"Sin título", una de las obras de Henri Michaux como
pintor. Me gusta pensarlo como un sutil autorretrato.
Cuando llegué ahí, fui conducido a un cine distante, donde
estaban pasando una película extranjera. - Un teatro grande,
uno de los más grandes que se hayan construido en este país.
Adentro, me pareció fenomenalmente grande a mí, especial-
mente de un lado (el izquierdo) que parecía estirarse intermi-
nablemente - un efecto extraordinario.
La función ya había comenzado, estábamos en el medio de
la acción. Gente sospechosa brotaba de la oscuridad, conspira-
dores, sin duda. Ellos seguían brotando y brotando, emergien-
do de un vasto grotto, excepcionalmente vasto, un espacio in-
cierto que yo no podía lograr circunscribir.
Me dieron realmente la impresión de estar saliendo de "la
boca de la nada". Era inaudito. Ah, me dije a mí mismo, de
verdad están progresando en el cine hoy en día.
Hacer que los conspiradores salieran tan naturalmente
de la oscuridad, una oscuridad densa que trabaja sobre tus e-
mociones, llena de misterio - esto era algo que nadie había lo-
grado hasta el presente.
Ahora yo sólo podía seguir la acción contra un trasfondo de
pensamientos, de interpretaciones, de particular admiración, y
todavía las multitudes seguían brotando de la oscuridad, desde
la que parecían fluir dentro de la realidad. Y esas masas en mo-
vimiento eran sólo una parte de una mayor, más profunda, más
perturbadora masa. ¡Una maravilla, casi un milagro hecho per-
ceptible: el infinito (por un lado), en contacto con lo finito por
el otro, y fluyendo dentro de él!
Yo estaba perplejo, como si me encontrara en el exacto pun-
to de inflexión de una era, cambiando delante mío: merced a
un nuevo descubrimiento (que había sido guardado en secreto
hasta ahora), estaba desplegando la señal de su novedad delan-
te de mis ojos.
Entretanto en la boca de la caverna la procesión era intermina-
ble. Ella, también, era extraordinaria -yo nunca había visto imá-
genes siquiera parecidas a esas. Atento como podía estar a esos
hombres pasando en filas medianamente regulares, me daba la
impresión de que sólo podía ver una pierna, la que avanzaba,
y que apenas podía descifrar la mitad de sus cuerpos que estaba
vagamente oculta en la misma indefinible manera.
De verdad estábamos tratando con la típica, esencial conspira-
ción. Sería imposible soñar mejores: aparte de la prudencia y
la desconfianza (a través de una inspirada expresión de su des-
confianza), aún cuando pasaban marchando se mantenían en
parte ocultos, emergiendo literalmente del vacío.
Una bien justificada prudencia, sin duda, pero una muy sin-
gular manera de caminar. O tal vez no tan singular, ya que des-
pués de toda esta acción teatral, que intentaba sugerir que se
trataba de partisanos, quienes por definición debían escapar de
nuestra mirada y de nuestras certezas.
Yo ardía por saber el nombre del asombroso director. No só-
lo había él inventado este disfraz por remoción y parcial desma-
terialización (como corresponde a conspiradores que intentan
ocultarse el mayor tiempo posible), sino que él había hecho o-
tro hallazgo: consistía en mantener, por medio de algún meca-
nismo técnico nuevo, una cierta vibración puramente mental
transmitida por una técnica física. Sea lo que fuere, comunica-
ba la impresión de la vida misma, de la vida en peligro.
Rápidas variaciones de una naturaleza desconocida, conmo-
ciones apenas perceptibles, producían la aprehensión de hom-
bres en peligro y esos bandeos entre atrevimiento y temor que
una banda de tropas debe sentir mientras se preparan para un
ataque sorpresa-emociones que no pueden negarse, que van
derecho a tu corazón.
Yo era más que un espectador, yo estaba ahí. Forzosamente
ligado a ellos, me sentía en esos lugares, con ellos. De lo úni-
co que carecía era del poder de tocarlos, ¡y aún así! había mo-
mentos en los que saltaba hacia atrás, tan reales me parecían
sus movimientos.
Nunca una actuación me había vuelto tan presente, partici-
pante, comprometido.
Mi vida como espectador había descubierto un espectacular
nuevo desarrollo. Sin planearlo, había entrado en la era si-
guiente. Me maravillé y soliloquié.
De repente un dolor punzante me detuvo, y detuvo mi emo-
ción, mi participación, y pronto daría una respuesta bastante
diferente a mis preguntas previas.
Hemianopsia. ¡Sí, era un ataque de hemianopsia lo que me es-
taba sucediendo; se había colado y sutilmente unido a la ac-
tuación! Desde ella, las oscilaciones, las temblorosas vibracio-
nes, más fuertes a la izquierda que a la derecha... y la misterio-
sa oscuridad, profunda y vibrátil -eso también pertenecía a mi
hemianopsia.
El ataque de migraña oftálmica debe haber ocurrido cuando
entré al teatro, coincidiendo con las primeras imágenes, provo-
cado por la luz excesivamente intensa de el haz luminoso cega-
dor en la pantalla.
Los espasmos de las pequeñas arteriolas cerebrales habían su-
ministrado las vibraciones aparentemente emocionales, la obli-
teración parcial de los cuerpos, la "magia" de los conspirado-
res, su sorprendente disimulo, su ansiedad tan admirablemente
imitada con tal profundidad física. Los elementos combinados
en el drama vinieron de mi propio temblor, una invasión de lo
teatral por lo fisiológico, una confusión del espectáculo con la
dolencia del espectador.
Al volverse mental el material, eso era lo que se necesitaba
para producir esa maravillosa precisión, inalcanzable de otro
modo.
En cuanto a la nueva era en filmación -bueno, iba a tener que
esperar un poco.
(Una coincidencia. Jean-Dominique Rey entrevistó a Mi-
chaux, algo que se daba raramente. En la introducción a
esa entrevista, publicada como los dibujos del propio ar-
tista que acompañan el texto, pertenecen al libro Henri
Michaux. Obras escogidas 1927/1984, un bello catálogo
de las obras pictóricas de H.M. expuestas en el museo
Cantini, en noviembre de 1993, dice Rey: "Hasta el final,
bajo el impermeable y las gafas oscuras, quiso preservarse
en el anonimato. Una semana antes de su muerte, le vi sa-
lir del cine enmascarado bajo las gafas, llegar al Boulevard
Saint-Michel y atravesar la multitud sin que nadie lo reco-
nociera."
Traducido del inglés por Robert R. Rivas (sin versión francesa,
en esta ocasión), de una edición notable:
Darkness Moves. An Henri Michaux Anthology: 1927-
1984. Selected, translated and presented by David Ball.
Univ. of California Press, 1997.
Como mi intención es que haya una versión en castellano
de la mayor parte posible de la obra de este poeta incompara-
ble, me propongo ir agregando, acá y allá, textos que tengo
entendido aun no habían sido vertidos al castellano.
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