domingo, 24 de enero de 2021

ESTÁBAMOS DE VIAJE

La carlinga, entretanto, se desprende con una sorprendente

naturalidad

"¿Has visto qué sencillo era?", dice un aprovechador 

 infaltable para ese tipo de situaciones

Nos sentimos exactamente como un insecto, un gran

  coleóptero magnus, por ejemplo, sin cabeza

"Pero es que se ha perdido la cabeza. se desprendió..."

"El desperfecto es parte de lo dado", responde el infaltable

Pero es que ahora el insecto ha acuatizado

 y nos encontramos recorriendo las crujías

  entre la gran velocidad y cantidad de hormigas rojas de la 

                                                     [selva

"No, si nos ha tocado un mal día"

Los compartimientos están forrados de mejillones

  negros, grises, opalinos, que cuando el mar agita

  o el viento marino, no sabemos propiamente nada

  al respecto, tabletean, dentellan, castañetean, entrechocan

  a lo loco

Como antiguas dentaduras de animales desaparecidos

  pero no extintos hace un millón de años

"¿Y si aparecen ahora?"

"¿Y si están diciendo o diciéndonos algo?"

Las hormigas corren, brotan, caen de todas partes,

  hormigas coloradas enormes, chocándose, buscando 

  en desorden pero a la desesperada su compartimiento

Aparece una hormiga mucho más grande que las demás

  en un pasillo

  esta es negra, bien bien negra

  uniformada

  ¿incluso (proyectivamente hablando) mucho más grande 

que yo?

  pero no hace nada: no les arranca los miembros ni la cabeza

  a las otras, sólo las deja pasar notando el halo de temor

  y respeto excesivo de las hormigas acostumbradas por la

  especie a esperar lo peor de los gigantes

Y eso le produce una suerte de sonrisa, lo juraría,

  aunque qué certidumbre puede quedarme

  y acerca de qué mientras

De un camarote -¡había camarotes, y qué camarotes!, por

la puerta entreabierta se ve y huele todo ese terciopelo 

escarlata- emerge en ese momento la mujer cantante.

Las hormigas parecen saberlo, porque al instante les brota

  una tricúspide hélice en la cola, que gira primero con 

  sonido de rotor y unos segundos más tarde vertiginosa-

  mente, generándose una especie de frenesí incontenible

La mujer cantante, en lugar de huir a refugiarse en su ca-

marote, rompe a cantar

Canta con la voz de objetos que se parten en pedazos,

  platos, vidrios, maderos, vasijas; mezclados con la voz

  de millares de objetos metálicos entrechocándose, como

  cubiertos o piezas mecánicas; in crescendo, como la voz

  de un transatlántico partiéndose en dos, como la voz de

  montañas de hielo que se quiebran, como la voz de mon-

  tañas de roca que se trituran a los gritos en los desfiladeros

  más feroces

Y entonces, cuando ya los cuerpos -todos los cuerpos, inclu-

  yendo por supuesto el mío, que debía mantenerse al margen-

  están paralizados en ese punto a partir del cual sólo puede

  advenir una total demolición espontánea

Y se lee en los rostros desfigurados de las hormigas rojas

  acercando peligrosamente la mirada escrutadora

  una forma de incredulidad que nunca habían conocido

Entonces, en ese preciso momento,

  -todos estos momentos son la mar de precisos-

  la cantante para de cantar, y

     sonríe, 

     tiene un rostro encantadoramente

     enternecedoramente, inmensamente amplio

     en este instante

     y juntando el índice y el pulgar de su preciosa mano 

          derecha

     acompaña con ese gesto un delicado

     loco

     diáfano

     y aterradoramente acertado sonido

     de "¡plin!"

Ante lo cual cunde un regocijo jugoso y suculento que corre

  entre las hormigas gigantes rojas de la selva, 

  que en pleno viaje

  por el océano 

  se arrojan de cabeza a devorarlo con maniática fruición


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