miércoles, 18 de abril de 2012

HACEDORES DE ALFABETOS



Ibamos, camino de Avindhala, tentados por sus banquetes
de despedida de los ancianos, algo intrigados por el relato
que nuestro experimentado guía nos iba haciendo acerca de
lo que había visto y oído en tierra Kenuga, cuando los vimos.
Nos contaba Burum, el guía, que los Kenuga estaban expe-
rimentando ciertos fenómenos últimamente, típicas transmi-
graciones de almas, pero, en este caso, anteriores a la muerte.
Que por supuesto ese insólito fenómeno estaba generando en-
tre los 'hombres plateados' como se conoce en algunos lugares
a los Kenuga, una especie de caos, hasta que, como cualquiera
y como todos, habían comenzado poco a poco a habituarse a
esas extrañísimos estados. Pero por interesante que resultase
su relato, nosotros ya estábamos ditraídos por el avistamiento
de las grandes carpas negras de los Jululus.
"Pájaros habitados por tigres, seres habitados por el alma
de las cosas, del aire, del agua. Ahogados que caminan por
las calles y saludan con el sonido de chapoteantes sandalias;
niños habitados por el alma de un reloj o de una lámpara...",
iba diciendo Burum, con inusual exaltación, mientras veía-
mos a lo lejos, movimientos en torno a las flotantes tiendas
Jululus.
"La última vez que estuve en Kenuga me contaron que aho-
ra las polillas han sido poseídas por el alma de una colonia
de abejas y, aunque su vida es mucho más efímera, igual-
mente se congregan e intentan trabajar y han ungido a una
de las suyas, una bella Iphiclides Podalirius, como Reina de
las Polillas, a quien dedican sus polvorosos afanes..."
Distinguimos sin dificultad la carpa de la Junta de las Escu-
chas, la de los Desmenuzadores, la de los Cifradores y otras
cuya especialidad no recordábamos bien.
"Sorpresa la de los Kenugas, porque saben qué difícil debe
resultarles a las polillas dejar de seguir a la luz como guía de
todas sus acciones, y cómo han tenido que cambiar de sistema
y de idioma, incluso, para organizarce en su nueva 'religión'..."
Ahora sí, nos vimos obligados a interrumpir al buen Burum,
que se notaba que tenía mucho más para contarnos, siendo,
entre otras cosas un experto en el amplio universo de las
numerosas especies de polillas, hecho que alimentó su inte-
rés en los extraños fenómenos que asolaban a los Kenuga.
Pero ya no podíamos distraernos de la vista de los Jululus,
en plena actividad.
Estos Hacedores de Alfabetos se trasladan de lugar en lugar,
de pueblo en pueblo, ofreciendo sus servicios. Sirven tanto
a los pueblos iletrados, a quienes hacen creer que son sus fa-
voritos, como a civilizaciones muchísimo más desarrolladas
en otros aspectos a la suya, a los que también, por supuesto convencen de que son sus clientes preferidos.
A los primeros les construyen un alfabeto entero. Los escu-
chan hablar, en la Junta, pero también cuando andan por ahí,
conversando entre ellos. Los Jululus tienen un semblante que
preocupa al primer contacto, por su extrema seriedad. Pero
por dentro son burlones. ¡Qué digo! Son la orgía de la burla
la ironía y el sarcasmo. Verdaderas festicholas llevadas a ca-
bo detrás de las cortinas inmutables de rostros alargados, que
semejan un cuero labrado por el sol y que suelen estar reco-
rridos por tremendas cicatrices.
Al habla le notan las letras, como si dijéramos "le palpan las
costillas (y las cuentan)". Según se dice, porque ellos no ha-
blan con nadie que no sea de su pueblo -y esto último nunca
lo hacen en público, ya que, trabajando, adoptan en seguida
la lengua de su cliente y hasta la mínima miga de su habla
se refiere entonces a la tarea que están llevando a cabo- pien-
san en sí mismos como arquitectos o geómetras. Se conside-
ran 'constructores de mundos'. Se preguntan, entre carcajadas,
'¿somos constructores de mundos o proveedores de materiales
para que los ignorantes se construyan un mundo?'
¡Arquitectos! Con expresión inmutable: 'el lenguaje es la
casa del hombre'. Y los clientes asienten, y los Jululus co-
bran, mientras ríen hasta las lágrimas por dentro.
Tienen, eso sí, innúmeros recursos. En cuanto escuchan una
lengua, se ponen a buscarle la letra capital o la 'letra Madre'.
Muchas veces resulta ser la letra faltante. ¡Cómo se ríen con
eso! 'La madre no puede faltar', dicen que dicen los Jululus,
pero 'debemos hacer que falte'.
A veces es suficiente darles unos pocos sonidos. Un puñado
de letras. Con casi cualquier cosa, empiezan. Han hecho el al-
fabeto completo de los Macachúes, de los Tshiggas, de los
pobres Haflum, que escribieron gritos y suspiros en la arena,
mientras se extinguían.
Han completado los alfabetos de los Pifú y de los Drenios.
Con dos letras nuevas, arrancadas como cangrejos de las
cuevas del silencio, potenciaron las posibilidades expresivas
de los antiguos Jonios y de los violentos Caluínos.
Usan letras evocadoras, letras evanescentes.
Se dice que se preguntan, '¿lo que se siente, además de lo que
se piensa, también depende de las palabras -letras- que se
tengan? ¿O, por el contrario, lo que se siente es independiente
del lenguaje y éste hace sus mecánicos esfuerzos por acoplar-
se?' Pero se ríen, se dice, mucho antes de terminar las frases.
Siempre le incrustan algo totalmente inútil a los alfabetos que
hacen, al mismo tiempo que convencen a sus azorados clien-
tes de que se trata de una pieza escencial para el funcionamien-
to.
Hay pueblos que vienen a los Jululus con dos o tres letras que
les han quedado de remotísimos antecesores, que dominaban
la escritura. Signos casi sagrados para ellos, aunque no sepan
ni pizca de qué se tratan.
Hay pueblos, como los Aguetecas, que se creían a sí mismos
mudos, porque carecían de las letras.
Acampan en las afueras de las ciudades. Sus rostros inmuta-
bles y sus ademanes extraordinarios generan de inmediato
una sensación a la vez de confianza y de impenetrabilidad.
Se necesita, al parecer, nacer Jululu para regocijarse con
la gama completa de burlas y sornas, rostro adentro.
Pero el trabajo, lo que se dice 'el trabajo' queda hecho.

"Mujeres habitadas por cardúmenes de almejas, hombres que albergan el alma de un lechón...", retoma Burum.


NOTA

Aparentemente la mitología persa ha fundado sus creencias
en la religión de "la luz".
También los cabalistas cristianos, habiendo leído superficial
o ideologizadamente la Cábala judía (Isaac el Ciego, Nach-
mánides, Eleazar de Worms, Abulafia, Nehonia ben Hakana,
Moisés de León, Isaac Luria), sostienen que todo el proceso
de la creación es el de la evolución de la luz. Más tarde aludi-
rán al "fluido etéreo" como encarnación física de la Shekinah (Escencia Suprema). Para ellos la luz y la oscuridad estaban
en guerra. El secreto de la cábala reside entonces en la trans-
mutación de la oscuridad. Pico della Mirandola (ver "Ensala-
da Medieval") hasta igualaba las letras de Satán con las del
Tetragrammaton, "y sostenía que quien pudiese efectuar la
trasposición de letras hallaría a cada uno en el otro, proceso
que implica la conquista del caos" (Perle Epstein).
Hemos de volver a hablar de las sombras muy pronto.
Entretanto, recordamos que Einstein se pasó la vida -cientí-
fica, al menos, la que al parecer era la que verdaderamente
le interesaba- obsesionado con el tema de la luz.
De ahí la sorpresa del guía Burum ante el cambio de religión
de las polillas, esas místicas que suelen dar la vida en aras de
su tal vez -el tal vez de los talveces- única Diosa.

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