Por suerte no tuve que explicarte:
"vine a ver la tumba de Pound,
y descubrí la tuya al lado".
Seguramente (pienso por lo bajo)
te considerabas mucho mejor poeta.
Y yo prefiero no contestarte.
La isla estaba en paz
y las tumbas entre arbustos perennes
eran una buena señal: yacerán
juntos tanto tiempo
que terminará pareciéndoles una tontería
no hacerse amigos.
Pound hablaba (o entendía) varios
idiomas, pero el ruso no estaba entre ellos.
Vos, en cambio, cruzaste el océano
en la dirección contraria,
en la de Auden, tu compadre,
con quien seguramente hablaban
sin tapujos de otros poetas.
Inclusive de este, este gigante
que ahora yacía muerto
como un pájaro bajo
la arena.
Ustedes dos,
y sus cabezas de fuego.
NOTA
(Tenías 4 años cuando Michaux
-una vez más-
escribió algo que sería premoritorio:
"Se reunían por fin en una eternidad
que ya no podía nada contra ellos.")
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