...la parte honda del mar, que lo arranque de cuajo y lo
tire en alguna otra parte; este reino es mío, le dije, mío y
no admito que me vengan mares de otras partes y el muy
imbécil me empieza a hablar de "leyes naturales" y yo lo
paro en seco, vos viste cómo soy yo: "¡No te hagas el cul-
to conmigo! Sacame ese mar ahora mismo." Y el tipo se ha-
ce el preocupado, que dónde va a poner un mar y yo que
ese problema tendría que haberlo pensado antes del asunto
del fluido y él que las cosas se le fueron de las manos y que
los deshielos y no sé qué otra sarta de idioteces... Así esta-
mos, rodeados de Dioses ineptos y teniendo que hacernos
cargo de sus iniquidades. ¡Antes era otra cosa! Antes nos
reuníamos los Dioses Mayores una vez cada trillón de
años y fijábamos las reglas y teníamos ordenado el gran
caos. Y ahora, estos diosecitos jóvenes, con sus 'ideas', con
su nuevo diseño de las "leyes universales", ¡la física, la quí-
mica, la matemática! ¿Quién permitió que se les diera exis-
tencia? ¿Dónde están las madres de estos rapaces? El uni-
verso ya no es lo que era, nuestra obra se ve amenazada.
Ya se rehúsan a cumplir nuestras órdenes los astros. Veo
cómo se avecinan concatenaciones de hechos que llevarán
al desastre. Una sustancia negra sorberá nuestras almas gi-
gantezcas, y todas esas "leyes" tomarán el poder y dominarán
al universo llevándolo a su total destrucción... ¡Que al menos
no se diga entonces, de cara al abismo, que yo no se los había advertido!
¿Ya sacaste ese mar? ¿Has visto que no era tan difícil? ¿Que
tuviste que excavar agujeros para escurrirlo al centro del pla-
neta? ¡Qué me importa! Nadie te pidió explicaciones. Yo doy
órdenes para que sean cumplidas. Nada más. Mientras este
mundo sea nuestro, las cosas se harán a nuestro modo.
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