viernes, 28 de mayo de 2021

EL ENIPNION

"Vinimos de los campos, revueltos por vientos y tolvane-

ras en un día de plomo. Fuimos a dar a una posada-tugurio 

para escapar de los que nos asolaba. Al rato, un tipo con la

cara semicubierta por un pañuelo sucio nos anunció que ve-

nía de las fosas. 

 Tal vez las turbias bebidas incidieron para que le pregun-

táramos dónde quedaban. Parecía estar esperando nuestro

pedido, porque nos condujo de inmediato a unos portones

de hierro desvencijado que daban a una escaleras metáli-

cas devoradas por el óxido, que descendían en caracol a

gran profundidad, hacia un lugar de una oscuridad acre di-

fícil de describir. Bajamos sin pensar, queda dicho. Atrave-

sadas las primeras tollas, las paredes amenazaban con es-

trujarnos. En medio de una negrura total nos dejamos guiar

por los escalones. Pasamos por una bóveda inundada en la

que flotaba extrañamente algo de luz, una luz sin fuente, sin

origen. Olores ácidos, rumores sordos como de ruedas metá-

licas rodando dentro de los muros. Sentimos que atravesába-

mos las bodegas de un inmenso barco de tierra y piedra. Lu-

gares velados por el frío, en tierra húmeda, sólida, que nos

generaba un sopor parecido al sopor onírico, al temible

Enipnion. Un aire demasiado cargado de siglos.

Vimos o creímos ver grupos de remeros con torsos

y brazos untados de grasa y de brea, en medio de un pozo de

barro y rocas, hace mucho tiempo muertos, pero en perfecta

posición de espera de la ola que los arrancase de su inmovili-

dad. Seguíamos entretanto bajando en espiral, cruzando sa-

las y pasillos y conscientes de que ya estábamos cabeza-aba-

jo, y los recintos se ampliaban y aunque estuviesen provistos

de grandes ventanales, por estos entraba un polvo grisáceo 

de luz y apenas lográbamos entrever filas dispersas de bancos

de oración y altares saqueados. Ya cada uno de nosotros co-

rr+ia por su propia cuenta, por las dos alas de una inmensa

mezquita invertida; corríamos tan rápido como los acelera-

dos escalones, cada vez más apurados hacia la punta afina-

da de la interminable escalera, gritando en silencio, para

nuestros adentros, agitándonos hasta el borde de la asfixia,

que estaba omnipresente desde el primer momento. Y de 

pronto apareció frente a cada uno de nosotros una pequeña

puerta, y nos escurrimos para pasar por ellas sin alterar la

extraordinaria velocidad que habíamos alcanzado. y sali-

mos a la luz de una almena circular de uno de los minaretes

de la Gran Mezquita entre albas frescas y atardeceres en-

sangrentados, y la ciudad yacía bella y consagrada, diáfana

y lejana, y sin saber cómo, sin interrumpir nada, nos echa-

mos ambos a ulular un llamado, ululamos un llamado sin

saber si ya habíamos despertado o si ya no despertaríamos

nunca."

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