martes, 31 de agosto de 2021

SER UN TEJÓN

                          "Sé que debo ir lejos,

                           atravesar la ciudad y luego

                           más allá,  hasta que sea hora de ir

                           a caminar largamente por el bosque.

                           A seguir las huellas del tejón"

                             Tomas Tranströmer. Para vivos y muertos.

             



 ¿A quién podría ocurrírsele querer ser un tejón?


  "¡Mis dientes! ¡Tus hombros!", gemía Gustaf Sobin.

  (Durante el acoplamiento los machos solemos morderle

     el cuello a la hembra) (Nuestros acoplamientos son muy

     variables, dependen, por supuesto del ánimo de la pare-

     ja: entre 2 y 90 minutos)


  Doy por sobreentendido que ustedes no saben nada acerca

      de nosotros.


  Sólo existimos, según nuestros paleontólogos -no asegura-

mos del todo que sean confiables- desde hace unos 4 millones

de años. No es por darnos importancia, pero somos europeos

originales. 

 Nos gustan las tierras semi áridas, pero también nos adapta-

mos con facilidad a la alta montaña. Nos encantan los pastiza-

les. Es que tenemos unos cuantos enemigos, aparte de las en-

fermedades y el hambre: los humanos, desde que llegaron, nos

cazan con saña. Nos tratan de asesinar los perros, los zorros, 

los búhos reales, los linces, los lobos y hasta las águilas.

 (Aquí es necesario, delicadamente, aclarar que no comemos

gallinas, ni otros animales de granja que "justificarían" la saña

con que se nos persigue: nos alimentamos de insectos, frutas y 

cereales.)

  A pesar de ello somos divertidos: vivimos en comunidades,

somos juguetones con nuestros congéneres, se podría decir

que somos bastante sociables.

 Creo que al no ser ustedes tejones, se sentirían extraños en

nuestra casa,obviamente llamada "la tejonera": unos 900 me-

tros de túneles, con 50 compartimientos y 180 entradas. Nos

llevó varios siglos hacerlas: extrajimos unas 70 toneladas de

tierra, sin contar con herramientas ajenas al cuerpo. Conta-

mos para su confort, si alguna vez deciden visitarnos, con 

varias cámaras principales, cada una con una letrina próxima,

(aunque no las llamamos "en suite"), además de diversos tipos

de conductos: los principales, para acceder a las cámaras, los

de ventilación, y, por supuesto, los de escape. También hay li-

teras o cunas, cámaras secundarias, donde los pichones siguen

recibiendo los tan esenciales cuidados maternos.

 Nuestras (permítasenos el término sin ofensas) hembras, per-

manecen con más frecuencia en la casa. Los machos estamos

encargados de la tarea de proveer el alimento, de la vigilancia 

y de otros menesteres que, hay que decirlo, no siempre son aje-

nos a la violencia. Para todo eso debemos exponernos saliendo 

de la tejonera. Sin pretender ostentación alguna, decimos que 

nuestras hembras, que viven un promedio de 15 años, son un 

tanto más afortunadas que nosotros: solemos vivir solamente

un tercio de ese tiempo.

 Por extraño que resulte, a veces se habla de nosotros en los

así llamados textos literarios. Un vecino de Gales nos ha de-

dicado un espacio central en un libro llamado "La tejonera".

Se llama, creo, Cynan Jones, o algo por el estilo. (No entende-

mos muy bien los nombres que suelen usar para hablar de sí

mismos: no están relacionados con ninguna característica fí-

sica ni del tipo de conducta del sujeto en cuestión.)

 Un poeta menor nos ha mencionado recientemente en un así

llamado "poema" suyo, diciendo "¿Quién querría seguir las hue-

llas de un tejón?" Se refería a un verso de otro escritor, como

suele suceder en los escritos humanos, así que no creemos que

muchos lo hayan entendido. Para nosotros, en cambio, esa bús-

queda es muy frecuente y condiciona hasta el menor de nues-

tros paseos. 

 Un poeta bastante más importante entre los humanos, escribió

todo un poema referido a nosotros, llamado "El tejón". En el

mismo alaba nuestro coraje, después de haber presenciado

la lucha feroz que opusimos al intento de asesinato por parte

de hombres y perros. Se llamaba John Clare, y era un agricul-

tor que no necesitó ir mucho a la escuela para ver con sus pro-

pios ojos cómo se desarrollaban los hechos. Por supuesto que

murió en un manicomio. ¿A quién se le ocurre hablar así de

la vida de los salvajes tejones? Nos aferramos a nuestras cos-

tumbres y tradiciones. Somos lo que nos tocó ser y ni con ni

sin orgullo, seguimos en la lucha desde hace millones de años.

No sabemos quién podría querer ser un tejón. Y esperamos 

que si alguien tuviese ese deseo, nos visite con una mente

abierta y que no por ello les toque el destino del pobre John.


  

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