domingo, 21 de agosto de 2011

SONIDOS Y SILENCIOS- UN CATALOGO





En el principio era el silencio. El silencio de Dios.

(¿El silencio que creó a Dios?)
El silencio de la inexistencia. El primer sonido es el del 
silencio de Dios.
Para decirlo de alguna manera. 
En ese silencio se hacía necesario el grillo.
Las cosas empezaron a separarse a partir del agujero perfora-
do por el grillo en lo oscuro del silencio.
De noche, silencios; de día, ruidos.
Sólo las chicharras desoyeron la división del día y la noche, y
prosiguieron orando y horadando, al mismo tiempo.


De aquí surgió el bramido, como un recuerdo de que había un
origen del origen, un antes de todo, aún un antes del antes mis-
mo. 


También están los sonidos que no oímos. El mar, detrás de una
membrana, por ejemplo. El mar, el mar inmenso, ahí nomás, 
a una membrana de distancia. 
El cielo silencioso, el "cielo protector" (del rugido devastador
del universo).


El sonido de las flores soñándose en la brisa.


Aquel sonido del Chafiz ante el espejo.

Locura del ruido. Locura del silencio. El silencio de la cabeza
está también habitado por toda clase de mínimos grillos.
Muchos grillos son tan invisibles como el silencio. Hasta que
se tiene uno en la mano. Y salta a la hierba, buscando su cueva.
Cada cosa desmiente a la otra: el sonido al silencio, el silencio
a la noche, la noche a la luna, la luna al sonido, el sonido al eco.


Y después está la voz. La voz que te cubre y te descubre, la
voz que intenta dar sentido al ruido y al silencio. La voz que
el cuerpo recuerda aún estando en el pozo de la noche...




***

En el corral, los renos levantaban la cabeza y una inquietud
les nacía en los ojos vidriosos. Y se ponían a correr de repen-
te de un abeto a otro, de la casa a los abetos. El espacio blan-
co absorbía esos sonidos mágicos.
Victor SERGE. El caso Tuláyev.


A las cinco en punto de la mañana siguiente, los muecines con-
vocan a la oración matutina del islam a través de los gigantes-
cos altavoces repartidos por la ciudad; la dilatada sílaba inicial 
suena exactamente igual que el arranque de una sirena antiaérea: 
una a una, las voces se elevan hacia Alá ahogando todo lo demás. 
Es domingo, 20 de enero de 1991.
Denis JOHNSON. Viajes a los confines del mundo.

Y Monsieur Pascal, quien oye el silencio dentro de la oreja 
de Dios.
Charles SIMIC. Alquimia de tendajón.

En tu respiración escucho
la marea del ser...
Octavio PAZ. Poesía completa.

El arrollo congelado brilla y calla.
Las sombras yacen aquí profundamente,
sin voz./
Mis pasos para llegar hasta aquí fueron explosiones en el suelo
que el silencio vuelve a pintar,
vuelve a pintar.
Tomas TRANSTRÖMER. Deshielo a mediodía.

parecido a ese maravilloso silencio que se esparce por la poesía
griega cuando la luna se levanta lentamente sobre el mar.
Curzio MALAPARTE. La piel.

Como por una mano
arrojado en la noche
el sonido:
abandonado y mío
Marina TSVIETÁIEVA. Antología poética.

La noche es bondadosa.
A la hoja que cae hace cantar
y oír deja el aliento de la tierra
que duerme
Hendri SPESCHA (Suiza, 1928) En Rev. Hora de Poesía 
N° 67/8.

Desde el interior del dancing venía una musiquilla tan apaga-
da, tan sumamente apagada, que provocaba melancolía.
Gianni CELATI. Vidas erráticas.

El sonido de las mujeres y de los vasos de whisky podía perte-
necer a lo deseable o lo indeseable según el temperamento, pero
el golpeteo de las bolas de billar era inequívocamente positivo.
De haber encontrado el modo de amortiguar el ruido, habrían
entrado furtivamente de noche para jugar unas partidas.
Lawrence OSBORNE. Los perdonados.

Paso la noche en el templo de la cima
Alzando la mano, alcanzo las estrellas
Pero no me atrevo a alzar la voz
Por temor a molestar a las gentes del cielo.
LI BO. 50 poemas. (Hiperión)

Una orquesta de negros alternaba con un órgano mecánico. 
Los negros se arrojaban notas de clarinete como si fueran pe-
dazos de carne cruda.
Jean COCTEAU. El gran extravío.

De nuevo la suite para chelo de Bach: la música de las curvas del corazón.
Peter HANDKE. Ayer, de camino.

Desde esa ventana veo enrojeciéndose las puntas de los cerros
y las aéreas nubes desplazándose por encima de ellas, muy ba-
jas, como si fueran a pincharse y explotar. 
 Explotarán las nubes, sí.
 Y el sonido final será ese zumbido de moscas.
Iván THAYS. Un lugar llamado Oreja de Perro.

James Houston describe a dos jóvenes esquimales sentadas en
el suelo con las piernas cruzadas y las bocas unidas, que se so-
plan por turnos para hacer vibrar las cuerdas vocales de la otra
y producir una música grave y sobrenatural.
Annie DILLARD. Una temporada en Tinker Creek.

Mujeres, niños, aves de coral, gatos, perros -llorando,
gimiendo, gritando, chillando, insultando, rezando, riendo, maullando, cloqueando y ladrando-, abandonan lentamente el 
recinto a la manera de gran finale de una ópera.
Agatha CHRISTIE MALLOWAN. Ven y dime como vives. 

Sin música, decía Nietzsche, el mundo sería un error.
Donald BARTHELME. 40 relatos.

la cantante Soledad Bravo, que al atardecer, cuando el sol se 
hundía en el mar, soltaba al aire una voz enorme y dorada co-
mo las papayas.
Tomás E. MARTÍNEZ. Purgatorio.


Miles de cigarras cantaban ansiosamente, como si estuvieran
dando cuerda a otros tantos relojes.
Haruki MURAKAMI. La caza del carnero salvaje.

Las chicharras estallaban en aplausos
con motivo de una jugada excelente
Derek WALCOTT. Omeros. (Se trataba de un partido de crí-
quet entre colegiales)

Nadie hablaba,
El anfitrión, el visitante,
El crisantemo blanco
RYOTA. Antología de la poesía japonesa.


Miles de guerreros provenientes de todo el país masai se reú-
nen para que sus madres les afeiten la cabeza antes de realizar
los ritos que los harán entrar en su nueva -y en cierto modo mo-
nótona. vida como adultos. No hay música, sólo el ronco y
errático sonido de un cuerno de cudu y la salmodia, un ruido
extraño que procede del interior de la propia tierra, como si las
rocas y el suelo estuvieran cantando lo mejor que pudieran.
Justin CARTWRIGHT. Soñando con los masai.

El silencio era tan absoluto que me creía sordo.
Jules RENARD. Diarios.

la fábrica de azúcar, que rugió
al detenerse
Derek WALCOTT. El testamento de Arkansas.

Tras decir esto, el intruso se desvaneció en un abrir y cerrar de
ojos sin hacer el menor ruido, como una gota de agua absorbi-
da por la arena.
Kenzaburo OÉ. Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura.

Mientras estoy en la tierra,
el silencio, en ocasiones, me es dulce;
pero cuando esté enterrado,
ya no podré callarme nunca.
Jean COCTEAU. Obras escogidas (Aguilar)

Es como 
Chopin
sacudiéndose
la música de los dedos,
haciendo aquello
en lo que
todo es
o técnica
elevada a brujería
o nada sino notas.
Charles TOMLINSON. La insistencia de las cosas.

¿Es el tañido de las mandolinas lo que os perturba acaso?
¿O el caer de los pétalos de naranja agria en las tazas de café?
¿O el lento trepar del claro de luna entre los olivares?
    ¡Drip! ¡Drop! La lluvia cae
    Sobre las finas láminas de mi corazón.
Amy LOWELL. En J. Tello, 'Poetas norteamericanos traduci-
dos por poetas venezolanos'.

Unos hombres trajinan con carretillas elevadoras, trasla-
dando cajas y baúles. Cada vez que retroceden, los vehí-
culos emiten un sonido alto, monótono y repetitivo. Es
como si sufrieran y no pudieran expresar su dolor.
Cees NOOTEBOOM. Los zorros vienen de noche.

Rechinó la cerradura, un sonido que en la celda oye todo
recluso, esté despierto o dormido, a cualquier hora. En la
celda no hay conversación que pueda ahogar este sonido,
no hay en la celda sueño para el que este sonido pueda pa-
sar desapercibido. No hay en la celda pensamiento que
pueda... Nadie puede concentrarse en algo que haga pa-
sar por alto este sonido, que impida oírlo.
Varlam SHALAMOV. Relatos de Kolimá. Vol. III. El
artista de la pala.

Un silencio sordo: cerca del estallido de las bombas sólo hay 
un expectante silencio atroz, un silencio elocuente. 
Laura ESTRIN. Literatura rusa. (Hablando del silencio de
Babel ante la presión insostenible del aparato represor sovié-
tico. En otro párrafo, dice Estrin: "como dirá de sí también
Shklovski, evidenciando que el estado intentaba adueñarse de 
sus voces y por eso callaban".

El canto de la nieve que se va, que se disuelve por sí mis-
ma dentro de sí misma, es un concierto al que me acerco
cada vez más. 
Salgo a escucharlo cuando llega el invierno.
Pascal QUIGNARD. Sobre lo anterior.

y esperamos a oír al fantasma acústico: ese acorde que suena
por la noche cuando la luz de la luna traspasa las ventanas de
la nave y alcanza las teclas del órgano.
Amy HEMPEL. Cuentos completos.

Las olas de las costas de Caix trituran miles de guijarros en
un estrépito de piedras. Aquí la marea murmura al avanzar
a paso de gaviota.
Michel TOURNIER. Medianoche de amor.

El mar insomne es el que está ahí ahora, muy cerca de las
paredes. Es, desde luego, su rumor, aminorado, exterior, el
que lleva a morir.
Marguerite DURAS. Los ojos azules, el pelo negro.

"El río es muy silencioso", dijo ella, "¿se debe a que va muy
lleno?"
Jean RHYS. Los tigres son más hermosos.

Por las noches soplaba una brisa ardiente que arrastraba los 
chillidos de un infinito número de insectos.
Paul BOWLES. Memorias de un nómade.

ningún sonido más fuerte que el que producía el Sargento con
su nariz, una especie de música extraña, como el que produce
el viento en una chimenea.
Flann O'BRIEN. El tercer policía.

Para Lucrecio las letras eran átomos en continuo movimien-
to, que con sus continuas permutaciones creaban las palabras
y los sonidos más diversos.
Italo CALVINO. 6 propuestas para el próximo milenio.

esos sacos de arena que protegen la ciudad hueca y en los que
las balas se hunden con el ruido del abejorro en la flor
Jean COCTEAU. Thomas el impostor.

Las cuerdas de la hamaca crujían y hacía viento y las persia-
nas exteriores batían sin cesar, como cañones. Uno se sentía
encerrado allí entre dos colinas, como en el confín del mundo.
Jean RHYS. Viaje a la oscuridad.

Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis
pisadas sobre las piedras redondas conque estaban empedra-
das las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el 
eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer.
Juan RULFO. Pedro Páramo.

Lo cierto es que la vida había quedado en suspenso en aquel
edificio: donde apenas un momento antes se escuchara el re-
piqueteo estridente de las máquinas remachadoras, el traque-
teo de los cabestrantes y el martilleo de los carpinteros, ahora
no quedaba sino el silencio de un trance cataléptico.
Thomas WOLFE. Hermana muerte.

-¿Qué es?- me dijo.
-¿Qué es qué?- le pregunté.
-Eso, el ruido ese.
-Es el silencio.
Juan RULFO. El llano en llamas.

Toda la noche el mismo sonido,
La caída
De las camelias blancas.
RANKÔ

El espacio, enloquecido, silba
saliéndome al encuentro.
Victor SEGALEN. Estelas.

La vida ya no es para mí
Detenida en el fondo de la garganta
Más que una roca de gritos.
Giuseppe UNGARETTI.

Sólo una pequeña cascada,
Pero su sonido
Refresca la noche
ISSA. Haikus inmortales.

Al principio no reconozco otro sonido que el rumor del agua
que corre, pero luego percibo por debajo de ese suave rumor
un murmullo cada vez más intenso y furioso, como un coro
que cantara con los dientes apretados, un zumbido átono y 
siniestro que no desvela ningún significado, un agobiante
lamento de tinta y papel, el sonido que emiten los libros
cuando saben que son quemados o ahogados, el dolor por lo
que ya nunca más será leído.
Cees NOOTEBOOM. Cartas a Poseidón.

Llegaba música de todas partes, no de los transistores de 
los automóviles que paseaban por las calles de la ciudad,
sino de mariachis lejanos, un bolero en la radio de la coci-
na, el silbido del afilador, un organillo, albañiles cantando
desde un andamio.
Lucia BERLIN. Una noche en el paraíso.

Los gritos de las cornejas nos siguen, más o menos aglome-
rados y desordenados, por toda la India. Es una reiteración
significativa, parecen estar diciendo: estamos siempre
aquí, porque así es siempre la India. Aparte de la locura que
domina a ese breve eructo, insolente, idiota y descarado:
ese aire de quien no respeta nada, gratuitamente sacrílego.
Pier P. PASOLINI. El olor de la India.

y Monsieur Pascal, quien oye el silencio dentro de la oreja
de Dios
Charles SIMIC. Alquimia de tendajón.

Entramos en Moscú. Pero, ¿aquello era Moscú?
Montañas de nieve. Frío. Silencio. Enormes grietas, simas,
ligera viruela dejada por las balas en las paredes.
El silencio era sordo y amenazador.
Viktor SHKLOVSKI. Viaje sentimental.

Nuestras sombras respiraron juntas. Bajo nosotros, las aguas
del río de los acontecimientos fluían casi en silencio.
Henri MICHAUX. Poemas.

Su risa se asemejaba al ruido que hace una gamuza contra
una ventana mojada. 
Willem F. HERMANS. El cuarto oscuro de Damocles.

 sólo que tenía algo que ver con el canto del último grillo
tras una helada.
 Una esquirla musical.
 Los grillos hacían ese sonido frotando las alas.
Blake CROUCH. Wayward Pines. El paraíso.

El no decía nada ni hacía ningún ruido excepto el del aire 
que expulsaba por sus orificios nasales y el de sus botas so-
bre la maraña vegetal del suelo, suaves y rítmicas como una 
guadaña bien blandida que siega la hierba de un prado.
Flann O'BRIEN. El tercer policía.


 En Birkenau las extensas ruinas de los baños romanos con-
vertidos en fábrica de muerte, hasta los europeos lloran. En
ese lugar la tristeza es prácticamente algo que se oye, una
sensación chirriante en los oídos.
Josh BAZELL. Burlando a la Parca.

Ni una hoja se mueve
en el castaño.
En la escalera de caracol
susurra tu vestido.
Georg TRAKL. Poesías.

De su pico encorvado
brota, cual graznido de la Erinias, 
irrumpiendo al exterior, un sonido mecánico,
insoportable: el sonido del acero
devorando el aluminio.
Joseph BRODSKY. Poemas (Alción). Se refiere al halcón.

El cielo es gris. Qué 
silencio increíble en
esta colina rodea
el amigable golpeteo,
el zumbido de morir.
James SCHUYLER. Una ciudad blanca.

Un diapasón oculto 
en el gran frío
emite su tono.
Tomas TRANSTRÖMER. El cielo a medio hacer.

como los niños que (¿saben?) los unos de los otros y no
necesitan que el otro les hable
Peter HANDKE. Ayer, de camino.

Al otro lado del agua gris acero del lago
sonaba como si hubiera hablado
el dios de los gansos salvajes.
Después se hizo un largo silencio
que en realidad nunca se ha roto de verdad.
Henrik NORDBRANDT. 3 X Nordbrandt.

El sonido de veintiocho cascos sobre la piedra mediterrá-
nea es una pieza musical ejecutada nota a nota por un com-
positor invisible: un trotecillo, silencio, un par de pasos. Y
a continuación los burros se echan a correr hasta quedarse
sin aliento asustados por la resonancia que ellos mismos
producen en las salas de techos altos.
Cees NOOTEBOOM. Cartas a Poseidón.

Una pareja de loros voló por encima del claro, y sus gritos
se fueron alejando como puntos de sonido en una línea rec-
ta.
Rodrigo REY ROSA. Tres novelas exóticas.

Entra por la ventana abierta el rumor de la calle. Y en el
parque, entre los edificios, un músico ambulante toca el
saxofón. Es un sonido voluminoso, hueco, tiene en los fina-
les vibraciones melodiosas. Es una música nostálgica, de
una lentitud genesíaca. Y la tonada sube entre el rumor del
tráfico. Y planea en lo alto como una estrella.
Vergílio FERREIRA. Pensar.

cantaba una mujer que parecía tener cuerda para cantar y vol-
ver a cantar siempre la misma desgarradora y dulzona melo-
día.
Pier P. PASOLINI. El olor de la India.

En el silencio, el azul murmullo de mi sangre
reproducía el sonido del huso de mi madre,
que tejía la lana verde y blanca de la espiga y del lucero 
                                                                          [del alba.
Nikíforos BRETTACOS. Antología de la poesía griega del
siglo XX.

Estar sentada en la estación Les Halles rodeada por dos or-
questas que tocan en el andén. Cacofonía que te vacía lenta-
mente.
Annie ERNAUX. Diario del afuera.

El disparate, como en un baño público. 
   El mismo eco.
Víktor SHKLOVSKI. La tercera fábrica.

en voz cada vez más baja
hasta la frontera
del silencio
luego a lo largo de ella
durante todo el tiempo
Jakub EKIER (n. 1961). Poesía a contragolpe.

El primer hombre de Camus (hermoso libro): elogio del si-
lencio; en este caso, del silencio de esa pobre, modesta fa-
milia en la que predominaban los analfabetos. El que habla,
el que se ocupa de la expresión, traiciona el ser; el ser es si-
lencioso y pleno, inefable, y cada enunciado puede sólo em-
pobrecerlo.
Adam ZAGAJEWSKI. En la belleza ajena.

Desconozco totalmente la música, pero debido a la escala
ascendente y melodramática de los bemoles, llego a la eru-
dita conclusión de que es Puccini. Una disonancia me hace
pensar que se trata de Berg o Schönberg. Hasta que la so-
prano ataca una nota altísima y la sostiene durante un lap-
so increíble, y entonces me doy cuenta de que son ruidos
del tráfico y una sirena de la policía amplificada por la llo-
vizna.
John CHEEVER. Diarios.

En nuestra casa todo el tiempo se oía el ruido de una máquina
de coser y el canto del canario, que procuraba superar el rui-
do de la máquina: ésa era la pretensión del canario. No sé qué
es lo que cantan los canarios ahora.
Víktor SHKLOVSKI. Erase una vez.

El poema hecho de una sola sílaba no es menos complejo que
la Divina Comedia o El Paraíso Perdido. La sutra Satasahasri-
ka expone la doctrina en cien mil estrofas; la Eksaksari en una
sílaba: a. En el sonido de esa vocal se condensa todo el lengua-
je, todas las significaciones y, simultáneamente, la final ausen-
cia de significación del lenguaje y del mundo.
Octavio PAZ. Recapitulaciones. En Revista La Rueda N° 1,
julio-agosto de 1967.

El piso vacío es un gran telescopio que apunta hacia el cielo.
Está silencioso como una ceremonia cuáquera. Lo que se oye
son las palomas del patio trasero, su arrullo.
Tomas TRANSTRÖMER. El cielo a medio hacer.

Lleva los añicos del mundo en una ristra.
[Ella] Sabe las palabras, pero sólo sonríe.
Paul CELAN. Amapola y memoria.

el sol zumbante de luz
Philippe SOUPAULT. En 'Antología de la poesía surrealista'.

Sucede algunas veces que, al promediar la noche, el más
completo silencio del universo me despierta.
O.W. de LUBICZ MILOSZ. Antología poética.

Los hombres evitan el silencio

Si no, podrían escuchar
dentro de sí, de rodillas, la culpa
Reiner KUNZE. En Diario de Poesía, N° 59.

Siempre suena
junto a negros muros el viento solitario de Dios.
Georg TRAKL. Cit. en Hugo Mujica. Obra poética.

la plaga de langostas (...) ¿Alguna vez las oyeron? Hacían el
ruido más seco del mundo.
William GOYEN. Ángeles y hombres.

Recuerdo que soplaba el viento y que la manga de viento
estaba completamente horizontal, como un poste indicador,
y que la arena volaba alrededor de nuestras piernas y emitía
una especie de crujido al chocar contra las carpas y que és-
tas aleteaban a causa del viento de manera que parecían
hombres de lona batiendo palmas.
Roald DAHL. Historias extraordinarias.

Luego saltaba el disparo de una ametralladora, como el gri-
to con el que una histérica calma los nervios.
Ernst JÜNGER. El teniente Sturm.

Me estremece el silencio eterno de estos espacios infinitos.
PASCAL. Pensamientos.

De manera tímida, casi imperceptible, me llegaba esa músi-
ca, palpable y tierna, que produce el bosque en el estío, cuya
melodía está siempre un poco más allá del alcance del oído,
siempre tentadora.
John BANVILLE. Regreso a Birchwood.

Dentro, en las entrañas abismales y vacías de la casa de cul-
tura, resonaba una música muerta.
Andrzej STASIUK. Camino de Babadag.

"Parece ser un aullido humano; pero no parece ser de ningún
ser humano."
 La lluvia amortigua los ruidos. Se sigue oyendo aún después
de todo, granizando sus gotas, hilvanando el hilo de la vida.
Juan RULFO. Pedro Páramo.

Por la puerta entornada del comedor salía una música límpi-
da y gélida, de esas que se oyen a menudo por la radio de no-
che y recuerdan a un aeropuerto desierto.
Patrick MODIANO. Villa Triste.

(la pareja hace el amor) en un profundo mutismo que de nin-
guna manera permitiría ella romper, aun cuando él pudiera
tomar ese silencio tan fuera de lugar por estupidez o simple-
za. En el silencio desaparece la vergüenza, porque la ver-
güenza es hija de la palabra. La mujer no siente placer: se
siente liberada de la vergüenza.
Hermann BROCH. Los sonámbulos.

Hablaba muy rápido, mientras sus manos corrían arriba y
abajo por la chaqueta como conejillos blancos. Su palabreo
sonaba como agua hirviendo en una tetera.
Joseph ROTH. El juicio de la historia.

Alain Didier-Weill en su libro Invocaciones, menciona que
en la música frigia hay una combinación de notas tan insi-
nuante que San Agustín propuso prohibirla.
Isidoro VEGH. El abanico de los goces.

Desde aquel día y en muchas ocasiones durante el verano,
cuando el sol está en su momento álgido, he sentido ese mis-
mo soplido solemne, memnónico y sagrado, el único sonido
audible de la eternidad. han sido tres las ocasiones en las que
he escuchado ese sonido y las tres han sido en idénticas cir-
cunstancias, en verano y frente a un cadáver.
Thomas de QUINCEY. Bosquejos de infancia y adolescen-
cia. 1785-1800. (Un libro extraordinario) [Se refiere a Mem-
nón, cuya cabeza se encuentra en una escultura en el Museo
Británico, "en cuyos labios está dibujada una sonrisa de amor
piadoso y misterio panhelénico, la más sutil y asombrosa-
mente divina que haya creado nunca la mano del hombre"]

Han muerto muchos ya sin haber dicho nada.
A.E. HOUSMAN. A un joven atleta muerto.

En los pueblos se apaga temprano la luz de las casas. Enton-
ces todo se ve gris, porque le paisaje es gris, por la luna. El
único modo de ubicar los ranchos es cuando se oye ladrar
a los perros, uno y después otro y otro, a lo lejos, en las
sombras.
Ricardo PIGLIA. Blanco nocturno.

Agarró su botella de vino, subió las escaleras y se encerró en
su habitación. Yo lo seguí inmediatamente, y fue mi corazón
el que, con sus fuertes latidos, llamó a la puerta.
Knud ROMER. Quien parpadea teme a la muerte.

Un ruido atronador y uniforme llena todo el espacio, como
si las máquinas de la ciudad no estuvieran paradas del todo,
dispuestas a volverse a poner en marcha enseguida.
Peter HANDKE. La ausencia.

¿No has oído nunca
en la madrugada
el largo lamento
de las máquinas,
el tristísimo lamento de las locomotoras,
el penetrante lamento del silbato de las fábricas,
esas válvulas de escape
del hierro y del aluminio?
Max AUB. Bajo el apócrifo de Robert Lindsay Holt. En
Antología Traducida.

Las voces que hablan en nosotros. Pero aquí estamos en el
reino de los acúsmata: estar en estado acusmático, o de en-
cantamiento (...) el uso que del concepto de acúsmaton hace
Apollinaire, en dos poemas (...) En el primero, se trata de
"una quieta voz de ausente". En el segundo (...) Apollinaire
escribe que "ellos comprendían lo que creían oír". (...) El
reino del acúsmaton está prohibido para el "extraño". Per-
tenece solamente a quien puede escuchar sus voces menta-
les.
Antonio TABUCCHI. Autobiografías ajenas.

una canción que debía terminar con un grito melodramáti-
co y un desplome al suelo, y que ella hacía explotar en un
crujiente re sostenido, como un castillo barato de fuegos
artificiales.
Joseph ROTH. Primavera de café.

Pronto entraría el sol en el gran vestíbulo pintado de Abu
Simbel por primera vez en más de mil años.
Del pequeño agujero que dejaba tras de sí, salía el inmen-
so rugido del silencio.
Anne MICHAELS. La cripta de invierno.

A la cabeza, un grupo de lamas tocaba unas trompas de diez
metros de largo. Estas trompas, cuyos extremos sostenían
unos niños situados delante de la comitiva, mantendrían ale-
jados a los malos espíritus. Cada trompa emitía una sola no-
ta, pero al sonar varias al mismo tiempo, o incluso todas a
la vez, producían extrañas armonías.
David KIDD. Historias de Pekín.

esos sacos de arena que protegen la ciudad y en los que las
balas se hunden como el ruido del abejorro en la flor.
Jean COCTEAU. Thomas el impostor.


Aquella noche fue algo así como una noche en tren, ya dor-
mitando, ya durmiendo con un sueño agobiante a través del
cual se tiene conciencia, no obstante, del ruido rítmico de
las ruedas, de las estaciones en que para con un silbido de
vapor, del hombre del farol que da golpes con un martillo
en los ejes mientras unas voces desconocidas se interpelan
de un andén a otro.
Geoges SIMENON. El hijo del relojero.

Yo camino agitando los brazos y como mugiendo, casi sin
palabras todavía, por momentos acortando el paso para no
interferir en el mugido o, por el contrario, mi mugido se ha-
ce más acelerado, al ritmo de los pasos. Así se acepilla, se
le da forma al ritmo; base de toda obra poética, pasa a través
de ella como un rumor. Poco a poco, de este retumbo comien-
zas a sonsacar palabras sueltas.
Vladimiro MAIAKOVSKI. Cit. por V. Shklovski en "Erase
una vez".

ahora circula una bicicleta
oigo su ruido de viento y de otras alas
Daniel BIGA. En 'Poesía Francesa Contemporánea'

Voces imaginarias y amadas
de aquellos que murieron o de aquellos que están,
como los muertos, perdidos para nosotros.
A veces nos hablan en sueños;
a veces, en su imaginación, las oye el
pensamiento.
Y, con su sonido, retornan por un instante
ecos de la poesía primera de nuestra vida,
como música que en la noche se extingue lejana.
Konstantinos KAVAFIS. Voces.


Siendo como son aves mudas [se refiere a las cigüeñas],
improvisan un curioso reclamo de cortejo que consiste en
echar hacia atrás el cuerpo y abrir y cerrar el pico escarlata
con un golpe seco, repitiéndolo a toda velocidad, lo que
produce un sonido parecido al entrechocar de dos palos li-
sos: una docena de cortejos en uno de estos villorios ribe-
reños sonaba como un concierto de castañuelas.
Patrick Leigh FERMOR. Entre los bosques y el agua. [El
párrafo termina: " fue la melodía predominante del viaje,
y el encanto en que envolvieron las subsiguientes regiones
duró hasta agosto, hasta las montañas de Bulgaria, cuando
al fin observé una formación de estas aves menguando a lo
lejos, rumbo a África".]

la canoa de donde se extraen sonidos armoniosos
Benjamin PERET. El núcleo del cometa.

el mar siempre se escucha
no como desastre
más bien efecto emigratorio
del sonido que no encalla.
Silvana FRANZETTI. En el poema "Mobile", en Diario de
Poesía N° 46, invierno de 1998.

Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la di-
ferencia. Porque las palabras que había oído hasta entonces,
hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban;
se sentían, pero sin sonido, como las que se oyen durante los
sueños.
Juan RULFO. Pedro Páramo.

Luego volvió a hacerse un silencio, aunque uno diferente, 
uno que no era a causa de un espíritu, no un silencio extra-
ño, no ese silencio tampoco de cuando se está atento, un si-
lencio que era parte de esa región y que yo conocía muy
bien.
Lukas BÄRFUSS. Koala.

En la hierba murmuraba un pequeño arroyo, y en lo alto su-
surraban las copas de los árboles. En el sotobosque se oían
por todas partes los gorjeos de los petirrojos, pero en cuanto
se acercaban a ellos se hacía el silencio.
Robert SEETHALER. Toda una vida.

Nunca has oído una sirena hasta que sabes que te está bus-
cando. Entonces la oyes de veras y sabes lo que es y entien-
des que le hombre que la inventó no era un hombre, sino un
demonio del infierno que juntó y mezcló ciertos sonidos de
un modo que te paraliza y te descompone. Si estás sentado
en el living oyes una sirena y es un ruido pequeño y solita-
rio y solo tienes que aguantarlo hasta que se desvanece. Pero
cuando te persigue, es la textura del mundo. Lo oyes hasta
que te mueres. Te desgarra como si un torno te taladrara un
nervio y se expande mientras te perfora.
Elliot CHAZE. Mi ángel tiene alas negras.


En la cubierta del vapor no había más que tranquilidad. Sola-
mente se oía un ruido indefinido que provenía de la ciudad.
Generalmente, durante el día no se escuchaba. Podía parecer
que, cuando aparecían las tinieblas, el aire se tornaba sonocon-
ductor.
Vladimir ARSÉNIEV. En las montañas de Sijoté-alín.

El motor gruñó y ladró, un perro enjaulado excitado ante la
perspectiva de una inesperada carrera.
Eric McCORMACK. Paradise Motel.

Los ruidos de la calle entraban dulcemente en mi sueño como
abejas en una colmena.
Curzio MALAPARTE. Diario de un extranjero en París.

Incluso en pleno invierno, el único calor que llega a esta
habitación entra por la rejilla de ventilación del suelo. Las
voces también llegan por ella. A pesar de que oye la conver-
sación del piso de abajo, consigue no entenderla. Lo que
suena como si alguien estuviese moviendo muebles de un
lado a otro resulta ser el primer trueno, débil y distante.
William MAXWELL. Adiós. Hasta mañana.

No me atreví a detener el coche, así que, aterrado, maniobré
para seguir camino en forma mecánica, encantado por las
melodías que surgían de los instrumentos del puente musi-
cal que sonaba como una orquesta de xilofones, tambores y
chelos mientras yo lo recorría. ¿Quién hubiera dicho que el
puente muerto, condenado y clausurado a la mano del hom-
bre, contenía música?
William GOYEN. La misma sangre y otros cuentos.

...mirando por el balcón del piso once a una ambulancia poli-
cíaca que deja un surco aullante por el Strip...
Hunter THOMPSON. Mescalito.

¡El trac-trac del tren, y el aum-aum del viento!
Mario RIVERO. En Diario de poesía N° 50.

La tarde resuena a través del follaje
con el sonido que hace el follaje por la tarde.
Henrik NORDBRANDT. Nuestro amor es como Bizancio.

Se oía el silbido de los trenes que maniobraban, como cada
día, y las voces de los trabajadores ferroviarios, y el golpe
sordo y tintineante de los vagones al acoplarse unos a otros.
Sin embargo, las locomotoras aquel día emitían un silbido
especial. Así le pareció a Fallmerayer. Era un hombre com-
pletamente corriente, y nada le resultaba más extraordinario
que el hecho de que ese día creyera escuchar entre todos los
ruidos de costumbre, en absoluto sorprendentes, la voz in-
quietante de un destino inusitado.
Joseph ROTH. Jefe de estación Fallmerayer.

Sus pasos resuenan. Del jardín de la iglesia alzan el vuelo
unas palomas silvestres. Son grises como la luz. Sólo el
ruido permite diferenciarlas.
Herta MÜLLER. El hombre es un gran faisán en el mundo.

Sus gritos subían, ahogados al comienzo, se hubiera dicho
que iba a vomitarse entero en una lava espesa y que luego de
ese caldo se desprendería el verdadero grito, puro, desnudo
como el de un niño.
Marguerite DURAS. La vida tranquila.

-Es la campanilla del correo -dijo mi cochero-, no hay otra
igual en toda la posta. En efecto, el sonido de las campani-
llas de la troika delantera, que, traída por el viento, se oía
claramente, era extraordinariamente bello: puro, sonoro, 
grave, algo trémulo. Como lo supe más tarde era una combi-
nación propia de los cocheros a sueldo: 3 campanillas, en el
centro una grande de sonido particular llamada "el petirrojo"
y 2 pequeñas afinadas en tercias. El sonido de esas tercias
junto con la quinta trémula, que repercutía en el aire de la
estepa sorda y desierta, era singularmente hermoso.
Leon TOSLTOI. La muerte de Ivan Illich.

Aunque no soy católico
pongo atención al escuchar las campanas
en la torre de ladrillo amarillo
de su nueva iglesia
sonar hasta hacer que caigan las hojas
sonar en el hielo que las cubre
y anunciar la muerte de las flores
avisar del gorrión...
William Carlos WILLIAMS. Cit. por W. Ober, 'La infec-
ción de Boswell'.

el zumbido de mis oídos -esa solitaria vibración que tan bien
conocen los niños que se ocultan en escondrijos polvorientos-
Vladimir NABOKOV. Habla, memoria.

Me paré en la galería
quitando la nieve de mis esquíes.
Miré hacia arriba.
Pasaba un jet.
Y detrás de él/ a una distancia fija
volaba su remolcado sonido, enorme y cuadrado,
como un lanchón
tirado por un vapor.
Andrei VOZNESENSKI. En Rev. El Lagrimal Trifurca.
Marzo de 1969.

Sí, yo sé que un hilo de flauta
es despreciable para vosotros.
Juan L. ORTIZ. En Rev. El Lagrimal Trifurca. Septiembre
de 1968.

La marejada, al llenar y luego vaciar aquellos castillos de
chapa, creaba una música extraña y bárbara, compuesta de
estertores, de silbidos, de borborigmos, de ruidos de succión
acompañados de choques sordos.
Olivier ROLIN. Port Sudán.

Detrás, el humo de mi máquina se desenrolló como una larga
cuerda. Pronto mi velocidad lo cortó, y oí solo el grito del
viento que mi cabeza, como una cuña partía y apartaba.
T.E. LAWRENCE. Cit. por Bioy y Borges, 'Museo'.

Era un quejido agudo, tenue, discontinuo, que parecía prove-
nir no de un adulto sino de algún niño trágico y anormal o de
un animal muy pequeño y deformado.
J.D. SALINGER. 9 cuentos.

La muchacha era bonita y callada. Se movía envuelta en su
silencio como en un velo. Algunos animales crean en torno a
sí esa clase de silencio, como si hubiesen hecho un voto de
servir a un fin superior y secreto.
Joseph ROTH. En Fuga sin fin.

En suma, se trata de un problema musical o de un temblor
en ese lugar al que se refieren los demás cuando dicen "al-
ma".
Alejandra PIZARNIK. Diarios.

Le lanzaría a una mujer una sola palabra y ella la recorda-
ría toda su vida. ¡Hallar la palabra para la que nadie tuvie-
ra una respuesta!
Peter HANDKE. El momento de la sensación verdadera.

En tu respiración escucho
la marea del ser...
(la sílaba olvidada del Comienzo)
Octavio PAZ. Cit. por Carrera y Arijon: 'El libro de las criatu-
ras que duermen a mi lado'.

Cada uno con su reata de siete ú ocho
cabeza a cola atados, cruzan
con el solo sonido de los duros cencerros,
el plip de la saliva que gotea
desde el bozal al polvo
y el murmullo de suelas en la arena ligera
Basil BUNTING. En 'Cuaderno de traducciones'.

Mi abuela tiene un talento especial para chillar; sus gritos
no son humanos. Rasgan el velo de la vida cotidiana- la
vida que, minutos antes, rodeaban al incauto joven en el
recibidor- y la precipitan contra lo oscuro, lo inhóspito,
lo brutal: animales con la pata atrapada en una trampa,
cirugía en tiempos anteriores a la anestesia, el aullido del
hombre lobo que da con el rastro de su presa, que la en-
cuentra y que devora lo que queda de ella.
Kathryn HARRISON. El beso.

sonidos de vida y movimiento, de personas que se alistaban 
y de personas que se daban por vencidas, el sonido de la espe-
ranza y el sonido del desaliento y, detrás de todos esos sonidos,
el silencioso y letal tictac de mil relojes hambrientos, el sonido
solitario del transcurrir del tiempo en la larga noche del Caribe.
Hunter THOMPSON. Días de ron.

En Hawaii, el silencio es una advertencia de terremoto. Es un
silencio espantoso porque sólo se percibe el ruido de las olas
cuando se detiene.
Anne MICHAELS. Piezas en fuga.

Las palabras se posan en mis orejas
El menor grito las hace volar
Pierre REVERDY. En 'Cuaderno de traducciones'.
 
Como por una mano
arrojado en la noche
el sonido:
abandonado y mío.
Marina TSVETAIEVA. Antología poética.

el continuo Frère Jacques, Frère Jacques de los motores.
Malcom LOWRY. Piedra infernal.

La noche es bondadosa.
A la hoja que cae hace cantar
y oír deja el aliento de la tierra
que duerme.
Hendri SPESCHA. En 'Hora de poesía' 67/8, dedicado a Suiza.

Paso la noche en el templo de la cima
Alzando la mano, alcanzo las estrellas
Pero no me atreví a alzar la voz
Por temor a molestar a las gentes del cielo.
LI BO. 50 poemas.

Una orquesta de negros alternaba con un órgano mecánico. 
Los negros se arrojaban notas de clarinete como si fueran pe-
dazos de carne cruda.
Jean COCTEAU. El gran extravío.

No viene al caso, oh, no viene al caso irse a dormir, en esas al-
cobas grandes como dormitorios de colegios, llenas de muebles
de un triste modernismo tardío, con ventiladores que parecen
helicópteros.
Pier P. PASOLINI. El olor de la India.

el continuo Frère Jacques, Frère Jacques de los motores.
Malcolm LOWRY. Piedra infernal.

Miles de cigarras cantaban ansiosamente, como si estuvieran
dando cuerda a otros tantos relojes.
Haruki MURAKAMI.  La caza del carnero salvaje.


Nadie hablaba,
El anfitrión, el visitante, 
el crisantemo blanco.
RYOTA (Fuente?)

El aforismo 423, En el gran silencio, de Aurora, explica
poéticamente el valor "demasiado humano" de las palabras
enfrentadas al mutismo perverso de la naturaleza, a "la dul-
ce malicia del silencio" que parece querer obligar al hombre
a callar, es decir, "a dejar de ser hombre... elevándose por
encima de sí mismo".
C. SCOTTO (Acerca de NIETZSCHE) En "Escrita" N° 8.


Y el silencio es aserrado en dos por una libélula.
Dereck WALCOTT. Omeros.


las chicharras estallaban en aplausos
con motivo de una jugada excelente
D.W. Id., hablando de partidos de críquet colegiales.


Los flamencos hacen un sonido extraño cuando comen, una
especie de parloteo como el de una legión de segadoras de
césped eléctricas.
Justin CARTWRIGHT. Soñando con los masais.


El silencio era tan absoluto que me creía sordo.
Jules RENARD . Diarios.


Tras decir esto, el intruso se desvaneció en un abrir y cerrar
de ojos sin hacer el menor ruido, como una gota absorbida
por la arena.
Kenzaburo OÉ. Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura.


Mientras estoy en la tierra,
el silencio, en ocasiones, me es dulce;
pero cuando esté enterrado,
ya no podré callarme nunca.
Jean COCTEAU. En 'Obras escogidas', Ed. Aguilar.

Y en este silenciar que con Dios linda.
Carlos MASTRONARDI. 'Para sepultar un olvido'.


Escuché el borde del plato girar en el suelo. Escuché la llu-
via de botones, dientecitos blancos.
Anne MICHAELS. Piezas en fuga.

Cuando ellos hacen sonar
los tornillos en un frasquito,
las nenas se callan
para escuchar el sonajero.
Roxana PÁEZ. La indecisión. En Diario de Poesía 41, 1997.

¿Oíste
cómo gritaba el pino
cuando rompiste sus brazos
en la hoguera de aquella tarde?
Dariusz SUSKA (n. 1968). Poesía a contragolpe.



Era una noche cerrada, de una oscuridad tan densa que casi
costaba moverse. Y se oía, infundiendo espanto, como resue-
llo de la fiera que era el mundo, el fragor del mar, que venía
a morir a sus pies.
Leonardo SCIASCIA. El mar color de vino.


Pero a mis espaldas siempre escucho 
El alado Carruaje del Tiempo que se acerca de prisa;
Y más allá, ante vosotros yacen
Desiertos de vasta Eternidad.
Andrew MARVELL. En 'Los poetas metafísicos ingleses del 
siglo XVII'.

La arena, el silencio, el murmullo: mensajeros de lo inmensu-
rable.
Roberto CALASSO: Ka

Escucho vivir en la noche la gran cosa sin nombre.
St. JOHN PERSE. Antología poética.

Algunos árboles tenían blancura
sobre su copa.
Una suerte de niebla
retenida por algunas ramas altas.

Que daba relieve a los ruidos lejanos
vueltos del mar.
Henri DELUY. En 'Poesía francesa contemporánea'.


Bajo la espalda de Lola, sobre la cama, oí un ruido que
nunca olvidaré ni confundiré con ningún otro sonido del
mundo. Oí a Lola segar el amor que nunca había crecido,
cómo cortaba cada brizna sobre su sábana blancuzca.
Herta MÜLLER. La bestia del corazón.

Mientras tanto los trineos rodaban con modesto silencio. 
Resonaban los timbres del tranvía a caballos. De manera en-
trecortada y arrogante, gritaban los cocheros de los carruajes
particulares, unas redes azules cubrían las grupas de los caba-
llos hasta la curvatura de adelante para que las bolas de nieve
no tocaran a los pasajeros.
Víktor SHKLOVSKI. Érase una vez.

"Corta las olas la corbeta con el perfil de Franz Liszt."
Todo está en calma, vaga inquietud adormecida, un poco
de vacío. Es hermoso sentarse en un banco público y pen-
sar, con un sentimiento de reciprocidad, en el vacío.
Fleur JAEGGY. El último de la estirpe (hablando de Joseph
Brodsky, de quién es el verso inicial.)

Despierto
y oigo golpetear el radiador
como un corazón de metal
y veo que ha nevado.
James SCHUYLER. Una ciudad blanca.

Una vez, también, el sonido del llanto de un niño.
Tan cerca se oía que, por un momento,
Pensé que era yo quien lloraba.
Charles SIMIC. Hotel Insomnio.

Soñé que dibujaba teclas de piano
en la mesa de la cocina. Tocaba sordamente en ellas.
Los vecinos acudían a escuchar.
Tomas TRANSTRÖMER. El cielo a medio hacer.

¿Acaso no oigo en el vaivén de los coches que pasan
(...) el silencio que en la lenta tarde mide una carretera?
James SACRÉ. Id.

"Cuando él llegó al lugar las gaviotas estaban ya en silencio.
Cuando lo abandonó seguían calladas" (Aberdeen, 5 de ene-
ro de 1989)
Peter HANDKE. Ayer, de camino.

aquella canción atormentada que evocaba toda la tristeza
y la resignación del hombre frente a fuerzas arrolladoras.
Liana MILLU. El humo de Birkenau.

Toda la felicidad que tiene la tierra de no ser dividida en ma-
teria y espíritu estaba en ese sonido único del grillo.
Stephan MALLARMÉ. Cit. por A.Carrera, en Bonnefoy..

Sus gritos subían, ahogados al comienzo, se hubiera dicho que
iba a vomitarse entero en una lava espesa y que luego de ese
caldo se desprendería el verdadero grito, puro, desnudo como
el sueño de un niño.
Marguerite DURAS. La vida tranquila.

Me desperté y el canto de las cigarras, incesante, llenaba la
noche como si fuese el zumbido del motor de la isla.
Aleksandar HEMON. La cuestión de Bruno.

el zumbido de mis oídos -esa solitaria vibración que tan bien
conocen los niños que se ocultan en escondrijos polvorientos.
Vladimir NABOKOV. Habla, memoria.

Me paré en la galería
quitando la nieve de mis esquíes.
Miré hacia arriba.
Pasaba un jet.
Y detrás de él
a una distancia fija
volaba su remolcado sonido, enorme y cuadrado,
como un lanchón 
tirado por un vapor.
Andrei VOZNESENSKY. En Rev. 'El Lagrimal Trifurca'.

Carretas vacías, remoliendo el silencio de las calles, perdién-
dose en el oscuro camino de la noche. Y las sombras. El eco
de las sombras.
Juan RULFO. Pedro Páramo.

Sobre un muro hay cuatro botellas sucias llenas de arena.
El silencio pesa una tonelada.
Cees NOOTEBOOM. Cartas a Poseidón.

El repentino chillido de los insectos se incrustaba en el silen-
cio como una quemadura.
Tomás E. MARTÍNEZ. La mano del amo.

¿Sabe qué sentí cuando tuve que abrazar a la infortunada
viuda? La pobre resollaba como un ventilador al que se le ha
soltado la correa.
Lawrence DURRELL. En el inefable 'Esprit de corps'.

Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad.
Pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el
mundo.
Friedrich NIETZSCHE. Así habló Zaratustra.

Debajo del puente cercano, unos remos golpearon el río ador-
mecido [se trata del amanecer] y el vuelo de las primeras go-
londrinas silbantes perforó el aire.
COLETTE. La mujer oculta.

La voz de un niño en una casa que habitaron siempre los adul-
tos.
Peter HANDKE. El peso del mundo.

un tictac muy vivaz, como un reloj en la habitación de una
persona muerta.
Víktor SHKLOVSKI. Erase una vez.

Cada ruido era a la vez exagerado e impreciso, como si el 
mundo contara la historia de aquel día con la boca llena.
Franz WERFEL. Una letra femenina azul pálido.

Desde una distancia considerable, el ruido de la ciudad en sá-
bado era como el de un caracol gigantesco aplicado a mi oído.
Nadine GORDIMER. El último mundo burgués.


El extranjero hablaba perfectamente el dialecto de los mejores
estratos sociales austriacos, que admite alguna palabra del alto
alemán siempre que se pronuncien con una cierta melodía y
que, de lejos, suene como una especie de italiano nasal.
Joseph ROTH. Fuga sin fin.

Me persigue el sonido de un cuerpo humano al topar contra 
otro cuerpo humano. Utilizo a propósito la palabra topar y
no golpear o chocar. Es un sonido muy particular, mate, no
sé cómo definirlo. Un leve sonido de madera verde. Sólo ha-
bía huesos, nada de grasa, ni de carne, todo era esqueleto, 
sufrimiento, vacío. Descubrí que un cuerpo humano cae y, 
en mis pesadillas, aún hoy, oigo ese ruido.
Rithy PANH. La eliminación. [Camboya]

Silencio;
una hoja de castaño se hunde
en el agua clara.
SHUKAKU

el aliento regular de los sopladores de vidrio de la ciudad,
a una distancia de quinientos kilómetros, los gritos de los
aguadores y de los vendedores de refrescos, los chillidos
del martín pescador penetrando el oleaje de antiguas pal-
meras, e imaginaba también cada sonido evaporándose en
el viento del desierto, de donde nunca terminaba de borrar-
se.
Anne MICHAELS. La cripta de invierno.

El tambor: instrumento de meditación.
Quien escucha el tambor, escucha el silencio.
Georges BRACQUE. En Revista 'Plural'.

En las noches de Argelia, los aullidos de los perros repercuten
en espacios diez veces más vastos que en Europa. Se adornan
así con una nostalgia desconocida en estos estrechos países.
Son un lenguaje que hoy sólo yo puedo oír en mi recuerdo.
Albert CAMUS. Carnets.

Tu sonrisa pequeña se escucha.
Georg TRAKL. Obra poética.

sólo el repique del corazón
cuando la alarma del cuerpo despierta zumbando aterrada
Malcolm LOWRY. Poemas.

Sí, yo sé que un hilo de flauta
es despreciable para vosotros.
Juan L. ORTIZ. Id.

La marejada, al llenar y luego vaciar aquellos castillos de 
chapa, creaba una música extraña y bárbara, compuesta de estertores, de silbidos, de borborigmos, de ruidos de succión
acompañados de choques sordos.
Olivier ROLIN. Port Sudán.

los murciélagos hacen al volar un ruido de seda
O.R. Id.

Juegan a las cartas. Los cartones mugrientos que utilizan
suenan en la mesa como una bofetada sorda.
Joseph ROTH. Crónicas berlinesas.

Detrás, el humo de mi máquina se desenrolló como una larga
cuerda. Pronto mi velocidad la cortó, y oí sólo el grito del
viento que mi cabeza, como una cuña partía y apartaba.
T.E. LAWRENCE. En 'Museo', de Bioy y J.L. Borges.

Era un quejido agudo, tenue, discontinuo, que parecía prove-
nir no de un adulto, sino de algún niño trágico y anormal o de
un animal muy pequeño y deformado.
J.D. SALINGER. 9 cuentos.

Como en una vieja casa donde basta una pisada silenciosa 
y dos habitaciones más allá suena la vajilla en el aparador.
Así funciona la razón y así nos protege de la locura porque
sería imposible vivir si los acontecimientos estuvieran fija-
dos en el tiempo como los clavos en una pared.
Andrzej STASIUK. El mundo detrás de Dulka.

Aunque no soy católico
pongo atención al escuchar las campanas
en la torre de ladrillo amarillo
de su nueva iglesia
sonar hasta hacer que caigan las hojas
sonar en el hielo que las cubre
y anunciar la muerte de las flores
avisar del gorrión...
...que suenen las campanas
por los ojos y que suenen por
las manos y que suenen por
los hijos de mi amigo
que ya no las escucha 
sonar.
William C. WILLIAMS. En W. Ober: 'La infección de Bos-
well'.


-Es la campanilla del correo -dijo mi cochero-, no hay otra
igual en toda la posta. -En efecto, el sonido de las campanillas
de la troika delantera, que, traída por el viento, se oía clara-
mente, era extraordinariamente bello: puro, sonoro, grave, 
algo trémulo. Como lo supe más tarde era una combinación
propia de los cocheros a sueldo: 3 campanillas, en el centro
una grande de sonido particular llamada "petirrojo" y dos pe-
queñas afinadas en tercias. El sonido de esas tercias junto 
con la quinta trémula, que repercutía en el aire de la estepa 
sorda y distante, era singularmente hermoso.
Leon TOLSTOI. La muerte de Iván Illich.

sólo una palabra en la Ilíada y ésa también incierta,
abandonada aquí como la máscara mortuoria de oro.
¿Recuerdas su sonido cuando la tocaste?
Un sonido hueco en la luz
como el de una tinaja vacía en la tierra excavada,
como el mismo sonido de nuestros remos en el mar.
Giorgios SEFERIS. Antología de la poesía griega del siglo
XX.


Iba por el camino gélido
en su bolsillo tintineaban sus llaves de hierro
y, sin darse cuenta, con su bota deshilachada
golpeó el cilindro
de una vieja lata de conservas
que durante unos segundos
arrastró su vacío helado, 
se quedó vacilante y luego inmóvil
bajo el cielo tachonado de estrellas.
Jean FOLLAIN. Espacio del instante.

Nuestras voces son desmoronamientos de guijarros
                                                             [en las tumbas.
O.W. de LUBICZ MILOSZ. Antología poética.


El tambor siguió con su cadencia antífona e intrincada, como
una escalera que bajaba al mar.
Michael ONDAATJE. El fantasma de Anil.

Y el silencio es aserrado en dos por una libélula
Derek WALCOTT. Omeros.

Los flamencos hacen un sonido extraño cuando comen, una
especie de parloteo como el de una legión de segadoras de cés-
ped eléctricas.
Justin CARTWRIGHT. Soñando con los masai.

¿Es su canto lo que nos maravilla, o es más bien la solemne 
quietud que rodea su frágil vocesita?
Franz KAFKA. En 'Josefina la cantante'.

Si Derrida tiene razón, lo único que han hecho nunca los poe-
tas es silbar en la oscuridad.
Charles SIMIC. En 'The Poet's Notebook'.

Los estertores cobraron una intensidad y una fuerza tan graves
que, con las puertas cerradas, podían oírse fuera del piso. Las
idas y venidas por la habitación parecían por completo ajenas
a aquel cuerpo inconsciente, ajeno él mismo a su propia ago-
nía.
Maurice BLANCHOT. En la estremecedora 'La sentencia de
muerte'.

Soy como un arpa eólica que da algunos sonidos bellos, pero
no ejecuta ninguna melodía.
Jean JOUBERT (Fuente?)

La música y las matemáticas son dos milagros extraordinarios
de la raza humana. Lévi-Strauss considera la invención de la
melodía como "una clave para el misterio supremo" del hom-
bre, una pista que podría conducir, si pudiéramos seguirla, a
entender la estructura y el carácter diferencial de la especie.
George STEINER. Extraterritorial.

En invierno, cuando hace mucho frío y una está sepultada ba-
jo la ropa de cama escuchando las amorosas palabras de su
amante, es una delicia oír el sonoro gong del templo, que pa-
rece salir del fondo de un pozo.
Sei SHONAGON. El libro de la almohada.

Muy cerca, en una bucólica basílica, hay enterrado un desco-
nocido rey merovingio. Del bosque gris, de tan viejo, ascendía 
una voz.
Werner HERZOG. Del caminar sobre hielo.

"Fue un estruendo, o más bien un chacoloteo, un fragor o más
     bien
una sucesión de golpes, como si desde una bóveda enorme
se precipitaran toneladas de cosas pasadas desde lo alto,
agolpándose en los escalones y arrastrándolo todo en su caída.
Fue un ruido jamás escuchado
y que nadie quiere volver a oír en su vida".
Hans M. ENZENSBERGER: El hundimiento del Titanic.

ESTANQUE DE MAGNOLIAS
En puntas de rama florece el hibisco.
Las montañas exhiben sus rojos cálices.
Nadie. Una choza en el valle.
Una por una las flores se abren, y luego caen.
WANG WEI. En C. Milosz: 'A Book of Luminous Things'

Jardín y montañas
Penetran
En el silencio del cuarto.
BASHO. En 'The Penguin Book of Japanese Verse'

Los insectos zumbaban del otro lado de la puerta del médico,
mientras hablábamos: "Nunca hay silencio en el Congo, ex-
cepto una hora, por las tardes, cuando el calor impide disfru-
tarlo". Luego ella habló del hermoso silencio nocturno de los
Pirineos.
Graham GREENE. En busca de... (se trata de la mujer que 
contaba sus experiencias en los campos de concentración)

El aparente silencio con que se suceden los días, estaciones,
generaciones, siglos, es un escuchar; así trotan los caballos
delante del carro.
Franz KAFKA. Carta al padre.

De la blanca ciudad subyacente
un hermoso lamento
de una voz de mujer se alza
300 transistores callejeros
tocan simultánemente
la única estación de radio de Udaipur.
Michael ONDAATJE. The Cinnamon Peeler.

El ruido de la cigarra es seco, y no parece que fuera vibrante
o áspero sino que saliera de ella como a través de un pequeño
orificio gracias a un soplo que nunca termina. Además, nunca
hay una sola, sino la ilusión de por lo menos un millar. El rui-
do de cada cigarra está graduado según alguna escala clásica 
de las cigarras, de la cual ninguna cigarra se aparta más de dos
tonos íntegros: sin embargo, uno cree oír a cada cigarra como
separada de todo el resto (...) Están en todas partes, en cada
árbol, de modo que el ruido parece llegar de ningún lado en
especial y de todas partes a la vez, de toda la concavidad del
cielo.
James AGEE. Una muerte en la familia.

Un templo de montaña-
una campana tañida torpemente
resuena embotada en la niebla.
BUSON. En Haiku Master Buson.

Pero la niebla seguía cerniéndose sobre la carretera y los bos-
ques y envolviendo las granjas. De no haber sido por el mapa,
algunos pueblos, a veces sólo un puñado de casas, los habrían 
atravesado sin darse cuenta. A veces avanzaban una o dos ho-
ras cruzando bosques sin divisar una sola casa y sin cruzarse
ni adelantar a ningún coche. Una vez se apearon y oyeron el 
ruido del motor en marcha rebotando contra la espesura de
los árboles de ambos lados de la carretera; el ruido no se per-
día, se quedaba allí, amortiguado por la niebla. Al apagar el
motor, se hizo un silencio total: ni un crujido entre los arbus-
tos, ni un pájaro, ni un coche, ni el mar.
Bernard SCHLINK. En 'Amores'.

Me levantaba temprano, la mayoría de las veces cuando me
despertaban los ruidos de las casas vecinas: radios que emi-
tían a todo volumen música religiosa, niños que lloraban, ro-
pa húmeda que golpeaban contra el suelo del baño, voces de
gente que hacía cola frente a la fuente pública abajo, en el ca-
llejón, agua que caía a borbotones en cubos de plástico.
Pankaj MISHRA. Los románticos.

los supervivientes de Hiroshima, de los que Kenzaburo Oé, en
sus notas de 1965 sobre esa ciudad, escribe que muchas de
ellas, 20 años después de la explosión de la bomba, no podían
hablar de lo que ocurrió ese día.
W.G. SEBALD. Historia natural de la destrucción.

Los débiles sonidos quedan envueltos en el humo de los puros
como en algodón.
Joseph ROTH. Crónicas berlinesas.

Me envuelve el sonido de bulldozers y camiones pesados, la
música bélica del progreso. Hay ramas quebradas por el vien-
to.
Cees NOOTEBOOM. Cartas a Poseidón.

Se murieron los caballos. Nunca olvidaré la congoja y el chi-
llido de los trineos que uno mismo tiene que arrastrar.
Víktor SHKLOVSKI. Érase una vez.

qué diferencia al silencio
vacío del significativo

al profundo del superficial
al luminoso del oscuro

al silencio acertado del
silencio has metido la pata


Tadeusz DABROWSKI (n. 1979). Poesía a contragolpe.

Una risa lejana tintineaba como el sonido de esquirlas de 
cristal cayendo en el agua.
John BANVILLE. Regreso a Birchwood.

No, no era posible calcular la hondura del silencio que pro-
dujo aquel grito. Como si la tierra se hubiera vaciado de su 
aire. Ningún sonido; ni el del resuello, ni el del latir del cora-
zón; como si se detuviera el mismo ruido de la conciencia.
Juan RULFO. Pedro Páramo.

Para recordarme las catástrofes, tengo el doloroso aparea-
miento de los gatos por los tejados que hay junto a mi ven-
tana; el carillón que da a los cuartos de hora sin llegar al fi-
nal; el silbido de los radiadores, alegre y regular como los
grillos en el campo. El ascensor, en cambio, martillea una
promesa de acontecimientos jamás cumplida, y a veces las
cañerías chillan remotamente como el mensaje de un come-
ta que cae.
Elizabeth SMART. En Grand Central Station me senté y llo-
ré.


La cabaña
su techo de zinc
una radio que anda a viento
capta el ruido del mundo.
M. ONDAATJE. The Cinnamon Peeler.


Ella había hecho un sonido que no era de este mundo, que nun-
ca antes había oído. Era el sonido de un niño y, al mismo tiem-
po, de un dolor que no podía expresarse con palabras. En el lu-
gar de donde procedía ese sonido no se podía vivir.
Cees NOOTEBOOM. La historia siguiente.

Nosotros que no somos consonantes en el estruendo de la vida,
sino pájaros solitarios en el silencio de la noche.
Max STIRNER. Citado por Calasso en 'Kasch'.

Once horas largas, todavía. Si apago la luz, los ruidos se acen-
túan: es como si la acústica se lo pasara bomba ahora que la
óptica le ha cedido el terreno.
Alfred POLGAR. La vida en minúscula.

Y el silencio cae desde fuera de la noche, sobre esta ciudad,
el más breve de los silencios, como un intervalo entre latidos,
como una oscuridad entre parpadeos.
Jon McGREGOR. Si nadie habla de las cosas que impor-
tan.

Edmond Charlot acababa de evocar su infancia argelina, los
terremotos que había conocido, hasta del que no podía acor-
darse, ya que había hecho derrumbarse sobre su cuna su ca-
sa natal, mientras sus padres cenaban en el jardín. También
había conocido las últimas plagas de langosta. De extraña ma-
nera, era sobre todo el ruido de esos dos azotes el que había
marcado su memoria, el estruendo cavernoso, telúrico y fun-
damental del seísmo y el crujido furioso, innumerable y verti-
ginoso de las gruesas langostas desnudando a un árbol de to-
das sus hojas.
Michel TOURNIER. El árbol y el camino.


Un hombre de Anaktuvuk Pass a quien le preguntaba qué ha-
cía cuando se encontraba en un sitio nuevo, me respondió: 
"Escucho. Eso es todo" (...) En su cosmología, el mundo fue 
creado por el sonido (...) ellos dicen "escuchemos lo que ve-
mos".
D. Le BRETON. El sabor del mundo.


A la altura a la que me encontraba estaba rodeado de un silen-
cio casi absoluto, artificial, por así decirlo. Sólo podía oírse có-
mo la corriente de aire, que acariciaba los campos, chocaba
fuera, contra la ventana, y, a menudo, cuando también ese
ruido se había apaciguado, el zumbido en los oídos propios que
nunca cesaba por completo.
W.G. SEBALD. Los anillos de Saturno.

En 'Sobre el misterio del campanario', recuerda Heidegger que
en la torre colgaban siete campanas, y que cada una tenía un
nombre, su propio sonido y su propio tiempo.
Rudiger SAFRANSKI. Un maestro de Alemania.

Su risa duró un par de minutos. Sonaba como el tintineo inin-
terrumpido, agudo, de una campanilla en una estación de fe-
rrocarril, y como si golpeara con miles de varillas de latón
contra mil copas de fino cristal.
Joseph ROTH. Job.

El despertador en el silencio hace un tic-tac
como si fuera a explotar la casa en diez minutos.
Joseph BRODSKY. No vendrá....

los murciélagos hacen al volar un ruido de seda
Olivier ROLIN. Port Sudán.

El silencio era tan profundo que hubiera podido oírse caer las
lágrimas.
Marguerite YOURCENAR. Cuentos orientales.

algunos gritos infantiles subían a veces de la calle, amortigua-
dos por el pesado aire bélico, insignificantes como gritos de
conejos.
Julien GRACQ. Los ojos del bosque.


Y se produce una interrupción en el devenir de las cosas, una
pausa, algo leve como un tembloroso batir de alas de polilla
empapadas de lluvia...
Jon McGREGOR. Si nadie habla...


El crujir de los bambúes me dice que está nevando.
CH'EN LING (Fuente?)


No os mováis
Dejad hablar al viento
Ezra POUND. Antología poética.


Escuchad la playa en marea baja: parlotea por los millares de
labios húmedos que entreabre hacia el cielo.
Michel TOURNIER. Medianoche de amor.


He llegado al fondo. Mi corazón ya no late. Sigo viviendo gra-
cias a una especie de zumbido de la sangre en mis venas. Está 
oscureciendo, sólo en las ventanas hay un resplandor blanco.
El ruido de mi reloj, encima de la mesa al lado de la cama, es
fuerte y vigoroso, como si fuera rico de una vida diminuta,
mientras yo desvanezco y muero.
Katherine MANSFIELD. Diario.


Y yo que sólo oigo el ruido callado de la sangre
que hay en mi vida a los dos lados de mi cabeza.
Fernando PESSOA. En 'Poemas'.


...instalan una especie de máquina de gemidos gigantescos, co-
mo si estuvieran degollando a mil cerdos y a mil vacas mugido-
ras al mismo tiempo, o también como una vieja máquina draga-
dora instalada en un canal cegado, cuyos cubiletes oxidados
extrajeran la porquería con dificultad, lentamente, vociferando
con una desesperación sobrehumana.
Henri MICHAUX. En otros lugares.


Imaginad un silencio que correspondiese a los quejidos de milla-
res de niños cuyas nodrizas no regresasen a darles de mamar.
Jean COCTEAU. Opio.


La larga noche;
el sonido del agua
dice lo que pienso.
GOCHIKU


afilar de cuchillos de los trenes
Thomas BERNHARD. Ave Virgilio.


La música marcial del Zoco Grande se mezcla con la llamada
a la oración, que empieza a dominar por un breve espacio de
tiempo, para dar paso al gorjeo de los pájaros, las trompetas,
los trombones, el claxon de los coches y el incesante murmu-
llo de la gente hablando a la caída de la tarde.
Ira COHEN (Describiendo el Tánger de Bowles).


en todos los pasillos las oscuras oleadas del silencio parecen
dormir inmóviles... Como negros guardianes yacen delante de
todos los umbrales.
Robert MUSIL: Las tribulaciones del joven Torless.


El río es muy silencioso, dijo ella, ¿se debe a que va muy lleno?
Jean RHYS. Los tigres son más hermosos.


de pronto noté un cambio en el tono, registro y timbre de su
voz, muy pequeño para ser percibido en circunstancias nor-
males, pero suficiente por la razón que fuese para que me
enderezara en la silla y lo escuchara con interés, para que
concentrara mi atención dispersa, y en vez de considerar su
vida simplemente como una parte menor de la mía, vi, para
variar, al hombre en su propia circunstancia.
Russell BANKS. Aflicción.

Nieva desde esta noche. Por la mañana, los montones de nieve
como en Bucarest, en invierno. [Está en Chicago] Y brúscamen-
te se empieza a percibir el silencio -grave, misterioso, inimita-
ble. Como si todos los sonidos hubieran sido ahogados bajo una
losa continua, inmensa como el cielo.
Mircea ELIADE. Fragmentos de un diario.


por las noches soplaba una brisa ardiente que arrastraba los chi-
llidos de un infinito número de insectos.
Paul BOWLES. Memorias de un nómade.


-¿Qué es?- me dijo.
-¿Qué es qué?- le pregunté.
-Eso, el ruido ése.
-Es el silencio.
Juan RULFO. El llano en llamas.

Llamados en silencio
se embarcan divinidades-
Nelly SACHS. Poemas.

¿O era un susurro de galaxias perfumadas en la boca del
                                                                               [viento?
Olga OROZCO. Cantos a Berenice.


Las cuerdas de la hamaca crujían y hacía viento y las persia-
nas batían sin cesar, como cañones. Uno se sentía encerrado
allí entre dos colinas, como en el confín del mundo.
Jean RHYS. Viaje a la oscuridad.


El mar insomne es el que está ahí ahora, muy cerca de las pa-
redes. Es, desde luego, su rumor, aminorado, exterior, el que
lleva  a morir.
Marguerite DURAS. Los ojos azules, el pelo negro.


Para Lucrecio las letras eran átomos en continuo movimiento,
que con sus continuas permutaciones creaban las palabras y
los sonidos más diversos.
Italo CALVINO. 6 propuestas para el próximo milenio.


En casa de Henri Michaux por el ejemplar dedicado de L'in-
fini turbulent. Me quedo unos instantes fascinado, delante
de la ventana, mirando los grandes árboles y el jardín. No 
hubiera podido imaginármelo desde la calle. Le digo cuánto
le envidio por ese silencio. Me interrumpe: oigo de vez en
cuando a un niño. Es natural, le digo sin reflexionar. ¡Perdón!
me corta de nuevo, no es nada natural. Sería natural si oyese
a un tigre, no a un niño.
Mircea ELIADE. Fragmentos de un diario.


Aquellas noches, las calles desiertas y silenciosas del barrio
eran líneas de fuga que desembocaban todas en el porvenir y
en el Horizonte.
Patrick MODIANO. El horizonte.

el grito del pavo en los parques en llamas
Robert DESNOS. En 'Antología de la poesía surrealista'
'
¿Qué eres ahora?     Si pudiéramos tocarnos,
si estas esencias nuestras, separadas, pudieran enlazarse,
trabarse como un rompecabezas... ayer
estaba yo en una calle vívida de gente,
y nadie hablaba una palabra, y rutilaba la mañana.
Todos silenciosos, moviéndose... Tómame la mano.   Háblame.
Muriel RUKEYSER. En 'Poetas norteamericanos traducidos
por poetas venezolanos'.

 


Otros textos vinculados:

No hay comentarios: