viernes, 3 de agosto de 2012

INFANTASÍA

Para muchos artistas es su tesoro. Su intramusa. Su submundo.
Su mudo, enterrado por las arenas del pasado.

Un día estaba sentado en un bar y ví esta escena por la ventana:
pasaba una madre con dos criaturas. El nene tendría 3 ó 4 y la
beba iba empujada en su carrito por la madre. De pronto el chi-
co se sienta en la vereda, negándose a avanzar. La madre se
me va de cuadro, no veo lo que hace. El chico tiene un gesto
mezcla, claro, de tristeza y de rabia. Se empaca, pero deberá
tomar una decisión, y pronto.
Me pregunto si la madre cederá y regresará para convencerlo,
pero esto no sucede. Pasan los instantes, el tiempo apura esa
decisión en el chico. ¿Qué puede hacer? Varias cosas: puede
revolcarse en el suelo en una crisis de llanto (generándole
vergüenza a la madre), puede levantarse y seguirla, puede le-
vantarse y salir corriendo para el otro lado e, incluso, puede
salir corriendo hacia la calle (¿Qué le importa ese peligro a
un niño que no tiene la noción de la muerte? ¿Qué puede, por
otro lado, importarle más que el amor de su madre? Cualquier
recurso puede ser válido para alejarla aunque sea por un mo-
mento de su hermanita).
Me hizo acordar de esas películas -hay más de una- que se lla-
man justamente "momento de decisión".
Y no pude evitar pensar que el chico no era del todo 'dueño'
de su decisión: estaba sujeto a impulsos de diverso orden, a
sentimientos mezclados. Pero lo que decidiera iba a definir
muchas cosas futuras.
Sea lo que fuera que hiciera al fin, ceder o insistir, este acto
tendría una gran significación... inconsciente. Nadie iba a re-
cordar ese momento (salvo yo), por su aparente intrascenden-
cia. Tal vez así se juegue siempre la existencia humana, que
algunos nos recuerdan que es precisamente una ex-istencia.
Que una parte vital de lo que llamamos así está afuera de
nosotros. 'Afuera' tanto en relación a ese Otro que es la madre,
como 'afuera' en el sentido de la extimidad, nuestro descono-
cido 'interior'.

Cuatro referencias, como casuales.

La primera es de Barthes (en "Roland Barthes por Roland
Barthes"): "De mi pasado, es mi infancia lo que más me fas-
cina; sólo ella, al mirarla, no me hace lamentar el tiempo abo-
lido. Pues no es lo irreversible lo que en ella descubro, sino lo
irreductible: todo lo que está todavía en mí, por accesos; en el
niño, leo a cuerpo descubierto el reverso negro de mí mismo,
el tedio, la vulnerabilidad, la aptitud para las desesperaciones
(afortunadamante plurales), la conmoción interna, cercenada
desgraciadamente de toda expresión."


La segunda es el relato de una paciente acerca de su hijo, aho-
ra adulto y viviendo a un océano de distancia.
Cuando él tenía cinco años, nacieron los mellizos. La madre
tuvo que estar bastante tiempo en cama, por un problema deri-
vado del parto. Entonces, él aparecía en la puerta del cuarto de
ella disfrazado de Zorro, con la capa cruzada sobre la cara y le decía: "su hijo se fue". -"¿Cómo que se fue, Sr. Zorro? ¿Adón-
de se fue?", le preguntaba la madre desde la cama. "A Ushuaia" (lugar donde vivía su tío/padrino). La madre: "Uy,
pero yo lo extraño mucho. ¿Usted lo ve? Díagale que venga".
Y el Zorro partía y de inmediato regresaba el chico solicitado.
A los 9 años el mismo niño viajó sólo a Ushuaia. Los padres
lo llevaron al Aeroparque y vieron cómo se subía al micro pa-
ra subir al avión. Iba de espaldas. Entonces, al regreso, le pre-
guntan porqué no había saludado desde el micro. "Me quedé
así, porque si me daba vuelta me bajaba del micro."
Finalmente, como dije, el Zorro se fue a vivir lejos, como esta-
ba escrito.

Tercera referencia. Cuando le preguntaron (fue Fernando Be-
nítez) a Juan Rulfo de dónde había surgido el lenguaje de
Pedro Páramo -a mí entender, una de las obras más maravi-
llosas de la literatura- respondió: "Tal vez oí su lenguaje cuan-
do era chico, pero después lo olvidé, y tuve que imaginar cómo
era por intuición".
Fabienne Bradu dice acerca del lenguaje rúlfico o rulfiano, en
su bello "Ecos de Páramo": "La complejidad del mundo rulfia-
no- el tejido que va formando la verdadera ambigüedad de una
escritura- se forja en una sustancia verbal móvil, deslizante, elo-
cuente en exceso, y esto se logra a pesar de que o a la vez que
parece cuajar y comprimirse en un estilo parco, afirmativo y
transparente. En esto consiste el arte de Juan Rulfo."
No basta tener viva la infancia dentro de uno: hay que traducir-
la al lenguaje adulto. Y está en el arte del traductor que el ori-
ginal pierda lo menos posible. Aunque la pérdida sea su ine-
vitable destino.
Pienso que este libro de Rulfo puede leerse como las impre-
siones que un niño (un Rulfito, un Rulfino) ha tenido acerca
de la muerte, con sus muchas fantasías -y el logro mayor de
esta obra sería justamente haber podido 'recordar el idioma'
de esas fantasías.
La última relación se toca en algún punto con esta.

Ultima: un paciente me cuenta los diálogos con su sobrina de
siete años:

(Explicaciones acerca de la muerte del abuelo, muy anterior al
nacimiento de esta niña)
-"Se murió porque tenía una enfermedad y empezó a ver todo
negro" [depresión].
-"Ah, entonces se quedó ciego..."

-"Se murió porque estaba muy triste."
-"Pero yo también muchas veces estuve muy triste y no me
morí..."

Los chicos tienen que con-formarse con nuestras palabras, las
que ponemos en el mundo de sus sensaciones y fantasías, in-
tentando darles un cierto orden y sentido.
Nosotros también (tenemos que conformarnos con las pala-
bras).
Pero cuando aparecen tipos como Barthes o como Rulfo, esas
palabras logran parecerse bastante más a las impresiones y a
los diversas formas del mundo que llamamos "de un niño".
A poder decir lo que no puede ser dicho.
Y poder decir lo que no puede ser dicho es una de las más
bellas formas de la dicha.

2 comentarios:

Clara Schoenborn dijo...

Maravilloso análisis.

Robert Rivas dijo...

Muchas gracias, Clara.