jueves, 19 de mayo de 2016

NIÑOS EN LA LLUVIA




 No hace mucho leí una historia llamada "Niños en Dobruja"
que le trajo a mi cuerpo verdaderos recuerdos pelados de la
infancia. Pero poco después vi "La lluvia en Oltenia", filma-
da íntegramente bajo lluvias naturales en esa región caracte-
rizada por el polvo y el olvido. La coincidencia de ver niños
bajo la lluvia tuvo por efecto guiarme por los callejones de
mi infancia y este recorrido en parte forzado -si le llamamos
"fuerza" a todo aquello que impele- me condujo a algunos
lugares que habían quedado si no en una oscuridad infranquea-
ble, en un limbo mnésico. De pronto surgió Dombrad con una
prestada claridad. En Dombrad no es infrecuente encontrarse
con cosas de la infancia. Lo raro es encontrarlas en un lugar
tan distante de donde ocurrieron y, a su vez, un lugar en el que
la raridad se pierde de inmediato. Un camino de tierra que re-
corrimos descalzos, sintiendo el suelo entre los dedos y las
plantas de los pies, comiendo mandarinas silvestres; una bi-
cicleta apoyada contra un árbol, la misma fácilmente recono-
cible por las manijas que colocamos sobre los cuernos metá-
licos del manubrio una tarde calurosa, antes de partir con un
grupo de chicos en excursión por las veredas del río. Los
gritos de una pareja discutiendo detrás de un cerco de made-
ras todo roto, y los chicos llorando también a gritos y un pe-
rro corriendo nervioso entre el pasto alto. Conejeras, las nues-
tras, también semi-abandonadas como aquellas terminaron des-
pués de la fulminante epidemia que exterminó a la familia que
hasta entonces no dejaba de multiplicarse; las jaulas con los
pisos de hojalata todavía tapizadas por las numerosas caquitas
negras y redondas, ya secas de nuestros delicados e incom
prensibles animales.
 También se me apareció Negoiu, el lugar en el que cavan tú-
neles en esa oscuridad local demasiado densa que les ha toca-
do. Tienen que hacerlo, cada vez que cae la noche, porque allí
las noches son acumulativas, caen justo justo sobre Negoiu. 
Uno puede elegir a qué dedicarse solamente en lugares en los 
que no sucede que la noche se vaya volviendo cada vez más 
densa, cada vez más espesa, noche sobre noche y piénsese 
ahora en décadas y siglos y, ¿por qué no?, milenios, también
milenios.
 Hay que excavar, no queda otra. Las mujeres, sin embargo,
cocinan, sólo que tanto el repollo como la carne de pato toman
un olor en el que finalmente también tendrán luego los hombres
los ancianos y los niños que cavar otro túnel para llegar a su
comida.
 En realidad, en esa realidad, todas las cosas cobran la densi-
dad propia de Negoiu. La más peligrosa es la noche, por supu-
esto, la gran amenaza de que se cierre definitivamente el espa-
cio y entonces, no sólo los actuales -siempre escasos- habitan-
tes de Negoiu perderán toda noción y sentido, sino que resulta inevitable pensar en las futuras generaciones de Negoiuanos 
que no podrán ni soñar con un faro recorriendo el aire, ni cono-
cerán otra niebla que la noche cegada, ni verán astros en el cie-
lo, ni flores y frutos en la tierra. Sus propios sueños transcurri-
rán en una luz tan mínima que deberán adivinarlos.
 Sueños de innúmeras toneladas de grava negra cayendo y de-
positándose, en un aire alquitranado.
 Nada de esto ocurre en Pálhaza, donde han logrado, por si
acaso, y sólo por el temor que alguna histórica y ya perdida
visita de sus antiguos exploradores a Negoiu ha dejado en sus
ancestros, construir grandes desbaratadoras de tinieblas: apa-
ratos provistos de gigantescas hojas de calatorii, esa planta
que imita a la madera hasta en sus más ínfimos detalles. Agi-
tadas por un mecanismo autogenerante, que demuestra el in-
genio y a la vez el  bien aprendido miedo de los habitantes de Pálhaza. Eso sí, ¡el sonido de los motorcitos, ya sea cuando
uno se sienta a tomar una blitsa en un barcito cualquiera, o
bien intenta leer el indescifrable diario de esas regiones, o,
también, cuando uno intenta conciliar el sueño, aunque sea
durante una improvisada siesta en un cuarto de alquiler, el 
ruido de los motorcitos andando todo el tiempo, sin posible
interrupción, el ruido constante, persistente, implacable y en-
loquecedor!... El ruido sin descanso de esas máquinas disipa-
doras de tinieblas, como si estuviesen generando tiempo jus-
tamente, un tiempo chirriante, un tiempo sin curvas, fijo, in-
móvil, que se resiste a ser extraído de lo remoto.
 Hojas de calatorii girando por todas partes, las 24 horas, den-
tro y fuera de los cuartos, carcomiendo cada grano de oscuri-
dad al mismo tiempo que se forman, deteniendo y deteniendo,
grano a grano, la horda del pasado.
 ¡Con razón me ha costado tanto tener recuerdos en Pálhaza!
 ¡Con gusto le hubiese entregado la infancia a las lluvias del
dolor, del placer, del olvido y hasta del desencanto!





 (Por lejano que parezca, el fantástico escritor polaco Andrezj
Stasiuk tiene mucho que ver con este texto. A veces la tenta-
ción, tan entrañablemente unida con el deseo, genera una es-
pecie particular de dolor. Lo llamaría ahora, porque es tarde
para andar inventando cosas, el dolor del deseo. Es tal vez
la cara más invisible del deseo, pero, a mi entender, es la que
causa los verdaderos estragos, porque es la cara-verdad del
deseo. La que evita la muerte, intenta escapar de ella sin ne-
garla, estirando (el movimiento del deseo de ir hacia, de
querer alcanzar algo, como una cuerda de goma que se esti-
ra desde el centro emisor del deseo hacia su objeto) al máxi-
mo, dolorosamente, la cuerda de la flecha, que está atada al
'corazón' del que la lanza. Los trovadores 'descubrieron' la correspondencia entre el renacer de la naturaleza (la prima-
vera) y la renovación interior de los humanos, la cara vida
del deseo. ¿Por qué Stasiuk? Porque en sus libros, en espe-
cial De camino a Babadag, pero también en El mundo de-
trás de Dukla y en Taksim, recorre el patio trasero de Euro-
pa, con su deterioro y aislamiento, su pobreza y, de alguna 
manera, su falta de significación -ese estar fuera de la geo-
grafía y del tiempo, en sus dos vertientes: el tiempo que es 
eterno presente, que no fluye, y la época.) 


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