viernes, 25 de diciembre de 2020

EL TEMPLO ABANDONADO DE LA MEMORIA




 Recordé el templo abandonado:

 la campana de hierro en parte consumida por las llamas,

 los restos absorbidos por la tierra

 Recordé recordar, para ser más preciso

 (Tratando de precisar)

 La foto, en cambio, tiene la memoria intacta

 la foto no es un recuerdo de un recuerdo

 es un recuerdo puro

 Siempre se la relaciona con la muerte

 Y sin embargo, muchas veces tiendo a creer que lo

que llamamos existir -siempre recuerdo que la palabra

está hecha de dos partes, la raíz o lexema, y la parte variable

o morfema : ex y sistir - es una suerte de confusión

avalada por la experiencia. Estamos seguros de existir tan

sólo en este momento, el que hemos llamado 'presente'.

 Este sistir lo reencontramos en insistir, en resistir,

en subsistir y en varios otros términos que, como se ve

a simple vista, sugieren cosas parecidas

 Dije 'como se ve', y presente, que en latín es praeesse,

significa: estar delante y a la vista.

 "¿Por qué las palabras son tan duras y no puedo hablar

(o escribir) tal como siento, como siento sintiendo, como

siento que voy sintiendo?"


 Por otro lado, hay cierta insistencia en que sólo existe el 

presente.

 'El presente es todo lo que tenemos.' Falta el imperativo

que suele rematar esa certidumbre: "disfrutalo".

 

 Pero en una de esas sólo existimos en el recuerdo

 En el templo de la memoria

 El otro existe ahí, más allá de que su cuerpo vivo (o muerto)

sostiene esa existencia desde algún otro lado. ¿No sería la exis-

tencia, entonces, un recuerdo falso? Cuando digo recuerdo, o 

memoria, estoy queriendo decir las imágenes, las formas y sen-

saciones y sentimientos y emociones que nos despiertan esas 

imágenes. Es necesario que haya o haya habido un cuerpo pa-

ra que puedan existir esas imágenes. Pero después el devenir, 

las circunstancias, las connotaciones y las resonancias de ese 

cuerpo constituyen, creo, lo que llamamos la existencia.

 En ciertos lugares de la antigüedad -me refiero al Medio 

Oriente en el que surgieron las primeras grandes civilizaciones, 

como Sumeria, Asiria, Babilonia, el mayor castigo social -ante 

una falta grave- era el exilio permanente. El sujeto expulsado 

pasaba de existir en, por ejemplo Sumeria, a no existir en, 

digamos, Asiria. En este nuevo lugar nadie registraba su 

existencia. No se le dirigían ni la palabra, ni la mirada. El su-

jeto dejaba de serlo, por supuesto. ¿En qué se convertía? 

 Existimos en la mirada-memoria del Otro. En cuanto a nues-

tros propios recuerdos intransferibles, que no podemos legar, 

¿no son nuestra verdadera existencia 'propia'? 

¿No es morir el perder esa memoria de nosotros mismos? Creo

que no podríamos existir como sujetos si no fuésemos nuestro

propio Otro: el que 'vivió' algo y el que lo recuerda.

 "Ya muchos dicen que vivir es acordarse de haber visto", dice

el fantasmal Antimero.

 El templo de la memoria abandonada vendría a ser el trabajo 

de la muerte.

La muerte como borramiento. La muerte se dedica a hacer de-

jar de existir. Muchas veces le lleva tiempo, porque seguimos

existiendo en Otros (lo pongo con mayúsculas por la misma 

razón que se diferencia en psicoanálisis el otro de Otro, tam-

bién llamado "Gran Otro": el señor que pasa por la esquina 

es el otro; las personas con las que he formado un vínculo cer-

cano, son lo que acá llamo 'el Otro'). ¿Cuánto: 2, 3 generacio-

nes? No sé nada acerca de mis bisabuelos. Muy poco acerca de 

mis abuelos, casi nada de sus experiencias íntimas. (Sus ver-

güenzas, sus deseos ocultos, sus remordimientos secretos.)

 Muerte podría equivaler a "total olvido". El amor y el arte me

parecen nuestros recursos para retrasar el olvido definitivo.


 (También se me ocurre ahora una broma del destino, hecha a

propósito, para mantener la incertidumbre de lo incierto por

naturaleza: un hombre que no conozco, pero con el que me

crucé un día, ya muy anciano, cuando no reconoce ni a su

mujer ni a sus hijos y nietos, que no recuerda los nombres 

de nadie, recuerda un día ese momento en el que nos cruza-

mos. Ve con claridad sorprendente mi rostro de ese momen-

to, y es la última persona de este mundo que me recuerda.)


 Al mirar la foto, veo detalles que seguramente se me pasaron

por alto cuando vi esa campana quemada y abandonada en los

restos del templo. 

 Una forma de estar vivos es tener los sentidos encendidos.

 Esta música, esas hojas, el detalle de las cosas. El momento.

El presente puro que la muerte no puede tocar, ni necesita

hacerlo. Todo lo que no vemos, no apreciamos, no sentimos,

no recordamos, es la muerte. Todo lo que no fuimos, todo lo

que no hicimos, todo lo que no haremos ni seremos, es la

muerte. Pura ausencia: Si estamos, la muerte no está. Si la

muerte está, no estamos. 





 Es una pavada: ha sido dicho diez mil veces.


 Brota tu rostro sonriéndome en la memoria: 

estamos vivos los dos, todavía. Y este 'todavía',

ahora, es siempre. 


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