sábado, 25 de enero de 2014

ALUSIVIDAD



 Me puse a leer un libro de Francois Jullien llamado "Cinco
conceptos propuestos al psicoanálisis". Como muchos sa-
brán, Jullien es un sinólogo de primera línea, al que le inte-
resa sobremanera aportarle a la cultura europea (¿en su de-
clinación?), savia nueva proveniente de la mayor antigüe-
dad. Uno de esos conceptos propuestos por él, la alusividad,
me entusiasmó particularmente. Porque los términos "conex-
iones", "relaciones", "asociaciones", etc, han ido perdiendo
valor para mí, probablemente por su uso extenso, pero tam-
bién porque las resonancias de esos términos ya no me cau-
saban el más mínimo efecto de 'sorpresa y descubrimiento'.

 No hace mucho un hombre joven que perdió de manera
muy dramática a su padre cuando tenía tan sólo 11 años,
me contó una vez más esos momentos y, como sucede
cuando alguien cuenta una historia muchas veces, siempre
aparecen elementos nuevos, rescatados de las nieblas del
olvido y de la represión. En este caso el relato giró en torno
a la noche siguiente a la muerte del padre. Nadie había dor-
mido esa noche, todos los pensamientos habían sido malos,
cada uno sufrió su sufrimiento como pudo, y el tiempo por
venir aparecía negro y desolador. Entonces, cuenta esta per-
sona, ya iniciada la mañana, salió al patio de la casa. En el
suelo de baldosas estaba el rastro entre húmedo y brilloso
del paso de un caracol. Y ese signo, esa 'tontería' de cosa,
asombrosamente le hizo un efecto notable: le devolvió la
esperanza. No sabía explicar por qué, ni entonces ni menos
todavía ahora, pero sin duda alguna, ese caminito luminoso
del caracol le transmitió la idea, la confortante idea de que
"la vida continúa".
 Un par de semanas más tarde: una mujer de mediana edad,
cuyo padre estaba muriendo desde hacía más de un año, un
padre muy querido a quien veía derrumbarse día a día, im-
placablemente, y cuyo estado la había sumido a ella por mo-
mentos en una suerte de 'locura de dolor'. Este dolor no se
debía tan sólo al inexorable resultado de la enfermedad, si-
no también a que habían ocurrido numerosos episodios en
los que los padres la habían llamado por diversas urgencias
que iban apareciendo: hemorragias, cuadros febriles, inter-
naciones, pequeñas intervenciones quirúrgicas, etc. Debo
agregar que esta mujer es médica, por lo cual esos llamados
la convocaban de un modo complejo y sin salida. Esta mu-
jer bordeaba ya estados oníricos muy duros y por momentos
se veía amenazada de caer en una falta absoluta de fuerzas
para continuar, padeciendo estados de estupor.
 Había pasado un fin de semana terrible, pero a la tarde se
le ocurrió trabajar un rato en el pequeño jardín de su casa,
apuntalando un jazmín que estaba bastante desmantelado
por las tormentas cercanas. Ese trabajo le hizo bien, pero
mucho mejor le hizo, un efecto verdaderamente reparador,
cuando abrió la ventana una mañana y vio que el jazmín
había florecido. Sintió una clase de alegría como tal vez
nunca había experimentado. Cuando me lo contó, lo re-
lacioné inmediatamente con la experiencia del hombre
joven y su senderito del caracol. Dos epifanías.
Nuestras emociones son, sin duda, el fruto de los contras-
tes, y en estos casos, el mismo había sido extremo. ¿Hará
falta esa condición para la aparición de una epifanía? Lo
pienso en el sentido de las condiciones atmosféricas nece-
sarias, por ejemplo, para la aparición de una aurora boreal.


 (Por supuesto que no he logrado transmitir más que muy
mínimamente el grado intenso y sutil de estos relatos,
que se tejen con unos hilos muy raros, que sólo aparecen
en circuntancias emocionales extremas. A pesar de ello
los consigno, esperando que sea el lector el que les quite
la 'cáscara' que no he podido evitar ponerles.)

 Ahora, lo que hizo la función de alusión de estos relatos
para mí, fue la re-lectura de otro libro: volví al prólogo de
una crónica que escribió el gran novelista japonés Kenza-
buro Oé cuando regresó a Hiroshima 20 años después de
la Bomba (en otra parte, dice Oé: "mientras la realidad del
holocausto perpetrado por los nazis en Auschwitz contra
los judíos es conocido en el mundo entero, la experiencia
de Hiroshima no lo es tanto ni tan profundamente, a pesar
de haber causado un sufrimiento que excede en mucho lo
acaecido en los campos de concentración"). En ese prólo-
go, el autor explica que se trata de un libro basado en los
hibakusha (los supervivientes de un bombardeo atómico).

 El último párrafo es el que conectó como un hilo magne-
tizado, las experiencias que referí antes:

 "Entonces me vino a la memoria el último verso del "In-
fierno" de la Divina Comedia, una obra que empecé a
leer en mi juventud y que leo todavía en mi vejez:

 E quindi uscimmo e riveder le stelle.
 (Y entonces salimos y volvimos a ver las estrellas.)"



 [Los cinco bellos conceptos sugeridos por Francois Jullien
podrían servirle no sólo a los psicoanalistas, sino también
a los poetas y a todos nosotros:
 1. Disponibilidad
 2. Alusividad
 3. El sesgo, lo oblícuo, la influencia
 4. Des-fijación
 5. Una transformación silenciosa (una de la que no se ha-
bla).]

Francois Jullien. Cinco conceptos propuestos al psicoaná-
lisis. Cuenco de plata, 2013.
Kenzaburo Oé. Cuadernos de Hiroshima. Anagrama, 2011.

No hay comentarios: