miércoles, 15 de enero de 2020

TEXTOS ENCONTRADOS



 BATALLANDO

 Íbamos a bastante velocidad, las cubiertas del auto
palpando la huella, tirándonos mensajes demasiado
fugaces en el volante. El barro estaba espeso, como
nos habían avisado en Pineman, el último pueblo que
cruzamos. Había en efecto un archipiélago de char-
cos en el camino y hacía un frío intenso, de los que
forman esa clase de niebla luminosa y clara, tan es-
pesa que cuando pasa el auto deja un pasillo inmóvil,
más allá del cual la vista no sirve para nada. 
 Las ruedas veían por nosotros, sentían en sus carnes
el camino. Una distracción de las ruedas podía muy
bien atascarnos -la noche caía como la lluvia, parecía
ser parte noche y parte lluvia, y todo junto se parecía
bastante a la desgracia. 
 Si había casas, lo disimulaban muy bien. No se veía
una pizca de luz en ningún lado, ni siquiera algo que
sirviera para engañarnos o ilusionarnos un poco. De
todos modos, que esta era una zona dominada por el
barro. Que se vuelve líquido, que se torna tromba y
ataca puertas, techos, ventanas y patios, asediando a
los sufridos habitantes en sus casas agazapadas.
 Estábamos huyendo sin saberlo. Son esos momentos
en los que uno siente con certidumbre que el sufrimien-
to es tan numeroso, que tarde o temprano acabará ga-
nando la batalla.



 *


 ISMAEL ZELADA

 El loco que estudiaba los pisos.
 No tanto de qué estaban hechos, aunque tomaba cuenta
de ello, decía, en voz bien alta, como si le dictara a un es-
cribiente invisible y duro de oído que estuviera a sus espal-
das: "¡parquet!" o "¡baldosa grande!". Luego pasaba, tam-
bién en forma sucinta, a las características físicas: "tabla
ancha", o "rombos combinados", etc. Pero, entonces, empe-
zaba el verdadero estudio del piso. Parece que una cosa muy
importante era la "consistencia" del mismo. También le pres-
taba una intensa atención a las inclinaciones. Las descubría
con una facilidad extraordinaria: "ligera curvatura de dismi-
nución a la derecha". "Acá". "Ahí también". Y luego otras y
nuevas. Siempre interesado, al mismo tiempo, en cómo la
luz natural recorría los pisos y esta observación la hacía bus-
cando ángulos precisos y mínimos, con las ventanas funcio-
nando a la vez como lupa y linterna.
 "Sólido", "no suficientemente sólido", "no, no". "Jumm,
cáscara, cáscara."
 Estudiaba los pisos, pero no siempre, porque a algunos ya
los tenía estudiados (podría decirse "por suerte"). A esos los
atravesaba sin mirarlos. pasaba derecho, con una actitud
provocadoramente indiferente.
 En cambio, en cuanto entraba a un lugar que no conocía,
su atención era súbitamente imantada por el piso. Al
principio ni siquiera se movía. Lo cual producía una honda
impresión: ver cuánto se concentraba. Luego mirábamos sus
expresiones. Decenas de expresiones cambiantes, al percibir
detalles, al serle reveladas cuestiones trascendentes.
 "Como si fuesen superficies heladas que pudiesen hundirse
bajo los pies", describe un viejo tratado de psiquiatría del
siglo XIX. Pero, por cierto que no es para nada así. Zelada
no le teme a los pisos en absoluto. Si tuviésemos que em-
plear obligatoriamente un término, saltaría a nuestra mente:
"domador". Pero también resulta inexacto, impreciso.
 Anda, ahora descalzo, con una delicadeza que sólo un ani-
mal en peligro de muerte, o bien un animal a punto de sal-
tar sobre la presa, pueden desarrollar.
 "Sordo", dice en este momento. "Sordo", le repite a su es-
cribiente. Y por un momento dudamos, claro. Pero habla 
del piso, Zelada siempre habla de los pisos.



 *

 Con imanes le fueron sustrayendo los Schnifles letras a los
Bujuma, hasta dejarlos boyando en el silencio
 Imitan el gesto del saludo, pero a nadie -pequeñas violen-
cias permitidas
 Una niña se anima: hace ruidos. Los hace y al mismo tiempo
los arroja al aire. Donde se mezclan con el viento y con los
truenos, con el susurro de las hojas, el chirriar de las chicharras
y de los grillos

 Bujumas: aprendieron a rezar sin palabras, a llorar sin sollo-
zos, a reír bellísimas risas insonoras



 *

 largos caminos de seda
 los abandonados
 caminos y caminos

 sinuosos, claro está, pero también extensos
 senderos de curvas lentas
 y con la seda siguiendo y trazando
al mismo tiempo

 senderos hace siglos silenciosos
 abandonados

 al ver esos senderos
 o estar cerca de ellos,
 ¡cómo pensar en tortas,
 en edificios, en cornetas,
 en discursos, en caléndulas,
 en arte y en mañas!



 *

 EL PAN KNINI

 no sirve para comer
 ¿es mejor decirlo al comienzo?
 pero la belleza del pan Knini
 abre a patadas las puertas
 de los templos abandonados de Zizna y de Tolcana.

 ellos, los ausentes,  desde el fondo frío y oscuro
 de sus habitaciones, sus camas fijas de hierro,
 sus ventanas enrejadas,
 miran al pan Knini con ojos desnudos y trepidantes
 lágrimas

 el cuerpo del pan Knini
 que tanto recuerda
 el cuerpo de las muchachas jugando
 desnudas en el río
 con la luz y con las sombras,
 con el tiempo
 y con el alma del agua



 *

 CALAÑAS

 Esta Filídula 
 a algunos les pone la cara
 con otros imita apenas el gesto del beso
 no sabiendo que no sabe nada
 resulta que a veces
 parece saber algo 
 o guardar profundamente algún secreto




 *

 Ofidia es terca ma' non tersa
 es tensa pero no intensa
 su malicia no la vuelve interesante
 pero asfixia a la aspirante
 a media reina
 y la deja para siempre
 reina solamente entre las necias
 sin saber y sin sabor;
 su marido es el señor
 con el que tú conversabas
 él ignora que ella reina
 entre necias consagradas,
 puede que vea a su Ofidia
 para mí que no ve nada



 *

 Dice: "Es raro. O yo tenía una gran imaginación
y la he perdido, o yo no tenía una gran imaginación
y lo que he perdido es la imaginación de tener una
gran imaginación."
 Dice: "Tal vez deba volver al dolor. Mi envoltura 
de dolor."
 Dice: "Vivir escondiéndose. Tener por vida un escon-
dite."
 Dice: "Solía alcanzar buenas profundidades en mis
sueños."
 Dice también: "Vastos los reinos de la necedad y elevado
su índice de población."



 *

 Otro día vimos peces de hocico puntiagudo, negros, des-
lizándose por los bordes de las orillas.
 Buscaban algo y juraríamos que sabían qué era lo que
buscaban.
 Y nosotros mirábamos a esos peces sin dejar de sentir
cómo nos sentíamos.
 La aparente diferencia nos causaba una (nueva) desagra-
dable impresión.





 *

 Después de una excursión de las que se organizaban habi-
tualmente en Sirszt, se venía a este bar a tomar unos tragos,
o a atiborrarse de café.
 El café se puede decir que era espeso.
 ¿Por qué uno mira por los ventanales? ¿Qué, quién espera-
mos que llegue en un lugar donde nadie nos conoce?
 P. vivió algunos años en una mina de sal.
 Dice que ahí la espera parecía distinta, aterciopelada.
 Dice que es la clase de espera 
    que no precisa de la menor esperanza de nada.


2 comentarios:

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

En verdad es muy original, muy diferente a lo de siempre, todo lo que escribes y publicas. Un cordial saludo.

Robert Rivas dijo...

Gracias.