martes, 9 de julio de 2013
DOS POEMAS DE ANNE MICHAELS
Anne Michaels (Canadá, 1958- ) es más conocida como
autora de ficción, al menos en nuestros pagos. Dos de sus no-
velas han sido publicadas por Alfaguara: Piezas en fuga y La
cripta de invierno. Las dos, más allá de su trama, están escri-
tas en una lengua sumamente poética.
Eso me llevó a sus poemas. Estas son mis transversiones de
dos de ellos, incluidos en un libro que se llama "The Weight
of Oranges". ¿Un poquito sentimentales? Puede ser. Anne
Michaels está en ese borde, también en sus novelas. La sos-
tienen el dolor y la extrema sensibilidad de sus palabras. Hay
alguna relación entre su lenguaje y el de otro canadiense, uno
de mis escritores preferidos, Michael Ondaatje.
MUJERES EN UNA PLAYA
La luz elige las velas blancas, las panzas de las gaviotas.
Allá lejos en un bote, alguien usa una camisa roja,
una pequeña punzada en el cielo pálido.
Sus tres cuerpos forman una orilla curva,
sweaters rosa y marrones, piernas desnudas.
La playa brilla gruesa bajo la presión del cobre solar,
el aire del color de las mandarinas.
Una de ustedes está durmiendo, el dedo del viento
sobre tu mejilla como un zarcillo de pelo.
La noche exhala su largamente contenido aliento.
Las estrellas punzan a través.
Al anochecer son una blanda acumulación,
una suerte de musgo.
En la luz de la luna, un peñasco de mujeres.
EL PESO DE LAS NARANJAS
"Ahora yo vivo en las parcelas de col
de lo importante...
No se duerme mucho bajo los techos ajenos
mientras mi vida está lejos..."
OSIP MANDELSTAM
Mi taza es del mismo color arena que el pan.
La lluvia es del color del edificio de enfrente,
ha roto dalias rojas
y arruinado el libro dejado en el alféizar.
La lluvia articula las pieles de todo,
rosado de los ladrillos del fuego en que se cocieron,
hojas verde lagarto,
las arrugadas lenguas de los conos de pino.
Es exacta de una manera que nosotros nunca somos,
sacando lo mejor
sin cambiar nada.
La lluvia humedece las camas,
nuestro cuarto es una cueva en la mañana,
una carpa en lo profundo de la tarde,
enciende el sonido que nos arrastraba a la cama...
atrapados en la contracorriente del viento en las hojas
[mojadas.
Escribo en el sonido al que despertábamos,
las cortinas respirando en un cuarto a media penumbra.
Estoy levantada temprano ahora, caminando.
¿Recordás nuestras caminatas, horizontes como labios
apenas rojos al atardecer,
qué amable parecía la distancia?
Las cartas deberían escribirse para enviar noticias, para decir
enviame noticias, para decir
encontrame en la estación de tren.
No estas lágrimas secas, para honrarnos como a una tumba.
Estoy avergonzada de nuestra separación.
Me despierto en el medio de la noche y veo "vergüenza"
escrito en el aire como en una historia Bíblica.
Soñé que mi piel estaba tatuada,
cubierta con las palabras que me pusieron aquí,
cubierta de llagas, en cuarentena - ¿y sabés qué?
tuve miedo de encender la lámpara y mirar.
Tu marido es un buen constructor -yo quemé
cada casa que tuvimos, con unas pocas palabras para iniciar
[las llamas.
Palabras de madera,
no tenían ningún poder propio.
"Lo importante" les dio significado
y modestas con gratitud
me explotaron en la cara.
Ahora somos como planetas, sosteniéndonos uno al otro
desde una gran distancia. ¡Cuando nos acostábamos
los océanos flexionaban sus verdes músculos,
la vida se volvía activa en el otro hemisferio,
el globo basculaba, reverenciando nuestra potencia!
Ahora estamos a cientos de millas de distancia,
nuestros cortos brazos nos mantienen solitarios,
nadie escucha lo que hay en mi cabeza.
Me veo vieja. Estoy perdiendo el pelo.
¿Dónde van el pelo que se pierde en este mundo,
la vista perdida, los dientes que se pierden?
Envejecemos como ríos, encogemos y nos doblamos
hasta que no podemos encontrar la boca de nada.
Es marzo, hasta los pájaros
no saben qué hacer consigo mismos.
A veces tengo la certeza de que aquellos que son felices
saben alguna cosa más que nosotros... o una cosa menos.
El único libro que escribiría de nuevo
es nuestros cuerpos cerrándose uno en el otro.
Ese es el lenguaje que conmueve,
hace cicatrices, respira dentro tuyo.
Desnudos, ¡teníamos voces!
Quiero que me prometas
que volveremos a vernos,
me enviarás una carta.
Prometeme que nos perderemos juntos
en nuestro bosque, pálidos abedules de nuestras piernas.
Escucho tu voz ahora -ya sé,
todos sabemos que las promesas provienen del miedo.
Las personas no viven sin el otro,
siempre estás acá conmigo. A veces
hago de cuenta que estás en el otro cuarto
hasta que llueve... y entonces
esta es la carta que siempre escribo:
La carta que escribo
cuando me mantienen alejada de casa.
Huelo tu cena humeando en la cocina.
Hay bolsas de papel sobre la mesa
con sus fondos derretidos
por la lluvia y por el peso de las naranjas.
Anne Michaels. Poems. The Weight of Oranges. Miner's
Pond. Skin Divers. Alfred Knopf, NY, 2000.
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2 comentarios:
Hermosa y dolorosa descripción de la distancia, en el tiempo y el espacio, del amor.
Pero se acerca a mi teoría de que en algún momento llegamos a esa experiencia que nos permite experimentar más allá de los parámetros convencionales.
Gracias por acercar a nuestra lengua esta joya. Da ganas de leer la prosa de la autora.
La distancia y el amor parecen tener una incomparable relación. Antes, durante o después, ¿no?
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