viernes, 6 de diciembre de 2013

JEAN HATZFELD Y EL GENOCIDIO DE RUANDA

 





En cien días del otoño del 94, la etnia Hutu masacró a
casi un millón de personas de la etnia Tustsi. En una pe-
queña comunidad llamada Nyamata, fueron asesinados
-y de la forma más cruenta- 50 mil de los 59 mil Tutsis
que habitaban esa región.
 Ruanda es un país pequeño, y sus dos etnias comparten
raza, lenguaje, costumbres y religión: la Católica Romana.
 Hasta el momento del genocidio, los Tutsis representaban
el 15% de la población.
 "Es muy difícil juzgarnos", le dijo a Hatzfeld uno de los
asesinos, intentando describir lo que había sucedido. "¿Por
qué?" "Porque lo que hicimos va más allá de la imagina-
ción humana."
 Jean Hatzfeld es un escritor y periodista francés nacido
en Madagascar en 1949. Ha trabajado durante muchos
años como corresponsal para el diario Liberation, cubrien-
do primero la guerra civil -seguida del genocidio cometi-
do por los serbios contra los bosnios- en Yugoslavia (don-
de, además, perdió una pierna) y luego el genocidio de
Ruanda. Desde el año 2000 vive la mitad de su tiempo
en Ruanda y la otra mitad en Francia.
 Ha publicado tres libros acerca de las masacres en este
país africano. El segundo de ellos, Une Saison de Mache-
ttes, editado en España con el título "Una temporada de
machetes", actualmente agotado, describe las entrevistas
que Hatzfeld sostuvo en la cárcel con 10 de los asesinos
múltiples del genocidio del 94. Todos ellos amigos desde
la infancia que permanecieron juntos durante los asesina-
tos diarios y masivos, así como en el subsiguiente exilio,
y luego la prisión.
 Por momentos difícil de soportar, su testimonio intenta
explicar lo inexplicable.
 "Matar es más fácil que la labranza.", dice uno de ellos.
"Un hombre es como un animal: le das un golpe en la ca-
beza o en el cuello, y cae."

Lo que comienza siendo un intento de penetrar en la mente
de los asesinos, se convierte en un relato acerca de las cir-
cunstancias colectivas que conducen a la habitualidad de
matar, como si no se tratara de quitarle la vida a un seme-
jante, sino de un acto común y cotidiano.

"Teníamos sesiones con chicas que eran violadas en el bos-
que", relata uno de los asesinos. "Nadie se atrevía a protes-
tar contra eso. Aún aquellos que sentían algún escrúpulo,
porque habían recibido bendiciones en la iglesia, por ejem-
plo, se decían a sí mismos que no iba a cambiar nada dado
que la chica estaba marcada para la muerte de todos modos."

"Las matanzas se extendieron desde el centro de la ciudad
hasta las colinas. Tres días después hubo masacres en las
dos iglesias: en cada una, más de cinco mil murieron en un
solo día."

"Gracias a las matanzas, ellos [los pobres diablos] disfruta-
ban ahora de gran estima a los ojos de las mujeres."

"Las autoridades ya no tenían la habilidad de planificar, de
canalizar. Las órdenes caían en oídos sordos. Las masa-
cres se habían vuelto extraordinarias, más allá de toda ra-
cionalidad."

"Por la noche, después de las matanzas, había tiempo para
la amistad, y encontrarse con amigos nos alivianaba el
corazón. Charlábamos acerca de nuestros días, compar-
tíamos tragos, comíamos. Ya no contábamos cuántos ha-
bíamos matado, sino cuánto nos reportaba. Las matanzas
nos habían vuelto chismosos y codiciosos."

"El director y el inspector de escuelas de mi distrito parti-
ciparon de los asesinatos con bates con clavos. Dos maes-
tros, colegas con quienes solíamos compartir cervezas y
evaluaciones de los estudiantes, se pusieron a trabajar de
firme, para así decirlo. Un cura, el burgomaestre, el sub-
prefecto, un médico -todos ellos mataron con sus propias
manos...", cuenta Jean-Baptiste Munyankore, un maes-
tro de Ntarama que sobrevivió en los pantanos.

"Nos inundamos de vida con este nuevo trabajo. No te-
níamos miedo de desgastarnos corriendo por los panta-
nos. Y si teníamos suerte en el trabajo, nos poníamos
felices. Abandonamos las cosechas, las azadas, y todo
eso. Ya no hablábamos más entre nosotros acerca de
la labranza. Las preocupaciones se alejaron de nosotros."
Adalbert, uno de los asesinos.

Esta suerte de misterio -¿cómo es posible perder lo aparen-
temente más propio de lo que llamamos "humano"?- es lo
que me intriga y conduce de Ruanda a Bosnia, de Cambo-
ya al nazismo, del genocidio armenio a las purgas y Gulags
soviéticos.
Así como el asesinato se ha convertido en una piedra basal
de los sistemas filosóficos y en uno de los pocos elementos
centrales de la literatura, la cuestión se me ocurre mucho
más incontestable cuando se trata de la tortura y del asesi-
nato de miles, cientos de miles o millones de personas.
De lo sistemático. La muerte incorporada a la vida cotidia-
na. La barrera que divide vida y muerte afinada al máximo.
Las garantías que proveen la ley y las Federaciones de Na-
ciones ahogadas en el lago de sangre de las matanzas.

 



Jean Hatzfeld, como dije, ha escrito tres libros acerca del
genocidio en Ruanda.
El primero, es el resultado de su encuentro con sobrevivien-
tes de la masacre.
El segundo, "Una temporada de machetes", recoge las en-
trevistas que J.H. mantuvo con los asesinos en la cárcel,
en Ruanda.
El tercero, La estrategia de los antílopes, se centra en los
habitantes de Nyamata después del genocidio. ¿Cómo
se reconstruye una sociedad en la que una etnia asesinó a
miembros de la otra siendo vecinos, prójimos próximos,
muchas veces -por casamientos interétnicos- familiares?

La estrategia de los antílopes refiere la impensable situa-
ción posterior a las masacres en Ruanda. Cómo conviven
hoy los Hutus regresados de su refugio en el Congo y los
Tutsis, que habían migrado al norte (Uganda y Tanzania)
antes del genocidio y que fueron repatriados cuando se
produjo la caída del régimen Hutu en el '94, así como los
miles que lograron sobrevivir en condiciones increíbles
en los pantanos -no así de los bosques, donde práctica-
mente no sobrevivió nadie.
El título del libro alude a una expresión ruandesa acerca
de la forma en la que huían los tutsies en las colinas: los
antílopes, cuando son perseguidos por los cazadores, hu-
yen inicialmente en manadas para protegerse en forma
mutua; pero cuando notan que no tienen escapatoria, se
dispersan con la intención de que aunque sea algunos lo-
gren salvarse.
De hecho, en el 2004 resultaron liberados alrededor de la
mitad de los masacradores hutus, porque las cárceles ya
no daban abasto y, además, porque eran necesarios para
para la agricultura.

En estos libros la particularidad del acercamiento de Hatz-
feld a la cuestión es su cuidadoso y sensible 'desapego'
de sus reacciones primarias, para poder escuchar al otro.


 

 



El genocidio pone a prueba todo lo que pensamos acerca
de la condición humana. Tanto el planteo de Hana Arendt
acerca de la "banalidad del mal", como las experiencias
llevadas a cabo por Stanley Milgram -sus famosos "estu-
dios de obediencia" llevados a cabo en la Universidad, en
1974- y Philip Zimbardo en sus experimentos en la Prisión
de Stanford, son absolutamente discutibles.
Arendt, enviada al juicio de Adolf Eichmann en Israel por
The New Yorker, regresó a los E.E.U.U. poco después de
iniciado el juicio, perdiendo así numerosos elementos de
importancia acerca del asesino que estaba siendo juzgado.
Tomó como verdadera la apelación de Eichmann de ser un
mero engranaje de una maquinaria, un 'burócrata', como se
lo llamó, cuando se ha comprobado que este encargado de
los campos de concentración en Polonia y en Checoslova-
quia, puso un empeño muy 'creativo' en su tarea. Con mu-
chas ideas propias, como el "Proyecto Palestina" a través
del cual robó los bienes de numerosos judíos dispuestos
a pagar lo que fuera para poder escapar de la Europa ase-
sina. Por supuesto que se trataba de un plan para quedar-
se con sus bienes: ninguno viajó a otro lado que a los cam-
pos de exterminio.

David Cesarini estudió meticulosamente la vida y la obra
de Eichmann. Coincide con Ian Kershaw, un notable estu-
dioso del nazismo, en que los nazis no obedecían órdenes
de Hitler fundamentalmente, sino que tenían iniciativas
propias, que usaban para congraciarse con él y acercarse
a lugares de mayor poder, buscando superarse unos a otros
en sus esfuerzos.
Laurence Rees en su libro sobre Auschwitz publicado en
2005, dice que esta característica es la que le daba tanto
dinamismo al sistema. Los asesinos creaban activamente
situaciones y se situaban en su epicentro. Esto era así aún
en los campos de concentración.
Los trabajos de Milgram y Zimbardo son cuestionados ac-
tualmente, por las diferencias individuales y colectivas que
surgieron de sus propios estudios.
Por ejemplo, el trabajo de Carnaghan y McFarland (2007)
avanza bastante en esa dirección.

En La estrategia de los antílopes, Jean Hatzfeld interroga
a Joseph-Desiré Bitero, un lider distrital del temible inter-
hamwe (las patotas de asesinos que se organizaban cada
mañana provistos de sus machetes para salir a matar y
a mutilar). Dice que Bitero "no nació malvado y no creció
en una atmósfera de odio. Todo lo contrario. Como muchos
grandes asesinos de la historia, en un período de su vida él
fue un hombre culto, amable, un buen padre y un buen co-
lega. Era un lindo pibe, se convirtió en un maestro conten-
to, no tuvo ningún problema con sus vecinos Tutsis. No
hay ninguna señal de algún evento traumático en su tem-
prana existencia en Nyamata".

Todo esto para asomarse al abismo.
¿Contiene cada persona un asesino en su interior?
Más que un asesino, ¿un monstruo?

¿Qué sostiene y qué rompe el lazo social?

Me recuerda una escena de "El huevo de la serpiente", de
Ingmar Bergman. Un médico nazi, en los albores del na-
zismo, le explica a la pareja que protagonizan David Carra-
dine y Liv Ullmann, la lógica de un experimento en el que,
luego de haberle generado un daño neurológico a las cria-
turas que las hace llorar interminablemente, se las dan a sus madres, hasta entonces amorosas madres, para que intenten
calmarlos. Es extraño, pero se repite siempre: para ejempli-
ficar la parte más monstruosa e incomprensible del ser hu-
mano, su profunda relación con el Mal, se utilizan metáforas
con animales. En este caso la serpiente, símbolo inequívoco
de lo temido por esos mismos 'humanos'.

Publicados en castellano:
Jean Hatzfeld. La vida al desnudo. Voces de Ruanda.
Jean Hatzfeld. Una temporada de machetes.
Jean Hatzfeld. La estrategia de los antílopes. (Nueve
años después)


 
No puedo dejar de recomendar el relato notable de Lu-
kas Bärfuss, titulado "Cien días", editado por Adriana
Hidalgo en 2009. En la forma de una novela, este es-
critor suizo nacido en el 71, cuenta la masacre de los
800 mil Tutsis desde los ojos de un joven suizo que
trabaja para los servicios sociales de su país en Ruanda.
El personaje decide no escapar con el resto de las comi-
tivas occidentales porque se ha enamorado de una joven
muchacha que resulta ser Tutsi, y sufre las consecuencias.
Por cierto, incluye y en primer plano las responsabilida-
des del mundo 'civilizado', tanto en el origen de la trage-
dia como en la falta de intervención rápida en la misma.
"En los periódicos europeos se escribiría luego mucho
sobre el poder tribal, la brutalidad arcaica, pero de hecho
el genocidio sólo fue posible porque este Estado tenía
una organización que abarcaba a cada uno de los ciuda-
danos y le asignaba a cada uno un lugar determinado en
la sociedad."
*
"... por eso les dimos el lápiz con el que escribieron las
listas negras para la matanza, por eso les pusimos la lí-
nea telefónica por la que impartieron la orden de matar
y por eso les construimos las rutas por las que conduje-
ron los asesinos cuando salieron a buscar a sus víctimas."


Hay un libro editado por Prometeo, que se llama "Una
guerra negra", de Gabriel Peries y David Servenay, que
abunda en información muy documentada y precisa acer-
ca del compromiso indudable de la Comunidad Europea
y los Estados Unidos.

Stanley Milgram. Obediencia a la autoridad. Un punto de
vista experimental. Bilbao, 1980.
Hannah Arendt. Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre
la banalidad del mal. Lumen, 2001.

Un breve agregado. Las palabras que le dedica Emmanuel
Carrere en Limonov:
"En el fondo, los testigos de los que me fiaba y de los que
pienso, al releerlos hoy, que tenía razón en fiarme de ellos,
son los dos Jean: Rolin y Hatzfeld."
Luego:
"Así, Jean Hatzfeld, que creía por un reflejo maniqueo que
había caído en una emboscada de unos francotiradores ser-
bios decididos a cazar a un periodista, al cabo de un año de
hospital volvió a Sarajevo a investigar y la conclusión de
sus averiguaciones fue que los tiros que le costaron la pier-
na procedían, mala suerte, de milicianos bosnios."
E. Carrere: Limónov. Anagrama, 2013.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Impresiona,conmueve ingresar a
esta terrible realidad.
Poder escucharla,poder leerla....
VIVIRLA,como se resiste?
Decir poco, sentir mucho y ...
compartir el poema "La locura" de
Yolande Mukagasana,de Ruanda que soporto el genocidio.
Es Fundadora de la Asociacion
Nyamirambo Point d'Appui.
Enorme fortaleza continuar
viviendo con su historia.
Gracias por tan completo trabajo.

Robert Rivas dijo...

Gracias por tu valioso aporte.

El horror del genocidio está sucediendo actualmente en Sudán.