Se le ocurrió...
No, empecemos de nuevo: se le había ocurrido...
Tampoco. Mejor usar menos palabras.
Estábamos en el famoso tobogán de Halái,
al que en otros lugares sustituye el tobogán de Mirtis
o de Ölüm
o hasta de Kifo o de Lanmó.
La particularidad de este tipo de toboganes
es la calidad de su experiencia.
Todos ellos pueden ser recorridos de distintos modos.
De hecho, cada uno encuentra el suyo sin darse cuenta.
Algunos descienden siguiendo sus curvas pronunciadas
con los brazos levantados y gritando con un cierto
terror eufórico.
Otros los recorren como si fuesen escaleras de escalones
desparejos con varios recodos y velocidades
que por momentos hacen olvidar que se trata
de toboganes.
La gracia de estos reside, según algunos,
justamente en la variedad de los mismos.
"Dejarse llevar", por ejemplo.
Ah, por fin dejarse llevar sin resistencia,
¿no es acaso una de las versiones más populares del Edén?
Edenes e Infiernos
Desde muy temprano convertimos nuestras sensaciones
más comunes (la ausencia materna, su aparición,
el amor de alguien, su extinción, la suerte, lo adverso,
los ataques, los placeres, los dolores) en nuestros propios
y apropiados Edenes e Infiernos.
Somos, después de todo, seres anticipatorios.
Semi-animales que no tienen al instinto por patria.
Seres desatados del destino unívoco,
que salen a recorrer los alrededores.
Miradas, ilusiones, estragos.
Abrazos, partidas, encuentros.
¿Cuál, somos?
¿Aquel que vimos una vez, en el tobogán de Kemalayon...
con la más tierna, inasible, pálida, apretada, inocente
sonrisa?
[Es posible, por momentos probable, casi siempre indecidi-
ble que Halái, Mirtis, Ölüm, Kijo, Lanmó y Kemalayon
sean, al fin, el mismo lugar. Habría que investigar un poco.]
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