ARRANCAMOS PARA CASA, MI HIJO Y YO
Arrancamos para casa, mi hijo y yo.
Ya atardeciendo. La luna joven
se alzaba en el oeste del cielo y junto a ella
una estrella solitaria. Se las mostré a mi hijo
y le expliqué cómo debía ser bienvenida la luna
y que esa estrella era la servidora de la luna.
A medida que nos acercábamos a casa, él dijo
que la luna está lejos, tan lejos
como el lugar al que íbamos.
Le dije que la luna estaba mucho, mucho más lejos
y le expliqué: si uno caminase
diez kilómetros por día, llevaría
casi cien años alcanzar la luna.
Pero esto no era lo que él quería escuchar.
El camino ya estaba casi seco.
El río estaba expandido por el pantano; los patos y otras
aves acuáticas abarrotaban el comienzo de la noche.
La corteza de la nieve
crujía bajo los pies- debía
estar helando de nuevo. Todas las ventanas de las casas
estaban oscuras. Sólo en nuestra cocina
brillaba una luz. Junto a nuestra chimenea, la luna brillante,
y junto a la luna, una estrella solitaria.
(De la versión en inglés del mismo Kaplinski -y Sam Hamill y Rita Tamm: The Wan-
dering Border. Copper Canyon Press, 1987)
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