domingo, 18 de julio de 2021

LOS HECHOS

Estábamos en este lugar. Ni quiénes eran los otros, ni

quién era yo. Uno que estaba ahí, cerca de la mesa, era

músico. No sé qué instrumento tocaba, porque no lo te-

nía ahí. Sobre la mesa había una cajita de lata, de unos

20 por 30 cm., en la que había series de chapitas con ros-

tros sobre un fondo dorado viejo, medio gastadas, de unos

2 cm cada una, en tiras más altas que anchas, sueltas. El

músico, como para distraerse, tocaba con la yema del

dedo (índice derecho) esas figuras y se producían unos

sonidos estremecedoramente bellos. Tan bellos como ca-

suales. Sonidos que yo nunca había escuchado antes. De

una suavidad y de una simpleza maravillosos. A eso se u-

nía, por cierto, el asombro de cómo el músico los hacía so-

nar, así, despreocupadamente, mientras hablaba de otra co-

sa.

De inmediato quiero aprender a producir esas músicas, con

una intensidad de deseo muy superior a mis posibilidades

reales de lograrlo.

De inmediato quiere decir 'al instante'.

Entonces alguien saca de abajo de la mesa una cámara foto-

gráfica tosca, con teleobjetivo, y dividida en dos partes, co-

lor negro y marfil, no de metal, y se dice que las fotos las ha-

bía sacado Adolf Hitler en persona. 

A pesar de mi rechazo, una parte de mi mente aviva una

fuerte curiosidad por ver las fotos que había sacado el Führer.

Que tendrían que ver, supuse, con escenas monumentales de

sus montajes de miles de uniformados en escenarios vastos y

vacíos, color plomo, con unas pocas pirámides, en una noche 

iluminada por tremendos haces de luz provenientes de inmen-

sos reflectores (por ejemplo).

En este momento entran dos o tres hijos de un hombre rubio

y mayor en el que no había reparado hasta entonces. Vienen

a las corridas de algún lado a nuestra izquierda -los hijos co-

municaban que tenían que ir a la guerra, que por otro lado

quedaba ahí no más, a la derecha de nuestra ubicación. El pa-

dre parece ser un hombre poderoso (política o industria, vie-

nen a mi mente), pero la guerra es la guerra. Los hijos se ven

en una escala un poco menor a todo el resto. ¿Yo? Yo sólo

soy mirada presente, no juego ningún papel. La cámara de

fotos de Adolf Hitler que sin duda sí tiene que ver con esa 

guerra - está al frente de ella, en realidad- ha desaparecido,

así como las figuras de lata de esa caja de maravillas, esa

WunderBlechdose

Ahora aparece una niebla de angustia palpable y compren-

sible: la del padre que ve a sus dos hijos (sí, eran dos, no

tres) yendo a la guerra, no sé bien si uniformados o de ci-

vil porque visten ropa azul discreta y fina, con botones dora-

dos. Yo comparto, como no podría ser de otra manera, esa

angustia: de la vida sumamente acomodada que llevaban

hasta hace unos pocos minutos a probables heridas sangran-

tes, mutilaciones y/o muertes que les esperan en la próxima

escena...


Yo no tenía una opinión ni una no-opinión al respecto.

Si bien había una pregunta en el aire, nada indicaba que me

estuviese dirigida. 

Yo estaba ahí en mi doble anonimato: como un tipo con los

ojos vendados que sin embargo ve, pero que por tener los

ojos vendados no es peligroso para nadie.

En cierta forma, no estaba.

Y aunque veía, mi visión sólo servía a mis mecanismos in-

ternos, era totalmente intransferible al mundo exterior. De

modo que por segunda vez, no representaba peligro para na-

die.

Lo cual me liberaba, supongo, al mismo tiempo, de estar en

peligro.

Supongo que ocupaba la posición ideal del testigo.

Del que registra los hechos.

Si luego decide dar cuenta de ellos, serán hechos por demás

discutibles, ya que todo puede ser transformado en cualquier

otra cosa por el discurso.

Eso se nota que ya lo había aprendido antes, porque no se me

ocurría que pudiese tener algún valor cualquier cosa que yo

registrase.

Todo sería refutable, inconsistente, todo sería rápidamente

mezclado entre las demás cartas sobre la mesa, numerosas,

muy numerosas.

Y al irlas mezclando, haciéndolas girar como si se buscase a

la distraída alguna, varias caían, lógicamente, de la mesa.

Dado lo cual se sobreentendía enseguida que todo el asunto

estaba amañado, que no se trataba de ninguna, pero ninguna

clase de búsqueda de lo cierto o verdadero. De algo que pu-

diese ser o parecer una prueba, una carta distinta de todas las

demás, algo que saliera por un momento aunque sea, que aso-

mase la nariz por fuera de la gran, definitiva, monstruosa in-

significancia a la cual todas estaban de facto condenadas.

Algo que lograse escapar de la mera forma mutable, inter-

cambiable, sin su contenido.

Quiero decir: de la significación manipulable a la que se le

pudiera dar el uso que conviniera a esos otros que ya hacía

mucho tiempo no necesitaban siquiera presentar un nombre

o fingir un rostro.


"Por supuesto que yo no sabía que los hechos no pueden

ser expresados. Que se trataba de que los así llamados "he-

chos" (lo hecho), simplemente advenían al lugar en el que

yo suponía estar... y me sustituían. Ellos no tenían nada más

que decir, ya que lo habían 'dicho' todo al ser hechos. Yo no

podía poseer esa música maravillosa que ni siquiera era mú-

sica, sino una emanación mágica de sonidos proveniente de

lo mudo del ser y del mundo."



NOTA

Un rato después de escribir/publicar este texto, me encuentro

con una clara alusión a él, en un texto de Daniel Link: "En la

explicación de El vía crucis del cuerpo, Clarice [Lispector], 

escribe: "Yo tenía los hechos; me faltaba la imaginación.""

El reverso de esta frase es también válido. No significa mu-

cho que el libro en el que publica este artículo Link, Fantas-

mas, sea de 2009.

2 comentarios:

Carmen Troncoso Baeza dijo...

Es un texto turbador

Robert Rivas dijo...

Debo aclarar que el comentario de Carmen -que aprovecho para agradecer- es anterior a la incorporación de la "Nota" que cierra este texto.