El 22 de octubre de 1938, y sin saber si el gran poeta ruso
Osip Mandelstam vivía o había muerto -detenido por órde-
nes de Stalin en diversos campos de Siberia- Nadezhda
Mandelstam le escribió esta última carta.
¡Osia, mi bienamado, lejano corazón mío!
No tengo palabras, mi queridísimo, para escribir esta car-
ta que tal vez tú nunca puedas leer. Estoy escribiéndole a
un espacio vacío. Tal vez tú regreses y no me encuentres
aquí. En ese caso esta sería la última cosa por la cual po-
drías recordarme.
Osia, qué dicha ha sido vivir juntos como chicos -todas
nuestras riñas y discusiones, los juegos que jugamos, y
nuestro amor. Ahora ni siquiera miro al cielo. Si veo una
nube, ¿a quién se la mostraría?
¿Te acordás de cómo traíamos de vuelta provisiones para
hacer nuestros pobres festines en todos los lugares en los
que establecíamos nuestra carpa como nómades?
¿Te acordás del buen sabor del pan cuando lo conseguíamos
por milagro y lo comíamos juntos? Y nuestro último invier-
no en Voronezh. Nuestra alegre pobreza, y la poesía que
escribiste. Me acuerdo de una vez cuando volvíamos de los
baños, y compramos algunos huevos o salchichas, y pasó
un carro cargado de heno. Todavía hacía frío y yo me esta-
ba congelando con mi corto saco (pero nada como lo que
debemos sufrir ahora: sé cuánto frío debes tener). Ese día
me vuelve y me vuelve ahora. Entiendo tan claro, y sufro
el dolor de eso, que aquellos días de invierno con todos
sus problemas fueron las mayores y últimas felicidades
que nos fuesen otorgadas en la vida.
Todo mi pensamiento es acerca de vos. Cada lágrima y
cada sonrisa son para vos. Bendigo cada día y cada hora
de nuestra amarga vida juntos, mi bienamado, mi compañe-
ro, mi guía de ciego de la vida.
Como dos cachorros ciegos éramos, tocándonos con los ho-
cicos y sintiéndonos tan bien juntos. Y qué enfebrecida esta-
ba tu pobre cabeza, y qué alocadamente desperdiciamos los
días de nuestra vida. Qué dicha era esa, y cómo siempre su-
pimos qué dicha que era.
La vida puede ser tan larga. Qué duro y largo para cada uno
de nosotros morir en soledad. ¿Puede éste ser el destino pa-
ra nosotros, que éramos inseparables? Cachorros y chicos,
¿nos merecíamos esto? ¿Merecías vos esto, mi ángel? Todo
sigue su curso como antes. No sé nada. Sin embargo sé to-
do -cada día y hora de nuestra vida son simples y claros pa-
ra mí como en un delirio.
Viniste a mí cada noche en mi sueño, y me seguí preguntan-
do qué había pasado, pero no me contestabas.
En mi último sueño yo estaba comprando comida para vos
en un roñoso restaurante de hotel. La gente que estaba con-
migo me era totalmente ajena. Cuando la hube comprado,
me dí cuenta de que no sabía adónde llevarla, porque no
sé dónde estás.
Cuando me desperté, le dije a Shura: "Osia está muerto."
No sé si aún estás con vida, pero en el tiempo que trans-
currió desde ese sueño, he perdido todo rastro de vos. No
sé dónde estás. ¿Me escucharás? ¿Sabés acaso cuánto te
amo? Nunca podría decirte cuánto te amo. No puedo si-
quiera decírtelo ahora mismo. Sólo te hablo a vos, sólo a
vos. Estás conmigo siempre, y yo que he sido tan impetuo-
sa y enojadiza y que nunca aprendí a llorar simples lágri-
mas -ahora lloro y lloro y lloro.
Soy yo: Nadia. ¿Dónde estás?
Adiós.
Nadia.
Nadezhda publicó en Occidente un libro llamado "Esperan-
za contra esperanza" y luego "Esperanza abandonada" (el
nombre Nadezhda significa en ruso justamente 'esperanza')
quince años antes de que el Glásnost (deshielo) ruso permi-
tiera su edición en el idioma original.
Ambos libros despertaron reacciones intensas, ya que en
ellos denunciaba a múltiples colaboradores del régimen.
Fueron escritos cuando Nadezhda tenía 65 años. Antes de
eso nunca había escrito nada.
Como dice Joseph Brodsky, en un artículo denominado
"Nadiezhda Maldelstam (1899-1980): Necrología": "Si hay
algún sustituto del amor, es el recuerdo. Así, pues, memo-
rizar es restablecer la intimidad."
En 1933, Osip Mandelstam, uno de los mayores poetas ru-
sos de todos los tiempos, compuso el poema satírico llama-
do "El Epigrama de Stalin". Es un acto que, en otro tono y
en otro tiempo y lugar, repetiría Rodolfo Walsh con su
"Carta a Videla", que le costara la vida en pocos días.
En el caso de Mandelstam, en cambio, su poema, transmi-
tido de boca en boca hasta que algún espía de los que abun-
daban en esos tiempos en la URSS, lo denunciara, significó
su detención y tortura en las lóbregas salas de interrogatorio
en la Lubyanka de la feroz NKVD.
Luego de un tiempo y un tanto incomprensiblemente, se le
permitió elegir un exilio (primero a Cherdyn en los Urales,
y al mes siguiente en Voronezh) y ser acompañado a él por
su esposa Nadezhda. Nunca se recuperaría realmente de esa
detención y tortura -tuvo dos intentos de suicidio, una vez
cortándose las venas y la otra saltando por la ventana del
viejo hospital de Cherdyn- pero eso no le impidió retornar
a la poesía. Como no le era permitido escribir, durante mu-
cho tiempo su mujer fue quien le auxilió en la tarea, con-
virtiéndose en su memoria, grabando en su mente los poe-
mas para más adelante transcribirlos.
Después de tres años de detención en Voronezh, se les per-
mitió a los Mandelstam regresar a Moscú. Eso sucedió el
16 de mayo de 1937. Se mudaron varias veces, pasando
por Savelovo (en el Volga), Leningrado (allí visitaron dos
veces a Anna Akhmatova), Kalinin y por fin en un sanato-
rio en Samathika. El 3 de mayo de 1938 el poeta fue nueva-
mente arrestado, interrogado (Vitaly Shentalinsky, un nota-
ble investigador de los archivos de la KGB, publicó un li-
bro acerca de las 2 detenciones de Mandelstam "El archivo
literario de la KGB. El caso contra Mandelstam, el poeta")
y enviado a un campo de trabajos forzados, en camino al
cual, a la altura de Vladivostok, murió por una falla cardía-
ca el 27 de diciembre de 1938, según pudo averiguar Shen-
talinsky en 1991.
EL EPIGRAMA DE STALIN
Nuestras vidas ya no sienten el suelo debajo suyo.
A diez pasos ya no puedes oir nuestras palabras.
Pero dondequiera hay un cachito de habla
hablamos del montañés del Kremlin.
Los diez gruesos gusanos sus dedos,
sus palabras como medidas de peso,
las enormes cucarachas rientes de su labio superior,
el destello de las puntas de sus botas.
Rodeado de una escoria de patrones cuello-de-gallina
juguetea con los tributos de estos medio-hombres.
Uno silba, el otro maúlla, un tercero lloriquea.
Sólo él habla ruso.
Forja decretos en línea como cascos de caballos,
Uno para la ingle, uno para la frente, la sien, el ojo.
Cada muerte es para él, buen georgiano,
una frambuesa que se mete en la boca.
Joseph Brodsky: "Yo la vi por última vez el 30 de mayo de
1972, en aquella cocina suya, en Moscú. Era hacia el atar-
decer y estaba sentada, fumando en el rincón, en la densa
sombra que hacía el alto aparador en la pared. La sombra
era tan densa, que las dos únicas cosas que se podían dis-
tinguir eran el débil parpadeo de su cigarrillo y sus dos pe-
netrantes ojos. El resto -su cuerpecito bajo el mantón, sus
manos, el óvalo de su cenicienta cara, su pelo, gris como la
ceniza- estaba consumido por la sombra. Parecía un resto
de un gran fuego, como una pequeña pavesa que arde, si la
tocamos."
En "Menos que uno. Ensayos escogidos." Siruela, 2006.
BIBLIOGRAFIA
Osip Mandelstam. The Voronezh Notebooks. Poems
1935-1937. Translated by Richard & Elizabeth McKane.
Bloodaxe Books. 1996.
Carolyn Forché. Against Forgetting. XXth Century
Poetry of Witness. W.W. Norton Co. 1991.
George Steiner, en su libro 'Extraterritorial. Ensayos
sobre la literatura y la revolución del lenguaje', edita-
do por A. Hidalgo en 2009, se refiere a este poema del
poeta ruso diciendo: "En el poema de Mandelstam las
palabras literalmente asesinan al poeta."
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