domingo, 30 de agosto de 2015

POEMAS DE ELIZABETH SMART

  


Se ha reeditado recientemente la obra más importante de
esta poetisa canadiense, En Grand Central Station me sen-
té y lloré. Ese libro, que cuenta la tremenda historia de amor
de E. Smart con el poeta George Barker fue publicado en in-
glés originalmente en el año 1945. Dije 'tremenda' historia
porque Elizabeth, que era hija de un acaudalado empresario 
canadiense y que viajaba por el mundo como secretaria de
una asociación de mujeres, mientras residía en Londres, en-
cuentra un día en una librería los poemas de Barker. Se ena-
mora en el acto del poeta y decide (¡cuánto de deseo escon-
dido suele haber en nuestras decisiones!) que habrá de vivir
una relación amorosa con ese hombre. Lo cierto es que Bar-
ker, que en ese momento se encuentra en Japón, vive con su
pareja, Jessica, que casualmente se halla embarazada. Eliza-
beth los invita a ambos -no había otra manera- a Monterrey,
un bellísimo pueblo costero del norte de California. Escribe
en su diario: "Si G.B. apareciera ahora lo devoraría, tal es mi
avidez. Siento el resplandor en llamas de dos mentes que fun-
cionan en una comunicación, un entendimiento divinos."
Esto fue el 6 de julio de 1940. Smart había leído los poemas
de Barker en Londres en 1937. Ella también estaba en pareja,
pero cortó esa vinculación al acercarse la fecha del encuentro
con su verdadero amor. 
Por cierto que esta historia, que tuvo una derivación literaria
notable, revela muchos aspectos del amor en sí. Elizabeth 
nunca había visto siquiera una foto de Barker -de hecho lo
describe a su arribo a California, diciendo "He was all wrong",
en otras palabras, "No tenía nada que ver con cómo me lo ha-
bía imaginado".
Pero, por supuesto, la relación amorosa se desencadena. Je-
ssica pierde el embarazo y luego de un acontecimiento peno-
so y crucial (ambos amantes son absurdamente detenidos en
la frontera con Arizona, por no estar casados, y los llevan por
unos días a la cárcel), el drama comienza a precipitarse. Eli-
zabeth queda embarazada por primera vez -a lo largo de los
años tendrá tres hijos de Barker- y debe 'esconderse' de la
ortodoxa sociedad a la que pertenece su familia, para no con-
tagiarles la deshonra. Su refugio es una pequeña aldea de 
pescadores llamada Pender Harbour, en la Columbia Britá-
nica. Allí da a luz a su hija Georgina, en agosto de 1941. Es
en ese tiempo y lugar que compone En Grand Central Sta-
tion me senté y lloré.
Lo que le da un vuelo especial a este libro que, leído inge-
nuamente parece una obra un tanto kistch, es que en él, la
narradora está proponiendo nada menos que una nueva reli-
gión, la del amor (carnal), llevando hasta las últimas conse-
cuencias la posición romántica. Y es que las alusiones lite-
rarias constantes e invisibles de la obra la convierten en una
suerte de Evangelio panteísta.
Shakespeare (más que nada Macbeth, pero también en buena
medida Hamlet, Othello, Antonio y Cleopatra), la Divina Co-
media, Rilke, Blake, Hopkins, Auden y hasta el Doctor Faus-
tus de Marlowe, el Cantar de los Cantares, Francis Thomp-
son, son algunas de las referencias literarias de este texto 
poético.
Elizabeth Smart puso muchas cosas en este libro; de hecho
es casi su obra única, ya que recién en 1978 publicó un se-
gundo libro, The Assumption of the Rogues and Rascals.
Hay que decir que este libro ya estaba escrito en cierta me-
dida antes de conocer los textos de George Barker. Éste
vino a ocupar el lugar al que estaba 'predestinado' en el de-
seo de Elizabeth. Varios pasajes del libro ya estaban escri-
tos antes de que se conocieran y muchos pasajes son trans-
cripciones casi literales de los diarios que llevaba la escrito-
ra. Además del collage de citas procedentes de la literatura.
Ya en su diario había adelantado su anhelo de "respirar, vi-
vir, disfrutar, rebelarme, ser ordinaria, filosofar, digerir, ser
frívola, ser insignificante, sentir, conocer, comprender".
Sin embargo, hay varios pasajes de la novela en la que la
autora nos conmueve.
"Hay serpientes de cascabel y viudas negras, y brumas que 
suben desde el agua. Pero los días dejan un recuerdo de sol,
un recuerdo de flores."
"él, que cuando era sólo una palabra bastaba para causarme
noches enteras de escalofríos e insomnio."
"Si estuviera más lejos del centro del mundo, de todos los
mundos, me dejaría embaucar mejor, pero ¿acaso puedo
ver la luz de un fósforo mientras estoy ardiendo en los bra-
zos del sol?"
"El amor me posee, y no tengo alternativa. Cuando el Ford
traquetea hasta la puerta, con cinco minutos (cinco años) de
retraso, y él cruza el césped bajo los pimenteros, permanezco
de pie detrás de las cortinas de gasa, incapaz de moverme
para ir a su encuentro, o de hablar: estoy convirtiéndome en
líquido para invadir cada uno de sus orificios en cuanto abra
la puerta. Tenaz como un pájaro recién nacido, todo boca con
su único deseo, cierro los ojos y tiemblo, esperando el paraíso:
va a tocarme."

Estos son los poemas que publicara


    DENTRO DEL HOMBRE BARBADO

Dentro del hombre barbado
El rostro encantador no se encuentra
La floreciente piel está gastada
Y nadie quiere correr como una tromba
A sus irritados gritos de malhumor
Y limpiarle la cola o los ojos.

Él se encuentra en un lamentable desorden
Pero el hombre de mediana edad
No importa con qué empeño lo intenta
No puede conducir el amor
Que vino libre con su inocencia
Él llora a gritos en vano en su dolor
Ese consuelo no regresará jamás.


POEMA ACONSEJANDO LA ACCIÓN

Con agraciada estrategia el circundante halcón
Azota mi circundante tristeza para sumergirse y golpear
Indivisible para la acción el roble envenenado
Arroja hacia arriba su enrojecido rostro para atacar
Lagartos y hierbas y flores me reprenden,
Estrictos en su inocencia: me siento cobarde,
Tampoco la paloma torcaz aprobará mi falta
La que apechuga todo peligro por una humilde sobra
Y cuando arrulla corteja el castigo. Mi culpa
Es obvia, no puedo escapar.


CANTO: LAS CANTARINAS CALLES DE VERANO

Nada muere, salta al nacimiento
Antes de la mitad del requiem,
Antes de que las lágrimas apropiadas sean derramadas
O el duelo por los impuros
Regañe su curso, la muerte está muerta.

Los suspiros disparan a través del largo trombón
Sopla tan fuerte que sacude la tierra.
Las flores en una corrida jadeante se abren paso;
Si una ha colapsado, entonces saltan dos nuevas,
Insaciable en las cosas por hacer.

Es innecesario expiar 
El pecado: él es el perdedor;
Con todos sus disfraces baratos de conjurador
Ningún ganso vuela al norte a causa de sus mentiras
Ninguna causa se pierde, y nada muere.


FIN DE UN GIRASOL

Un faisán encontró un girasol
Y se posó sobre su arco,
Y masticó ruidosamente
Un poco cada día a una hora temprana.

Qué forma de irse-
Obscenos restos cuelgan del largo tallo,
Sorprendente el discreto morirse de todo alrededor,
El reconfortante otoño hundiéndose-en-un-brillo.
¡Un hombre asesinado a la vista!



EL GIRASOL DE BLAKE

1
¿Por qué dijo Blake
"Girasoles agotados de tiempo"?
Cada vez que los veo
parecen decir
¡Ahora! ¡con un estrellar
de platillos!
Muy contentos 
y positivos
y un absoluto deleite
en su propia redonda brillantez.

2
¡Perdón, Blake!
Ahora entiendo qué querías decir.
Las tormentas y la escarcha han maltratado
su brillante deleite
y aunque aún están enhiestos
nada podría mostrar la defección
mejor que sus agotadas
desilusionadas
cabezas colgantes.







COMENTARIO

El mismo título de su obra más reconocida, alude a un
Salmo, el 137: Junto a los ríos de Babilonia nos senta-
mos y lloramos, recordando a Sión.

Las notas que acompañan la edición de Periférica, excelen-
tes, son de su traductora, Laura Freixas. También la edición
que hiciera Lumen, y que es anterior, contiene la traducción
de la misma Laura Freixas, aunque en esa ocasión, se agrega
un prólogo escrito por ella, también muy interesante.

BIBLIO

Elizabeth Smart. Collected Poems. Paladin, 1992.
Elizabeth Smart. En Grand Central Station me senté y lloré.
           Lumen, 1996.
Elizabeth Smart. En Grand Central Station me senté y lloré.
           Periférica, 2009.
También son muy buenos sus diarios, The Journals of Eliza-
beth Smart. 

Versiones del inglés: Robert R. Rivas (c)

     

No hay comentarios: