Mucho se ha escrito y probablemente se siga escribiendo
acerca de este hombre enigmático. Ha despertado admira-
ción, curiosidad y rechazo por partes iguales. Michel Fou-
cault le ha dedicado un libro y el mismo Roussel ha escrito
otro revelando ciertas claves de su escritura. Tanto "Locus
Solus" como "Impresiones de África" han sido escritos con
este método extremo. Uso este término para calificar uno de
los bordes del lenguaje. James Joyce exploró otro, en espe-
cial en el "Finnegan's Wake", en este caso 'jugando' con las
palabras, extrayendo unas de otras como en un enloquece-
dor (por lo inagotable) proceso de derivación infinita de los
significantes. Roussel, en cambio, opera por las dos puntas
de una frase. Agrega, altera, extiende, sustituye palabras o
frases que modifican, claro está, el sentido una y otra vez,
hasta generar un estado de incomodidad particular, produc-
to en parte de la frialdad del procedimiento. Porque el au-
tor, según da a entender, no quiere decir nada. No tiene men-
saje que transmitir, la trama es vagamente absurda. Digo 'va-
gamente', porque sigue un rumbo, sólo que este está ocupado
por lugares y máquinas, máquinas para las que se puede usar
el mismo término que tanto se ha utilizado para describir al
mismo Roussel: "extravagantes"; máquinas y mecanismos
sin sentido, en el que los personajes son absolutamente eso:
figuras detrás de las cuales no hay sentimiento ni pensamien-
to alguno. El mismo Roussel dice algo acerca de esto en una
nota que publicó Michel Leiris con fragmentos de ensayos y
de cartas suyos: "Quisiera hablar ahora de un hecho bastante
curioso. He viajado mucho. [Roussel fue el heredero de una
de las mayores fortunas de Europa, que, en su extravagancia,
dilapidó por completo]. Especialmente en 1920-1921 di la
vuelta al mundo, pasando por la India, Australia, Nueva Ze-
landa, las islas del Pacífico, China, Japón y América. (...)
Ya conocía los principales países de Europa, Egipto, todo el
norte de Africa, y más tarde visité Constantinopla, Asia Me-
nor y Persia. Sin embargo, ninguno de esos viajes me procu-
ró el menor material para mis libros. Me pareció que valía
la pena señalar este hecho, porque muestra de un modo muy
palpable que para mí la imaginación lo es todo."
He remarcado (las cursillas son mías) en este párrafo esa
frase, ya que Roussel escribió dos libros ("Impresiones de
Africa" y "Nuevas impresiones de Africa") en los cuales no
hay, salvo por la mención de Tombuctú, por ej., nada que
relacione esos textos con alguna realidad.
Se dice que Raymond Roussel se suicidó (a los 56 años, y
de la forma que describe Leonardo Sciascia en un pequeño
libro que escribió acerca de esa circunstancia) a causa de la
frialdad con la que fueron recibidas sus 'novelas' frías.
Lo hizo en Palermo, acompañado de Charlotte Dufrène, la
mujer que estuvo a su lado durante muchos años, en un pa-
pel misterioso, ya que al parecer no hubo una relación físi-
ca entre ellos.
Jean Ferry (verdadero nombre, Jean Levy), que vivió entre
1906 y 1974 y que se autodenominó un "seguidor de la tra-
dición patafísica" fue uno de los mayores conocedores y ad-
miradores de la obra de Roussel. Escribió, por ejemplo,
"Cuando Raymond Roussel llegó después de su muerte al
país al que tenía derecho, pero en donde, en los primeros
momentos no se reconocía, Jules Verne y Camille Flamma-
rion se acercaron a él y le guiaron con bondad, tomándole
cada uno de una mano. (...)
"Esa gloria perdida hacía ya más de treinta años, esa gloria
cuyo denso centro era él mismo, y de donde cegadores rayos
partían para bañar a los ciegos, esa gloria lo envolvía por
entero. (...)
Más tarde, Raymond Roussel llegó a ser muy amigo de Dios,
y hacía de él, en la intimidad, de sus amigos, unas imitacio-
nes muy bien logradas, lo que le valió que los ángeles le tri-
butaran algunas ovaciones suplementarias."
Este texto aparece en una extraña antología de Braulio
Arenas que he mencionado en otra ocasión (un texto acerca
de Artaud), llamado "Actas surrealistas". De hecho, Roussel
no perteneció a ese grupo, si bien parece que hizo varios in-
tentos por ser conocido (y reconocido) por André Breton y
los demás integrantes de ese movimiento. El último de los
cuales fue dejar listos para su envío post- mortem varios
ejemplares de sus obras dirigidos a un buen número de poe-
tas surrealistas.
La vida de Roussel sí que puede ser calificada de surrealista,
pero como un calificativo tendiente a evitar las categorías
diagnósticas. Digamos que padecía o portaba una locura muy
Rousseliana.
Arenas no menciona la fuente. Publica tres textos del autor
de "Locus Solus" ("El bretón Lelgoualch", "Vesper" y "El
cleptómano"). Tanto el primero como el tercero de estos re-
latos me parecen pueriles. Sin embargo el otro parece reve-
larnos cosas del mismo Roussel. Por eso lo publico aquí.
VESPER
Desde 1756, Haendel, viejo ya y privado de la vista desde
hacía más de cuatro años, no salía nunca de su mansión en
Londres, a la cual concurrían en gran número sus admirado-
res.
Una noche, el ilustre músico se encontraba en su sala de tra-
bajo del segundo piso, habitación amplia y suntuosa, prefe-
rida por él a sus salones de la planta baja, a causa de un órga-
no magnífico adosado a uno de los muros.
En la espléndida sala iluminada, algunos invitados conversa-
ban bulliciosamente, estimulados por una copiosa comida que
les había ofrecido el maestro, gran conocedor de platos deli-
cados y de los buenos vinos.
El conde de Corfield, que se encontraba presente, puso el
tema del genio del anfitrión, cuyas obras maestras alabó con sincero entusiasmo. Todos le hicieron coro, y cada cual ad-
miró el poder del don creador e innato, imposible de ser ad-
quirido por el vulgo, ni siquiera al precio de un trabajo encar-
nizado.
Según el decir de Corfield, una frase brotada de una frente
adornada con la chispa divina podía, trivialmente desarrolla-
da por un simple técnico, animar una cantidad de páginas
con su aliento. Por el contrario, agregaba el conde, un tema
ordinario, tratado por un cerebro inspirado, debía fatalmente
conservar su pesadez y torpeza, sin conseguir disimular la
marca indeleble de su ordinario origen.
A estas últimas palabras, Haendel protestó, asegurando que
aun sobre un motivo construido mecánicamente según un
proceso suministrado por el azar, se sentía capaz de escribir
un oratorio digno de ser citado en su lista de obras.
Como esa aseveración provocara algunos murmullos dubita-
tivos, Haendel, animado por las libaciones del festín, se le-
vantó bruscamente, declarando que quería inmediatamente,
y delante de testigos, establecer honorablemente la armazón
del trabajo en referencia.
A tientas, el ilustre compositor se encaminó hacia la chimenea
y sacó de un vaso algunas ramas de acebo provenientes de la
Navidad recién pasada. Las alineó sobre el mármol, llamando
la atención acerca de su número, que se elevaba a siete; cada
rama debía representar una de las notas de la gama y portar un
signo cualquiera, propio para hacerla reconocer.
Magda, la vieja ama de llaves del maestro, muy experta en
trabajos de costura, fue la encargada de suministrar al instante
siete cintas de matices diferentes.
La ingeniosa mujer no se preocupó por tan poco, y después
de una corta ausencia, volvió con siete "favores" que ofrecían
cada cual la muestra de uno de los colores del prisma.
Corfield, a instancias del gran músico, anudó un "favor" en
torno de cada tallo, sin romper la regularidad del alineamiento.
Terminada esa tarea, Haendel invitó a los asistentes a contem-
plar por un momento la gama figurada bajo sus ojos, y a que
se esforzaran en grabar en su memoria la correspondencia de
los colores y de las notas.
En seguida el maestro, con su tacto prodigiosamente afinado
por su ceguera, procedió a un minucioso examen de la lana,
registrando cuidadosamente en su mente cada particularidad
creada por la disposición de las hojas o por la separación de
las espinas.
Una vez completamente seguro, Haendel reunió las siete ra-
mas de acebo en su mano izquierda y designó la dirección de
su mesa de trabajo, encargando a Corfield que tomara la plu-
ma y el tintero.
Salido de la habitación, y guiado por uno de sus fieles, el
maestro ciego se hizo conducir a la escalera, cuyo pasama-
no liso y blanco se prestaba admirablemente bien a sus pro-
pósitos.
Después de haber mezclado por largo rato las ramas de ace-
bo, para que no guardaran la huella de su primitivo orden,
Haendel llamó a Corfield, el cual le entregó la pluma llena de
tinta.
Con los dedos disponibles de su mano derecha, rozó al azar
una de las cintas con espinas, la que para él tenía una perso-
nalidad reconocible al tacto, y se aproximó al pasamano, en
donde escribió sin esfuerzos, en letras corrientes, la nota in-
dicada por el rápido contacto.
Bajó un peldaño, barajando de nuevo el espeso ramo, y
Haendel, por el mismo procedimiento anterior de palpar las
cintas al azar, recogió una segunda nota, que inscribió un
poco más abajo en el pasamano.
El descenso continuó, lenta y regularmente. A cada escalón,
el maestro, concienzudamente, removía la gavilla en todos
los sentidos antes de arrancar, con la punta de sus dedos, la
designación de tal sonido inesperado, el cual era inmediata-
mente grabado en caracteres suficientemente legibles.
Los invitados seguían a su huésped paso a paso, verificando
fácilmente la rectitud del trabajo por el examen de los "favo-
res" diversamente matizados. De vez en cuando Corfield to-
maba la pluma y la llenaba en el tintero antes de entregársela
al ciego.
Al cabo de diez minutos, Haendel escribió la vigésima ter-
cera nota y bajó su último peldaño que le depositó en el pri-
mer piso. Se acercó a una banqueta, se sentó por un momen-
to y descansó de su trabajo, dando a sus amigos la razón
determinante que le había conducido a escoger un modo de
inscripción tan extraño-
Como sabía que su fin estaba próximo, Haendel había legado
a la ciudad de Londres su mansión, destinada a ser erigida en
museo. Una gran cantidad de manuscritos, de curiosidades y
recuerdos de toda especie, prometía ya hacer muy cautivante
la visita a tan ilustre morada. Sin embargo, el maestro estaba
obsesionado por el deseo de aumentar incesantemente la atrac-
ción del peregrinaje futuro. Por esta razón, aprovechando una
ocasión propicia, había esa noche autografiado un monumen-
to imperecedero, grabando un tema incoherente y original en
una escalera cuyo número de peldaños ignoraba primitivamen-
te, pero que habían fijado al azar la extensión de esta obra mu-
sical, con lo que agregaba una particularidad suplementaria al
lado mecánico de la composición.
Después de descansar por algunos instantes, Haendel, escol-
tado por sus amigos, volvió a la sala de trabajo, en la cual la
velada se terminó alegremente. Corfield se encargó de trans-
cribir musicalmente la frase elaborada por el capricho del
azar, y el maestro prometió seguir estrictamente las indicacio-
nes del borrador, reservándose solamente dos libertades, la de
los valores y la del diapasón, que evolucionarían sin cortapisa
de una a otra octava.
A la mañana siguiente, Haendel se puso a la tarea con la ayu-
da de un secretario habituado a escribir bajo su dictado.
La ceguera no había de ninguna manera debilitado la activi-
dad intelectual del célebre músico.
Tratado por él, el tema de relieves fantásticos tomó un giro
interesante y hermoso, debido a las ingeniosas combinacio-
nes de ritmo y de armonía.
La misma frase de veintitrés notas se reproducía sin cesar,
y presentada cada vez bajo un nuevo aspecto, vino a cons-
tituir por sí sola el famoso oratorio "Vesper", obra poderosa
y serena, cuyo éxito se mantiene hasta nuestros días.
Dos pequeños comentarios: en primer lugar, Roussel parece
encontrar un paralelo entre la forma de producción de esta
obra musical y su propia obra literaria, en la cual la homoni-
mia (la repetición de "las mismas notas presentadas bajo un
nuevo aspecto") constituye la base de su método. En segundo
lugar es importante recordar que Raymond comenzó su carre-
ra artística como músico, siendo un pianista de buen nivel,
antes de abandonar esa forma de expresión para emprender
la literaria.
PARA LEER DE Y SOBRE ROUSSEL
R. Roussel. Locus Solus. Seix Barral, 1970. (Cuenco de Pla-
ta, 2003)
R. Roussel. Impresiones de Africa. De la Flor, 1973. (Siruela,
1990)
R. Roussel. Cómo escribí algunos libros míos. Tusquets, 1973.
R. Roussel. Nuevas impresiones de Africa (no parece estar edi-
tado en castellano)
Leonardo Sciascia. Actas relativas a la muerte de Raymond
Roussel. Gallo Nero, 2010.
Mark Ford. Raymond Roussel y la república de los sueños.
Siruela, 2004.
Michel Foucault. Raymond Roussel. Siglo XXI, 1999.
Como dije, el texto "Vesper" está tomado del libro de Braulio
Arenas, "Actas surrealistas", Editorial Nascimiento, Chile,
1974.
CASUAL
Dos días después de publicar esta nota, mientras leo algu-
nos textos acerca del opio, éste comentario de Jean Cocteau:
"Raimundo Roussel o el genio en estado puro, inasimilable
para la élite. Locus solus fiscaliza la literatura toda y me
aconseja una vez más que tema la admiración y que busque
el amor, misteriosamente comprensivo."
(...)
"Bajo el opio se siente el deleite de un Roussel, y se procura
no compartir el gozo. El opio nos desocializa de la comuni-
dad."
Jean Cocteau. Opio. Crónica de una desintoxicación. Dintel,
1959.
AGREGADO
Lo que dice John Ashbery acerca de RR: "Lo que ha dejado
es un trabajo que es como el templo perfectamente preserva-
do de un culto que ha desaparecido sin dejar una sola huella,
o un conjunto de herramientas complejas cuyo uso no podrá
descubrirse."
Versiones del inglés: Robert R. Rivas (c)
No hay comentarios:
Publicar un comentario