Veníamos del casino -desde el mar, al que ni mirábamos-
yo casi sin haber jugado;
él, que manejaba el Mercedes,
mascullando las pérdidas,
martillando sobre la ilógica suerte
que lo perjudicó en los momentos clave,
bastante borracho, por cierto.
Alta noche, ruta desierta,
¡espesa, espesa niebla!
En el Mercedes, farfullando,
'a toda pasta'.
¿Qué era?
¿El juego de quién tiene más miedo?
¿El juego de mostrarme
su desprecio por la muerte?
¿Matarnos los dos, si fuese necesario?
¿Mostrarme, hábilmente, sin proponérselo,
o ¿quién sabe? (estaba borracho),
su desgracia, su capacidad de asesinar
asesinándose?
Yo era, en esos momentos, un alguien.
Quiero decir, no del todo yo, ni tampoco nadie.
Sentado en el lugar del copiloto.
Temía, pero estaba consciente,
y, pequeño detalle, era el amante de su esposa.
170, 180, ahora casi sin hablarnos
por el camino de la noche.
Sumergidos en la espesa, helada
niebla,
y en turgente silencio
cuerpo y mente
de ambos.
Con el fantasma de ella,
dentro y fuera
de la noche
y del auto.
2 comentarios:
Los fantasmas rondan dentro y fuera de nosotros, muy buen poema!
Gracias, Carmen.
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