"Vinimos de los campos, revueltos por vientos y tolvane-
ras en un día de plomo. Fuimos a dar a una posada-tugurio
para escapar de los que nos asolaba. Al rato, un tipo con la
cara semicubierta por un pañuelo sucio nos anunció que ve-
nía de las fosas.
Tal vez las turbias bebidas incidieron para que le pregun-
táramos dónde quedaban. Parecía estar esperando nuestro
pedido, porque nos condujo de inmediato a unos portones
de hierro desvencijado que daban a una escaleras metáli-
cas devoradas por el óxido, que descendían en caracol a
gran profundidad, hacia un lugar de una oscuridad acre di-
fícil de describir. Bajamos sin pensar, queda dicho. Atrave-
sadas las primeras tollas, las paredes amenazaban con es-
trujarnos. En medio de una negrura total nos dejamos guiar
por los escalones. Pasamos por una bóveda inundada en la
que flotaba extrañamente algo de luz, una luz sin fuente, sin
origen. Olores ácidos, rumores sordos como de ruedas metá-
licas rodando dentro de los muros. Sentimos que atravesába-
mos las bodegas de un inmenso barco de tierra y piedra. Lu-
gares velados por el frío, en tierra húmeda, sólida, que nos
generaba un sopor parecido al sopor onírico, al temible
Enipnion. Un aire demasiado cargado de siglos.
Vimos o creímos ver grupos de remeros con torsos
y brazos untados de grasa y de brea, en medio de un pozo de
barro y rocas, hace mucho tiempo muertos, pero en perfecta
posición de espera de la ola que los arrancase de su inmovili-
dad. Seguíamos entretanto bajando en espiral, cruzando sa-
las y pasillos y conscientes de que ya estábamos cabeza-aba-
jo, y los recintos se ampliaban y aunque estuviesen provistos
de grandes ventanales, por estos entraba un polvo grisáceo
de luz y apenas lográbamos entrever filas dispersas de bancos
de oración y altares saqueados. Ya cada uno de nosotros co-
rr+ia por su propia cuenta, por las dos alas de una inmensa
mezquita invertida; corríamos tan rápido como los acelera-
dos escalones, cada vez más apurados hacia la punta afina-
da de la interminable escalera, gritando en silencio, para
nuestros adentros, agitándonos hasta el borde de la asfixia,
que estaba omnipresente desde el primer momento. Y de
pronto apareció frente a cada uno de nosotros una pequeña
puerta, y nos escurrimos para pasar por ellas sin alterar la
extraordinaria velocidad que habíamos alcanzado. y sali-
mos a la luz de una almena circular de uno de los minaretes
de la Gran Mezquita entre albas frescas y atardeceres en-
sangrentados, y la ciudad yacía bella y consagrada, diáfana
y lejana, y sin saber cómo, sin interrumpir nada, nos echa-
mos ambos a ulular un llamado, ululamos un llamado sin
saber si ya habíamos despertado o si ya no despertaríamos
nunca."
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