lunes, 9 de enero de 2017

UN TEXTO DE UN LIBRO OLVIDADO: LA CAZA DE LA MANZANA

                          


                     LA CAZA DE LA MANZANA

 Hay muchos cuartos. Varios son dedicados a la preparación.
 En algunos se siente algo parecido a la elevación del piso por
medios mecánicos. En otras palabras, rigen secretos a paladas.
Debajo de sus suelos guardan uniformes parecidos a disfraces,
alimañas-cebo, armas de corte, de ahorque y de fusilancia.
 En cuartos cercanos se oye un zumbido que atraviesa las pa-
redes de hormigón y de caucho. Es lo que queda en el aire
cuando desgarran canciones. También hay habitaciones de pa-
redes tan mullidas que se podría dormir contra ellas. Los ca-
sos de necesidad están en sus múltiples e interminables ma-
nuales, sólo que convertidos en ilustraciones borrosas, en relámpagos de tinta sobre papeles arenosos. No hay lugar a-
quí para las debilidades. Todo grupo tiene un enemigo. El de 
estos cazadores es la debilidad. Son encarnizados con ella, 
cosa que no sólo no les cuesta nada, sino que la utilizan para esmerilar su valorado encarnizamiento. Su presa, una de sus 
presas favoritas. En la sala mayor hay buena concurrencia. Se preparan gestos, se ensayan posturas para situaciones críticas. Tirones suaves, medidos, de los puños de los sacos. Alisa-
mientos de zonas del cabello o del cráneo rasurado. Apre-
samiento, secuestro y liberación del aire colectivos. Muca-
mos que se deslizan sobre pequeñas plataformas de madera
montadas sobre un riel de largas y acentuadas curvas, que re-
corren el salón en todas las direcciones. Armarios enormes
sobre las paredes. ¿Qué guardan? Utensilios, cuerpos momifi-
cados. Sus medidas de protección, sus invisibles familias le-
janas. El ordenado bullicio del salón abre un hueco como en
el humo, para que aparezca al fin el orador. Este ha sido traído 
de las lejanas tierras de los padres del mundo. Tiene una
voz que sólo puede haber sido extraída del grito. El grito de
mando, el grito de las víctimas. Su voz recorre la sala, los bi-
gotes, el resbaladizo licor de las miradas, las escaleras, los 
pasillos, los entrepisos, los botones acaramelados de sus cha-
quetas de caza, y el alcantarillado, relatando las peripecias de 
la próxima caza: la de la manzana. Recorre esas manos asidas 
a las pecheras, los bordes de las copas recién sorbidas, los pasamanos sudados, los techos de los altillos donde sueñan y tiemblan las presas, el jardín; finalmente, su voz sale al jardín, 
el jardín por donde discurren, aún no cazados, el terciopelo del
inicio de la noche, el pequeño pequeñísimo niño del día sigui-
ente...


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