Como un faquir, logra detener el pensamiento y luego,
si es en verdad un buen faquir, porque hay toda clase de
faquires - forjadores, vaciadores, tilingos y permutantes-,
si es uno bueno, decía, uno dedicado a combatir la natu-
raleza demasiado simple de las cosas, entonces podrá co-
locar ese pensamiento sobre la punta de una aguja que
llevaba casualmente consigo ese día. ¡Algunos ya me es-
tán preguntando para qué sirve eso! Bueno, no se puede
atender a todo el mundo. Aunque se dividiera el tiempo
del que dispone la humanidad en su conjunto, de inicio
a fin -brrr, un temblorcito-, en fracciones muy pero muy
pequeñas, igual no alcanzaría para atender a la inmensa
cantidad de gente que no está dispuesta a entender ni piz-
ca.
Pero volvemos a la aguja. Bullen, se ordenan, precipitan,
mutan, observan, tiemblan allí esos inquietos, mientras se
multiplican. Una vez que el faquir ha producido una can-
tidad suficiente de pensamientos a partir del primer pensa-
miento, y, mediante otro pase magistral los ha transforma-
do en el sistema celular de un organismo, hace descender
con sumo cuidado la aguja -sostenida por sus largos e in-
teligentísimos dedos- hasta el suelo. Una vaca, en efecto,
cierto que muy muy pequeña, se baja y sale andando. ¿Un
poco confundida? Sí, puede ser, pero obsérvese también
cómo menea el rabo.
EL ENCARGADO DE LA CORRESPONDENCIA
REAL
Siguen llegando cartas al Reino, a pesar de que el Empe-
rador y la Emperatriz han sido desprolijamente asesinados,
y de que la Corte ha abdicado en pleno al día siguiente.
Sé que les costará creerme, pero es así: seguirán llegando
durante un buen tiempo. ¿Nostalgia? ¿Falta de instinto de
realidad? ¿Moradores de lugares demasiado remotos del
Reino? Vaya uno a saber (no es mi asunto). He ejercido
mi ocupación de secretario-encargado de la correspon-
dencia Real en 4 naciones y siempre pasa lo mismo. Sim-
plemente siguen llegando, aunque es cierto que con el pro-
greso del tiempo -¿es verdad que el tiempo progresa?- su
número y, debo decirlo, su volumen, van mermando. Esa
situación ya repetida siempre me lleva a pensar en cuál
será la última carta. Por falta de tiempo -muchas son en
realidad mis tareas- es la única que leo.
Eso me recuerda un juego de naipes, actividad en la que,
lo digo sin falsa modestia, me he destacado, y que en el
fondo explica por qué diversos reyes y algún emperador
han considerado que dispongo de sobrada aptitud para el
importante cargo de secretario-encargado de la correspon-
decia del Reino que sea. La partida esa noche... (sigue una
minuciosa descripción del salón principal; la fecha celebra-
da y la historia de la misma; la música que la orquesta real
ejecutaba en el momento culminante de la partida; el tipo
de vestimenta de las damas de la corte; los títulos y las ca-
racterísticas de los notables participantes de la partida, etc.,
etc.)
El relato, entretanto, concluye así:
Al salir, la lluvia pellizcaba el agua ya caída. Me di cuen-
ta en ese instante de que no recordaba haber visto llover
en mi infancia. Por supuesto que habría llovido muchísi-
mas veces, pero yo no recordaba ver llover de chico. Ni
una sola vez. ¿No es extraordinario? Como solía decir
mi padre: "La mayoría de las veces lo que suena raro es
raro."
EL ENCARGADO DE LA CORRESPONDENCIA
REAL
Siguen llegando cartas al Reino, a pesar de que el Empe-
rador y la Emperatriz han sido desprolijamente asesinados,
y de que la Corte ha abdicado en pleno al día siguiente.
Sé que les costará creerme, pero es así: seguirán llegando
durante un buen tiempo. ¿Nostalgia? ¿Falta de instinto de
realidad? ¿Moradores de lugares demasiado remotos del
Reino? Vaya uno a saber (no es mi asunto). He ejercido
mi ocupación de secretario-encargado de la correspon-
dencia Real en 4 naciones y siempre pasa lo mismo. Sim-
plemente siguen llegando, aunque es cierto que con el pro-
greso del tiempo -¿es verdad que el tiempo progresa?- su
número y, debo decirlo, su volumen, van mermando. Esa
situación ya repetida siempre me lleva a pensar en cuál
será la última carta. Por falta de tiempo -muchas son en
realidad mis tareas- es la única que leo.
Eso me recuerda un juego de naipes, actividad en la que,
lo digo sin falsa modestia, me he destacado, y que en el
fondo explica por qué diversos reyes y algún emperador
han considerado que dispongo de sobrada aptitud para el
importante cargo de secretario-encargado de la correspon-
decia del Reino que sea. La partida esa noche... (sigue una
minuciosa descripción del salón principal; la fecha celebra-
da y la historia de la misma; la música que la orquesta real
ejecutaba en el momento culminante de la partida; el tipo
de vestimenta de las damas de la corte; los títulos y las ca-
racterísticas de los notables participantes de la partida, etc.,
etc.)
El relato, entretanto, concluye así:
Al salir, la lluvia pellizcaba el agua ya caída. Me di cuen-
ta en ese instante de que no recordaba haber visto llover
en mi infancia. Por supuesto que habría llovido muchísi-
mas veces, pero yo no recordaba ver llover de chico. Ni
una sola vez. ¿No es extraordinario? Como solía decir
mi padre: "La mayoría de las veces lo que suena raro es
raro."
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