La carlinga, entretanto, se desprende con una sorprendente
naturalidad
"¿Has visto qué sencillo era?", dice un aprovechador
infaltable para ese tipo de situaciones
Nos sentimos exactamente como un insecto, un gran
coleóptero magnus, por ejemplo, sin cabeza
"Pero es que se ha perdido la cabeza. se desprendió..."
"El desperfecto es parte de lo dado", responde el infaltable
Pero es que ahora el insecto ha acuatizado
y nos encontramos recorriendo las crujías
entre la gran velocidad y cantidad de hormigas rojas de la
[selva
"No, si nos ha tocado un mal día"
Los compartimientos están forrados de mejillones
negros, grises, opalinos, que cuando el mar agita
o el viento marino, no sabemos propiamente nada
al respecto, tabletean, dentellan, castañetean, entrechocan
a lo loco
Como antiguas dentaduras de animales desaparecidos
pero no extintos hace un millón de años
"¿Y si aparecen ahora?"
"¿Y si están diciendo o diciéndonos algo?"
Las hormigas corren, brotan, caen de todas partes,
hormigas coloradas enormes, chocándose, buscando
en desorden pero a la desesperada su compartimiento
Aparece una hormiga mucho más grande que las demás
en un pasillo
esta es negra, bien bien negra
uniformada
¿incluso (proyectivamente hablando) mucho más grande
que yo?
pero no hace nada: no les arranca los miembros ni la cabeza
a las otras, sólo las deja pasar notando el halo de temor
y respeto excesivo de las hormigas acostumbradas por la
especie a esperar lo peor de los gigantes
Y eso le produce una suerte de sonrisa, lo juraría,
aunque qué certidumbre puede quedarme
y acerca de qué mientras
De un camarote -¡había camarotes, y qué camarotes!, por
la puerta entreabierta se ve y huele todo ese terciopelo
escarlata- emerge en ese momento la mujer cantante.
Las hormigas parecen saberlo, porque al instante les brota
una tricúspide hélice en la cola, que gira primero con
sonido de rotor y unos segundos más tarde vertiginosa-
mente, generándose una especie de frenesí incontenible
La mujer cantante, en lugar de huir a refugiarse en su ca-
marote, rompe a cantar
Canta con la voz de objetos que se parten en pedazos,
platos, vidrios, maderos, vasijas; mezclados con la voz
de millares de objetos metálicos entrechocándose, como
cubiertos o piezas mecánicas; in crescendo, como la voz
de un transatlántico partiéndose en dos, como la voz de
montañas de hielo que se quiebran, como la voz de mon-
tañas de roca que se trituran a los gritos en los desfiladeros
más feroces
Y entonces, cuando ya los cuerpos -todos los cuerpos, inclu-
yendo por supuesto el mío, que debía mantenerse al margen-
están paralizados en ese punto a partir del cual sólo puede
advenir una total demolición espontánea
Y se lee en los rostros desfigurados de las hormigas rojas
acercando peligrosamente la mirada escrutadora
una forma de incredulidad que nunca habían conocido
Entonces, en ese preciso momento,
-todos estos momentos son la mar de precisos-
la cantante para de cantar, y
sonríe,
tiene un rostro encantadoramente
enternecedoramente, inmensamente amplio
en este instante
y juntando el índice y el pulgar de su preciosa mano
derecha
acompaña con ese gesto un delicado
loco
diáfano
y aterradoramente acertado sonido
de "¡plin!"
Ante lo cual cunde un regocijo jugoso y suculento que corre
entre las hormigas gigantes rojas de la selva,
que en pleno viaje
por el océano
se arrojan de cabeza a devorarlo con maniática fruición
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