sábado, 4 de junio de 2011

DEL LECTOVISOR DE PIURA

Abrieron un lectovisor retirado.
En Piura, hay corridas de lectovisores que parecen intermina-
bles. Pero luego el pobre aparato desfallece.
Le quedan unas voces pálidas, que bien podrían tomarse por
susurros olvidados.
Le quedan sembradíos de imágenes, fugaces transparencias
atravesadas por fantasmas cuya vida dura apenas el tiempo
de pasar frente a una ventana.

Son como 'impresiones' sobre tejido orgánico.
Este, el de Piura, parece contener muchísimas. Tiramos de la
tela impresionable y surge un pequeño cantero de 'impresiones'
recientes:

Una caseta militar al borde de un bosque, con soldados entran-
do y saliendo, bebiendo ahí algo caliente; una joven rusa emi-
grada a ¿Francia? y desperdiciando allí su belleza irrepetible;
un niño pedaleando su bicicleta luego de haberse ido de la ca-
sa en la que el abuelo lo espera; un escritor polaco varado en
un país sudamericano, entre connacionales y extraños en un
parque de diversiones; una mujer que recibe en su casa a una
amiga con cáncer y está partida entre confrontarla y plegarse
a su negación; en un país del norte de Africa, la historia de un
observador exagerado, un 'no-desembarcado'; las viscicitudes
del mayor corredor de largas distancias de la historia y la his-
toria de su checo país de esos años; dos hermanas cuya infan-
cia transcurre en la India y su adultez en la locura; otra niña,
esta vez irlandesa, una 'leanbh' (criatura) viviendo en una casa
extraña mientras su madre da a luz; la jornada completa de un
ruso trabajando como preso en medio del hielo y del destierro;
las historias de un anciano noruego, cínico, tierno, desencanta-
do; un librero atormentado por su madre, que se enamora de
una mujer perseguida por su amante...

De noche, el lectovisor, al parecer, suelta su propio rollo.

"Al parecer, los lectovisores tienen algo que contarse. Algo que
desentrañar. Y es algo que no se queda quieto, que no puede
apresarse, al parecer, ya que el lectovisor nunca termina de
saber lo que sabe. Se le empieza a escurrir en el mismo momen-
to de saberlo, y entonces empieza a buscar de nuevo, y esa bús-
queda, esa perse-prosecución infijable, según lo que pudimos
averiguar, es lo que los lectovisores llaman 'una vida'. Nos da,
sí, claro, ganas de reirnos, pero por respeto o por discreción,
nos guardamos de hacerlo. Los pobres lectovisores terminan
sabiendo un montonazo de cosas y, al mismo tiempo, no saben
nada."

Ciudades sepultadas en nieblas eternas; sonámbulos que se
reúnen bajo las estrellas; un barco de carga que no logra salir
de Liberia; marcas de nacimiento que distribuyen destinos en-
tre hermanos; mujeres atrapadas en los dominios del hombre,
aprendiendo una lengua propia y secreta; un grupo de curas
muy jóvenes, jugando a la pelota en el patio de la iglesia;
locos que se encuentran una mañana con las puertas del Hos-
picio abiertas, en el norte de Italia, al final de la guerra; hués-
pedes de una anciana insomne en una aldea magyar, visitada
a su vez por sus hijos ciegos; días de esplendor en Brooklyn,
y el movimiento de ese amor enroscándolos a lo largo de sus
vidas...

El lectovisor de Piura, inerme, desarmado.

No hay comentarios: