Me serví una sombra
Delgada, muy fina,
la sombra de un pájaro que pasó
disparando
Con mucho cuidado la levanté
del pasto y la puse
en el plato
Parecía mezclada con un poco de sol
pero al saborearla
estaba tan mojada
que se disolvía sin ningún recato
No me llevó mucho tiempo
convertirme en adicto a comer
esas sombras fugaces
La de un pececillo
que zigzagueaba apenas debajo
de la tela dorada del río
La pincé justito y la comí
bien despacio
Una sombra fruiciosa,
un placer delicado.
Sombras de flores por la brisa
agitadas
sombras que respiran fragancias
más tarde en el cuerpo
por un largo rato
Sombra de esa nube
que pasa ignorando
qué placeres deja
su silencioso paso
Sombra de un felino
(era entre árboles)
sombra de un rostro en el agua
de un sueño sin revelado
Sombras de la mano cuyas caricias
son como hojas que caen flotando
Todas esas sombras las pongo en mi plato
En comedor de sombras me he transformado:
de esas que dejan el cuerpo vibrando,
de esas que sueltan (y sin darse cuenta)
delicia sutil y cruento arrebato.
Sin embargo diré que de todas
las sombras que he degustado
sin lugar a dudas la más sabrosa
es la que la ausencia me ha dado.
Sombra de las sombras, plena de la vida
de ese ser sin igual
que entre su ausencia y yo
hemos creado.
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