miércoles, 10 de agosto de 2022

LA MORDEDURA DEL ARRÁN

 Por allí todo lo colocan en jaulas.

 Peces y árboles, pájaros-lagarto, continentes y pestañas.

 Todo se revuelve o acomoda en su jaula.

 Algo más adelante innumerables andenes, polvorientos

    y desiertos. Tal vez nunca hayan sido usados. Tal vez

    desconozcan la invención del tren.

  Un poco más lejos, el puente que nadie llegó a construir.

  Algunos creen que esto puede tener relación con el vacío

    de los andenes. No estamos suficientemente informados.

  La ciudad se ve escorada.

  Obviamente, nos explican en un idioma cortado a hacha-

    zos, que las jaulas son para mejor proteger a todos. ¿A

    sí mismos? ¿A unos de otros?

  Una muchacha sin manos es el símbolo de la ciudad.

  De pronto un hombre con el rostro envainado pasa empuján-

     dose a lo loco con una escoba por fuera de los barrotes. Me

     cuentan -estamos a su merced en cuanto a explicaciones-

     que corre para que no expire su plazo.

   A medida que corre, se van borrando sus bordes, se difumi-

      na todo, menos la jaula.

  Algunos dicen que es una mera mutación, pero la mayoría

     afirma que se trata de una especie que no estaba contempla-

     da en los planes de la naturaleza. Su jaula, apartada de todas

     las demás, está situada en una terraza que, por la parte de

     atrás da o bien al infinito, o bien a ninguna parte, según la

     hora.

  Dicen que es vertiginosa.

  Que por eso nadie la ha visto.

  Solo los resultados.

  El arrán.

  La mordedura del arrán.

   

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