martes, 16 de octubre de 2012

LA SUSTANCIA IDEAL




No, los dolores no siempre están, pero tienen un profundo
sentido de la desoportunidad. Tal vez se sumerjan en esta
escritura y logremos así distraernos el uno del otro.
Ese podría ser un estado ideal, lo cual me recuerda el mo-
tivo de este encuentro fugaz entre el presunto lector y el
presunto escritor.
Se me había ocurrido que es necesario, hoy en día, intentar
situar no sólo el dolor -el dolor de siempre, el que la cien-
cia parece prometer, ¡ah, promesas, promesas! disolver pa-
ra siempre como una pastilla efervescente en el vaso de
agua de la vida de cada uno de nosotros- sino intentar si-
tuar también la sustancia ideal de la escritura.
La escritura como cualquier ávido lector (los "ávidos"
pueden dividirse por especies, como los 'ávidos carnívoros',
los 'ávidos hervíboros', los 'picoteadores' y los 'ávidos de
presa', que necesitan destrozar o deconstruir al autor) sabe,
está en plena vigencia. Son los caminos los que se han abier-
to de una manera nueva, en los últimos 10 ó 15 años. El ca-
mino clásico es el de la publicación, un camino que muchos
señalarían como inseparable de la nominación 'escritor',
mientras que el que se ha abierto como sendero-autopista
más reciente es, claro está, el electrónico.
Para leer lo que sigue les propongo olvidarse lo más posible
de que quien esto escribe soy yo. Es preciso innominarme
hasta el punto de hacerme desaparecer como tal. Esto no
puede resultar muy difícil, ya que ¿quién, de última, soy
yo? Pueden tomarlo en el frecuente sentido de "¿pero éste
quién se cree que es?", pero también en el otro, el escritor
no es yo, sino otro. 'Otro' porque cuando escribe debe elidir
su yo, lograr que no se le meta en el camino, y 'otro' porque
eso es lo que buscamos en toda verdadera lectura, así como
en todo verdadero encuentro con el otro: que sea 'otro', que
nos diga algo que no sabíamos, o que sabíamos pero no de
esa manera, o que sabíamos que lo sabíamos pero hasta que
no lo dijo (ese otro) no nos acordábamos que lo sabíamos.
O no le encontrábamos las palabras a eso.
(¿Dejamos para mejor ocasión la pregunta de quién es el
otro para cada escritor? Ése que pensará tal o cual cosa,
ése que se dará cuenta de que..., ése que nos amará un po-
co más por lo que escribimos...)
Pero también pueden tomar este propuesto olvido en el sen-
tido de que no soy un escritor convalidado. No tengo 'un
nombre'. Tener o no tener 'un nombre', ésa parece ser una
cuestión fuerte hoy en día. Tal vez lo haya sido siempre,
y ser Arquíloco o Safo no era lo mismo que ser Fulanus ó
aún Menganus.
Pero en la época de la industria del espectáculo y de la caída
del padre, la cuestión del nombre ha adquirido una significa-
ción distinta. Hay escritores que ya han 'armado la fábrica'.
Lo que escriben será, si ellos así lo desean, publicado. Entra-
rá en el mercado. Si el autor 'vende', si el autor se ha hecho
un nombre, un nombre que es casi una marca -y esto depen-
de a veces de una serie compleja de factores- si ha sido pre-
miado, traducido, legitimado por sus colegas o ensalzado
por los críticos (un capítulo que tiene sus costados), ese
autor tiene casi asegurada la publicación de sus libros. No
es un tema menor, por cierto, porque cada vez más gente
escribe bien, pero escribir bien nunca ha sido garantía de
publicación. Mucha gente hace bien lo suyo, pero no sabe
'venderse', o no le ha ocurrido que lo suyo se venda. Y ven-
der es una medida incuestionable en el mundo actual. Hace
poco leía que Stendhal tenía contados los ejemplares que
se habían vendido de "Del amor" en algo más de 10 años:
eran 17*. Pero éste no es el tema de este texto.

La sustancia de la escritura viene a ser el cuerpo del libro
en el caso de la literatura publicada o el mero texto visible,
colgado de una pantalla, en el caso de la escritura electró-
nica. Pensémoslo de esta manera (que seguramente es una
manera 'trillada', como la palabra 'trillada' ha sido trillada):
el libro es un producto que se vuelve ajeno al escritor, si
se da el lógico caso de la distribución, aparte de la edición.
Estará en las bibliotecas de otras personas, es un indiscuti-
ble objeto. Y es un objeto prestigiado a través de los siglos,
un objeto que siempre nos recuerda a Gutenberg y al giro
de la historia de la civilización que representó su aparición.
Es un objeto que podemos tomar en las manos. Que pesa,
que impone un orden (de lectura, de sucesión de páginas,
de publicaciones diversas del mismo autor, etc.), que hue-
le, que 'vemos' en nuestra mente con sus características fí-
sicas, casi casi como un rostro.
Y es un objeto de una perturbadora fijeza. Su sustancia es
fija. Una vez lanzado al mundo, el autor será prisionero de
sus páginas, así como se suele decir que muchas veces es
mejor callar, porque de lo contrario seremos prisioneros de
nuestras palabras. Lo extraño es que esta forma de aprisiona-
miento se ha vuelto deseable en muchos casos, justamente
en un mundo de objetos y palabras tan livianos que no hace
falta siquiera un viento para perderlos en el espacio. 'Marcar'
al otro con la palabra, así como algunos se 'marcan' con una
forma de escritura tatuada en el cuerpo.
Lo escrito, escrito está.
Después se verá si su sabor es merecedor de los paladares
de las ávidas aves de la lectura y de sus zoólogos, los críti-
cos y demás teóricos.
En cambio la escritura electrónica está en un terreno indefi-
nible. Por momentos puede parecer tan fija como la escritura
líbrica, pero en otros se vuelve casi insustancial. Su sustancia,
entonces, es muy variable. Como el agua, puede tener, cuan-
do menos, tres estados físicos.
El autor de estas líneas y de este sitio -ya les dije que se olvi-
den cuanto puedan de que se trata de mí- puede borrar todo
lo escrito o corregir o permutar o añadir textos a los textos,
textos de los textos, etc.
Lo hoy existente puede desaparecer de un plumazo... incluso
de un plumazo involuntario.
¡Ésa sí que es otra sustancia!
Como ven, la diferencia excede a la de los sabores.
Más allá de la proliferación casi infinita de textos, más allá
de que cada vez se publican más libros, una cualidad nueva
ha dividido el campo de las sustancias.
Se puede seguir llamando a ambas 'literatura', tienen sin lu-
gar a dudas muchos elementos en común, pero también les
pertenece una diferencia infranqueable: su sustancia no es
la misma.

¿Cuál es la sustancia "ideal", entonces?
Dejo esta pregunta entre escrita y flotante.
Una diversa noción del espacio -y hasta del tiempo- divide
los objetos de la escritura.
Permanecer/ ser fijado.
Impermanecer/ impermaneser.
Letras habrá que se borren a sí mismas. Letras móviles, que
se irán reubicando ante la mirada atónita o divertida del lec-
tor del mañana.
¿Cuál mañana? Antes se decía "sí,... mañana", y se entendía
la irónica dosis de nunca que ese mañana sostenía. El maña-
na de hoy es aún menos verosímil. ¿Mañana? ¿Habrá tal co-
sa? ¿De qué sustancia, ambiguamente pariente de la sustancia
de la escritura, es el mañana?

En esa insubtancial substancia vamos escribiendo/nos.

Hasta mañana.

 

* Lo encontré: Benjamin Péret. El núcleo del cometa. Edit.
Argonauta. Pág. 15.



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