Tanto la química, como el arte culinario y otras artes (pic-
tóricas, cinematográficas, literarias) han ido aprendiendo
y enseñándonos a combinar los elementos para obtener al-
go diferente en saber, sabor o sentir.
En este caso, agrego una variante menor: la combinación
aleatoria de libros. Lo novedoso viene a residir en ese tér-
mino, en la aleatoriedad.
Se va a la biblioteca (pero si no se tiene una biblioteca,
como se suele indicar, basta un estante, o aún una pequeña
pila de libros) y se toman dos ejemplares. Aquí las técnicas
de ejecución varían, pero no tanto. Se pueden tomar (es mi
estilo preferido) dos libros contiguos, o se pueden elegir al
azar dos cualesquiera. No faltarían los Umberto Eco o los
Jorge Luis Borges que podrían hacer malabares con varios
volúmenes al mismo tiempo. Pero para los inhábiles, como
es mi caso, sugiero comenzar con sólo dos.
Mi última experiencia es la que referiré aquí, tan sólo por-
que su carácter de reciente me permite tener más frescos
los ingredientes.
Los dos ejemplares son "Retrato del artista adolescente" de
James Joyce (edición Santiago Rueda, trad. de Alfonso Do-
nado) y "Vida de Vivekananda. El Evangelio Universal", de
Romain Rolland (ed. Hachette, versión de Ricardo Anaya).
En apariencia, absolutamente nada que ver uno con otro.
Pero, una vez más, las apariencias sólo están para distraer-
nos y alejarnos de lo que subyace (que suele ser lo jugoso,
además).
Se trata de Oriente y Occidente.
Se trata de sistemas religiosos.
Se trata de países sometidos por el mismo Imperio.
Se trata de dos hombres que buscan la manera de trascen-
der las convenciones y ataduras tanto de las tradiciones re-
ligiosas como de las morales.
Se trata de dos búsquedas.
Joyce nació en Irlanda y vivió entre 1882 y 1941.
Vivekananda nació en la India, y vivió entre 1863 y 1902.
El "Retrato" forma parte de una secuencia evolutiva en la
escritura de Joyce. Secuencia ésta que se inicia con "Los
muertos", uno de los mejores cuentos de su libro "Gente de
Dublín", o "Dublineses", sigue con "Esteban el Héroe" (un
intento que le resultó fallido), prosigue con "Retrato del ar-
tista" y se expande enormemente en el "Ulises".
El personaje del "Retrato" es Stephen Dedalus, una mezcla
de las que le gustaban a Joyce (algunos cocinan sus obras
con elementos compuestos), combinando lo religioso (San
Esteban Protomártir, primer martir cristiano) con el perso-
naje de Dédalo, inventor del paganismo, un Artífice, inven-
tor del laberinto (en Joyce, el laberinto del mundo interior)
y de las alas (en Joyce, el arte literario) para escapar de él.
De Narenchanath Datta surge el Swami Vivekananda, cuan-
do se produce su iniciación religiosa.
Ambos viven en países oprimidos en busca de su liberación.
Coinciden, por lo tanto, la liberación 'interior' y la 'exterior',
pero tal vez más en un sentido sincrónico que real.
Stephen Dedalus atraviesa los cinco capítulos de la obra
creciendo (literalmente) de niño a joven adulto. Sufre en
carne y alma propios la fuerza implacable del discurso reli-
gioso con sus amenazas de castigo eterno. (Después de un
sermón): "No había habido palabra que no se le aplicase a
él. Era verdad. Dios era todopoderoso. Dios podía llamarle
ahora, llamarle mientras estaba sentado en su pupitre, antes
de que hubiera podido tener conciencia de la llamada. Dios
le había llamado. ¿Sí? ¿Cómo? ¿Sí? La carne se le contrajo
como si sintiera la proximiddad de las voraces llamas, rese-
ca como si sintiera a su alrededor el remolino del sofocante
aire. Se había muerto. Sí. Y estaba siendo juzgado. Una on-
da de fuego pasó rápidamente por su cuerpo: la primera. O-
tra oleada. Su cerebro comenzó a abrasarse. Otra. Su cuerpo
hervía y burbujeaba dentro de la crepitante morada del crá-
neo. Y las llamas salían de su cabeza como una aureola, gri-
tando como si fueran voces:
- ¡Infierno! ¡Infierno! ¡Infierno!"
Vivekananda, por su parte, está buscando también: "Los
engranajes del mundo son un mecanismo terrible; si en él
metemos la mano, en seguida quedamos enganchados y per-
didos. Todos nos vemos arrastrados por esa todopoderosa
y complicada máquina del universo."
En el caso de Stephen (James) Dedalus (Joyce), comienza
un proceso de reconsideración de las cosas. "Todos parecían
cansados de la vida antes de haber entrado en ella. Y se re-
cordaba que Newman había oído también esta misma nota
salir de los versos entrecortados de Virgilio y expresar,
igual que la voz de la misma Naturaleza aquella pena y
aquel cansancio, pero, al mismo tiempo, aquella esperanza
de otras cosas mejores que han sentido sus hijos de todas
las edades."
Vivekananda, hay que decirlo, es un hombre de una energía
extraordinaria. Estudia, viaja por la India; una vez formado
en el Vedanta, viaja a Occidente, a Estados Unidos y a Gran
Bretaña, para enseñar el yoga y el Advaita (la no dualidad).
"Si Dios existe, hay que poder llegar a el... La religión no
es ni palabra, ni doctrina. Es realización. No es oir y acep-
tar. Es ser y llegar a ser. Comienza con el ejercicio de la fa-
cultad de realización religiosa."
Aquí podemos señalar confluencias y divergencias de los
elementos con los que cocinan sus visiones del mundo am-
bos libros y autores. Joyce busca una salida. Pertenece a un
mundo, el Occidental, en el que la religión declina. Está a-
bandonando -y viviéndolo como si fuese una locura- el mun-
do de la oración y de la prudencia y "el orden de la vida que
le había dado el ser". Está en pleno descubrimiento del mun-
do sensual y del mundo del arte: "Una alegría temblorosa,
como una caricia de luces pálidas danzaba una danza de es-
píritus encantados en torno de él. ¿Qué era? ¿El paso de la
muchacha por entre el aire crepuscular? ¿O el verso lleno de
vocales densas, pleno de ritmo, son de laúd?"
Vivekananda, a su vez, se entusiasma. No es nada extraño
en él. Sólo hay que recordar que la palabra 'entusiasmo' tie-
ne como raíz etimológica algo así como insuflarse de dios,
o de un dios. "Todos los Yogas... los Yogas del trabajo, de
la sabiduría y del amor, son todos capaces de servir como
medios directos e independientes para alcanzar Moksha (li-
bertad, salvación)."
El artista joyceano debe liberarse de las convenciones pa-
ra alcanzar su máxima estatura. ¡Y vaya que el artista Joy-
ce lo llevó a cabo, desafiando las estructuras últimas del
estructurante humano del mundo, el lenguaje!
Vivekananda: "No dejéis que otros obren sobre vosotros,
aun cuando parezcan haceros bien, por un tiempo... ¡Usad
vuestro propio espíritu! ¡Dominad vosotros mismos vues-
tro cuerpo y vuestro pensamiento! Si no estáis enfermos,
ninguna voluntad extraña obrará sobre vosotros. ¡Evitad a
todo aquel, por grande y bueno que sea, que os pida que
creáis ciegamente! Es más sano seguir siendo malo que
hacerse bueno en apariencia, mediante un dominio extra-
ño... ¡Cuidado con todo lo que amenaza vuestra libertad!"
Sí, se puede decir tranquilamente que he forzado un tanto
los elementos de mi mixtura. ¿Por qué no?
¿Por qué no podría con todo derecho decirse eso? ¿Y por
qué no podría, con todo derecho, hacerse eso?
James Joyce y Swami Vivekananda podrían haberse cru-
zado más de una vez. Saber el uno del otro. Haber cruzado
el mismo río a la misma hora. ¿Quién sabe?
El Swami no llegó a ver la independencia de la India. Ni
a decepcionarse por los resultados.
Joyce vivió para ver la Primera Guerra Mundial y murió
durante la Segunda.
Los caminos interiores y los caminos del mundo: ésos sí
que producen combinaciones tremendas.
¿Qué se está cocinando ahora?
¿Qué hay para comer, mami?
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