Los Ainus ("humanos", en su lengua, como suele suceder con
tantos pueblos originarios) constituyen un pueblo muy antiguo
de la isla Hokkaidô, al norte de Japón. Sus orígenes se remon-
tan a la última glaciación, hace más de 18.000 años. Se los co-
noce como ezo y como utari (que significa "camarada" en ai-
nu), y que es como prefieren ser llamados hoy en día.
Recién en 2008, el parlamento japonés aprobó la resolución
de reconocerlos como "un pueblo indígena con su propia len-
gua, religión y cultura."
Su lengua no tiene casi conexión con ninguna otra, según nos
dice Arthur Waley, salvo, tal vez, las lenguas llamadas paleo-
siberianas, pero con características propias.
Su religión es animista, es decir, que creen que todo lo existen-
te tiene un kamuy o 'espíritu divino' en su interior. El más im-
portante es la abuela tierra (el fuego), luego vienen los anima-
les terrestres, los del mar y después todo lo demás. No tienen
ni sacerdotes ni chamanes, desempeñando esa función el jefe
de cada aldea, con rituales y ceremonias sencillas. Su mayor
deidad es Huchi, dios del fuego, y creen que sus espíritus son
inmortales y que después de muertos, algunos son recompen-
sados con el cielo y otros con el infierno.
Actualmente hay entre 50.000 y 200.000 ainus, aunque son
muy pocos los de 'sangre puramente ainu': la mayoría tiene
mezcla de sangre con los japoneses.
CANTO
Yo y mi hermano
Rabiosos dejamos nuestra casa
Y sobre las fronteras occidentales
De otra tierra nos dispusimos a vivir.
Pero nuestra aldea en el Sara,
Nuestro viejo hogar, no pudimos olvidarlo;
La comida no pasaba por nuestras gargantas
Y cuando nos acostábamos para descansar
Nuestras lágrimas no dejaban de fluir.
Sobre nuestra nueva comida
El moho blanco se extendía y extendía;
Sobre la antigua comida
El moho negro se extendía y extendía;
Entonces un día
Llorando, solo llorando,
Lo habíamos pasado los dos,
"Oh, terrible, hermana mía",
Me dijo mi hermano a mí,
"Que hayas tenido que llegar a esto.
Mira, de nuestra vieja casa una imagen,
Una forma he tallado.
Ven aquí y mírala."
Así me dijo;
Y luego miré bajo mi manga levantada,
Y en efecto era así.
En el medio de las brasas
Estaba la forma, la imagen,
De la casa en la que habíamos vivido,
y así estaba tallada:
Ahí, tal cual siempre había sido,
Estaba nuestra aldea, y sobre ella
Un cielo azul iba, un cielo azul venía-
¡Ah, qué felicidad, qué alegría!
Y el largo estirarse
Del río de nuestra aldea,
No puede ser otro,
La boca del río alta,
Apuntando hacia lo alto;
La fuente del río baja,
Hundida hondo y profundo.
Mientras pasa,
¡Qué parejo, qué liso!
Las puntas de los sauces
Tan espesos sobre la orilla,
Las puntas de los arbustos de avellanas
Tan espesos en las orillas,
Los juncos todos creciendo
Tan espesos en la orilla.
Y los hombres iniciando
La cacería matinal, hombres jóvenes
Arco en mano, flechas en mano,
Algunos para acá, otros para allá,
Partiendo por los senderos de la montaña:
Las jóvenes muchachas,
Con la hoz en la mano,
Saliendo a cortar la hierba,
A lo largo de los senderos de montaña...
¡Verlo todo ante mí,
Ah qué alegría, qué dicha!
Pero en un ratito,
Ya que solo eran brasas,
Desfalleció, y no quedó nada.
Y desde entonces, siempre,
Ninguna comida hemos tomado,
Ningún bocado de comida,
Sino que solo lloramos y lloramos;
Así ha sido para nosotros.
FUENTE
Keith Bosley (General Editor). Poetry of Asia. Five Mille-
nniums of Verse from Thirty-three Languages. Weatherhill,
1979.
Las tres estupendas fotos de los Ainus provienen del libro
"Vanishing Primitive Man", de Timothy Severin. Editado
por Thames and Hudson, en 1973.
Dice el mismo Waley que hubo dos cosas de los Ainus que
llamaron la atención de los observadores japoneses desde el
siglo XVIII en adelante: "la riqueza de su literatura oral y el
largo de sus barbas. Su literatura incluye historias en prosa,
cantos, baladas y variadas formas de extensos poemas narra-
tivos."
Versión del inglés: Robert R. Rivas (c).
No hay comentarios:
Publicar un comentario