Muchas veces me siento tentado de rendirles homenaje a
los escritores que me producen admiración. He notado, por-
que a través de los años algunas cosas se van notando solas,
que es 'casi constantemente frecuente' que dicha admiración
se produzca cuando coinciden el plano de la valoración lite-
raria junto a la empatía que me genera el autor en cuestión.
Menciono al pasar algunos de esos casos, de los cuales Kaf-
ka y Pessoa son los más notorios. Pero también me ocurre
con W.G. Sebald, con Joseph Roth, con Paul Bowles, con
Viktor Shklovski. Simpatía podría reemplazar a 'empatía' sin
ningún empacho. Personas que me gustaría conocer, frecuen-
tar, mirar y escuchar desde la mesa más cercana del café, aun-
que sea. Me ocurrió con Rey Rosa cuando leí Cárcel de árbo-
les hace unos cuantos años. Estoy seguro de que fue su proxi-
midad con Bowles la que me condujo a su lectura, ya que el
americano radicado en Tánger había hablado elogiosamente
de su escritura. El mismo Rey Rosa cuenta cómo y por qué se
produjo ese encuentro en Marruecos siendo él muy joven, en
uno de los artículos que componen La cola del dragón. Esa
transfusión de identificaciones, sin embargo, no podía resul-
tar decisiva: faltaba la escritura del propio guatemalteco.
Y ésta fue llegando con el correr de los años, pero ahora
irrumpió gracias a la sucesión de libros suyos que se publica-
ron recientemente.
A eso habría que agregarle tanto las entrevistas que leí en la
red como las filmadas, en las que aparece un hombre cuyo
estilo tiene tanto que ver con la textura de sus relatos y no-
velas.
No hago otra cosa que invitar a su lectura.
Con esta acotación: creo que hay algo de su escritura que tie-
ne que ver con el maestro americano, con las diferencias pro-
pias -y fuertes- de quien nació en un país tan extremo en cuan-
to a la violencia política interna como Guatemala. Durante
muchos años puso distancia con esa violencia que muy bien
pudo haberlo devorado, para regresar a su país una vez que la
dictadura del general Efraín Ríos Montt hubo perdido su fuer-
za monstruosa. Rodrigo Rey Rosa ha viajado mucho, perma-
neciendo en esos lugares, muchas veces exóticos, durante bas-
tante tiempo. Es frecuente que en sus novelas aparezca un
latinoamericano como personaje sumergido en un mundo le-
jano. Puede ser un colombiano, como en La orilla africana,
un mexicano, como en Fábula asiática, él mismo en El tren a
Travancore.
¿Cómo no asociarlo con tres de las novelas de Bowles cuan-
do menos: El cielo protector, Déjala que caiga y La tierra ca-
liente? Sólo que en el caso de éste, se trata siempre de ameri-
canos en tierras exóticas y peligrosas.
Sin embargo Rey Rosa ha logrado un estilo totalmente pro-
pio, aún con esa impronta del personaje cuya identidad sufre
transformaciones fundamentales en esos contextos de cultu-
ras 'fuertes' y ajenas. Un personaje, el suyo, que pasa casi co-
mo una sombra por sus relatos. Esa ductilidad, esa manera de
ser leve aún en situaciones extremas, es algo que caracteriza a
este gran escritor.
Otra diferencia que me gustaría señalar es que las novelas y
cuentos de Paul Bowles tienen un desarrollo más clásico, en
el que el final es un verdadero final, generalmente trágico.
Sus personajes van entrando en un vértigo progresivo e inex-
orable.
Cuando parece que las historias de Rey Rosa apuntan en esa
dirección, el autor tuerce sutilmente las circunstancias, evi-
tando lo que parece inevitable. Los suyos son finales abiertos,
como, podría decirse, los tiene la vida. Suelen dejar hebras
sueltas, posibilidades diversas en lugar de un final finalizado.
Me encanta la modestia de sus brevísimas introducciones a
Imitación de Guatemala ("Releerse a sí mismo no es necesa-
riamente una experiencia agradable, aunque puede ser instruc-
tiva." "Se hace lo que se puede y con lo que se tiene a mano."
"El cojo bueno, escrita en 1995, es un experimento quizá fa-
llido (la influencia o el impulso cinematográfico es demasia-
do evidente: los párrafos hacen las veces de trozos de celuloi-
de, que se han yuxtapuesto como en un montaje). Supongo
que podría salvarla -al menos afectivamente- la extraña tesis
del perdón que guarda y que se esboza apenas.") y a Tres no-
velas exóticas. Que, debo decir, son los libros suyos que más
me gustaron.
Finalmente, es necesario agregar que hay una suerte de núcleo
en la obra del guatemalteco, ese monstruoso período que va de
1960 a 1996, de guerra interna, con tremendos genocidios pade-
cidos por los descendientes de los mayas. Ese ineludible está en
el corazón de varios libros de Rey Rosa, con su manera sutil,
con su ligero desentendimiento de la cuestión política, a la vez
que con el horror y el peligro que lo caracterizan.
"Tal vez sería conveniente hablar de los últimos libros de
Rey Rosa, el libro sobre la India y su última novela, una jo-
ya de escasas páginas, que arroja una mirada distinta sobre
la novela negra, género en el que todos se atreven y del que
muy pocos salen bien librados. Decir que Rey Rosa es el es-
critor más riguroso de mi generación y al mismo tiempo el
más transparente, el que mejor teje sus historias y el más lu-
minoso de todos, no es decir nada nuevo." Roberto Bolaño,
en Entre paréntesis.
Hay en Rey Rosa un sutilísimo manejo de la violencia que
forma el núcleo de su obra. Y eso que resulta muy difícil
mantenerse sutil cuando se habla de los kaibiles, una tropa
de élite, en realidad de los más despiadados asesinos de la
tierra, que formara el régimen militar en su país y que luego
se exportara a los cárteles de México.
Es esa delicadeza sostenida en medio de las situaciones más
irracionales y violentas la que creo caracteriza, lo vuelvo a se-
ñalar, a Rodrigo Rey Rosa.
Y la que suscita, entre muchas otras cosas, mi extrema valo-
ración.
Ah, y un detalle más: en varias ocasiones, así, tangencialmen-
te, menciona a la Argentina. En varias entrevistas se refiere a Borges como un iniciador, tanto de su carácter de lector como
de su escritura. Y, cosa rara, todos sus personajes hablan de
'vos', como si el escritor mismo fuese argentino.
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