Buna, ¡qué lugar sombrío!
La brisa acaricia, inútilmente.
Bosques que se van enroscando alrededor del único
sendero. En realidad se enroscan alrededor de cualquier
cosa que intente hacer morada en sus dominios. Los han
sufrido hasta las boas, ya hace rato exterminadas. Lo han
padecido las insistentes colonias de hormigas guerreras,
hasta tener que asumir la derrota absoluta (algo en extre-
mo difícil para la naturaleza indómita de la hormiga).
Bosques que el humano no ha podido aprovechar, tam-
bién en profunda contradicción con el mandato de la es-
pecie. Sólo algunos indígenas cortan, con movimientos
muy veloces alguna rama del borde, a machete, hasta ha-
cerla pulpa. Porque hasta la ramita más endeble es peli-
grosa cuando empieza a enroscarse.
Se siguen enroscando, esos árboles, años después de tala-
dos.
Pájaros: sobrevoladores, solamente. Ah, y eso sí, el intré-
pido sagamaz, que perfora invicto el aire de horror que se
respira en los bosques de Buna.
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