sábado, 20 de julio de 2013

SANDOR CSOORI, POETA DE HUNGRIA

 


Pronto habré de publicar una antología de poetas húngaros.
El país de Marai ha hecho mucho, sin quererlo, por tener tan-
tos y tan buenos poetas.
 Sandor Csoori, nacido en 1930, ha vivido los múltiples y
sucesivos dramas de su tierra. Aún hoy campea cierta inexo-
rable tristeza en Hungría.
 Terminada la guerra, en el '45, Csoori regresó a su Zámoly
natal para ayudar a enterrar a los muertos de un pueblo que
había 'cambiado de manos' nada menos que 17 veces.


MIS AMOS

¿Dónde, dónde están mis amos?
En el pasado aparecían sin siquiera ser llamados.
Venían antes del primer repique de las campanas,
a través de yermos parajes: locos, poetas,
santos alcohólicos; venían desde los pantanos de la noche,
Sosteniendo la peonía rota de Hungría en sus manos.

Uno de ellos veía con una inundación,
otro de entre repiqueteantes huellas,
otro rengueando, con la blanca escarcha de Bakony en su
                                                                             [espalda.

Y yo siempre leía las palabras
en sus inmóviles labios.
¿Dónde andarán merodeando ahora?
¿Dónde pueden tenerlos esperando?
¿Con quién comparten sus muertes,
así como los prisioneros de guerra comparten una solitaria
                                                                                    [papa?
Como si estuviesen avergonzados
de este nauseabundo paisaje que se hundió en sí mismo,
y de su obscena misión.


UNA FINA, NEGRA VENDA

Desde que no despierto con ella,
desde que no me siento a la mesa para cenar con ella,
desde que la muerte fluyó en mi boca riente
y quedé atrapado entre las lluvias,
como entre los listones de un cerco de hierro de los días de
                                                                          [mi infancia:
puedo ver una fina, negra venda temblando largo rato
ante mis ojos.
Se acerca, esfuma, otra vez surge,
como si la vena sanguinolenta meciéndose en un ojo
me hipnotizara de la mañana a la noche.

Puedo verla, también, entre las columnas masivas del museo
en el sesgado, declinante brillo del sol,
ante las bocas-de-nieve de las estatuas de Enero,
y cerca de las caras de las mujeres en el mercado, en la calle,
paradas en las escaleras del subterráneo.
América se destiñe dentro mío, la luz de los Grandes Lagos,
como cuando se apaga una lámpara.
Asombrado, miro a mi alrededor, y con vacilante paso
empiezo a creer que los muertos, también, son veleidosos,
y no detendrán su juego secreto
una vez que, mientras vivían, lo han iniciado.

El viento gira, gira entre los esbeltos muelles,
toca apenas sombreros y techos,
lanza el anzuelo desde el medio del Danubio en el aire,
la brincante tromba,
atrae a mis ojos, los tienta con su cebo,
como una hebra de pelo negro que no puede ser atrapada.



HISTORIA DE TODOS LOS DIAS

Levantarse
y encender el fuego de la estufa,
en el cerebro después del aspar del humo,
en los ductos de los huesos fríos de insomnio,
y buscar el camino a la mano,
desde la mano al vaso de bebida,
los remanentes de las cenizas de ayer en los vacíos de la cara,
tal vez una tormenta de viento empujada por los pájaros
pueda revivirlos todavía,
y vagar
de un cuerpo a otro,
y como reyes nómades: buscar el terruño cotidiano,
y, habiéndolo encontrado
o no,
pasar la noche en la carpa de una única sonrisa,
y caminar en la Creación como un extraño,
para respirar en el amanecer
veneno de los árboles,
el polvo de hierro de los pueblos,
para ir a todas las guerras.
para usar las hojas de lilas alrededor del cuello
como un collar de perro
y, entendiéndolo todo
y entendiendo nada, separarme de lo que amo
y enardecerme por lo que he amado,
descaradamente, como el hombre alquilado
de mi propia vida.


MEMORIA DE LA NIEVE

A veces el invierno cambia de idea
y comiena a caer la nieve,
en copos gruesos, desesperadamente,
como si asustada de que no verá el mañana.
Es mejor descolgar el teléfono,
desconectar el timbre de calle,
hervir a fuego lento vino con clavos de olor,
hojear entre cartas del pasado
y mirar mi vida pasada
como si no hubiese ocurrido.
Como si ningún cañón me hubiese mirado en los ojos,
ni unos ojos lascivos,
ni ninguna mano gastada se extendiera nunca hacia mis
                                                                            [manos
y todo lo que fuese política, amor
y el clamor de las campanas
me esperasen como a través de la distancia de un océano.
Es mejor imaginar
que yo podría llorar sobre mi cabeza perdida;
el viento sopla los brotes de lilas sobre camas,
torsos y desordenadas almohadas.
Y yo podría pararme ante el juicio final
junto a buenos amigos, con una camisa finita, un saco li-
                                                                                [viano,
más allá del humo, las tabernas. Cementerios.
Miraría a un país
que está envileciéndose fuertemente.
En mi cabeza el recuerdo de la nieve;
nieve, nieve-
el yeso de una catedral
pelándose silenciosamente.




EN CASA, DE NOCHE

La luna está llena esta noche
y no puedo dormir.
Me escapo a Zamoli sobre suelas
hechas de grandes hojas de bardana.
Un bicho me pasa zumbando
y un perro ladra.

Nuestro abrevadero está lleno de agua rancia,
está lleno de mi sombra.
Y el granero está abierto de par en par
como un desvalijado mausoleo.

¿Quién va a cuidar las cosas de noche?
¿Quién va a cubrir el aljibe con la cubierta de madera
antes de irse a dormir?
Padre se consume bajo un acolchado de plumas,
madre en el cementerio.
Cerca su cabeza en el bosque
con toda la quietud de mi vida.

Me quedo ahí largo rato, insonoros sondeos
bajo la luz de la luna.
Tal vez su muerte fue un descuido
y ella está volviendo para trillar
los negros porotos de Agosto.

Pero sólo un ganso grita en su sueño
con una voz lastimera.
Sólo un murciélago de las celdas de la muerte
hace rodar la lata vacía
del aljibe.


 "Desde el comienzo ha estado presente en mi trabajo, en
cualesquiera de los géneros, un sentido general de inquie-
tud acerca de cómo mantener la existencia de la personali-
dad humana más allá de las grandes campañas de desper-
sonalización."
 "La desesperanza es auto-defensa, la fuente de la calma
final. Y sin eso, ¿cómo podría cualquiera obrar? En otras
palabras, el Europeo del Este no sólo está condenado a la
existencia, sino también al existencialismo, ya que sólo
puede preservar su salud mental y su honestidad a través
del proyecto conciente o instintivo, o tal vez hasta la religión,
de la acción desesperanzada."
 Este es, básicamente, el pensamiento de Sandor Csoori y su
posición ético-estética de la escritura en la Hungría stalinis-
ta de la posguerra.



FUENTES
J.D. McClatchy. The Vintage Book of Contemporary World
                           Poetry. Vintage Books, 1996.
Nicholas Kolumban. Turmoil in Hungary. An Anthology of
                           Twentieth Century Hungarian Poetry. New
                           Rivers Press, 1982.



                                     



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