cubierto completamente el mar
por la noche
y ambos por la oscuridad
sólo se escucha el silencio de la luna
¿Cuando decía "desenhebrar a la palabra
de su ojal en el hueso", ya sabía que no
había que saber lo que se decía para decir
algo?
"Usar a la vida para escribir..."
la duda como remolino o como vórtice
sujeto por la duda
en esa especie de aire
el juego de formones
su manera de dar forma "cepillando"
madera y cuerpos son lo mismo para los formones
y la sierra mecánica
la temible, nunca-domada
se quedaba tarde o temprano con algún dedo
dedos
mi abuelo
el índice de la mano izquierda
parte del anular de la mano derecha
su tributo al oficio
al saber ancestral
no fotografié el taller
ni las manos de mi abuelo
el silbidito de ese hombre tan silencioso
con la cuchara de hojalata la sopa del atardecer
que las manos de mi abuela
que tampoco fotografié
ni la cocina a leña
la brevedad de sus frases
cortadas a formón:
"Rivas... la comida"
afuera del tallercito de carpintería
con el que se ganó la vida
y sostuvo a su familia
tapizado de viruta
por la pequeña ventana
el gallinero
los gallos bravos
rojos
las batarazas
las gallinas-pigmeo
el estar picoteando el suelo todo el tiempo
y sus súbitos altercados
incomprensibles desavenencias
elegir a las palabras por su semblante
o dejarlas surgir a bocanadas
se dedican a sacarlas
a tarascones
o de a puñados
las voces de las cosas:
hablan así las piedras,
las aguas,
las horas
y la ausencia
HOSPITAL DE ESQUIMALES
Lo primero que se conoce es el olor.
Allí los salmones seguramente vivirían a gusto.
Pero el personal no se acostumbra nunca y sin querer
se llevan a sus casas ese infaltable tufo.
Después, las risas. Se ríen juntos, o de a varios, por tandas,
agitando de una manera tan peculiar el aire.
Saben reír en varios idiomas y múltiples dialectos. Y no se
privan de usarlos en sus intercambios.
Pero nunca se escucha en ese Hospital una sola risotada.
La risotada les produce un intenso rechazo.
La risa mediana, sí. Y la pequeña. ¡Ah, la pequeña!
Es su favorita. La frotan, la amasan, la hacen correr, son
expertos afinadores de risas. Y no paran hasta que logran
empequeñecerlas al mínimo. Lo que se considera uno de los
mayores logros de la especie.
Eso puede durar horas.
A veces se despierta uno de noche y retoman.
También han aprendido a pasarle el hilo ya muy fino de risa
a otro, que la retiene con sumo cuidado al principio -son muy
huidizas-, hasta lograr amaestrarla.
Una risa, dicen ellos, cuando no se ríen de un modo u otro,
-que son momentos muy extraños que se producen por ejem-
plo cuando una mujer está dando a luz o uno de los explora-
dores ha perdido a un hijo durante una cacería- conserva
siempre su naturaleza salvaje, su venir del "más allá de los
humanos".
Por supuesto que siendo un Hospital, todos los internos están
aquejados de diversos males. Pero no son estos sufrimientos
los que imperan ahí. Por el contrario: los males dependen
de la capacidad de producir y amaestrar diferentes especies
de risas por parte de los esquimales. "Hay muchísimas", nos
decía un anciano, mientras le cosían una mano, abierta por
un arpón: "muchísimas más especies de risas que de cualquier
otra cosa que conozcamos."
Habrá que acordar que el suyo es un mundo en extremo simple.
Y, sin embargo, verlos junto a sus familias, los domingos por
la tarde, a la hora de las visitas, en esta pequeña sala de un
Hospital en medio del hielo eterno y del vozarrón de los vien-
tos, entonando, enarbolando casi, intercambiándose millares
de pequeñas, gráciles, bellas, delicadas risas, es un espectá-
culo un tanto turbador.