miércoles, 27 de julio de 2022

POLVO

  Es un mundo polvoriento, una tolvanera, digamos por de-

cir algo, pero resulta mucho más que eso, por supuesto. Todo

el suelo, todos lo que llamaríamos con cierta prisa 'alrededo-

res', también los mismos cielos, al igual que los muros -y los

ríos, las sendas, la respiración, los cuerpos- son en extremo

polvorosos.

 Ya habrán notado -con su brutal perspicacia- que no he men-

cionado siquiera brisas, vientos y huracanes.

 ¡Para qué! ¿Eh? Seguro, ¿para qué?

 En ese polvo que a veces es más poroso y otras veces más

espeso, transcurre todo. 

 Entre las extensiones más o menos lisas, así como entre los

tumultos de ese polvoroso polvillo, se arrastran gruesos ca-

bles con movimiento propio. No son serpientes, aunque po-

drían haberlo sido. O confundirse con ellas. Son cordones

umbilicales. Allí nunca los cortan; tabúes ancestrales, nadie

sobrevive más que unos minutos con el cordón umbilical 

cortado.

 Así que reptan, gruesos, larguísimos, imposible saber a 

quién pertenecen, donde terminan, donde comienzan.

 Reptan por el espesor del suelo, entre los árboles y las

hojas caídas, alrededor de las casas, reptan entre arrastrados

y arrastrándose, para seguir quién sabe qué cosa.

 Como un destino, como una suerte de suerte inevitable,

como una manera de mantener la vida a costa de no vivirla

del todo.

 Una cosa de esas.

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