Por allí todo lo colocan en jaulas.
Peces y árboles, pájaros-lagarto, continentes y pestañas.
Todo se revuelve o acomoda en su jaula.
Algo más adelante innumerables andenes, polvorientos
y desiertos. Tal vez nunca hayan sido usados. Tal vez
desconozcan la invención del tren.
Un poco más lejos, el puente que nadie llegó a construir.
Algunos creen que esto puede tener relación con el vacío
de los andenes. No estamos suficientemente informados.
La ciudad se ve escorada.
Obviamente, nos explican en un idioma cortado a hacha-
zos, que las jaulas son para mejor proteger a todos. ¿A
sí mismos? ¿A unos de otros?
Una muchacha sin manos es el símbolo de la ciudad.
De pronto un hombre con el rostro envainado pasa empuján-
dose a lo loco con una escoba por fuera de los barrotes. Me
cuentan -estamos a su merced en cuanto a explicaciones-
que corre para que no expire su plazo.
A medida que corre, se van borrando sus bordes, se difumi-
na todo, menos la jaula.
Algunos dicen que es una mera mutación, pero la mayoría
afirma que se trata de una especie que no estaba contempla-
da en los planes de la naturaleza. Su jaula, apartada de todas
las demás, está situada en una terraza que, por la parte de
atrás da o bien al infinito, o bien a ninguna parte, según la
hora.
Dicen que es vertiginosa.
Que por eso nadie la ha visto.
Solo los resultados.
El arrán.
La mordedura del arrán.
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