domingo, 20 de julio de 2014
LOROS HINDÚES QUE HABLAN EN TRES IDIOMAS
Esta tarde, por encima mío (les gustan los árboles altos y
si es posible de hoja perenne), parlotean grupos de loros.
Siempre andan en pandillas, a veces numerosas, diciéndo-
se cosas entre ramas o en pleno vuelo. Saben volar y hablar-
se al mismo tiempo.
Me gustan porque siento todo eso que hacen como el pro-
ducto de una gran vitalidad. Si están preocupados por algo
- y no hay duda de que siempre tienen abundantes temas pa-
ra comentar- no parece ser por la muerte o la subsistencia.
Digo esto, porque veo que muchos pájaros están signados
por el hecho de ser predadores o presas. Viven la gran mayor
parte de sus vidas sin distracción, dedicados ya sea a cazar
o a evitar ser cazados.
Estos loros, en cambio, eróticos al máximo, están siempre
en movimiento, siempre en grupo, raramente callados. Lo-
gran disimular perfectamente si sus ocupaciones principa-
les son conseguir agua, comida y refugio para pernoctar.
No están, hasta donde aparece, centrados en las necesida-
des biológicas, sino en los temas sociales.
No es casualidad, entonces, que me hayan recordado a los
tres loros hindúes acerca de los cuales había leído alguna
vez.
Se los encuentra situados en tres poemas de la Antigua In-
dia. Cada uno de ellos pertenece a un idioma (cultura) dife-
rente. Es hora de presentarlos.
El primero de los poemas fue escrito en sánscrito, la lengua
más culta de la India Antigua. Proviene de un texto llamado
Subhâsitartnakosa. Las palabras en sánscrito suelen ser tren-
citos de larga cola. La que siempre recuerdo de la época de
mis estudios budistas, proviene de un texto de Nagarjuna, un
filósofo mayor, sólo segundo ante el mismo Buda, y el mayor 'nihilista' de esa filosofía. Me gustaba su sonido, pe-
ro también su significado: "lo que no pertenece ni a la con-
ciencia ni a la inconciencia": Nevasaññanasaññayatana.
Bellísima.
Al alba,
cuando el loro
estaba doblado imitando
sus gritos apasionados
delante de sus mayores,
la joven de ojos de gacela,
avergonzada,
lo ahogó todo
haciendo sonar
sus pilas de pulseras,
y golpeando las manos
como para hacer
que los niños bailen jugando.
El segundo poema fue escrito en Tamil, una lengua muy ac-
tual que se habla predominantemente en el sur de la India.
Fue escrito por Kapilar(*) y pertenece a un libro llamado Aiñ-
kurunûru. Proviene de una parte del libro llamada "Diez so-
bre loros".
¡Puedan los loros sobrevivir
a la inundación del fin del tiempo!
Han causado este matraqueo
hecho por los largos brazos
de la mujer
con el espeso pelo negro
y muchas joyas resplandecientes.
* Kapilar es un poeta muy antiguo, que pertenece a una
tradición literaria que floreció entre el 300 a.C. y el 300 d.C.
Cuando murió su amigo, el rey Vêl Pâri, cometió el suicidio
ritual tamil, llamado Vadtakkiruttal, consistente en ayunar
hasta la muerte mirando hacia el oeste.
El tercer poema, pertenece a la lengua prácrita, un idioma
vernacular, derivado del ancestral sánscrito, hablado en cier-
tas regiones del noreste de la India. Proviene de un texto lla-
mado Gâthâsaptasati.
Mira,
rubíes y esmeraldas mezclados
caen del cielo
como un collar desatado
de la garganta de una diosa del cielo.
Una hilera de loros.
Ahora bien, estos tres loros sólo tienen dos cosas en común:
a) son todos loros y b) representan algo erótico. Lo interesan-
te es comprobar cómo cada cultura representa lo erótico de
una manera particular.
El poema en sánscrito es casi un cuadro. Un cuadro embelle-
cido, si se pudiese decirlo así, por las palabras. No se deja
demasiado librado a la imaginación del lector. Todo está pre-
sente. La joven avergonzada por su "crimen", la función del
loro, los quejidos de amor...
En cambio, el elemento erótico es mucho más difuso en el
poema tamil. Una vez más, el loro es una causa. El tema
(turai) del poema es llamado "el guardián del mijo". El
hombre que habla en el poema está elogiando a los loros
porque sus incursiones en los campos de mijo hacen surgir
a las mujeres que corren a espantarlos con palos y badajos.
Entonces los campos se tornan paisajes de citas y estos ver-
sos memoran alegres encuentros con mujeres como la des-
crita, con abundante cabellera negra y refulgentes joyas. El
loro es aquí no sólo un elemento causal, sino también para-
digmático, ya que su presencia alude a ciertos paradigmas
eróticos de los cuales forma parte, conduciendo el poema a
una tercera dimensión en la que predomina la resonancia,
la del amor vivido en algún momento y la renovada nostal-
gia que induce.
Por fin, el poema prácrito no parece en modo alguno eróti-
co. Esto se debe a que su estilo justamente alude por ausen-
cia. Lo erótico depende tanto de la resonancia (dhvani) co-
mo de la simple dicción poética. Digamos que un hombre
está componiendo estos versos para atraer a una mujer. En
ese caso el vuelo descendente de los loros lleva la mirada
de la mujer de los cielos al suelo. Al que hay debajo de los
árboles, lugar de citas y encuentros amorosos. El tema del
collar puede referirse tanto a la pérdida de la inocencia de
la joven, como a la rotura del adorno durante el acto sexual.
Para Mathurânâth Sâstri, el verso "es metafórico porque el
verde de las esmeraldas que caen es el del color de los lo-
ros y el rojo de los rubíes es el del pico de los mismos, y
su descenso es una indicación para esas mujeres de que ha
llegado la hora de saborear el amor."
En todo caso, tanto el poema en tamil como el poema en
prácrito mantienen ausentes los objetos explícitamente e-
róticos, incitando al oyente (o lector) a cierto tipo de parti-
cipación literaria, mientras que el poema sánscrito parece
más bien un sistema cerrado que tiende a despertar nues-
tra admiración.
En cuanto a lo erótico en sí, podríamos decir que se trata
del fantasma (a veces humo, a veces flamas) que le da sos-
tén y propósito a la vida humana.
Eros lo sostiene todo (andando).
Cuando Eros se esfuma o esconde, la vida se encaja.
La vida o sus sujetos, esos 'parlantes' que venimos a ser
nosotros.
NOTA: los de la foto son papagayos. Los loros, como dije
al principio, vuelan rápido y se posan en árboles frondosos
y por breves lapsos. Han escapado, hasta ahora, a mi cáma-
ra.
Los poemas citados, así como cierta parte de los comenta-
rios provienen de un hermoso libro de Martha Ann Selby,
llamado "Grow Long, Blessed Night. Love Poems from
Classical India", que publicó la Oxford Univ. Press en 2000.
CODA: el último párrafo de "El loro de Flaubert", uno de
los libros más logrados del gran Julian Barnes.
Me condujeron al tercer pasillo. Me abrí paso cautelosa-
mente entre los estantes y después alcé la vista. Allí, en fi-
la, se encontraban los loros del Amazonas. Sólo quedaban
tres de los cincuenta que llegó a haber. El posible tono chi-
llón de sus colores quedaba difuminado bajo la capa de
polvo pesticida que los cubría. Me miraron los tres de for-
ma interrogadora, como otros tantos viejos casposos y
deshonrosos. Me quedé mirándolos durante un minuto más
o menos, y luego me escabullí lejos de allí.
Quizá fuese uno de ellos.
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