sábado, 3 de noviembre de 2018

POEMAS DE MARGARET ATWOOD




 SUEÑO 2: BRIAN EL CAZADOR-EMBOSCADO

 El hombre que vi en el bosque
 solía venir a nuestra casa
 cada mañana, nunca decía nada;
 después supe por los vecinos
 que una vez intentó cortarse el cuello.

 Lo encontré al final del sendero
 sentado sobre un árbol caído
 limpiando su arma.

 No había viento;
 alrededor nuestro las hojas crujían.

 Me dijo:
 mato porque debo hacerlo

 pero cada vez que apunto, siento
 que mi piel se torna pelaje
 mi cabeza se carga con astas
 y durante el estirado instante
 en el que la bala planea en su hilo de velocidad
 mi alma corre inocente como cascos.

 ¿Es justo Dios con sus criaturas?

 Muero más a menudo que muchos.

 Miró hacia arriba y vi
 la blanca cicatriz trazada por el cuchillo de caza
 alrededor de su cuello.

 Cuando desperté
 me acordé: él se había ido
 hacía veinte años y no se sabía más nada.



 MUERTE DE UN HIJO JOVEN POR INMERSIÓN

 Él, que había navegado exitosamente
 el peligroso río de su propio nacimiento
 partió una vez más

 en un viaje de descubrimiento
 hacia la tierra en la que yo flotaba
 pero que no podía ni tocar ni reclamar.

 Sus pies resbalaron en la orilla,
 las corrientes se lo llevaron;
 se revolvió con hielo y árboles en el río crecido

 y se sumergió en regiones distantes,
 su cabeza una batisfera;
 a través de las finas burbujas de cristal de sus ojos

 miró, temerario aventurero
 en un paisaje más extraño que Urano
 en el que todos hemos estado y algunos recuerdan.

 Hubo un accidente; el aire se trabó,
 él colgaba del río como un corazón.
 Ellos devolvieron el cuerpo inundado,
 mojón de mis planes y futuros mapas,
 con postes y ganchos
 de entre el empuje de los troncos.

 Era primavera, el sol seguía brillando, el pasto nuevo
 saltó a la solidez;
 mis manos relucientes de detalles.

 Después del largo viaje estaba cansada de las olas.
 Mi pie tocó roca. Las velas soñadas
 colapsaron, hechas trapo.

      Lo planté en este condado
      como a una bandera.



 ELEGÍA PARA LAS TORTUGAS GIGANTES

 Deja que otros recen por la paloma pasajera,
 el dodo, la grulla gritona, el esquimal:
 cada uno debe especializarse 

 me confinaré a mí misma a la meditación
 acerca de las tortugas gigantes
 marchitándose finalmente en una isla remota.

 Me concentro en estaciones de subte,
 en parques, no logro verlos del todo,
 se mueven hacia la periferia de mis ojos

 pero en el último día estarán allí;
 ya el evento
 como una ola que viaja da forma a la visión;

 en el camino en el que estoy se materializarán,
 caminando lentamente en una fila rezagada
 incómoda sin agua

 sus pequeñas cabezas sopesando
 de lado a lado, su inútil armadura
 más triste que los tanques y la historia,

 en su cerrada mirada océano y luz solar paralizados,
 subiendo pesadamente los escalones, bajo las arcadas
 hacia los cuadrados altares de cristal

 donde se guardan los dioses precarios,
 las reliquias de lo que hemos destruido,
 nuestros sagrados y obsoletos símbolos.




 DAGUERROTIPO TOMADO EN LA VEJEZ

 Sé que cambio
 he cambiado

 pero de quién es esta insulsa cara
 deshuesada y vasta, rotunda
 suspendida en papel vacío
 como en un telescopio

 la luna granular

 me levanto de mi silla
 tironeando contra la gravedad
 me voy
 y salgo al jardín
 doy vueltas alrededor de los vegetales,
 mi cabeza pesada
 reflejando el sol
 en sombras de los barrancos agujereados
 cortados en mis mejillas, las cuencas-
 de mis ojos 2 cráteres

 entre los senderos
 orbito
 los manzanos
 blancas blancas estrellas
 giratorias a mi alrededor

 estoy siendo
 consumida por la luz




 MORADA

 El matrimonio no es
 una casa o siquiera una carpa

 es anterior a eso, y más frío:

 la orilla del bosque, la orilla
 del desierto
                    los escalones sin pintar
 al fondo donde nos acuclillamos
 afuera, comiendo pochoclo

 la orilla del glaciar que retrocede

 donde dolorosamente y con asombro
 de haber sobrevivido todavía
 hasta acá

 estamos aprendiendo a hacer fuego



Margaret Eleonor Atwood nació en Ottawa, Canadá,
el 18 de noviembre de 1939.

FUENTE

Aliki Barnstone and Willis Barnstone (Eds.). A Book
of Women Poets from Antiquity to Now. Schocken
Books, 1992.

Versiones del inglés: Robert R. Rivas (c)

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