lunes, 29 de agosto de 2011

BRAMAR

Allí la naturaleza BRAMA.
Brama en los idiomas restallantes de los vientos,
en la lengua perdida de la locura de los árboles,
en la tromba del mar, 
en la vertiginosidad de las alturas,
de los cielos expandidos a su máximo.
Brama sin pausas, 
en el túnel entre el comienzo
y el fin de los tiempos,
brama en la bóveda del cráneo del cielo,
brama en los suelos abarrotados de temblores.
Y los agitados DAJHTIS,
pueblo de nómades semi-sonámbulos,
olvidados vestigios de las civilizaciones 
idas
para siempre,
fugitivos,
de las ciudades de Avindhala, de Parraté, de Lhuma,
"aquello de lo que huyen, inescrutable,
el lugar al que se dirigen, impensable",
igualmente deben respirar,
es decir, 
seguir procurándose el aire que,
además, debe ser suficiente, pero aún entonces
la lucha por procurarse
una cantidad suficiente y contínua de aire
por un tiempo indefinible,
se agrega a todas las demás luchas
que no por menos visibles
resultan menos agobiantes,
salvo que el no saber
que esas luchas tienen lugar,
el que haya partes desconocidas
de cada uno de ellos
llevando a cabo esas luchas por ellos,
le otorgan a los DAJHTIS
la ligera sensación de caída en pozos de alivio.
Y entonces reúnen sus miguitas de silencio,
sus trizas de silencio puro,
en medio del bramar contínuo del tiempo
y de la furia de los elementos de la existencia,
y son esos trocitos mínimos de silencio,
el tesoro que, según logran hacer saber los DAJHTIS,
no cambiarían por ningún otro bien
sobre esta tierra.

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