Tienen un idioma cuyas letras se pelean unas con otras.
De esas mezclas -porque lucha y sexo son parientes cer-
canos en esas costas- ha surgido una raza de lengua con-
trahecha, un amasijo de fuerzas en pugna, verdaderos
torbellinos de sentidos y direcciones, con los cuales tie-
nen forzosamente que entenderse entre ellos. Bueno, en-
tenderse es un término que, en su lengua, podría desatar
una guerra de risas desencajadas. Y sí, han tenido y tie-
nen numerosas guerras de todas clases. Si casi no han
tenido otra cosa. Sus escribas, a cuchillo entre los dientes
se ven confrontados a defender lo escrito con su vida.
¿Pero es que hay poesía entre los VICZXYS? Considé-
rese que es una lengua en germen permanente, una len-
gua en la que se enfrentan ramas y raíces, brazos y pier-
nas, para decirlo de algún modo. "Un poeta en VICZX-
YA", suele decir un amigo mío, "tiene la suavidad de la
que es capaz un tornado." Quiere decir que alza algo con
la punta de los sentidos, una persona, un galpón, un lago,
y lo deposita en un campo de girasoles a 50 kilómetros de
distancia.
Ahí no se cree en el azar, se lo crea de manera... ¡Qué
gracioso, estuve a punto de decir "constante"! No exis-
te, por supuesto tal cosa, en esos lares. Si entre nosotros
los más atrevidos propusieron como tarea extrema "fijar
vértigos", a los VICZXYS, que viven en lo vertigino-
so, les parece la tarea más heroica e improbable lograr
"fijar algo".
De más está decir que no lo han conseguido. Allí una
reminiscencia se arroja de inmediato a un combate sal-
vaje con una reivindicación, un atisbo le prende fuego a
una perplejidad.
Es difícil para ellos. La más simple de sus palabras es
una tenaza, una anguila eléctrica, una manga de langostas,
una pandilla de pirañas. Lo lógico sería que ya no hubiese
VICZXYS de ninguna clase. Pero ahí están. Todos están
repletos de cicatrices, pequeños o grandes faltantes corpo-
rales, trazas de mordiscones, golpes y arañazos. Pero an-
dan. Andan por ahí tratando de no encontrarse. Pero lo
inevitable sucede mucho más a menudo de lo que se po-
dría creer y, como al fin y al cabo todo el mundo, de algu-
na manera u otra se las arreglan para seguir andando.
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