domingo, 17 de marzo de 2024

UN ARTEFACTO ANTIGUO

 Al fin ha podido encender ese maldito aparato heredado,

sin que él pueda determinar porqué, por su abuelo pater-

no: el graba-sueños. Esos aparatos, como es sabido, nunca 

anduvieron del todo bien, para decirlo con delicadeza.  Es

cierto que aparecen fragmentos, a veces más extensos, pero

la luz es demasiado extraña y el sonido se dilata o ambos se

retuercen juntos hasta la ininteligibilidad. 

 (El 'casco', apenas un entramado de cables de roída tela; el

'cable maestro', duro y retorcido en el fondo de la caja de ma-

dera)

 Así y todo, se podrían ver horas de grabaciones, si se qui-

siera. Pero, como se fundamentó cuando fueron abolidos,

¿quién es el perverso que quiere ver los sueños de sus padres? 

Esa línea es mucho más inatravesable que cualquier arrebato

pornográfico, o que otros productos del sadismo o del terror. 

Si hay un mal en los sueños de los padres, es de otra naturaleza.

Una naturaleza que rechaza la nuestra, por ejemplo.


Tal vez podría interesarle que quede grabado el sueño que va 

liquidarlo. No sabe si habría alguien interesado en conocerlo,

pero sería mejor que no lo hubiera. ¿Entonces? Queda expues-

ta la inutilidad del intento de grabar los sueños. Tal vez es por 

esa razón que se dejó de intentar crear esos aparatos.

(De todos modos, piensa, en realidad no es el contenido del 

sueño lo que produce el desenlace, sino las emociones que le 

suscita al soñante.)



Su padre 'murió' mientras dormía. De hecho, no murió del to-

do esa noche: la muerte tardó dos días en terminar su tarea.

¿Qué estaría soñando? El cuerpo de su padre, vaciado de su

espíritu, le había parecido, paradójicamente, un cuerpo "lle-

no". Pero no dejaba de pensar en qué clase de sueño podría

haber soltado a la bestia de la muerte mientras dormía.



 Puede entenderlo porque muchas veces lo despierta el dolor

en el pecho -el incuestionable- y coincide por supuesto con una

estela de sueño perturbador, o por lo menos que agita, agita en 

grado sumo. No le pasa a cualquiera: es preciso poseer una 

vulnerabilidad extrema en cierto punto de 'la superficie psíquica'.

(Que ridículos son todos esos términos que la ciencia nos "apor-

ta" para referirse a ESO. Habría que llamarlo así: ESO, piensa.

No nos entenderíamos, pero al menos sabríamos que no nos

entendemos.)

Durante siglos se lo ha llamado "el corazón".

No está mal si con eso se quiere decir el lugar por donde pue-

de entrar el río de las emociones y producir sus rupturas de di-

que y sus anegamientos.

 Al menos es un lugar (o una metáfora) y no una suerte de con-

cepto inerte e indemostrable.

 Y sea ahí o en las arterias de la cabeza ("la cabeza" es otro tér-

mino que valora y respeta: otro lugar, otra metáfora), es donde

suceden las cosas importantes como la vida o la muerte, o mis-

teriosas como los sueños.

Podría decirse, piensa: "la angustia se sumergió como una ser-

piente gigante en el río de las emociones y, arteramente, le re-

ventó una arteria".


 No son muchas las cosas que le legó su abuelo.

 La mayoría de ellas son gestos, actitudes, miradas, tonos de

voz, todas ellas hechas de una tersa modestia.

 Es probable que la grabadora de sueños le haya sido entregada

como pago por alguno de sus trabajos de carpintería. Y su abue-

lo, pensaba, por conocerlo, la había aceptado sin siquiera saber

bien de qué se trataba. Y con seguridad, nunca la había (o ha-

bría) usado. 


  Así que, dice, pensándolo bien, alguna tarde de estas es muy 

posible que la encienda y se ponga a ver fragmentos de haces 

de luz rara, junto a voces más extrañas aún: los sueños de per-

sonas totalmente desconocidas, hace largo rato ausentes de es-

te mundo.


 Por darse cuenta de algo, dice. Algo que no tiene idea de qué 

podría ser.















  

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