¿A MODO DE DIGRESIÓN?
¿Es necesario permitir que se produzcan estas relaciones?
Siempre (bueno, no quiero decir desde siempre) pensé que
los grandes poetas requieren grandes memorias. Entonces
ellos simplemente (no es tan simple, pero sucede, y sucede
tanto que se termina creyendo en eso) dejan que 'el sistema'
asocie un elemento actual con uno de la memoria. O varios.
Y eso suele llevar a encadenamientos sucesivos. ¿Es
lícito el procedimiento? ¡Por supuesto! ¿Qué haría sin estas
conexiones asociativas de cada escritor la literatura?
Entonces, si uno lee uno de los drásticos 'poemas' del
Dr. (Gottfried) Benn, del libro llamado Morgue, descubre
en un texto llamado "La novia del negro" lo siguiente:
"Entonces sobre almohadas de oscura sangre
se recostaba el cuello de una mujer rubia.
El sol rabiaba en sus cabellos
y lamía los pálidos muslos
y se arrodillaba ante los pechos un poco más oscuros,
aún sin deformar por los pecados y los partos.
Un negro junto a ella: la coz de algún caballo
le había destrozado los ojos y la frente..."
Esta descripción despertó de inmediato el recuerdo de algo
leído en el bellísimo libro de Cynan Jones, llamado La tejo-
nera, que dice así:
"Se acercó a la yegua [se trata de la mujer del narrador],
llamándola, y empezó a darle palmadas en la ijada, y la
yegua se sacudía el agua de la testa y se alejó de la charca
con ella.
Más allá de la charca, al otro lado de los árboles, una ban-
dada de grajos volaba en círculo, y los observó graznar y
volar en círculo mientras almohazaba a la yegua. Ésta, al
parecer irritada, retrocedió unos pasos, y ella hizo ademán
de seguirla pero de pronto se detuvo y se quedó contemplan-
do por un momento la casa de labranza, a unos cientos de me-
tros, y pensó en lo que llevaba dentro. La invadió un hondo
sentimiento de abundancia y felicidad, un sentimiento que la
recorría sencilla y plenamente. Y entonces la yegua la coceó.
(...) Ya tenía el cerebro muerto cuando él llegó, y lo que vio
en realidad solo era su cuerpo, que seguía funcionando sis-
temáticamente."
A su vez, rememorar (y copiar) este fragmento me recordó
inevitablemente la muerte de otra mujer amada (muy amada)
por su marido. Se trata de una novela maravillosa (créanme
que no exagero) de Denis Johnson, Sueños de trenes. Porque
en esta historia también mueren la mujer y la hija del protago-
nista, un hombre sencillo, un jornalero del Oeste norteameri-
cano de principios del siglo XX. Digo que también mueren
su mujer y su hija, porque en "La tejonera" la mujer que mue-
re estaba embarazada ("y pensó en lo que llevaba dentro").
He aquí un párrafo de este libro, que trata acerca de uno de
los primeros encuentros de la pareja:
"Desplegaron el mantel junto al hilo de agua de un arro-
yuelo estacional que discurría sobre la hierba y se tumba-
ron juntos. A Grainier aquel prado le parecía hermoso. Al-
guien debería pintarlo, le dijo a Gladys. Los ranúnculos se
mecían bajo la brisa y a las margaritas les temblaban los
pétalos. Y sin embargo, más lejos, al otro lado del prado,
parecían inmóviles.
-Ahora mismo creo que entiendo todo lo que existe -dijo
Gladys."
Benn nos confronta con el lado más duro y siniestro de la
muerte. En su Morgue los cuerpos están inermes y la muer-
te los ha despojado de sentido. En cambio, tanto el personaje
de Jones como el de Johnson (¡hasta hay cierta similitud en
los apellidos, aunque Jones es galés y Johnson es... "nació
en Munich, pero se crió en Tokyo, Manila y Washington"!)
cargan de amor a esas mujeres muertas de tal modo que retie-
nen una parte fundamental de las mismas.
En Morgue hay un poema que se titula Réquiem.
"Dos en cada mesa. Hombres y mujeres
en cruz. Cerca, desnudos, y pese a ello, sin dolor.
El cráneo abierto. El pecho partido en la mitad. Los
cuerpos engendran ahora por última vez."
Pero el título del poema magnetiza otra asociación: ¿cómo
no pensar en Anna Akhmátova, cuando se escucha ese nom-
bre?
Dice la gran poeta rusa al inicio de ese libro bello y terrible:
"En los años terribles de Yezhov* estuve diecisiete meses pa-
rada en las filas frente a las cárceles de Leningrado. Una
vez alguien me reconoció. La mujer de labios azules, que es-
taba detrás de mí y que seguramente jamás había oído mi
nombre, recobrándose del aturdimiento tan común para to-
dos nosotros, me preguntó al oído (allí todos hablaban en
voz baja...):
-Y esto, ¿puede usted describirlo?
Y yo dije:
-Sí, puedo.
Entonces una especie de sonrisa rozó aquello, que antes ha-
bía sido su rostro."
* Nicolai Yezhov, jefe de la Policía Política en los peores
años de la purga estalinista, entre 1936 y 1938.
Denis Johnson. Sueño de trenes. Random House, 2016.
Gottfried Benn. Morgue. Incluído en Poesía 1912-1920.
Alción, 2002.
Cynan Jones. La tejonera. Turner, 2014.
Anna Akhmátova. Réquiem. Cátedra, 2006 (existen varias
versiones).
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