la poesía francesa.

 Estoy solo en una galaxia de imágenes
 Hans M. ENZENBERGER. 

 Aquello que es del dominio de la imagen es irreductible
por la razón y debe permanecer en la imagen so pena de
aniquilarse.
 Antonin ARTAUD. Van Gogh, el suicidado por la sociedad.

 Negras las banderas
 cubriendo el cielo
 Max AUB. Antología apócrifa.

Pero de todos modos, había cosas. No estaba en el éter. La
luz mortecina del crepúsculo ultra postrero estaba ahí mos-
trándole millones de objetos, pastos, cardos, guijarros, te-
rrones, hormigueros, huesos, caparazones de tatús, pájaros
muertos, plumas sueltas, hormigas, escarabajos...
Y la gran meseta gris.
César AIRA. La costurera y el viento.

 Es primavera: 
 la colina sin nombre
 entre la niebla
 BASHO. Antología del Haiku.
(Hay que decirlo: los poemas chinos, y casi diría 'orientales',
si incluimos a los japoneses y a los coreanos, son un semille-
ro interminable de imágenes. Es como pescar con red en me-
dio de un cardumen.)

 El niño ciego
 guiado por su madre
 frente al cerezo en flor.
 ENAMOTO KIKAKU (De un ejemplar de la Revista Fic-
ción de hace muchos años; una nota de Osvaldo Svanascini).

 Es una mujer joven y bajo sus pasos las imágenes se levan-
tan en profusión.
 Julien GRACQ. ¿Se llamaba 'El ojo del bosque' su novela?

 Las fronteras todavía cuelgan como mangas
 Los cocheros del juego de sombra contemplan en la
orilla del mar a los centinelas de la inmovilidad.
 Louis SCUTENAIRE. Antología de la poesía surrealista.

Ayer, Dunkerke bajo una lluvia siniestra. Ciudad inglesa. A-
vería en La Panne, inclinado sobre su caja de herramientas,
escuchaba a alguien decir detrás mío: "No me extraña que
no me respondan en el Ministerio de Guerra". Me doy vuelta,
era el rey. Miraba nuestra depresión con su ayuda de campo.
Muy chic, anteojos, con el aire del "profesor de matemáticas
buen tipo".
Jean COCTEAU. Cartas a mi madre.

porque los labios de ella parecen mascar y mascar en la di-
rección de las manecillas del reloj. Una vez tiene que ahogar
una carcajada porque se imagina cruzando el ecuador con e-
lla, llegando al hemisferio sur y sintiendo su boca cambiar
de dirección.
Kathryn HARRISON. La mujer de nieve.

Un domingo por la tarde todos fuimos a nadar a un lago cer-
cano, y me sorprendí al ver que el general se sacaba la pier-
na ortopédica y que haciendo culo patín se desplazaba por
la playita, metiéndose al agua como una foca. Se alejó, im-
pulsándose con su única pierna y, una vez llegado al centro
del lago, se puso de espaldas y, para vergüenza de sus hijos
y el desconcierto de los excursionistas locales, empezó a
cantar, en voz extremadamente alta, en ruso.
Richard GWYN. El desayuno del vagabundo.

 En cuanto "hijo de buena familia", educado, bastante sano,
ni feo ni guapo, sólo pasable, haciéndole la corte a sus pri-
mas, alumno mediocre, un tanto enmadrado, delicado, in-
quieto, y al mismo tiempo burlón, parlanchín, provocador,
a menudo insoportable en el colegio y golpeado por sus
compañeros más mayores, sociable, frívolo, audaz o tímido
según las circunstancias.
Witold GOMBROWICZ. Testamento. [Un esbozo de auto-
retrato]

 Medianoche. Sin olas,
 sin viento, el bote vacío
 está inundado de luz blanca.
 DOGEN (1200-53). Zen poems

 ...y que lleva a la hierba veloz por un largo sendero hacia
el aire vivo
 Adrienne RICH. La extranjera.

 conciencia semejante a una sucesión de lavas
 Henri MICHAUX. Movimientos/ Yantra.

 En el sueño de aproximarme a los 40 me vi como si estuvie-
ra a punto de morir y comprendí que no era yo mismo, sino
un ser habitado de arriba abajo por parásitos, como una oruga
ocupada por las larvas del icneumón.
 Cyril CONNOLLY. La tumba sin sosiego.

 Los chicos de Sarajevo. huérfanos en medio de las ruinas.
Está Mario. Dice: "a la noche sueño que mi mamá está viva",
Tiene un gorro que le tapa los ojos, sonríe. La tele lo vuelve
luminoso, como si estuviera en un vitral.
Annie ERNAUX. La vida exterior.

Imágenes de un hombre joven a la luz parda del atardecer.
Valencia. Grandes alamedas orilladas de árboles. Sevilla de
noche, el olor del polvo que se ha asentado, el olor de las
adelfas, más denso, verde. Delante del gran hotel, dos porte-
ros están regando la acera con una manguera.
James SALTER. Juego y distracción.

Noche muy corta
Con perlas de rocío
Sobre la oruga
BUSON. Jaikus inmortales.

 Al principio buscábamos estas imágenes con la obsesión
del coleccionista. Hasta que al final comprendimos la verdad: 
eran ellas las que nos habían buscado. 
Isaac LENAU. Cit. por Allan Wall en "Bendito sea el ladrón".

Unos levantan chozas
de sal rosa.
Jean TORTEL. Antología poética francesa.

El viejo granjero con mameluco cuelga de una viga del gra-
nero. Las vacas miran de costado. La vieja arrodillada, bajo 
los pies que se balancean, con el vestido negro de domingo,
y tocando el suelo con la frente como una musulmana. Afue-
ra, el cielo está lleno de nubes espumosas sobre un intermi-
nable campo arado sin otras señales a la vista.
Charles SIMIC. El mundo no se acaba.

O en la carretera de Rublovka, el Neuilly ruso; abedules ilu-
minados de noche por los fuegos artificiales. Los troncos 
blancos alineados parecían pajas translúcidas que aspiraban
la nieve hacia el cielo.
Frederic BEIGBEDER. Socorro, perdón.

Mazappa me señalaba todas las veces que Bechet hacía
reaparecer la melodía "como luz de sol en el suelo de un
bosque".
Michael ONDAATJE. El viaje de Mina. (Un bellísimo li-
bro)

Eran las diez mil fotos famosas que Atget había hecho de un
París ya fenecido, aquellas magnas imágenes calladas, baña-
das en el color pardo del cloruro de oro.
James SALTER. Juego y distracción.

las curvas de un vaso reflejan los rostros
Jean FOLLAIN. Espacio del instante.

El mundo se va encogiendo y concentrando a medida que pa-
samos más tiempo en él.
Richard FORD. Francamente, Frank.

una película de 5 minutos rodada en la Atenas del s.V mo-
dificaría de arriba abajo la visión que de ella nos dan los his-
toriadores.
Claude LÉVI-STRAUSS. De cerca y de lejos.

ya para siempre seguro como un insecto preso en el ámbar
bello como una catedral de helechos en el carbón salvada
Zbiegniew HERBERT. Informe desde una ciudad sitiada.

El Fakahatchee es de una belleza particularmente extraña y
excepcional. Bajo la luz del sol las praderas de hierba parecen
un gran manto de seda salvaje.
Susan ORLEAN. El ladrón de orquídeas.


El Kremlin no es más que una isla negra, contra la que rom-
pen las olas del mar en llamas.
CHAUTEBRIAND. Cit. por W.G. Sebald en "Historia de la
destrucción".

el quemante frío iluminaba
las inscripciones labradas de los parientes de mi madre;
20 o 30 Winslows y Starks.
La escarcha les había otorgado a sus nombres un borde de
                                diamante.
Robert LOWELL. Poemas.

La obra es, como quería Walter Benjamin, la mascarilla fu-
neraria de la concepción.
W.G. SEBALD. Entrevistas.

El piso más mojado como vidrio
Refleja una gaviota parada.
Robert FROST. Cit. por Brodsky en "Conversations with
Joseph Brodsky".

así como las palomas que recorren el zinc, con las manos a
la espalda, de un lado para otro.
Jean COCTEAU. Opio.

-Bueno, si haces arder totalmente una cerilla se retuerce por
completo, esto produce, naturalmente, una enorme tensión
momentánea en el material. 
-En Nepal asistí una vez a una cremación pública: junto a un
río -era mentira, sólo lo había leído, pero veía la pira ante mí.
- ¡Oh! ¿Y qué ocurrió?
-El cráneo estalló. Hizo un ruido espantoso. Era como si se
estuviera asando una castaña enorme.
Cees NOOTEBOOM. La historia...

No por ello satisfecho. Todo lo contrario: martirizado, tenso,
inquieto y sin encontrar nada importante que asir, vigilando
sin tregua, la cabeza constelada de ventosas.
Henri MICHAUX. Retrato de los Meidosems.

como un tractor parado por la tarde en los surcos de un cam-
po que no terminó de ararse
H.M. Id.

Las clavijas de las góndolas-violines se mecen emitiendo un
silencio intermitente.
Joseph BRODSKY. Marca de agua

Loa ríos se entretejen como cintas -más o menos plateadas-
en la llanura.
Alfred POLGAR. La vida en minúscula.

La primera imagen del día: no tanto las cimas de Albania,
cubiertas de nieve, al otro lado del lago, cuanto el reflejo
tembloroso de los cristales del autobús circulando por el
asfalto.
Peter HANDKE. Ayer, de camino.

Como una mosca patilarga en el arroyo
se mueve su pensamiento en el silencio.
William B.YEATS. Cit. Por S. Heaney, en "De las emocio-
nes a las palabras".

Una draga que arrastraba un bote a muchas brazas a estribor,
de manera remota, umbilical.
Malcolm LOWRY. Piedra infernal.

los clérigos jóvenes que se reunían junto a la iglesia el sába-
do por la tarde
Adam ZAGAJEWSI. La belleza ajena.

 En un lejano recodo del verano
unos monjes juegan al fútbol.
John ASHBERY. En la revista Hablar de Poesía N° 8.

una chica pequeña guiaba a una chica más pequeña aún por
una calle polvorienta directamente hacia adentro del mundo.
Werner HERZOG. Conquista de lo inútil.

El hijo mayor de nuestro Emperador es todavía un niño, pero
se ve espléndido cuando está en brazos de sus Excelencias,
sus guapos tíos jóvenes, o cuando lo atienden los cortesanos
ancianos, o cuando su caballo es llevado a una ceremonia. Al
ver al joven Príncipe en esos momentos, se diría que nada in-
conveniente podría sucederle jamás.
SEI SHONAGON. El libro de la almohada.

Yo no podía hacer la Gran Muralla
sin cortar las venas de la tierra.
MENG TIEN. Cit. por Roberto Calasso en "Los cuarenta y
nueve escalones".

Desde que se instalaron los vertederos de basura en Bogdans-
ki Dolina y los montones de desperdicios crecen hasta el pun-
to de cerrar el paso a los vientos del norte, el aire se enturbia
hacia el mediodía sobre la ciudad, la campana gelatinosa del
hedor vibra sobre los tejados y hasta las gaviotas más feroces
enmudecen en su interior. Un silencio paralizante se cierne
sobre los muros y solamente pueden oírse las moscas que
golpean las ventanas. Atraviesan incluso los cristales y reco-
rren las sombrías habitaciones como negros latigazos.
Ádam BODOR. La visita del arzobispo.

 De algunas casas sobresalían espejos en soportes metálicos.
Estos espejos servían para que los habitantes pudieran ver,
sin asomarse a la ventana ni ser advertidos, quién llamaba a
la puerta. También mi reflejo reverberaba en ellos. Me pare-
cía que, a través de esta multitud de lunas bruñidas, en cual-
quier momento podría deslizarme a un mundo paralelo. Me
asustaba la idea de que al otro lado, dentro, oculta tras las
cortinas, pudiera verme a mí misma pulsando el timbre de
la puerta.
Dubravka UGRESIC. El ministerio del dolor. [Este libro 
trata el asunto del exilio, en este caso de Croacia a Holanda.]

El sol helado se alza silenciosamente
A través de la ventana cerrada.
LI CH'ING CHAO. 100 Poems from the Chinese, de Kenneth
Rexroth.

     TS'AI CHI'H
Los pétalos caen en la fuente,
    los anaranjados pétalos de rosa,
Su ocre se pega en la piedra.
Ezra POUND. Antología (ed. Visor)

 Una familia sentada en una piragua; la madre con un brillan-
te vestido amarillo, la niña con un bebé en su regazo sonrien-
do como un piano abierto.
Graham GREENE. En busca... (Resulta q en los cuadernos
anotaba estas cosas con esta clase de abreviaturas. En ese
momento tenía tan presente el título del libro, que pensaba
que nunca me lo olvidaría.)

 Cerca de la estación de Montevideo, en plena ciudad, en las
horas de calor, una tropa de elefantes resoplaban echados so-
bre los lomos, en un terreno baldío entre los edificios de ren-
ta. Hombres de impermeables los lavaban con mangueras, 
Los animales, chorreando agua, se entregaban a ridículas obs-
cenidades, que el tamaño de sus órganos y el uso soprendente
que daban a sus trompas hacían absolutamente monstruosas.
Roger CAILLOIS. La incertidumbre que nos dejan los sue-
ños.

pequeños campanarios innumerables y en un simple jardin-
cillo, entre miles de hierbas, el laberinto del eterno retorno.
Henri MICHAUX. Escritos sobre pintura. (Describiendo un
cuadro de Klee).

 Quien llegue a estos parajes provisto de la paleta de los pai-
sajistas italianos tendrá que deshacerse de los colores dulzo-
nes. La tierra está agostada por el sol, enronquecida por la
sequía, y tiene un color ceniciento que de vez en cuando se
torna violeta o agresivamente rojo.
Zbigniew HERBERT. El laberinto junto al mar.

 CUMBRE DEL HUAZI
 pájaros
       pájaros
 en el espacio eterno
WANG WEI. Poemas del río Wang.

 Largas y delgadas
 tiemblan de rocío
 las valerianas
Matsuo BASHO. Diarios de viaje.

donde las cosas inanimadas tienen la fijeza de una ebrie-
dad recién desaparecida
Fleur JAEGGY. Vidas conjeturales. 

 Sócrates aconsejaba a los jóvenes que se miraran a menudo
en el espejo: para que, viendo lo hermosos que eran, se vol-
vieran dignos de ello (axioi gignointo).
Guido CERONETTI. El silencio del cuerpo.

 Este "mucho más" tiene que ver con cosas sutiles. Podría
decirse que tomar una esposa es dotarse de una historia. Y
si ello es así, debo entender que yo estoy ahora fuera de la
historia. Como los caballos y la niebla. O podría decirse
que mi historia me ha dejado. O que he de seguir viviendo
sin historia.
Raymond CARVER. Tres rosas amarillas.

 el desierto, su corazón seco bombea arena
Wojciech KASS. En Poesía a contragolpe. Antología de
poesía polaca contemporánea.

 Pasaba horas desmedidas en el gigantesco barrio de Hrads-
chin, desierto y silencioso. A la sombra de su catedral, a la
hora en que bajaba el sol, mis pasos solitarios hacían retum-
bar las calles.
Albert CAMUS. El revés y el derecho.


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