sábado, 30 de diciembre de 2023

EL EMPERADOR DE LOS MARES

  En un tiempo en el que los dioses eran más que dudosos,

a este lo nombraron -o exiliaron subrepticiamente- Empera-

dor de los Mares. De entrada, por supuesto, la tarea consis-

tió en ir reconociendo las tierras firmes de esos mares. Donde

establecer algo, tal vez un palacio, probablemente una forta-

leza, que como su nombre indica, reflejaba las múltiples de-

bilidades de las que el emperador no podía evitar estar cons-

ciente. Lo cierto es que los otros dioses dieron por cerrado el 

asunto. ¿Sabían, no por ser dioses, sino por contar con cierta

información, que las aguas crecían rápido en esos tiempos de

inicios de la creación, y que por ende las tierras firmes se re-

dujeron casi inmediatamente a islotes de roca, muchos de ellos

vulnerables a las mareas altas? En no mucho tiempo los esca-

sos territorios firmes se vieron asediados por los mares y fue-

ron cayendo como las frágiles corazas que en realidad eran.

El Emperador de los Mares no tardó en darse cuenta de su

situación: las aguas, inmensamente numerosas, abrumadora-

mente crecientes, lo ignoraban como emperador, y le negaban

cualquier clase de autoridad sobre ellas. Sin pensarlo siquiera.

"Las aguas no piensan", notó tempranamente el Emperador, 

"esa es su naturaleza y su temible fuerza: las aguas no piensan,

sólo SON." Así transcurrió desde entonces su existencia como

emperador, luchando por hacer pie en alguna parte. Ya no por

dominar su supuesto "reino", sino por sobrevivir con toda clase

de triquiñuelas y penosos esfuerzos. "¿Y por qué no?", se dijo

un día. (Ya había reconocido con claridad lo del exilio.) "¿Por

qué no asumir que mi existencia depende de sostener la lucha?

Y, además, ¿Qué otra cosa puedo hacer?" Le quedaba exiliarse

de sí mismo. Le quedaba terminar de saber que las aguas de

los mares existirían para siempre. O algo parecido. Había una

curiosa pizca de triunfo en ese conocimiento.


Vista aérea: el emperador de los mares, en su chalupa.

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