miércoles, 28 de noviembre de 2018

SEIS MAGNÍFICAS POETAS RUMANAS

 MARÍA BANUS (1914- 1999) Nacida en Bucarest, estu-
dió abogacía y filología. Publicó su primer poema a los 14 
años. Ha traducido poesía del alemán, ruso, castellano, tur-
co y francés. También ha escrito obras de teatro y ensayos. 
Durante cierto tiempo, posterior a la guerra, fue una de las 
poetas oficiales del estalinismo. Más adelante abandonó esa
postura, para reencontrarse con su poesía lírica.






  HORA DE REGALOS

 Desde el agua de luna, desde la neblina en el espejo, surgió
un delgado cuerpo de porcelana.
 Un jarrón pálido y pesado. Lleno de frambuesas de sangre.
 ¿Cómo podés soportar esta tristeza, mi amante, mi amor?

 No llegues tarde. Dame tu tobillo y tu frente, No mañana.
 Hoy las paredes de mi cuarto están frescas,
 tiernas y escondidas como el interior del pan.

 Mirá, todavía brillan blancas y deliciosas de noche: mis
 rodillas. Tomalas. Son tuyas. No las ves, temblando
 y llenas como dos copas de leche.




 MAGDA ISANOS (1916-1944). Su poesía neo-romántica
es de una gran sensibilidad. Isanas murió muy joven. Pade-
cía tuberculosis. La mayor parte de su obra fue publicada en
forma póstuma.





 ÁRBOL DE DAMASCOS

 Esta mañana me despertó
 un impaciente rascado en la ventana,
 los dedos-ramas
 del damasco que floreció durante la noche.

 Al principio no lo reconocí
 entre el derroche de tanto blanco y rosa
 pensé que un ángel se había abatido
 rompiéndose un ala en el árbol.

 ¿Podría ser el damasco? Pensé.
 Entonces molesto por mi silencio
 me tajeó la mejilla con una rama floreciente.
 Entonces lo vi.

 el amigo de la infancia que amaba.



 ILEANA MALANCIOIU (1940-     )  Doctora en filosofía,
nacida en la ciudad de Godeni, censurada por el régimen co-
munista.






 sangre de oso

 Para curarte Hieronimus te había traído
 sangre de oso te rogué
 te susurré probalo te va a hacer bien
 de veras creía
 esa noche que ibas a curarte

 no quisiste tocar la sangre
 sentí ganas de forzarla por tu garganta
 era espesa permaneció alrededor de tus labios
 yo la despegaba callada y la arrojaba
 lejos para traer otra jarra de ella
 la volcabas de nuevo  y gritabas contra mí
 no podés imaginar Hieronimus lo mal que me sentí
 esa noche debió ser diferente
 tus desparramados huesos reunidos como se podía
 en un lugar
 la sangre de oso incapaz de curarlos



 CONSTANTA BUZEA (1941- 2012)  Nació en Bucarest.
Estudió literatura y fue editora de revistas literarias. También
escribió libros para niños. Se mantuvo algo alejada, sin em-
bargo, de los medios literarios. 




 YO NO ESTOY AQUÍ    NUNCA ESTUVE

 me recuerdan los vestimentas
 que alguna vez me propuse arrojar
 alrededor de los árboles en invierno

 el dormir de mi hijo
 y su hermana camina silenciosa
 sobre patines de tela para no despertarlo

 en la otra punta del mundo me desgarro
 entre el atardecer en casa
 y la medianoche que me rodea

 mi pesadilla
 está llena de sonidos puros
 de diferentes contiendas

 en vano

 yo no estoy aquí nunca estuve
 sólo estoy enferma y sobre la tierra

 como una ramita clavada en un muñeco de nieve



 GABRIELA MELINESCU (1942-)  Nacida en Bucarest,
graduada de la Universidad Rumana de Lengua y Litera-
tura. Vive desde hace muchos años en Suecia. También es 
pintora.




 NACIMIENTO

Saquemos afuera esos pesados dados
 hechos de patas de elefante.
 Martillémoslos sobre la tierra mojada
 hasta que se rompan bajo los golpes.
 Y salga la buena suerte.
 Nadie sabe qué aspecto tiene:
 tal vez sea una bestia horrible
 o vapor cerniéndose sobre la nunquidad.
 Me siento sobre las rodillas. Ilumino
 el incierto nacimiento del marfil,
 y los elefantes vienen chillando.
 Sostienen mis templos con sus colmillos.



 ANA BLANDIANA (!942-     ) Nacida en Timisoara, estu-
dió filosofía en Cluj, aunque las autoridades comunistas le
prohibieran estudiar en la universidad por ser la hija de un
hombre encarcelado por el régimen. Siempre fue crítica del
dictador Ceausescu, a pesar de lo cual ha podido encontrar
la manera de viajar extensamente por Europa.




 sólo necesito quedarme dormida
 para regresar
 donde sólo yo creo haber partido
 yo y los perros
 que perciben mi acercamiento
 y llenan el sueño
 con su alegría en estampida
 sólo necesito dormir
 para oler el casi impúdico verde
 pasto alto tentador para
 dormir adentro dormir
 luz menguante luz interior
 interior el sensual omnisciente 
 aullido de los perros
 en el borde mismo de tus pestañas
 donde el paisaje está aplastado bien fino
 y es todo
 tuyo



 FUENTE

 Aliki Barnstone y Willis Barnstone. A Book of Women
Poets from Antiquity to Now. Schoken Books, 1992.




Otros textos vinculados:

sábado, 17 de noviembre de 2018

EL FAQUIR Y EL ENCARGADO DE LA CORRESPONDENCIA REAL

  EL FAQUIR

 Como un faquir, logra detener el pensamiento y luego,
si es en verdad un buen faquir, porque hay toda clase de
faquires - forjadores, vaciadores, tilingos y permutantes-,
si es uno bueno, decía, uno dedicado a combatir la natu-
raleza demasiado simple de las cosas, entonces podrá co-
locar ese pensamiento sobre la punta de una aguja que
llevaba casualmente consigo ese día. ¡Algunos ya me es-
tán preguntando para qué sirve eso! Bueno, no se puede
atender a todo el mundo. Aunque se dividiera el tiempo
del que dispone la humanidad en su conjunto, de inicio
a fin -brrr, un temblorcito-, en fracciones muy pero muy
pequeñas, igual no alcanzaría para atender a la inmensa
cantidad de gente que no está dispuesta a entender ni piz-
ca.
 Pero volvemos a la aguja. Bullen, se ordenan, precipitan,
mutan, observan, tiemblan allí esos inquietos, mientras se
multiplican. Una vez que el faquir ha producido una can-
tidad suficiente de pensamientos a partir del primer pensa-
miento, y, mediante otro pase magistral los ha transforma-
do en el sistema celular de un organismo, hace descender
con sumo cuidado la aguja -sostenida por sus largos e in-
teligentísimos dedos- hasta el suelo. Una vaca, en efecto,
se baja y sale andando. ¿Un poquito confundida? Sí, pue-
de ser, pero obsérvese también cómo menea el rabo.



 EL ENCARGADO DE LA CORRESPONDENCIA
REAL

 Siguen llegando cartas al Reino, a pesar de que el Empe-
rador y la Emperatriz han sido desprolijamente asesinados,
y de que la Corte ha abdicado en pleno al día siguiente.
 Sé que les costará creerme, pero es así: seguirán llegando
durante un buen tiempo. ¿Nostalgia? ¿Falta de instinto de
realidad? ¿Moradores de lugares demasiado remotos del
Reino? Vaya uno a saber (no es mi asunto). He ejercido
mi ocupación de secretario-encargado de la correspon-
dencia Real en 4 naciones y siempre pasa lo mismo. Sim-
plemente siguen llegando, aunque es cierto que con el pro-
greso del tiempo -¿es verdad que el tiempo progresa?- su
número y, debo decirlo, su volumen, van mermando. Esa
situación ya repetida siempre me lleva a pensar en cuál
será la última carta. Por falta de tiempo -muchas son en
realidad mis tareas- es la única que leo.
 Eso me recuerda un juego de naipes, actividad en la que,
lo digo sin falsa modestia, me he destacado, y que en el
fondo explica por qué diversos reyes y algún emperador
han considerado que dispongo de sobrada aptitud para el
importante cargo de secretario-encargado de la correspon-
decia del Reino que sea. La partida esa noche... (sigue una
minuciosa descripción del salón principal; la fecha celebra-
da y la historia de la misma; la música que la orquesta real
ejecutaba en el momento culminante de la partida; el tipo
de vestimenta de las damas de la corte; los títulos y las ca-
racterísticas de los notables participantes de la partida, etc.,
etc.)
 El relato, entretanto, concluye así:
 Al salir, la lluvia pellizcaba el agua ya caída. Me di cuen-
ta en ese instante de que no recordaba haber visto llover 
en mi infancia. Por supuesto que habría llovido muchísi-
mas veces, pero yo no recordaba ver llover de chico. Ni
una sola vez. ¿No es extraordinario? Como solía decir
mi padre: "La mayoría de las veces lo que suena raro es
raro."

sábado, 3 de noviembre de 2018

POEMAS DE MARGARET ATWOOD




 SUEÑO 2: BRIAN EL CAZADOR-EMBOSCADO

 El hombre que vi en el bosque
 solía venir a nuestra casa
 cada mañana, nunca decía nada;
 después supe por los vecinos
 que una vez intentó cortarse el cuello.

 Lo encontré al final del sendero
 sentado sobre un árbol caído
 limpiando su arma.

 No había viento;
 alrededor nuestro las hojas crujían.

 Me dijo:
 mato porque debo hacerlo

 pero cada vez que apunto, siento
 que mi piel se torna pelaje
 mi cabeza se carga con astas
 y durante el estirado instante
 en el que la bala planea en su hilo de velocidad
 mi alma corre inocente como cascos.

 ¿Es justo Dios con sus criaturas?

 Muero más a menudo que muchos.

 Miró hacia arriba y vi
 la blanca cicatriz trazada por el cuchillo de caza
 alrededor de su cuello.

 Cuando desperté
 me acordé: él se había ido
 hacía veinte años y no se sabía más nada.



 MUERTE DE UN HIJO JOVEN POR INMERSIÓN

 Él, que había navegado exitosamente
 el peligroso río de su propio nacimiento
 partió una vez más

 en un viaje de descubrimiento
 hacia la tierra en la que yo flotaba
 pero que no podía ni tocar ni reclamar.

 Sus pies resbalaron en la orilla,
 las corrientes se lo llevaron;
 se revolvió con hielo y árboles en el río crecido

 y se sumergió en regiones distantes,
 su cabeza una batisfera;
 a través de las finas burbujas de cristal de sus ojos

 miró, temerario aventurero
 en un paisaje más extraño que Urano
 en el que todos hemos estado y algunos recuerdan.

 Hubo un accidente; el aire se trabó,
 él colgaba del río como un corazón.
 Ellos devolvieron el cuerpo inundado,
 mojón de mis planes y futuros mapas,
 con postes y ganchos
 de entre el empuje de los troncos.

 Era primavera, el sol seguía brillando, el pasto nuevo
 saltó a la solidez;
 mis manos relucientes de detalles.

 Después del largo viaje estaba cansada de las olas.
 Mi pie tocó roca. Las velas soñadas
 colapsaron, hechas trapo.

      Lo planté en este condado
      como a una bandera.



 ELEGÍA PARA LAS TORTUGAS GIGANTES

 Deja que otros recen por la paloma pasajera,
 el dodo, la grulla gritona, el esquimal:
 cada uno debe especializarse 

 me confinaré a mí misma a la meditación
 acerca de las tortugas gigantes
 marchitándose finalmente en una isla remota.

 Me concentro en estaciones de subte,
 en parques, no logro verlos del todo,
 se mueven hacia la periferia de mis ojos

 pero en el último día estarán allí;
 ya el evento
 como una ola que viaja da forma a la visión;

 en el camino en el que estoy se materializarán,
 caminando lentamente en una fila rezagada
 incómoda sin agua

 sus pequeñas cabezas sopesando
 de lado a lado, su inútil armadura
 más triste que los tanques y la historia,

 en su cerrada mirada océano y luz solar paralizados,
 subiendo pesadamente los escalones, bajo las arcadas
 hacia los cuadrados altares de cristal

 donde se guardan los dioses precarios,
 las reliquias de lo que hemos destruido,
 nuestros sagrados y obsoletos símbolos.




 DAGUERROTIPO TOMADO EN LA VEJEZ

 Sé que cambio
 he cambiado

 pero de quién es esta insulsa cara
 deshuesada y vasta, rotunda
 suspendida en papel vacío
 como en un telescopio

 la luna granular

 me levanto de mi silla
 tironeando contra la gravedad
 me voy
 y salgo al jardín
 doy vueltas alrededor de los vegetales,
 mi cabeza pesada
 reflejando el sol
 en sombras de los barrancos agujereados
 cortados en mis mejillas, las cuencas-
 de mis ojos 2 cráteres

 entre los senderos
 orbito
 los manzanos
 blancas blancas estrellas
 giratorias a mi alrededor

 estoy siendo
 consumida por la luz




 MORADA

 El matrimonio no es
 una casa o siquiera una carpa

 es anterior a eso, y más frío:

 la orilla del bosque, la orilla
 del desierto
                    los escalones sin pintar
 al fondo donde nos acuclillamos
 afuera, comiendo pochoclo

 la orilla del glaciar que retrocede

 donde dolorosamente y con asombro
 de haber sobrevivido todavía
 hasta acá

 estamos aprendiendo a hacer fuego



Margaret Eleonor Atwood nació en Ottawa, Canadá,
el 18 de noviembre de 1939.

FUENTE

Aliki Barnstone and Willis Barnstone (Eds.). A Book
of Women Poets from Antiquity to Now. Schocken
Books, 1992.

Versiones del inglés: Robert R. Rivas (c)