LA PILETA DE LA COCINA
Nuestro padre está creciendo. No porque madre haya empe-
zado a afeitarlo y le está comprando zapatos más grandes, si-
no porque él quiere salir al mundo. Excepto que no sabe cómo
hacerlo. Se encierra pensando en eso, aunque ya se está pro-
bando un cuerpo adecuado para la ocasión.
Se para delante del espejo y gasta su peine demasiado rápido.
Puede que piense que la dirección de su peinado también fijará
el curso para otras cosas. Se hace la raya como si hubiese crea-
do un planeta. Lo destruye y nace un nuevo planeta. Más a la
izquierda.
Después de construir numerosos mundos inferiores, padre
triunfa en la cabeza apropiada, deja el peine y descansa. En-
tonces procede a alisarse la panza, pero sus manos son dema-
siado pequeñas para planchar tanta piel. Parecen manos de
muñeca adheridas con banditas de goma a los botones de las
mangas de la camisa.
Dándose cuenta de que no puede hacer más de lo que ya
se hizo, padre se para en puntas de pie y camina a la puerta.
No quiere abrirse, aunque su codo empuja la manija de la
puerta con todas sus fuerzas.
Madre está lavando una olla, y padre está mirando la co-
rriente que es succionada hacia el vortex en el fondo de la
pileta de la cocina. Él la envidia: puede escapar de casa. Él,
también, amaría desaparecer por el desagüe, aferrándose a
algo tan pequeño que juntos podrían pasar por el ojal metá-
lico. Se ve a sí mismo flotando en una tibia vaina de la pasta
drenada, agarrándose con las uñas del tallo de una manzana.
Pero en la grasienta pileta de la cocina no hay otra cosa que
agua. Y el agua no puede atraparse.
EL CASTAÑO
La chica sueña con un paisaje que dice mentiras. Ella mira
las hojas: están cocidas al árbol. Los perros se paran cerca
de sus casetas, ya que sus patas están hundidas en la tierra.
¿Quién vio tales bandadas de gorriones sentados en el sue-
lo? Tirá algo y no salen volando. Corré hacia ellos - no al-
zarán vuelo, podés pillar sus cabezas con los pies.
La chica camina hasta el río de las cosas, que lo acepta
todo y no devuelve nada. Los objetos flotan. Fotos: boca
arriba, como peces muertos, panza arriba. La gente en esos
retratos tomó agua con sus bocas, aprendieron a respirar con
branquias que les habían crecido detrás de la cabeza, en el
ala de sus sombreros, en las trenzas cepilladas a sus espaldas.
Agujas. Bancos de agujas oxidadas. Un dedal. Mesas que
arrastran manteles de domingo, el río les chupa el almidón,
diluye el vodka, roba el pan. Muñecas: enteras, sin cabeza,
vestidas o desnudas.
El condenado bolsillo del sweater escupe una castaña - ti-
ra hacia la manga como si esperase que una mano la detu-
viera. La castaña se parece a una piedra.
Cada objeto en este río busca su mano, cada persona en
la orilla busca su cosa. No se puede caminar dentro del agua,
sólo se puede mirar. La chica esperará aquí hasta despertarse.
Tal vez vea lo que alguna vez conoció sólo por el tacto, y
ahora sólo por el nombre.
BRONKA NOWICKA escribe acerca de una serie de obje-
tos (44 en total) en su libro de 2015, To Feed the Stone. "Pa-
ra darle de comer a las piedras". Aclara que esos textos no
son autobiográficos. Intenta documentar las imágenes de los
objetos que guardamos en la memoria, las imágenes que pue-
den convocar otras imágenes, por ejemplo, de los muertos
que pueden cobrar vida gracias a los objetos. "No quiero que
los objetos muertos estén vivos; quiero que la gente viva esté
menos muerta."
Nació en Radomsk, en 1974. Es cineasta, guionista y poeta.
Se ha recibido en las Universidades de Lodz y de Cracovia.
El mencionado es su primer libro de poemas. Es una verdade-
ra experimentadora artística.
Para ella, escribir es alimentar su propia ausencia así como
la de los otros.
FUENTE
MPT. No. 3 2017. War of the Beasts and the Animals.
Las fotos son dos versiones de la que aparece en ese ejemplar.
Versiones al castellano: Robert R. Rivas
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