jueves, 11 de agosto de 2022

UN VIAJE SUBMARINO EN SLUMS

  La única emoción verdadera reside -no le encuentro otra ex-

plicación- en que cada viaje puede ser el último.

  Una cantidad discreta de público silencioso toma su lugar en

la cola de espera.

  El viaje dura... una cantidad muy variable de tiempo.

  Es en un viejo aparato predecesor del submarino.

  En la otrora archibombardeada Bahía de Slums, bajo cielos

que no predican ninguna clase de religión edificante.

  Sin embargo no hay impaciencia entre los que esperan.

  Supongo que muchos preferirían que su turno no llegue nun-

ca.

  Pero existe esa atracción.

  Complemento literario casi inevitable: "irresistible".

  Es un vehículo que ha sido adaptado a las necesidades de

una pequeña excursión.

  El fondo de la bahía es una suerte de cementerio de toda

clase de embarcaciones, y cadáveres de extrañas especies de

los mares llamados "inaccesibles", además de fantasmales

vegetaciones 'con vida propia'.

  Las sutiles corrientes del Golfo de Fálmara revuelven las

aguas, transformando lenta pero continuamente el paisaje.

  Se mira a través de un cristal verde, instalado en la popa,

de un diámetro no mayor al del ojo de un cetáceo, que rota

de lo cóncavo a lo convexo.

  Un elemento a tener en cuenta cuando te toquen los breves

momentos en que se le permite a cada pasajero echar un vis-

tazo a ese páramo submarino.

  Mientras tanto se escucha el ahogado glu-glu del motor de

la pequeña bestia que nos transporta.

  El año pasado un pasajero tuvo la rara idea de venir con su

perro. Era un animal de buen porte, de conducta impecable...

hasta que el submarinoide llegó a su profundidad "de crucero".

En ese momento algún instinto imprevisto hizo que el perro

se irguiera con todo el pelo de la nuca erizado, y comenzase

a ladrar con desesperación. No tardó mucho en venir la répli-

ca desde el exterior: diversas bestias comenzaron a golpear la

superficie exterior de nuestro transporte, respondiendo a los

ladridos provocadores del perro, y haciendo bambolearse al

ovoide aparato antediluviano hasta casi llegar a la temible

y tal vez irreparable vuelta de campana.

  He hecho este viaje unas cuantas veces, en cada ocasión en

que he debido viajar a la zona de Ipsitch por razones de traba-

jo. 

  Puedo asegurar que el rostro del conductor de nuestro vehí-

culo, un hombre mayor, hasta entonces tan pálido como inex-

presivo, se transformó en una verdadera máscara de terror, ru-

bicundo y deforme.

  No sé cómo se las ingenió en ese estado para conducir nues-

tra antigua cápsula de metal oxidado a 'puerto'.

  Este año ya había un cartel en el puesto de venta de los pa-

sajes, indicando la prohibición absoluta de subir cualquier 

clase de animal a bordo.

  Habitualmente mi mayor entretenimiento consistía en atis-

bar los rostros de los demás pasajeros. Los recorría uno por

uno, ida y vuelta.

  Siempre se aprende algo nuevo al mirarlos.

  Pero este año he notado que no lo he hecho.

  Perdí ese placer, reemplazándolo por el de una mayor in-

trospección.

  Sin embargo, no he perdido el otro motivo, secreto para mí

mismo del viaje: el de observar mi propio irreconocible y ver-

dadero rostro cuando abren la lente -mi turno- , durante esos 

breves instantes, en pleno fondo de la Bahía de Slums.

4 comentarios:

Carmen Troncoso Baeza dijo...

Fantastico e irresistible!

Robert Rivas dijo...

¡Estimulante comentario, Carmen!

Carmen Troncoso Baeza dijo...

Es que conoci un submarino por dentro y recorde muchas cosas

Robert Rivas dijo...

No me digas que te tocó el viaje con el perro...